Carlo Ginzburg: “Hay una relación entre mi manera de pensar la Historia y la persecución que sufrí como un niño judío”

El intelectual italiano, maestro de la microhistoria, reflexiona sobre su carrera, sus obras más célebres y la importancia del azar en la investigación histórica. Visitará Argentina la semana que viene para recibir el Diploma Doctor Honoris Causa de la Universidad de Buenos Aires

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El historiador italiano Carlo Ginzburg (Ulf Andersen/Getty Images)
El historiador italiano Carlo Ginzburg (Ulf Andersen/Getty Images)

“En el pasado, se podía acusar a los historiadores de querer conocer únicamente ‘las hazañas de los reyes’. Hoy, por supuesto, ya no es así. Cada vez más recurren a lo que sus predecesores habían callado, descartado o simplemente ignorado. ‘¿Quién construyó Tebas a partir de las siete puertas?’, se preguntaba ya el ‘obrero-lector’ de Brecht. Las fuentes no nos dicen nada sobre esos albañiles anónimos: pero la pregunta conserva todo su peso”.

Así Carlo Ginzburg resume la esencia de El queso y los gusanos, el libro sobre la vida de un molinero del siglo XVI que lo catapultó a la fama y se convirtió en un clásico traducido en decenas de idiomas. Fue, además, un obra fundacional del género de la “microhistoria”, un método de análisis histórico interdisciplinar que, partiendo de la observación en profundidad de una persona, un acontecimiento o un lugar, puede pintar un cuadro de una época, su sociedad y su cultura.

Hoy, a casi 50 años de la publicación de aquel libro, Ginzburg es considerado el más relevante historiador italiano, el más conocido en el ámbito internacional y un pionero en la historia de la cultura popular.

Nacido en Turín en 1939, hijo del intelectual Leone Ginzburg, figura crucial del antifascismo y de la cultura italiana del período de entreguerras, y de la gran Natalia Ginzburg, Carlo parecía destinado a seguir las huellas de sus padres en el mundo de las letras y la cultura. Y en efecto así fue, aunque decidió hacerlo desde el lugar de la historiografía. Una decisión que, no obstante, tomó de manera inesperada e improvisa.

“Tenía veinte años, estudiaba en la Scuola Normale de Pisa”, cuenta en una entrevista con Infobae. “De repente (estaba en la biblioteca) tomé una triple decisión: intentar aprender el oficio de historiador; intentar estudiar los juicios por brujería; intentar recuperar las actitudes, las creencias de quienes fueron juzgados. En esta triple decisión se entretejieron lecturas (Cuadernos de la cárcel, de Antonio Gramsci; Cristo se detuvo en Éboli, de Carlo Levi; El mundo mágico, de Ernesto de Martino); una película (Dies irae, de Carl Dreyer) y muchas cosas más, que entonces yo desconocía”.

Otro elemento novedoso que caracterizó el trabajo de Ginzburg fue tomar el punto de vista de las víctimas, algo que atribuye al haber crecido en una familia marcada por la persecución. Sus padres eran judíos y de izquierda. Su padre murió en la cárcel tras ser torturado por los nazis. “Tenía recuerdos vívidos de la persecución que me había convertido en un niño judío”, explica el historiador, quien en varias oportunidades contó que se “convirtió” en judío a los cinco años, en el verano de 1944, cuando ante el riesgo de ser capturado por los alemanes tuvo que dar un nombre falso no judío.

Ginzburg respondió por mail a las preguntas de Infobae antes de viajar a Argentina, donde la semana que viene se le entregará el Diploma Doctor Honoris Causa de la Universidad de Buenos Aires. En la capital argentina también participará en distintas actividades en el marco del Congreso Humanistas italianos en América Latina, organizado por el Instituto Interdisciplinario de Estudios e Investigaciones de América Latina de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA (el detalle de las actividades está al final de la nota).

—Uno de sus primeros libros tras tomar la decisión de convertirse en historiador fue Los Benandanti, donde revisa la brujería y los cultos agrarios entre los siglos XVI y XVII en el noreste de Italia. El disparador de esa obra fue el hallazgo azaroso en el Archivo de Estado de Venecia del interrogatorio de Menichino, un ganadero de Latisana, que había sido denunciado por ser un benandante (en italiano “los buenos caminantes”) ¿Recuerda cómo fue ese momento?

