Decir que Emmanuel Carrère es una de las voces más inquietantes del panorama literario actual resulta ya un lugar común. Y es que desde hace cuarenta años y en cada una de sus apuestas literarias, este autor francés nos conmina a asomarnos a territorios escabrosos de la realidad y la historia, de la vida de las personas y de los rincones más tenebrosos o más brillantes de la condición humana e, incluso, a los recodos de su propia existencia con introspecciones que nunca nos dejarán indiferentes.
Carrère jamás escribe desde la inocencia, sino siempre persiguiendo la intención perturbadora y, con sus historias, más reales que ficticias, nos provoca, nos reta, nos obliga a cuestionar lo que sabemos o lo que no sabemos. Y es esa capacidad de penetración y de reflexión lo que hace de él un gran escritor, un intelectual comprometido con una evidente vocación social y humanista. Pero también se debe apuntar que todo este propósito conceptual está sostenido, por supuesto, sobre una notable calidad literaria, pues sus revelaciones llegan envueltas en una escritura limpia y precisa, pulida y esmerada, con una capacidad de comunicación que completa su estrategia ideológica y estética.
Las inmersiones que Carrère realiza en la mayoría de sus obras se mueven desde su experiencia personal, trabajada con los recursos de la autoficción, para luego abrirse y perderse por las rutas de un mapa que no tiene fronteras y recorre lo mismo la indagación en una psiquis enferma que entrega en su libro El adversario (2000), historia real y apenas novelada del asesino e impostor Jean Claude Romand, como la mirada comprensiva que ofrece en De vidas ajenas (2009) sobre el significado de la pérdida de seres queridos, para luego lanzarse al casi imposible esbozo de la vertiginosa existencia de un ser inclasificable en Limonov (2011), la biografía novelada del poeta y disidente ruso, o realizando una abarcadora indagación a partir de la introspección individual y las razones históricas en el mundo de la fe y la religión en El reino (2014).
La más reciente publicación de este autor es V13 (2022), un reportaje de largo recorrido en el que narra su experiencia como observador y cronista en el juicio celebrado a los terroristas islámicos participantes más o menos directos en los atentados ocurridos en París la noche del 13 de noviembre de 2015 en el salón de baile Bataclan, en las afueras del Stade de France y en varios cafés del este de la ciudad, ataques que se saldaron con la muerte de ciento treinta y una personas, varios centenares de heridos y otros cientos de vidas afectadas por el dolor, la muerte, el terror.
El libro que ahora podemos leer (edición en español de Anagrama, 2023) está compuesto por las crónicas que durante casi un año escribió semanalmente para la revista francesa Le Nouvel Observatuer (L’Obs) y que fueron reproducidas por varios diarios europeos, como El País, de España. Con disciplina de reportero, como si fuera cada día al trabajo en una oficina, Carrère asistió a las vistas del juicio desde septiembre del 2021 hasta su fallo en julio de 2022, para relatar un proceso emblemático y doloroso, que fue también el proceso de su inmersión personal en el gran conflicto social e histórico que allí se desenvolvía. Retocadas y ampliadas, las crónicas ahora forman parte de un libro que se debe leer aunque, por momentos, envueltos en su contenido, uno hasta sienta deseos de dejar de hacerlo.
Y es que, como cabría esperar, V13 aunque solo por fuera su contenido documental, posee esa cualidad de afectación de nuestra sensibilidad e intelecto que antes destacaba, pero en esta ocasión el escritor la ejecuta con una intensidad que tal vez sea mayor: y no solo porque se trate otra vez de la historia de una historia real, sino porque Carrère, desde la difícil posibilidad o intención de resultar objetivo, nos introduce casi despiadadamente en un mundo de horror, miedo, fanatismo, violencia, marginación, manipulación, patología social y religiosa, de enfrentamiento cultural. El sórdido universo en que se gestaron, se produjeron y luego se desarrollaron los acontecimientos ocurridos en ese viernes sangriento en la capital francesa.
Como advierte el autor, su asistencia al juicio con el propósito de escribir su reportaje no tuvo en principio demasiados intereses sociales o políticos: se acercó a las vistas del proceso “porque le interesaba la justicia”. Pero, también, porque (y merece citarlo en extenso): “Sin ser un especialista en el islam, y menos un arabista, me interesan asimismo la religión, sus mutaciones patológicas y este interrogante: ¿dónde empieza la patología? Cuando se trata de Dios, ¿dónde empieza la locura? ¿Qué tiene en la cabeza esta gente?”. Pero, más adelante advierte que el motivo principal de su presencia en el juicio se amplía y ya no es tan preciso: la gran razón ahora pasa a ser el que “centenares de seres humanos que tienen en común haber vivido la noche del viernes 13 de noviembre de 2015, haber sobrevivido a ella o haber sobrevivido a sus seres queridos, van a comparecer ante nosotros y a tomar la palabra”, dice el escritor, para con esas acotación reflejar lo que significó para ellos su experiencia, una experiencia que pudo ser la de cualquiera de los que lean el libro… Todo depende de haber estado en el lugar equivocado en el momento equivocado.
