Vuelve Florencia Bonelli. Tras el éxito de El hechizo del agua -la primera novela editada en Planeta, su nueva casa editorial- la escritora best-seller regresa a su primer amor: la ficción histórico romántica. Esta vez, comienza una nueva saga con La casa Neville. La formidable señorita Manon, su nuevo libro. Y ya figura en los rankings de los más vendidos en librerías, a pocos días de su publicación.
Esta vez, la escritora argentina referente de la novela romántica narra la historia de Manon Neville, la hija menor de la familia, una mujer dotada de una aguda inteligencia y una voluntad inquebrantable. Corre el año 1833 y Londres es el epicentro financiero por excelencia. Y la Casa Neville se erige como el banco más influyente en el Reino Unido y Europa.
Entre intrigas, traiciones, alianzas y ambiciones, Manon se verá inmersa en un mundo donde distinguir entre amigos y enemigos se vuelve un desafío constante. Su misión será proteger a su familia y preservar la herencia Neville, una odisea que se extiende desde la City de Londres hasta lejanos escenarios como China y el Río de la Plata.
¿Y el amor? El corazón de la historia late con en el amor secreto de Manon por Alexander Blackraven, conde de Stoneville. Este apasionado romance amenaza con poner en peligro no solo sus propias vidas, sino también el destino de todos los Neville.
Drama histórico con pasión romántica: esa parece ser la fórmula con la que Bonelli atrapa a sus lectores, libro a libro, y no defrauda.
“Quiero aprender a estar siempre serena, algo casi imposible de lograr en este mundo. Estar tranquila. Serena. No tener miedo. Confiar en el cosmos. Confiar en que todo tiene un sentido”, le había dicho la autora a Infobae cuando presentaba su libro anterior. El siguiente paso es La casa Neville.
La cordobesa, fiel a su estilo, regresa con un thriller que promete altas dosis de tensión y una narrativa que no da tregua. Bonelli está de vuelta.
Así empieza “La casa Neville. La formidable señorita Manon” (Fragmento)
Jueves, 20 de junio de 1833. La City, Londres.
Manon Neville acompañó hasta la puerta de su despacho a la señora Olsen, clienta de la Neville & Sons, el banco más importante de la City, al que se conocía como la Casa Neville.
Si bien era cierto que se ocupaba de manera personal de varios clientes, en especial de los «menesterosos», como su padre apodaba a los menos acaudalados, a la señora Olsen la atendía con especial empeño por razones que iban más allá de las cuestiones financieras. Su esposo, Sven Olsen, era parte de la tripulación del Leviatán, y a ella le interesaban las noticias vinculadas a ese clíper, en especial las relacionadas con su capitán, Alexander Blackraven, conde de Stoneville.
A punto de regresar a su escritorio, se detuvo y observó el de su padre, oscuro y pesado, y extrañamente vacío. Ubicado apenas a una yarda del suyo, representaba el imperio del hombre que lo ocupaba diariamente, pues su padre, Percival Neville, primer barón de Alderston, futuro vizconde de Falmouth, era sin duda un hombre poderoso, al que se mencionaba de continuo en los periódicos.
Dos días atrás, el martes 18 de junio, mientras las publicaciones londinenses celebraban el decimoctavo aniversario de la batalla de Waterloo, un periodista de The Times había afirmado que la guerra contra el tirano Napoleón Bonaparte la había ganado tanto el duque de Wellington como sir Percival Neville, futuro vizconde de Falmouth, porque jamás habrían vencido al Ogro de Córcega sin el flujo constante de monedas de oro con que había abastecido al ejército británico y a los aliados del continente. Así lo entendió el príncipe regente Jorge, y en 1816 lo premió con la baronía de Alderston.
Manon se aproximó al escritorio de su padre y acarició la lustrosa caoba. Sonrió al recordar la anécdota que su padrino, Arthur Wellesley, duque de Wellington, le refería de tanto en tanto, en especial en esas fechas, y que a ella le gustaba escuchar. «En 1809, ningún banquero londinense se atrevía a enviarme una sola remesa de dinero a Portugal. Fuese por mar o por tierra, era muy probable que los franceses la interceptaran. Créeme cuando te digo, querida Manon, que la posición de mi ejército era desesperada. Percy, tu valiente padre, alquiló el barco pesquero de aspecto menos atractivo que halló en el puerto de Plymouth. Con la asistencia de Roger Blackraven y de cuatro de sus marineros más antiguos y de confianza, una noche y en gran secreto, cargaron las cajas colmadas de guineas de oro, y todos disfrazados de pescadores, incluso tu padre, zarparon hacia el mar Cantábrico. Tuvieron suerte, y el buen tiempo los acompañó, por lo que en seis días Blackraven condujo la nave sin incidentes hasta el puerto de Oporto para la salvación de mi ejército. Recuérdalo siempre, querida Manon, y cuéntaselo a tus hijos para que sepan que su abuelo, Percy Neville, también es un héroe».
—También lo son Roger Blackraven y sus marineros —susurró la joven, y apartó la vista del escritorio vacío.