—Yo había empezado a estudiar los juicios por brujería partiendo de la hipótesis de que la brujería había sido una forma elemental de lucha de clases. Una hipótesis ingenua, aunque comprensible en un joven izquierdista de finales de los años 50, que se inspiraba en los cuadernos de Gramsci (y en la Bruja de Jules Michelet, como símbolo de revuelta). Ahora, entre los documentos de la Inquisición conservados en el Archivo Estatal de Módena (adonde había acudido por consejo de mi mentor, Delio Cantimori) encontré un proceso, celebrado en 1519, contra una campesina, Chiara Signorini, acusada de haber hechizado al ama que la había echado de la finca donde trabajaba con su marido. Recuerdo que ante este caso, que parecía confirmar la hipótesis de la que había partido, sentí una sensación de decepción: una confirmación tan rápida sugería que la hipótesis de la que había partido era demasiado simple. (De hecho, el ensayo que dediqué al proceso contra Chiara Signorini -el primero que publiqué, Stregoneria e pietà popolare (Brujería y piedad popular)- insistía en un tema diferente). Decidí emprender un viaje por los archivos italianos en busca de documentos de la Inquisición, sin tener una hipótesis precisa. La primera parada era inevitable: los Archivos Estatales de Venecia. Allí, vagando al azar por los procesos, di con el interrogatorio de Menichino. A la pregunta del inquisidor de si era benandante, Menichino respondió, tras algunas vacilaciones, sobre las batallas de los benandanti contra las brujas para obtener cosechas fértiles. Su respuesta, totalmente inesperada (evidentemente también lo había sido para el inquisidor) me conmovió tanto que tuve que abandonar el archivo. Sólo muchos años después, en Tokio, con motivo de la traducción al japonés de mi libro Historia Nocturna, intenté explicar por qué tuve entonces la sensación de haber hecho un gran descubrimiento. Todo esto lo conté en el ensayo Brujas y chamanes incluido en el libro El hilo y las huellas. Lo verdadero, lo falso, lo ficticio, Buenos Aires 2010).

Ginzburg recibirá en Argentina el Diploma Doctor Honoris Causa de la Universidad de Buenos Aires (Ulf Andersen/Getty Images)
Ginzburg recibirá en Argentina el Diploma Doctor Honoris Causa de la Universidad de Buenos Aires (Ulf Andersen/Getty Images)

—En un artículo de hace algún tiempo titulado “Por qué la red nunca podrá sustituir a las bibliotecas”, escribió sobre la diferencia entre el papel de las bibliotecas e Internet. Si hubiera tenido a su disposición únicamente la red, ¿habría podido encontrar a Menichino?

—Si la colección de procesos inquisitoriales conservada en el Archivo de Estado de Venecia (150 grandes cajas) hubiera estado accesible en Internet, tal vez habría dado con el interrogatorio de Menichino, siempre y cuando confiara en el azar. Tengo la impresión de que pocos estudiosos de la historia lo hacen.

—Ha hablado de la casualidad como elemento en la base de su investigación. ¿Cómo influye el azar en la selección de sus temas?

—”El libro que necesitas puede encontrarse junto al libro que buscas”, decía Aby Warburg. Haciéndome eco de esta famosa frase, suelo decir que no basta con encontrar lo que se busca: también hay que dejarse sorprender por lo que no se espera. Por eso me parece importante el elemento aleatorio (incluso el producido deliberadamente). Pero la elección de los temas no es fruto del azar: ahí entra en juego la formación (y los prejuicios) del investigador. Y sólo la filología puede corregir nuestros prejuicios.

—Una de las características novedosas de El queso y los gusanos fue el uso de un enfoque detectivesco para estudiar la vida del molinero Menocchio. ¿Cómo se le ocurrió esta idea y cómo influyó en su abordaje de la historia?

