Reeditan el escandaloso libro de la mujer que inspiró “El Aleph” y que no se casó con Borges porque no tenían sexo

Estela Canto y el máximo escritor argentino tardaron en acercarse. Después, él se enamoró profundamente y a pesar de su propia madre. Canto publicó “Borges a contraluz” en 1989: el libro desató enorme polémica y se volvió inconseguible. Hasta ahora.

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Estela Canto y Jorge Luis Borges
Estela Canto y Jorge Luis Borges

Se conocieron en la casa de Bioy y Silvina, y no se gustaron. Ella había leído un cuento suyo en la revista Sur sin demasiado entusiasmo, y cuando finalmente se lo presentaron, le pareció torpe, regordete, miope, un poco pretencioso. Él ni siquiera la miró. No le dedicó ni un pensamiento.

Cada vez que había reuniones y ella venía a comer, él pasaba la mayor parte del tiempo en el estudio de Bioy donde escribían los cuentos de Bustos Domecq que luego iban a salir en Seis problemas para Isidro Parodi. Ella sabía que él estaba porque escuchaba las risas que venían del piso de abajo; los Bioy vivían en un tríplex en Ecuador y Santa Fe. La mayoría de las noches él se iba sin saludar. Parecía siempre apurado. Ella se quedaba bailando con Silvina. Acostumbrada a provocar cierta impresión en los hombres, había empezado a tomarle tirria por esa actitud desatendida, descortés.

Estela Canto todavía no había cumplido los 30. Morocha con el pelo hasta los hombros, la piel aceitunada, cuando usaba tacos —pero nunca usaba tacos— llegaba casi a la altura de él. Menuda y con el cuerpo a punto de ser exuberante, tenía la cara angulosa y los ojos grandes y almendrados un poco separados. Borges la vio —realmente la vio— varios meses después. Y se enamoró de inmediato.

Fue una noche que quiso el destino que salieran a la vez de la casa de los Bioy. Bajaron juntos en el ascensor y caminaron unas pocas cuadras hasta la boca del subte. El diálogo debe haber sido banal, un poco tirante, con varios silencios. Pero, antes de llegar a la estación Pueyrredón estaban tan metidos en la conversación que él le propuso seguir caminando.

Leonor Acevedo de Borges, la madre del escritor, no aprobaba el vínculo con Estela Canto.
Leonor Acevedo de Borges, la madre del escritor, no aprobaba el vínculo con Estela Canto.

Llamó a la madre desde un teléfono público para avisarle que iba a llegar más tarde y cuando llegaron hasta la Plaza San Martín decidieron seguir todavía un poco más, hasta el Parque Lezama. Estela vivía en San Telmo. En algún momento entraron a un bar. Ella pidió un café y él un vaso de leche. Ahí fue cuando la miró. Y ella se dio cuenta. Esa noche se quedaron hablando en las escalinatas del parque que dan a la calle Brasil hasta las tres o cuatro de la mañana.

Cada vez que se veían, él tenía que avisarle a Leonor. “No, madre. Sí, madre. Está bien, madre”. Estela escuchaba las respuestas de Borges, que no acreditaba los 45 años que tenía. Leonor la detestaba, le parecía atrevida y vulgar —quizás esa fuera una de las razones por las que él tanto la quería—, y por eso tenían que verse siempre afuera: en el parque, en la costanera. Incluso, cuando él la llamaba a la casa tenía que hacerlo desde un teléfono público. La calle, para Borges y Estela, fue un refugio.

Él le regalaba libros, muchísimos libros, que ella no leía. Le escribía postales. A veces, iba hasta la casa y se los daba a la empleada doméstica sin animarse a preguntar si ella estaba. Estela pasó a máquina El Aleph y después fueron juntos a llevárselo a Pepe Bianco para que lo publicara en Sur. El cuento está dedicado a ella; iba a ser el primero de una serie que terminó siendo de un único elemento.

Alguna vez, Borges dijo que Beatriz Viterbo estaba basada en una mujer que él había amado. Después dijo que la había compuesto a partir de tres; dos ya habían muerto. Nunca terminó de revelar quiénes eran y hasta dijo en una entrevista que Beatriz era María Esther Vázquez, lo que era imposible porque se conocieron más de una década después de que se publicara el cuento.

La primera edición fue de 1989.
La primera edición fue de 1989.

A mediados de la década del 2000, un hombre de sociedad dijo en La Nación que Beatriz Viterbo era su abuela, una mujer que Borges había conocido y a quien le habría dedicado algunos poemas. El hombre veía claramente a su abuela en la descripción que Borges hace de Beatriz: “Era alta, frágil, muy ligeramente inclinada; había en su andar —si el oxímoron es tolerable— una torpeza graciosa”. Es claro que la lectura de ese señor era demasiado voluntariosa: Beatriz es Estela.

Todo el cuento grita su nombre. Por eso es tan impactante el silencio que ella hace en Borges a contraluz.

A la cama con Mr. Hyde

El libro salió en 1989, muy poco después de la muerte de Borges y provocó un escándalo. Por años —décadas— fue imposible de conseguir. Había algunos ejemplares en Mercado Libre a precios astronómicos. También circuló una edición pirata plagada de errores y con algunos capítulos faltantes. Por fin, después de tanto tiempo, Emecé emprendió la reedición y el libro vuelve a conseguirse. La tapa es una foto donde los dos están parados, ella lo tiene del brazo, él mira con una bufanda cerrada al estilo inglés. Hay un aura de intimidad en esa foto.

