“Eso que llamamos alimento es muchas veces un comestible sin historia, una semilla que tiene dueño, una tierra arrasada y un cuerpo animal no humano explotado. ¿Queremos de verdad comer esto?”, se pregunta la licenciada en Nutrición Rocío Hernández -conocida en redes como Nutriloca- en su nuevo libro, Comemos lo que somos.
“Comemos historia, comemos política y economía situadas en tiempo y espacio. Comemos conflictos y victorias, géneros y binarismos: a veces comemos diversidades y culturas; comemos muerte y vida; comemos comunicación, amor y odio... Comemos salud y enfermedad. Toda nuestra historia, todo nuestro presente y todo nuestro futuro pueden entrar por la boca… y de hecho lo hacen”, escribe en la introducción.
Con más de 200 mil seguidores en sus cuentas, la especialista argentina en nutrición vegana y vegetariana se ha convertido en una de las grandes referentes del país sobre alimentación basada en plantas. ¿Por dónde se empieza a tener una dieta más amigable con el ambiente y los seres sintientes? ¿Cómo se relaciona el mercado ganadero con la quema de humedales y pastizales, los extractivismos y el agronegocio? ¿Por qué el mundo se vuelve tan hostil cuando alguien plantea la necesidad de dejar de comer carne?
Escribe la autora: “Comemos lo que somos es entonces una invitación que les hago a cuestionar nuestros propios hábitos de consumo, situándolos socialmente y reconociendo nuestros privilegios. Es una invitación al revínculo, para permitirnos comprender que la salida es colectiva, pero si estás leyendo esto y no sabés por dónde arrancar… ¡Empezá por vos! Porque comer es un acto político y a este acto lo construimos colectivamente”.
“Comemos lo que somos” (fragmento)
Quiero cambiar algo, ¿por dónde arranco?
¿Las decisiones personales importan? Claro que sí. Nos hicieron creer que la intimidad de nuestros platos es un tema intrínsecamente privado, alejado de la sintonía que puede devenir con el mundo público. Un plato sin historia, sin sucesos. Un plato elegido por y para mí, que nace y promueve el ensimismamiento.
Bueno, no es así. La sumatoria de actos individuales, que al unirse y conocerse en conjunto generan actos colectivos, promueve una lucha profundamente importante: la batalla cultural. Esa que agrieta hasta a los más gigantes. Esa que hace temblar a los de arriba, porque los de abajo nos movemos. Porque a los procesos culturales los construimos entre todos.
La coherencia de nuestros actos está dada por la integración de nuestro hacer-pensar-sentir. Qué difícil y a la vez satisfactoria tarea. Si llegaste hasta acá, y querés modificar algo, pero a la vez sentís que es tanta la información que te abruma, vamos a intentar ir por partes entendiendo que todo es un proceso. Aunque el primer paso quizás ya lo hiciste: el de cuestionarlo todo. Ahora bien, con esa probable incomodidad que aparece y sabiendo que “sin incomodidad no hay mariposa” vale la alegría (porque la pena nunca vale) preguntarnos: “¿Por dónde arranco?”.
Algo importante que suelo repetirme constantemente, y que quizás te colabore en este proceso, es casi una recomendación: que el leer (y en mi caso, también el escribir) no reemplace al hacer. Porque esto constituye un problema en sí mismo. Saber mucho de algo, conocer a la perfección de dónde sacar el calcio y el hierro, o estudiarse de memoria la infinidad de recetas que existen, no te vuelve una persona que transforma realidades. Las acciones se convierten en caminos que crean posibilidades… y a las palabras se las lleva el viento.
En este sentido, y gracias a mi propio recorrido (naturalmente no soy la misma ni pienso lo mismo comparado a mis inicios en todo este mundo), empatizo con los aportes de Tobías Leenaert, un activista vegano belga, autor del libro How to Create a Vegan World. A Pragmatic Approach (2017) (Cómo crear un mundo vegano. Un acercamiento pragmático). Desde ese enfoque, Leenaert enfatiza en que, más allá de intentar promover que muchas personas sean veganas, necesitamos hacer que ese camino sea lo más “fácil” posible. Entiendo el malestar que nos puede hacer sentir procurar hacer las cosas más fáciles para que las personas hagan las cosas que moralmente deberían hacer (no explotar a seres sintientes, por ejemplo), pero la disponibilidad de posibilidades tiene que estar asociada a la motivación de ese cambio o ganas de transformar. Si no, no hay deseo motivacional que aguante.
