En pleno 50º aniversario de la muerte del poeta trasandino, el 23 de septiembre de 1973, es propicio recordar la breve pero jugosa estadía de Neftalí Ricardo Reyes Basoalto, mejor conocido como Pablo Neruda, en la capital argentina como agregado al Consulado de Chile en Buenos Aires.
Neruda venía de desempeñarse como cónsul en Rangún, Ceylán, Java y Singapur. Y, si bien nunca faltaban las penurias económicas, resultaba una ocupación ideal para un escritor ya que le permitía viajar y disponer de tiempo para crear su obra.
En agosto de 1933, con 29 años cumplidos, Pablo Neruda llegó a Buenos Aires llevando bajo el brazo su flamante Residencia en la tierra, publicada ese mismo año por la editorial Nascimento, en una tirada de 100 ejemplares firmados que incluía poemas escritos durante los años 1925 y 1931. Esta edición sería luego conocida como Primera Residencia.
A esta obra le sucedió la elaboración y publicación de dos libros más: Segunda y Tercera Residencia respectivamente. Neruda era un poeta joven, con varios libros publicados en su haber, siendo los más difundidos Crepusculario (1923) y Veinte poemas de amor y una canción desesperada (1924), que ya contaba con edición argentina bajo el sello de Editorial Tor. Sus poemas circulaban en revistas literarias de España y participaba asiduamente con crónicas, poemas y traducciones en medios y publicaciones de la región.
No resulta difícil imaginar el Buenos Aires de los años 30; las vanguardias locales y foráneas, el ultraísmo, el martinfierrismo, las revistas y polémicas literarias, los grupos de Florida y Boedo, el crack del 29 haciendo crujir la estabilidad del granero del mundo en el marco de la “Década Infame”, en fin, la modernidad en versión local con nuestra elite cultural brillando en todo su esplendor.
El sorprendido poeta fue objeto de múltiples agasajos y acaparado por Sara Tornú de Rojas Paz, apodada “La Rubia”, cuyas concurridas tertulias pusieron en contacto a Neruda con Amado Villar, Raúl González Tuñón, Ricardo Molinari, Amparo Mom, Enrique Amorim, Conrado Nalé Roxlo y Augusto Mario Delfino, estrechando lazos con Oliverio Girondo, Norah Lange, González Carvalho, Alfonsina Storni, entre muchos otros que solían frecuentar el café Signo y otros puntos calientes de la intelectualidad de la época.
Entonces, el 13 de octubre, un mes después de su llegada a Buenos Aires, sucedería el encuentro que cambiaría la vida y el destino de Neruda para siempre; el desembarco de Federico del Sagrado Corazón de Jesús García Lorca en la capital porteña, para acompañar el éxito de su obra Bodas de sangre, protagonizada por la compañía teatral de Lola Membrives.
Los poetas se conocieron en el agasajo de bienvenida organizado por la Rubia Tornú. Federico con 35 años ya era un artista consagrado, una celebridad de las letras españolas, al cual “reconocían por las calles” como atestiguan los homenajes y atenciones que se le prodigaron en la escena local. Integrante de la llamada Generación del 27, Lorca ya había publicado con gran éxito Poema del cante jondo y Romancero gitano, así como La zapatera prodigiosa y Bodas de sangre, entre muchas otras producciones que lo habían asociado indisolublemente al imaginario gitano, hecho que le acarreó algunas críticas de sus colegas y era motivo de preocupación estética para el artista.
Para Neruda y Lorca fue amistad a primera vista; al instante de conocerse se eligieron como interlocutores y confidentes, dando paso a interminables veladas donde compartían, con mutua admiración, impresiones acerca de la literatura y la vida. Neruda traía todavía frescos los poemas de la Primera Residencia, junto a otros nuevos que iba incorporando a un proyecto en constante expansión.
Lorca venía de un viaje reciente a Estados Unidos, origen de los textos de Poeta en Nueva York, que sería publicado de manera póstuma en 1940, libro mítico que vendría a sacudir el panorama de la poesía hispanoamericana del siglo XX, con un Lorca que sorprendió por moderno, por urbano, por surrealista y por su crítica feroz a la alienación capitalista norteamericana. Y si bien unos pocos de estos textos inéditos ya formaban parte de alguna antología, Neruda fue unos de sus primeros lectores, al igual que Lorca con esa Primera Residencia en la tierra, casi desconocida aún para el gran público.
Apenas dos semanas después de conocerse, ambos poetas fueron homenajeados con una cena en el Pen Club. Evento accidentado ya que algunos detractores trataron de intervenirlo mediante falsos avisos de suspensión, que fueron hábilmente neutralizados por la Rubia Tornú. Neruda y Lorca deciden sorprender al auditorio, redirigiendo, sin aviso, el homenaje hacia el poeta nicaragüense Rubén Darío, figura central para la poesía de habla hispana y que les permitía a la vez establecer una raíz común de conexión, cuya gravitación sobre la lengua poética era innegable: el Modernismo.
El formato elegido por los dos compinches para celebrarlo fue un discurso “al alimón”, que hoy compartimos con ustedes. Este término, proveniente de un juego popular infantil, en la jerga de la tauromaquia refiere a una técnica de toreo muy especial.
