De los secretos y los lugares que marcan nuestras vidas, aún en medio de la guerra: “El café del ángel”, lo nuevo de Anne Jacobs

Después del éxito de “La villa de las telas”, la escritora alemana vuelve al ruedo con una novela ambientada en el año 1945, justo al final de la Segunda Guerra Mundial

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La célebre escritora alemana Anne Jacobs, famosa por su exitosa saga La villa de las telas, regresa a las mesas de novedades con su nuevo trabajo de ficción, bajo el seudónimo de Marie Lamballe. La obra fue publicada en España en 2022, pero recién ahora llega a las librerías latinoamericanas, de la mano del grupo editorial Penguin Random House.

En las páginas de El café del ángel: Un tiempo nuevo, la autora nos conduce a los años de la Segunda Guerra Mundial, en Wiesbaden, cuando la joven Hilde experimenta una oleada de emoción al ver que el Café del ángel ha sobrevivido a los horrores de la guerra. El sueño de Hilde es restaurar el negocio familiar a su antiguo esplendor, cuando este café era un punto de encuentro para artistas y personalidades de la ciudad. Sin embargo, su entusiasmo se ve desafiado cuando su prima, Luisa, entra en escena. Desde Prusia Oriental, Luisa ha luchado por llegar al café, desencadenando una rivalidad que amenaza con envenenar el ambiente del lugar. Pero, a medida que la trama avanza, ambas mujeres descubren que comparten un secreto de guerra que las ha perseguido hasta el día de hoy.

Entre estos dos personajes, Hilde, la hija de los propietarios del café, y Luisa, la joven que ha perdido todo y se ve obligada a deambular en busca de un hogar, surge una rivalidad especial que se convierte, con el paso de las páginas, en una unión inesperada cuando descubren su vínculo a través del secreto de la guerra.

Portada de "El café del ángel: Un tiempo nuevo", de Anne Jacobs (Penguin Random House).
Portada de "El café del ángel: Un tiempo nuevo", de Anne Jacobs (Penguin Random House).

Alemanes, franceses, soldados, mujeres, artistas, todos tienen sus historias entrelazadas en el Café del ángel. Con buen tino, Jacobs las retrata, capítulo a capítulo, dándole a cada pasaje el tratamiento de un personaje distinto. Algunos están estrechamente relacionados con el café, mientras que otros solo lo visitan temporalmente. Pero todos comparten una característica común: la guerra ha dejado una marca indeleble en sus vidas.

La novela ofrece una visión amplia del conflicto y de cómo la guerra afectó tanto a los vencedores como a los vencidos en Europa. Con una narrativa más que envolvente y una historia que abarca múltiples perspectivas, El café del ángel: Un tiempo nuevo es una opción obligada para quienes gustan de estas historias ambientadas en la década del 40. Si nunca has leído a Anne Jacobs, esta también puede ser una buena puerta de entrada a su obra.

Así empieza “El café del ángel: Un tiempo nuevo”

Hilde

Wiesbaden, 22 de marzo de 1938

La primavera llega sigilosa a la ciudad. Las flores del azafrán, amarillas y moradas, empiezan a despuntar en la hierba del parque del Balneario, los narcisos alargan sus hojas verde lima desde el suelo. A esta hora, alrededor del mediodía, apenas hay tráfico en Wilhelmstrasse, los transeúntes pasean ante los escaparates de la amplia avenida y algunos intrépidos ocupan ya las mesas de las terrazas para disfrutar del inicio de la primavera con una taza de café.

—¿Vienes conmigo? —le pregunta Hilde, de doce años, a su amiga.

Gisela se detiene y tira hacia delante de las correas de la pesada cartera del colegio, que se le clavan en los hombros. Lo piensa un momento, pero sacude la cabeza con pesar.

—No, mejor hoy no. Mi madre quiere llevarme a la modista. Van a hacerme dos vestidos nuevos.

