Jon Fosse (Noruega, 1959) acaba de recibir el Premio Nobel de Literatura. Autor de más de treinta piezas de teatro, de una novela en siete tomos y otras varias más, literatura para niños, poesía y de casi todo género literario escribible, hoy recibe el galardón por un género donde hay pocos “Nobeles”. Dramaturgos lo que se dice dramaturgos, el Nobel tuvo los dedos de una mano y eso que el teatro es la madre -más que el padre – de todos los géneros narrativos. El español Jacinto Benavente en 1922, George Bernard Shaw en 1925, Pirandello en 1934 y O’Neill en 1936. Albert Camus en el ‘57, Jean Paul Sartre -que lo rechazó – en el ‘64, Beckett en el ‘69, Dario Fo en el ‘97 y ya en este siglo, Harold Pinter en 2005.
La argumentación de la Academia Sueca del Premio fue “por sus obras innovadoras y su prosa que dan voz a lo indecible”. Cabe destacar que Jon Fosse es el autor de teatro más representado de su país y también, por qué no, el más querido. En Buenos Aires, para no ir más lejos, se realizaron nueve puestas de sus obras y novelas versionadas, siendo la más conocida La noche canta sus canciones, montada por Daniel Veronese en 2008 y con un elenco que contaba con el querido Claudio Da Passano. Esta misma obra junto a otras suyas tuvo una edición vernácula en la colección de teatro de Editorial Colihue, con traducción de Clelia Chamatrópulos, allá por el 2006.
Luis Alemany reseña hoy en el diario El Mundo, el relato que hizo el propio Fosse sobre su llegada al teatro: “Jon Fosse escribía novelas, poesía y ensayos y odiaba el teatro o, por lo menos, ‘odiaba el teatro noruego’ (las palabras son de Fosse) por el tipo de razones por las que se suele odiar el teatro, por el pánico a la afectación de los malos actores. Entonces, en la década de 1990, justo cuando cumplió 40 años, Fosse se encontró sin dinero y aceptó un encargo del director Kai Johnsen, lector de sus novelas, para escribir una obra de teatro. Johnsen conocía sus obras de ficción e intuía que Fosse era un dramaturgo por descubrir. El resultado, Alguien va a venir.” Esta obra lo colocó a Fosse en la escena europea y lo dio a conocer al mundo. Gracias a su teatro, le fue concedida por la monarquía noruega la residencia Grotten, para su uso. Se trata de un premio honorífico, como si a un escritor argentino, gracias a su obra, le permitieran vivir y usufructuar la Casa Victoria Ocampo de Mar del Plata.
Para todos los que amamos el teatro, la noticia de que el galardón se lo den a un dramaturgo, nos llena de emoción. (Qué palabra “dramaturgo”, dijo alguna vez Humberto Tortonese con sorna, hace pensar que uno tiene un marquesado por alguna parte). Le dieron el Nobel a Fosse, se lo dieron a uno de los nuestros. Los autores de teatro somos aquellos que aparecemos poco en la boca de la gente. El público en general acude a ver a tal o cual actor -cuanto más famoso el actor, más se llena la sala -, el público especializado de teatro corre a ver a un director en especial. El autor es como una entelequia en el mundo del teatro, un secreto a voces entre directores y actores, pero nunca -salvo excepción – una personalidad popular. Mis colegas se preguntan por qué no son tan conocidos como lo puede ser un escritor de novelas, y esto habla de varias batallas perdidas o a punto de perderse.
Una de las batallas es la del género literario. El teatro es un género literario, al punto que conocemos a William Shakespeare, y más allá en el tiempo, a Esquilo, porque podemos leerlos en un libro. Sin embargo, a menos en la Argentina, las editoriales se niegan a editar teatro a menos que las ediciones sean pagadas por el autor. Una situación bastante triste y que compartimos con muchos poetas. También la poesía es un género que históricamente no da dividendos en el mercado y por ello, nadie tiene muchas ganas de editar.
El editor altruista es otra entelequia. Los subsidios estatales para la edición de teatro son muy pocos y no alcanzan para solventar el papel -que ya sabemos vive un aumento exponencial, muy por encima de la inflación. Otras ayudas a la edición de teatro por parte instituciones privadas, seguramente hay, pero en otra galaxia.
O sea, por una parte, el problema es que no hay libros de teatro en circulación.
Y por otra parte, la lectura de teatro -que es una lectura más compleja que la de una novela, que necesita de un aprendizaje y una práctica para volverla habitual -, no se fomenta casi en ningún lugar. En la escuela secundaria, leer teatro español es una pesadilla. Nadie nos prepara para eso (lo digo por experiencia propia, porque llegué a odiar a Fuenteovejuna y décadas después Lope de Vega fue mi gran amor). La mayoría de los talleres de actuación no incluyen la obligatoriedad de la lectura del texto teatral y eso que Argentores -la entidad que se ocupa de los derechos de autor y la única sociedad de escritores que verdaderamente funciona desde hace un siglo – tiene como lema: “Sin autores no hay obra”.
Cada vez aparecen más autores de teatro, declarando con frivolidad: “Yo no leo teatro”. Contradictorio, ¿no?
Le dieron el Premio Nobel de Literatura a uno de los nuestros, repito. No conozco a Jon Fosse pero estoy segura de que al escribir una obra se ríe y llora con sus personajes, y se da la cabeza contra la pared cuando sabe que está juzgando a un personaje y el mandamiento número uno del dramaturgo es nunca juzgar a tus personajes.
Estoy segura de que ha perdido el sueño, más de una vez el tiempo intentando una obra que no terminó, y seguramente perdió plata con más de una de sus puestas en escena. Hay días que sus antenas están atentas a lo que habla la gente, lo que dice y (algo que solo conoce el dramaturgo) lo que calla la gente. Un escritor de teatro -o cualquier literatura dramática – es aquel que sabe escribir y administrar el silencio, lo que no se dice. ¿Cómo late el caos en el corazón de una persona? Bueno, eso, habrá pensado Jon Fosse, es materia teatral. Repito, son conjeturas mías porque no tengo la dicha de conocerlo.
El teatro es un arte vivo, único, irrepetible función a función, e irremplazable. Frente al espectador hay un cuerpo, el actor, que siente aquello que se está contando y lo transmite. Sufro y río con ese personaje (que quiere decir persona) y la fuerza de mi emoción y de quien tengo al lado sentado, me cambia. Me cambia un poquito, me voy diferente; he compartido un ritual tan fuerte como darse la paz en la Misa.
Con el teatro podemos emocionar, divertir, enseñar, denunciar, consolar. Es el territorio de la libertad absoluta, donde todo puede ser dicho y representado. Un rinoceronte puede vivir en un escenario, por ejemplo.
Igual, muchos me estarán leyendo y pensarán que exagero.
Pueden creer que los actores son unos arribistas, que la gente de teatro es una improvisada. Seguro que vieron alguna obra mala o mediocre, porque las hay. Acaso, no vieron las brillantes, no vieron aun esas que te parten en dos, y de las que salís sintiéndote otra persona.
A ellos, con todo gusto los invito al teatro.
Hoy le dieron el Premio Nobel de Literatura a uno de los nuestros, Jon Fosse. Me quedo, también, con la definición del gran Tito Cossa: “Los dramaturgos somos escritores con capacidades diferentes”. Lean teatro, vayan al teatro. Hagan una experiencia inmersiva en el alma ajena.