El 13 de junio de 2021 cientos de personas se congregaron en el centro de Bogotá para rendir homenaje a un hombre que luchó contra el tiempo y el silencio buscando la verdad sobre la muerte de su hijo, pero murió sin conseguirla. Catorce años había pasado don Raúl Carvajal sobreponiéndose a todo, intentando encontrar la tranquilidad que solo la justicia podía darle, para él y para el alma de su hijo arrebatado por la violencia.
En el año 2007, durante el gobierno del expresidente Álvaro Uribe Vélez, don Raúl Carvajal se enfrentó al Estado y denunció ante el entonces ministro de Defensa Juan Manuel Santos, y ante los altos mandos de las Fuerzas Militares, que Raúl Antonio Carvajal Londoño, cabo primero del Ejército Nacional, su hijo, había sido asesinado por sus superiores en octubre de 2006, por haberse negado a participar en una serie de ejecuciones extrajudiciales a inocentes perpetradas por la propia milicia desde el 2002 para aumentar falsamente las cifras de bajas de guerrilleros, eso que en Colombia se conocería como “falsos positivos”
Según la versión oficial entregada por el Ejército, el cabo había caído en combate durante un enfrentamiento con la guerrilla de las FARC en Norte de Santander. Sin embargo, don Raúl estaba convencido de lo contrario, que su hijo no murió en combate, sino que lo habían silenciado por no apoyar los llamados Falsos Positivos. Defendía que la última vez que habían hablado por teléfono, Raúl Antonio le había dicho que sentía que corría peligro y estaba pensando en retirarse del Ejército. En esa llamada, don Raúl sintió la angustia tremenda de su hijo, y él mismo le había narrado cómo lo habían hecho a un lado por no acceder a ejecutar a dos jóvenes. Ninguno intuyó el fatídico desenlace.
Por no haber acatado sus órdenes, el cabo primero fue ejecutado como un traidor. Cuando don Raúl pudo ver su cadáver, el dolor se apoderó de su ser. El cuerpo de Raúl Antonio tenía muestras de tortura. Sin embargo, según los registros oficiales, la muerte del cabo se dio tras un intenso combate en el municipio de El Tarra, en la región del Catatumbo, cerca de la frontera de Venezuela, pero el padre adolorido no estaba dispuesto a ceder y constató que aquel enfrentamiento con la guerrilla nunca sucedió.
Los altos mandos del Ejército lo negaron todo e hicieron como si nada hubiese ocurrido. El Estado, sin embargo, en un gesto de solidaridad, admitió la existencia de los Falsos Positivos en el país, y con ello iniciaría una odisea que aún hoy busca cómo reparar a sus víctimas.
Don Raúl Carvajal falleció a causa del Covid-19 sin haber conseguido que el Estado aceptara su responsabilidad frente a la muerte de su hijo. El día en que fue homenajeado en Bogotá, aquella jornada lluviosa de 2021, alguien mostró una fotografía suya en el que se le veía sentado sobre un banco, portando la bandera de Colombia, sosteniendo la foto de su hijo entre las manos, vistiendo atuendo militar y los distintos documentos que respaldan sus afirmaciones respecto a la desaparición de Raúl Antonio. Ese sitio, al que llegó muchas veces en su camioneta blanca, se convirtió en un símbolo de las luchas de este padre y de todo un país en busca de la justicia.
Un día antes de la muerte de don Raúl, el expresidente Juan Manuel Santos, pidió públicamente perdón por los Falsos Positivos y reconoció que estas ejecuciones estuvieron respaldadas por presiones gubernamentales a las Fuerzas Militares para mostrar eficacia en la lucha contra los grupos insurgentes.
El día de su homenaje, si bien la voz de don Raúl ya no se podía escuchar, su lucha consiguió hacer eco en quienes se habían congregado para despedirlo. En medio de la multitud se oía: “¡Raúl vive, la lucha sigue!”
Conmovido por su historia, el escritor colombiano Ricardo Silva Romero decidió un día escribir una columna en el periódico El Tiempo sobre don Raúl y sus batallas, pero sintió que no era suficiente y se lanzó a escribir una novela que pudiera, pasados los años, recordarle a los lectores la valentía de este padre que desafió al Estado y sobrevivió para seguir luchando por la verdad.
“Vi a don Raúl Carvajal en un par de ocasiones, en su esquina en la Avenida Jiménez con la Carrera Séptima, dedicado en cuerpo y alma a la tarea de contar la historia de su hijo. Cuando don Raúl falleció, en medio de la pandemia y el estallido social, escribí una columna sobre los quince años que dedicó a reclamar la verdad. Sin embargo, apenas la vi publicada, sentí que no era suficiente; que debía escribirle una novela completa a su duelo. Porque quizás un día, los culpables cuenten lo que hicieron”, ha dicho el autor.
En las páginas de El libro del duelo, el también autor Historia oficial del amor, retrata los días del también conocido como el Padre de la Resistencia. Con buen tino, Silva Romero relata el desgarrador viaje de este personaje, que va desde la tristeza hasta la frustración, y su enfrentamiento con diversos enemigos, como la hostilidad estatal, el negacionismo, la persecución y el olvido, todo con el objetivo de recuperar algo de verdad y un poco de dignidad.
“Lo más justo es que todos seamos testigos de ese dolor constante y de ese coraje diario, y que lo comprendamos en lo más profundo de nuestro corazón y estómago. Don Raúl es un padre incansable en un mundo que parece haber perdido a los padres. Él se negó rotundamente a que el valor de su hijo se perdiera”, expresó el escritor.
La prosa meticulosa y fluida de Silva Romero permite que los lectores nos adentremos en lo más hondo de una historia que duele allí donde se alojan todos los males del alma. Decir que sus palabras no increpan sería engañarnos, pero también atribuirle muy poco a esta obra. El autor colombiano consigue iluminar, de manera distinta a como lo ha intentado en otros libros suyos, esa parte oscura de lo que somos, y nos lo muestra de frente, como la fotografía de un hijo muerto que su padre lleva siempre entre las manos.
El libro del duelo es la historia de esta vida, de este hombre y este país, y también la del escritor que la reivindica, que anhela, ante la imposibilidad de vivir en paz con el dolor, la reparación y el alivio que llegan con el esfuerzo de nunca dejar de contar la verdad.