Borges a contraluz fue el primer libro que mostró al otro Borges. Antes que en el diario de Bioy, Mr. Hyde hacía su aparición en el libro de Estela. Sin llegar a ser una biografía, el libro es una semblanza de una mujer que lo quiso pero no lo amó. Por lo menos no tanto como él a ella.

El libro "Si" de Aníbal Jarkowski reconstruye la relación de Borges y Canto. Se publicó en 2022.
El libro "Si" de Aníbal Jarkowski reconstruye la relación de Borges y Canto. Se publicó en 2022.

En poco menos de 300 páginas, Estela muestra las miserias y bajezas de un hombre al que, sin embargo, respeta: la omnipresencia de la madre, la dificultad para relacionarse con las personas más allá de la literatura, la mirada clasista y despectiva hacia el peronismo.

Borges, dice ella, nunca entendió al peronismoy —lo que es más— nunca [lo] quiso entender, como si entender fuera aprobar”. Da la impresión de que ella, de hecho, fuera la más peronista de ese grupo de antiperonistas. Y eso, como le pasó a Leopoldo Marechal, parece haber sido una de las causas de su apartamiento. O quizás fuera Victoria Ocampo: Estela —como Marechal en Adán Buenosayres— se animó a criticar a Titania, la dama de hierro.

La trama Borges-Canto está maravillosamente escrita por Aníbal Jarkowski en la novela Si, que salió el año pasado. Jarkowski es uno de los escritores más virtuosos de la Argentina. Elegante, gracioso, tiene el buen gusto de no mostrarse como el gran erudito que es. Este año dio un curso sobre Fervor de Buenos Aires en el Malba con el que logró algo muy difícil: decir algo nuevo sobre un libro que tiene cien años.

También estuvo en las jornadas que organizó el Centro Cultural Borges y habló, justamente, de Estela. Las mejores ideas de este artículo son estrictamente un robo descarado a lo que él dijo en esos encuentros. En la novela, Jarkowski recrea un diálogo que Estela mantuvo con el psicólogo de Borges, en el que aquel le dice que, por el bien de las letras del país, ella debía aceptar la propuesta de matrimonio.

Silvina Ocampo y Adolfo Bioy Casares: fue en casa de ellos que se conocieron Borges y Canto.
Silvina Ocampo y Adolfo Bioy Casares: fue en casa de ellos que se conocieron Borges y Canto.

Alrededor de esto hay toda una mitología sobre la vida sexual de Borges que lo caracteriza como alguien que le tenía aversión al sexo. Estela nada aclara en Borges a contraluz, pero dice algo que cae con el peso de una sentencia.

Un día, Borges le propuso casamiento y ella, quizás divertida, quizás sorprendida, quizás cansada del amor platónico y de las excusas que él le daba a la madre, le dijo que antes de pensar en eso tenían que acostarse. La frase que se hizo famosa es demasiado teatral, da la impresión de que ella tomó prestada la costumbre de Borges de ir puliendo la historia a lo largo de los años. “Lo haría con mucho gusto, Georgie”, dice que le dijo, “pero no olvides que soy discípula de Bernard Shaw; no podemos casarnos si antes no nos acostamos”.

Estela no era una mala escritora; al contrario: era muy buena. Colaboraba en Sur, en La Nación; hay textos suyos en Los Anales de Buenos Aires —la revista que Borges dirigió cuando dejó la Biblioteca Cané—. Sus cuentos son, si no buenos, eficaces. Ella reseñó El Aleph en la revista Sur y se nota el esfuerzo que hace para no mostrar una absoluta admiración.

Pero, de alguna manera, con ella pasó lo mismo que con Norah Lange: los fracasos amorosos de Borges se saldaban en la literatura. Ni Norah ni Estela tienen el lugar que merecen. Y de las dos, Borges criticaba su forma de beber. En 1985, mientras atravesaba una situación económica grave, ella lo invitó a comer y le pidió que la autorizara a subastar el manuscrito de El Aleph en Sotheby’s. Lo había mantenido consigo durante cuarenta años. De ese almuerzo, lo único que recordaba Borges era que Estela había vaciado, ella sola, una botella entera de vino.

Borges y Canto de paseo por la costanera.
Borges y Canto de paseo por la costanera.

Cuentan que, en los últimos tiempos, María Kodama leyó el libro de Estela Canto y no le disgustó. Maravillados por este cambio, le dijeron que tenía que leer el diario de Bioy, pero no se dejó convencer. Su lealtad hacia Borges —un Borges: su Borges— era demasiado estricta como para permitirse esa lectura. Y sin embargo Bioy era uno de los que le guardó un cierto rencor a Estela.

Pero ¿ella lo quería? Dicen que en la década del 50, cuando él ya había empezado a tener fama internacional, Estela lo emboscaba a la salida de la Biblioteca Nacional o lo perseguía en la estación Independencia del subte. Borracha, le gritaba: “Ahora no me querés ni saludar”.

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