Y entonces, al escuchar a esos sobrevivientes y dolientes nos habla del extraño “misterio del bien”… “La culpa que recorre a quienes sobreviven [que] es por haber sobrevivido: ¿por qué ellos han muerto, porque yo estoy vivo? Para algunos la culpa se ha encarnado. Tiene una cara que les obsesiona. La cara de alguien que pedía ayuda, al que quizás podían haber socorrido y no socorrieron, [quizás] para salvar la piel, porque lo primero era salvarse a sí mismo”… Y al asimilar este conflicto quedamos con un mal gusto en la boca, porque también cualquiera puede enfrentar el misterio del bien.
Así, siguiendo la organización cronológica propia de un proceso legal en el que se juzgaba a varios implicados en los atentados terroristas (cronología transformada por el texto en dramaturgia narrativa), Carrére recorre el largo año que ocupó el juicio por cuyos estrados comparecieron cientos de personas con cientos de historias, modos de ver los sucesos, maneras de vivirlos, posibilidades de expresarlos.
Si los propósitos y preguntas anteriores hubiesen sido suficientes para sostener la intención indagadora y documental del libro, quizás habría sido suficiente. Pero la prospección que realiza el escritor en V13 va mucho más allá y llega hasta confines en los que el autor se introduce en los meollos más tenebrosos de lo ocurrido y luego juzgado en París.
“La culpa que recorre a quienes sobreviven [que] es por haber sobrevivido: ¿por qué ellos han muerto, porque yo estoy vivo?
Porque al llegar al clímax del juicio y del libro, el turno de los acusados, aparece la gran cuestión que ronda toda la narración y Carrère lo anota por boca de un testigo: “Trato de comprender qué es lo que impulsa a unos jóvenes [los terroristas] a disparar sin más contra otros jóvenes. Quizás no lo comprendo porque no hay nada que comprender”, dice, pero de inmediato el escritor intenta la comprensión, que no es solo la suya, sino la del mundo actual sobre los efectos de una “patología religiosa”.
Los hombres que pasan por el banquillo de los acusados comienzan entonces a ser algo más que terroristas y ocurre porque el escritor descubre que “Lo interesante en ellos, o en todo caso lo que a mí me interesa, no se halla en el terreno individual, sino en el histórico… lo que me interesa es el largo proceso histórico que ha producido esta mutación patológica del islam”.
Nos dice entonces Carrère: “No hemos intentado comprender. Hemos olvidado el gran precepto de Spinoza: no juzgar, no deplorar, no indignarse, únicamente comprender”. Y muchos se preguntan: ¿es posible comprender? ¿Comprender el terrorismo? ¿Y luego qué?… Manuel Vals, el entonces primer ministro francés, dio su respuesta: “Comprender ya es disculpar”… A lo que Carrére argumenta: sin comprender es como si solo leyésemos el último capítulo de un libro: para comprender habría que haber leído el libro desde el principio.
Difícil, casi imposible, sería realizar ese ejercicio de comprensión tras unos atentados brutales. Carrère no lo hace, pero lo intenta y así nos da en su texto elementos para comenzar a hacerlo y, sin duda, este es otro de los grandes propósitos del libro: entender a ellos desde nosotros.
Y todo parte del hecho de que ellos son los convencidos. Convencidos de que “consagras tu vida a un combate justo y glorioso que templará tu ánimo y cuya victoria está garantizada tanto en la tierra como en el cielo”. Y además exponen sus razones: mientras el presidente François Hollande argumenta que “nos han atacado por lo que somos”, los militantes del Estado Islámico consideran los ataques del 13 de noviembre de 2015 como un acto de guerra: es la respuesta a los bombardeos franceses en Irak en los cuales, como en París, murieron gentes inocentes.
Los protagonistas de los atentados, muertos todos esa noche (porque se hicieron volar con los explosivos que cargaban o fueron abatidos por las fuerzas francesas), resultaron ser nueve: cuatro de ellos nacidos en Bélgica, tres en Francia y dos en Irak. Eran jóvenes más o menos descentrados que en el sótano de un café de Bruselas se excitaban viendo videos de decapitaciones. Intentar la comprensión es difícil y, de momento, tal vez imposible: porque hay razones que no están al alcance de la comprensión de todos, porque negociar nunca ha sido, hasta ahora, una alternativa recurrida con la intensidad necesaria.
El recorrido que nos invita a hacer Emmanuel Carrère por los largos días de un proceso legal en el que se planteaban cuestiones como estas, es una provocación a nuestra inteligencia, sensibilidad, una interrogación a nuestros juicios y prejuicios. Salir de este tránsito con una respuesta, o varias, es posible y a la vez imposible: nos faltan muchas páginas del libro en que está escrita esta historia de violencia, miedo, terror, marginación, odio, patología religiosa.
No obstante, lo que sin duda sucede es que salimos de V13 con más conocimiento inteligente, mesurado y con la sensibilidad más alerta. Y ahí radica el mayor de los muchos valores de este libro, imposible de reducir a una reseña como esta (por cierto, más extensa que las crónicas semanales para L’Obs), en la que apenas intento esbozar algunos de los contenidos y conclusiones de un libro para provocar, como Carrère, a su lectura y para preguntar (o solo preguntarme) si en este mundo actual de fundamentalismos de toda especie, de enfrentamientos cada vez más álgidos por todos los motivos, de censuras, cancelaciones, acusaciones alguna vez primará la comprensión y, con ella, la posibilidad de construir mejores convivencias.