—Qué suerte —dice Hilde con un suspiro—. Tu madre siempre tiene tiempo para ti.

—Bah… —suelta Gisela de mala gana—. Si quieres, nos cambiamos: tú vas con mi madre a la modista y yo me quedo con la tuya en el Café del Ángel.

Pero Hilde tampoco quiere eso. Para empezar, la madre de Gisela es bastante estricta, y además ella no cambiaría el Café del Ángel por nada del mundo.

—Hasta mañana, entonces —se despide de su amiga.

—Hasta mañana. ¿Me dejarás copiar los deberes de cálculo a primera hora?

—Por mí…

Gisela se despide con la mano y sale corriendo en dirección a Webergasse. Se ha quitado la chaqueta azul y la ha colgado encima de la cartera, donde ondea como una vela al viento. Hilde se vuelve hacia el café de sus padres y ve el ángel mofletudo de chapa dorada que se balancea por encima de la puerta con una cafetera en las manos. También allí hay clientes sentados a las mesas que Finchen ha sacado a la acera.

—¡Mira, si es Hilde! —exclama una mujer gruesa, abrigada con pieles—. Dime, ¿ya has salido de clase?

Es la señora Knauss, que tiene bastante dinero, según dice la madre de Hilde, y por eso le ha dado instrucciones de ser muy educada con ella. Aunque le haga preguntas tontas, como por ejemplo ahora.

—Sí, señora —responde, y hace una pequeña reverencia.

La señora Knauss sonríe con displicencia y le comenta a su amiga Ida que los niños de hoy en día ya no aprenden como antes. La amiga, que aferra su taza con aspecto de estar helada de frío, asiente con la cabeza. También el joven que las acompaña comparte esa opinión.

—¿Desean algo más? —pregunta Hilde.

Suena exactamente igual a como lo dice siempre Finchen, la camarera. A Hilde le encantaría servir a los clientes, pero no la dejan.

—Tres cafés con coñac… —pide la señora Knauss, y añade que Hilde es una muchachita muy eficiente.

Ella también lo cree. Antes de entrar en el café por la puerta giratoria, se descuelga la cartera de la espalda. Es importante que lo haga, ya se quedó atascada una vez. Dentro la saludan más clientes, porque el Café del Ángel cuenta con muchos parroquianos habituales. Algunos van a media mañana, se toman un café o un vinito y leen el periódico.

Hilde los saluda y va directa al mostrador de cristal de los pasteles, donde Finchen, está sirviendo dos trozos de tarta de chocolate en platos de postre.

—Tres cafés con coñac para fuera —pide con el deje habitual de las comandas.

Después se sienta a la pequeña mesa que hay justo al lado del mostrador y deja la cartera donde no se vea. En realidad no le permiten hacer los deberes aquí abajo, en el café, porque su madre opina que hay demasiado ruido y Hilde no puede concentrarse. Pero no es verdad. Hilde está convencida de que el Café del Ángel es el mejor sitio del mundo para hacer los deberes. Con el tenue golpeteo de la loza, el tintineo de las cucharillas y los tenedores de postre, las conversaciones, los murmullos y las risas de los clientes se siente a gusto y como en casa. ¡Y esos aromas que llenan el establecimiento! El café recién hecho, el olor a vainilla, almendra amarga y chocolate, el matiz del kirsch o del coñac, e incluso los periódicos y el humo del tabaco… Todo se combina para formar ese aroma maravilloso y vivo que caracteriza al Café del Ángel.

Saca el cuaderno de cálculo de la cartera y busca un lápiz. Sentada a esa mesa, las numerosas tartas del mostrador la protegen de las miradas de su madre, y su padre no se fijará en ella porque justo ahora llegan los cantantes de ópera de su ensayo. Los actores y los músicos del Teatro Estatal van siempre al Café del Ángel, todos son amigos de su padre y aquí sienten que son bienvenidos.

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