Necesitamos el pragmatismo. Cuando comprendí esto, pude correrme del “cumplir una norma porque hay que cumplirla” (ser vegana intachable) a “hacerlo realmente para generar un impacto”, es decir: hacer por los demás animales, y por el amor y respeto que considero debemos tener al entorno en el que convivimos con otras especies, y no para satisfacer mi propia pulcritud egocéntrica. Como profesional de la salud, comprender esto me permitió focalizarme en crear diversas estrategias: alimentarias, motivacionales, de estilos de vida, de decisiones, entre otras, para hacer posible lo necesario. Y, a su vez, intentando contextualizar siempre. Porque, como vimos, somos situados, sino, no somos.
Necesitamos aplanar la pendiente de dificultades, porque todas las personas las tenemos, muy diversas y complejas. De esta manera, adoptar una alimentación basada en plantas como práctica alimentaria dentro del veganismo será visto con otros ojos. Con los ojos del amor hacia los demás animales, el ambiente y nosotros mismos. Y no como una carga imposible de llevar adelante.
Comer plantas es un acto placentero de justicia donde se vuelve tan posible como imprescindible disfrutar de cada bocado. ¡Y te estoy invitando a esto! Lo primero que tenés que saber es que en tu proceso de transformación probablemente el mundo se torne más hostil. Y es factible que esto haga que te toque “empujar más fuerte”. Esto, creo yo, puede deberse a varios factores. En primer lugar, el mundo ya es un poco hostil para quienes deciden mirar. Todo se vuelve un poco doloroso para aquellas personas que constantemente conectan con lo que pasa en nuestras narices: miles de millones de animales encerrados, comida llena de agrotóxicos y personas aledañas a los campos que sufren serias consecuencias por esta situación, injusticias, hambre, vulnerabilidades económicas y políticas, quemas intencionales de humedales y bosques, venta de tierras, extractivismos. Lo que en este libro resumí como “un mundo en llamas”.
Visibilizar lo hasta entonces invisible e innombrable, pero existente, es un camino un tanto doloroso y que puede generar “ecoansiedad”. Este término se encuentra descrito en algunos incipientes estudios sobre el análisis de emociones acerca del impacto climático. La Asociación de Psicología Americana y la organización EcoAmérica definen a la “ecoansiedad” como el “miedo crónico a un colapso medioambiental”.
Existe un concepto mencionado muy recientemente y es el de “vistopía”, analizado en el libro de Clare Mann del mismo nombre. Esta autora, vegana desde hace 10 años, creó este término para explicar “la experiencia del vegano, y este libro le ofrece a las personas veganas una forma de navegar por su dolor y convertirse en los campeones necesarios para crear un mundo más compasivo”. En este camino, resueno con las palabras de Mann al saber que “navegar por el dolor resulta inevitable”, pero este se va transformando, y muta tanto en transformación, que una vez que se da comienzo, ya pareciera que no hay vuelta atrás.
Un pequeño consejo: caminá con tranquilidad. Mucha información de golpe puede comprometer seriamente nuestra salud mental. Ejercitemos el autocuidado, porque la lucha es larga y nos necesitamos fuertes. Y caminá junto a otros. No estás solo, ni sola. No estamos solxs.
En segundo lugar y no menos importante, no vas a poder entender cómo es que las demás personas no se dan cuenta de nada, o sí, pero deciden seguir en la suya, mirando para otro lado, volviendo invisible lo existente. Recordá que vos también estuviste ahí, y en parte es un gran mecanismo de defensa para sobrevivir ante las adversidades que se plantean fuera de la burbuja personal.
Por otro lado, esas mismas personas son las que quizás sean las que obstaculicen tu proceso. Incluso, a veces quienes están más cerca son los principales protagonistas de esto. Probablemente opinen de tu alimentación, de tu aspecto físico, expresen sus miedos (genuinos o no) sobre tus posibles carencias nutricionales y muerte inminente por falla multiorgánica por comer legumbres (y lo hagan con una gaseosa y un choripán en una mano, y un cigarrillo en la otra), te digan que tu lucha no sirve, que a la vaca que está en ese asado al que fuiste ya la mataron así que ahora comela, que por qué el queso y el huevo no si no matan a nadie, y otros tantos cuestionamientos controladores (a veces disfrazados de “lo digo por tu bien”) que tienen como finalidad inconsciente volver a encaminarte y que sigas como antes.
Salirse de la norma, buscar otro camino alimentario, laboral, de relaciones, de vínculos, de crianza, etc… puede ser muy desgastante, no por el camino en sí o por cómo lo vivas, sino por quienes nos rodean. Personalmente, creo que la parte más difícil del veganismo y, dentro del mismo, de seguir una alimentación basada en plantas, son las demás personas y su afán de opinar sobre decisiones ajenas. Quizás, esto se encuentra ligado a las imposibilidades de reconocer que —en el fondo— esas decisiones ajenas incomodan, porque invitan al propio cuestionamiento.