Su padre se ausentaba desde hacía pocos días, y ella lo echaba de menos. Lo asistía en las cuestiones de la Casa Neville desde hacía casi tres años y se había acostumbrado a estar siempre a su lado. Al principio se había tratado de algo temporal, hasta que Percival Neville se recobrase tras el accidente de caza que le había dejado el brazo en cabestrillo. Algunos familiares y amigos criticaron a Percival: que su hija de dieciocho años trabajase en el banco era escandaloso e inaceptable; dañaba su reputación. En opinión de Percival, habría dañado la reputación de Manon que él terminase condenado a muerte tras haber asesinado a uno o a varios de sus empleados, una caterva de inútiles.
Sus cuñadas Charlotte y Louisa le sugirieron con cierta vehemencia lo que a ojos vistas resultaba lógico: que emplease a su primogénito, Archibald Neville.
—Archie solo es bueno para la caza y la cría de caballos —afirmó Percival, y sus ojos azules se fijaron en ellas desafiándolas a que volvie- sen a importunarlo.
Las mujeres se batieron en retirada y no osaron cuestionar de nuevo la decisión, más allá de que en los salones echaron pestes. Su cuñado
Percival Neville podía ser muy rey de la City y uno de los hombres más poderosos del Imperio, pero se comportaba como un insensato y un irreverente. Bastaba para demostrarlo que se hubiese casado en segundas nupcias con una actriz española y, para peor, papista. De nada valía que la mujer se hubiese convertido a la fe anglicana antes de la boda, ni que el mismo Arthur Wellesley hubiese oficiado como padrino en la ceremonia. Dorotea Castillo y Paje, conocida en las tablas como Dorotea la Dea, había sido una mujerzuela. Jamás la trataron y la condenaron al ostracismo.
Cumpliendo una orden de Alistair Neville, el patriarca de la familia, que no quería a la inconveniente segunda esposa de su primogénito en suelo inglés, Percival la instaló en un suntuoso petit hôtel en París, sobre la rue de Rivoli, donde la visitaba a menudo, pues sus viajes a través del canal de la Mancha se repetían con frecuencia. La sede de la Casa Neville en la capital francesa, responsabilidad de su hermano David, esposo de Charlotte, se hallaba en serios aprietos; precisaba de su asesoramiento y, sobre todo, de su ayuda financiera.
Manon Gloriana Neville nació en la casa de la rue de Rivoli el 14 de julio de 1812, en el vigésimo tercer aniversario de la Revolución. Charlotte, que para la época vivía a pocas calles de la residencia de Dorotea, envió a una doméstica a averiguar de qué sexo y cómo era la criatura.
«Niña, madame», le informó la muchacha. «Y dicen que nació roja como la grana, con una pelusa transparente en la cabecita y berreando como un cerdito». Siendo Dorotea de piel aceitunada, cabello negro y ojos oscu- ros, era improbable que sus amistades parisinas y londinenses aceptasen la teoría de que Manon no era una Neville. De igual modo, continuó conjeturando y llegó a la conclusión de que el amante de Dorotea podía ser rubio y de ojos claros, similar a su cuñado Percival. Durante meses la observó por la calle y mandó espiarla. La actriz española salía para hacer compras siempre escoltada por la madre, una española con aspecto de gitana, y por el tal Thibault Belloc, un gascón, antiguo artillero del ejército napoleónico y hombre de confianza de Percival, por el que habría dado la vida, nadie sabía el motivo de tanta devoción. Belloc quedaba descartado porque era de tez tan oscura como la de Dorotea.
Con el tiempo, la sospecha de Charlotte quedó en la nada, pues la niña no solo era rubia y de ojos azules como el padre, sino que acabó por convertirse en su vivo retrato. Algunos señalaban que los duros y varoniles rasgos de Percival se habían suavizado en su hija menor y que semejaban a los de la madre, una beldad indiscutible, por muy española y papista que fuese.
Cinco años más tarde, cuando Charlotte se enteró de que su cuñado Leonard Neville había contratado un tutor italiano para que se ocupase de la educación de su sobrina Manon, un tal Tommaso Aldobrandini, y que el hombre se alojaría bajo el techo de Dorotea, creyó que había llegado la oportunidad para demostrar que se trataba de una mujerzuela. Sus intenciones parecieron confirmarse la noche en que vio a Aldobrandini compartiendo el palco del Théâtre-Italien junto a Dorotea, Percival y Leonard. El italiano, de unos cuarenta años, era notablemente bien parecido. Días después, su intriga se desmoronó cuando una fuente atendible le confió que el dómine prefería la compañía de los hombres.
Quién es Florencia Bonelli
♦ Nació el 5 de mayo en Córdoba, Argentina.
♦ Estudió Ciencias Económicas pero decidió dedicarse de lleno a la escritura en 1999
♦ Publicó publicado más de 20 libros, entre ellos, Bodas de odio (1999), Marlene (2003), Indias blancas (2005), Lo que dicen tus ojos (2006), la bilogía “El cuarto Arcano” (2007), la trilogía “Caballo de fuego”, la “Trilogía del perdón”, la serie “Nacidas” y la saga “La historia de La Diana” y La Tía Cósima.
♦ Su obra fue traducida a varios idiomas.
♦Vendió casi cuatro millones de ejemplares y es la escritora argentina más vendida y leída.