—Hice hincapié en este elemento detectivesco en un ensayo que publiqué unos años más tarde: Spie: radici un paradigma indiziario (Espías: raíces de un paradigma de evidencias), posteriormente incluido en la colección Miti emblemi spie (Mitos Emblemas Espías, 1986). En la reedición ampliada de este libro, publicada hace unas semanas por (la editorial italiana) Adelphi, agregué un epílogo en el que subrayaba el vínculo entre aquel ensayo y El queso y los gusanos. “Espías” comienza con tres figuras: Giovanni Morelli (el conocedor italiano que firmaba como Ivan Lermoieff), Sigmund Freud y Sherlock Holmes. Detrás de esta tríada está el caso, como género literario, que yo había empezado a frecuentar leyendo los casos clínicos de Freud y los casos detectivescos de Sherlock Holmes traducidos. Mi trayectoria hacia la microhistoria pasa por el estudio de los casos.

—Usted es conocido por ser un historiador con un estilo de escritura muy reconocible y que en sus obras utiliza las herramientas de la literatura. ¿Qué autores y estudiosos le han influido, tanto en términos de estructuras narrativas como de construcción de frases, y qué papel desempeñó su madre Natalia?

—Aquí el discurso sería largo. Intentaré responder diciendo que de mi madre aprendí muchas cosas, entre ellas el ritmo de la narración. Como decía el arquitecto Mies van der Rohe, less is more (menos es más). El descubrimiento del potencial narrativo de la historiografía pasa por aquí.

Natalia Ginzburg, la célebre autora de "Léxico Familiar". "De mi madre aprendí muchas cosas, entre ellas el ritmo de la narración", dice Ginzburg.
Natalia Ginzburg, la célebre autora de "Léxico Familiar". "De mi madre aprendí muchas cosas, entre ellas el ritmo de la narración", dice Ginzburg.

—En su obra hay una dialéctica continua entre dar voz a las víctimas, por un lado, y, por otro, la conciencia extrema de la “distancia”, de la necesidad de la filología. Del problema de la dicotomía entre el actor y el observador. ¿Cómo es posible conciliar esto en contextos universitarios y de investigación en los que dominan las políticas identitarias?

—En efecto, no se concilia en absoluto. Empecé mi investigación hace mucho tiempo, cuando las políticas de identidad aún no existían. En 2010 escribí un ensayo (El vínculo de la vergüenza) que terminaba criticando la versión actual de la noción de identidad. Sin embargo, no veo contradicción entre dar voz a las víctimas y la necesidad de distanciamiento. Escribí otro ensayo sobre este tema, Nuestras palabras y las suyas.

—Usted se identificó inicialmente con víctimas como Menichino. ¿Existe alguna relación entre esto y su identidad de judío surgida de la persecución?

—La relación estaba ahí, aunque no me di cuenta hasta pasados muchos años. Una remoción increíble, ya que tenía recuerdos vívidos de la persecución que me había convertido en un niño judío. Pero tal vez la eliminación de una conexión tan obvia fue dictada por una estrategia inconsciente, lo que la hizo aún más eficaz.

—¿Cree que hay alguna forma de adaptar la microescala -que ha sido una parte fundamental de su trabajo- a la escala global?

—En un ensayo publicado hace años en inglés, y ahora en versión italiana (Microstoria e storia del mondo, incluido en el volumen La lettera uccide (Adelphi 2021) argumenté, proponiendo un ejemplo concreto, que una forma de conectar ambas perspectivas puede ofrecerse mediante estudios de casos.

—¿Cómo juzga la situación política italiana y europea actual?

—Es una situación muy mala: y me temo que lo peor está aún por llegar. Y, por desgracia, la expansión de los partidos de extrema derecha no sólo afecta a Italia, ni sólo a Europa.

Actividades de Carlo Ginzburg en Argentina:

—Martes 3 de octubre: diálogo con Marcela Croce y Andrés Kozel en el Centro Cultural Universitario Paco Urondo de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA. A las 16:45 hs en 25 de Mayo 221, CABA.

—Miércoles 4 de octubre: entrega del Diploma Doctor Honoris Causa de la Universidad de Buenos Aires. La laudatio estará a cargo del Dr. José Emilio Burucúa. A las 18 hs en el aula 108, sede Puan 480, CABA.

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