Recuerdo cuando hice ese clic y registré el preciso momento donde la incomodidad de la otra persona sí que se pudo ver: fue hace muchos años atrás, en uno de los tantísimos debates y charlas de sobremesa en los que he estado inmersa. Y digo sobremesa porque “la mesa” y todo aquello que consideramos comida, se encuentra sobre ella, es el epicentro de este tipo de debates. Probablemente, pocas personas cuestionen que uses un cinturón que no sea de cuero de vaca, muy por el contrario, inclusive hasta puede que te pregunten dónde lo compraste, luego de elogiarlo y de preguntarse si es de buena calidad. No pasa lo mismo con la alimentación. Convengamos que los “cinturones de cuero” no tienen armado un aparato institucional que los defienda (academia, profesionales de la salud, corporaciones, multinacionales, Estado) como sí lo tiene la producción/explotación ganadera y el temita de las proteínas, el calcio y bla bla.
Recuerdo este clic porque fue tan evidente que hasta existió ese silencio de insight, de: “wow, eso tuvo que doler”. La cuestión es que me preguntaron por qué no comía animales y también los motivos por los cuales activaba dicha causa. Contextualicen, fue en medio de un asado de cuerpos de animales. Uno de los pocos y últimos a los que asistí. Como ya he mencionado en más de una oportunidad, yo siempre pregunto si realmente quieren entrar en esa conversación o solo me están preguntando para intimidarme u hostigarme. Siempre aclaro que podemos hablar de otra cosa, que no hace falta.
Y acá hago un pequeño paréntesis para convertirlo en disclaimer (deslinde/descargo). Lo que vas a leer a continuación tiene que ver conmigo, con esa polaridad que no siempre muestro porque está vinculada a mi persona, con la intimidad de mi sentir. En cambio, la profesional Licenciada en Nutrición Rocío Hernández, alias Nutriloca, no tracciona de esa manera, sino más bien aprendió, con el tiempo, a acompañar procesos desde el amor, la empatía y la profunda tolerancia. Declarada esta contradicción, continúo…
La conversación siguió y simplemente mencioné —como vimos en las “respuestas incómodas” del capítulo anterior— que no hace falta explotar (ni financiar explotación y muerte animal) para tener una saludable nutrición y que, gracias a un amplísimo conocimiento en el tema teórico y práctico, podía afirmar que todos los que estábamos en esa mesa teníamos la posibilidad de comer muchos otros alimentos. Como ya me sé de memoria los contraargumentos, como, por ejemplo: “no seamos tan extremos, hay que buscar un equilibrio”, culminé diciendo, entre otras cosas, que no existe tal punto medio y si existiera no necesariamente es la opción buena, saludable y viable como pensamos que es sino que, por el contrario, muchas veces simplemente es una fuga para no tomar posición y aparentar neutralidad. Algo que no existe, ya lo sabemos.
Y ahí me di cuenta que la incomodidad que genera ese cuestionamiento es de tal magnitud que hasta ponemos en duda nuestro accionar en el mundo, porque nadie quiere obrar con maldad: nos desestabiliza mucho el solo hecho de pensar que alguien puede considerar que somos “malas personas” (estoy generalizando). No somos malas personas por comer o no comer animales (de hecho, lo vegano no te quita lo misógino, entre otras cosas), solo somos producto de un engaño que es tan necesario como doloroso visibilizar. Pero una vez que tenés la realidad frente a tus ojos, las opciones son múltiples, aunque resumidas en: correr, enfrentar o cambiar.
Si corrés, no vas a llegar muy lejos y con el tiempo se convierte en un “escapar”. Si enfrentás, es un constante desgaste energético superagotador. Solo queda transformarse para transformar y viceversa. Sé el cambio que quieras vivir.
Quién es Rocío Hernández
♦ Nació en Rosario, Argentina, en 1985.
♦ Está detrás de la cuenta @nutriloca, en la que la siguen más de 200 mil personas.
♦ Es licenciada en Nutrición, título extendido por la Universidad de Concepción del Uruguay (UCU), y se graduó en Nutrición Vegana y Vegetariana en la Universidad de Buenos Aires (UBA).
♦ Dirige un posgrado de Alimentación Basada en Plantas -con ejes en salud, ética y soberanía alimen-taria- en la Facultad de Ciencias Médicas de la UNR.
♦ Comemos lo que somos es su primer libro.