En su libro de memorias, Confieso que he vivido (1974), Neruda relata así esta famosa escena: “Habíamos preparado un discurso al alimón. Ustedes probablemente no saben lo que significa esa palabra y yo tampoco lo sabía. Federico, que estaba siempre lleno de invenciones y ocurrencias, me explicó: ‘Dos toreros pueden torear al mismo tiempo el mismo toro y con un único capote. Esta es una de las pruebas más peligrosas del arte taurino. Por eso se ve muy pocas veces. No más de dos o tres veces en un siglo y sólo pueden hacerlo dos toreros que sean hermanos o que, por lo menos, tengan sangre común. Esto es lo que se llama torear al alimón. Y esto es lo que haremos en un discurso.’
Y esto es lo que hicimos, pero nadie lo sabía. Cuando nos levantamos para agradecer al presidente del Pen Club el ofrecimiento del banquete, nos levantamos al mismo tiempo, cual dos toreros, para un solo discurso. Como la comida era en mesitas separadas, Federico estaba en una punta y yo en la otra, de modo que la gente por un lado me tiraba a mí de la chaqueta para que me sentara creyendo en una equivocación, y por el otro hacían lo mismo con Federico.
Empezamos, pues, a hablar al mismo tiempo diciendo yo “Señoras” y continuando él con “Señores”, entrelazando hasta el fin nuestras frases de manera que pareció una sola unidad hasta que dejamos de hablar. Aquel discurso fue dedicado a Rubén Darío, porque tanto García Lorca como yo, sin que se nos pudiera sospechar de modernistas, celebrábamos a Rubén Darío como uno de los grandes creadores del lenguaje poético en el idioma español.”.
Es que el poeta nicaragüense Félix Rubén García Sarmiento, más conocido como Rubén Darío y fallecido en 1916, resulta una figura ineludible si de poesía hispanoamericana se trata. Fue en Chile donde publicó Azul (1888), el libro inaugural del Modernismo, y en Buenos Aires donde en 1896 publicará otros dos títulos centrales para la consolidación de esta nueva estética: Los raros, una colección de artículos sobre los escritores que le interesaban, y Prosas profanas y otros poemas, obra que supuso la consagración definitiva del modernismo literario en español.
En 1898, en su paso por España como corresponsal, Darío supo despertar la admiración de un grupo de jóvenes poetas defensores del Modernismo (movimiento que no era en absoluto aceptado por los autores consagrados), entre los que se encontraban Juan Ramón Jiménez, Ramón del Valle-Inclán y Jacinto Benavente. Como vemos, la presencia de Darío resultaba central para los dos amigos, por la renovación estética y temática que su obra aportó a la poesía en lengua castellana y porque les permitía compartir una tradición, un padre literario que legitimara su hermandad.
No fueron pocas las aventuras que Neruda y Lorca protagonizaron en su paso por la capital porteña, habitués de las noches de Signo y las controversiales fiestas de Norah Lange y Oliverio Girondo. Se los puede ver posando disfrazados en la presentación del libro de Lange 45 noches y 30 marineros. En las memorias de Neruda hay una polémica anécdota en la cual se pinta a Lorca rodando por una escalera al hacer de tragicómica “campana” para cubrir a su amigo en un trance amoroso con una misteriosa poetisa…algunos dicen que la dama en cuestión era Blanca Luz Brum.
Por ese entonces, ella era pareja del millonario Natalio Botana y deseada musa de artistas como Raúl González Tuñón, que en su espléndido poema “Escrito sobre una mesa de Montparnasse” parece capaz de darlo todo “para que venga Blanca Luz y me ame”. Pero las malas lenguas sugieren que la “rubia vaporosa” de la historia —Blanca Luz era morocha—podría ser Norah Lange, prima y primer amor de Borges, esposa de Girondo y una de las codiciadas hermanas Amundsen del Adán Buenosayres de Marechal.
María Esther de Miguel, la biógrafa de Lange, en el picante capítulo “El club del escándalo”, menciona la complicidad entre Lange y Neruda, sugiriendo al pasar que “pudo existir algo más” y destaca los reproches de los que Neruda se hizo acreedor por tan poco caballeresca evocación, ya que “en la figura de la poetisa rubia y alta todos creyeron ver a Norah”.
Con tanto entretenimiento, Lorca, que se iba a quedar apenas tres semanas, se terminó quedando en Buenos Aires seis meses. Antes de su partida, los dos amigos idearon un último obsequio especial para la Rubia, artífice del encuentro; un libro toreado también “al alimón”. Así surgió Paloma por Dentro o sea La Mano de Vidrio / Interrogatorio en Varias Estrofas compuesto en Buenos Aires por el Bachiller Don Pablo Neruda e ilustrado por Don Federico García Lorca / Ejemplar único hecho en honor de Doña Sara Tornú de Rojas Paz.
Este fanzine vanguardista combinaba siete poemas mecanografiados de Neruda, que luego integrarían la Segunda Residencia, con ilustraciones hechas para la ocasión por Lorca. En la dedicatoria, escrita en letra manuscrita por Neruda, se puede leer: “A nuestra extraordinaria amiga La Rubia, recuerdo y cariño de dos poetas insoportables. Pablo. Federico. Buenos Aires, abril 1934″.
Discurso “al alimón” para Rubén Darío
NERUDA: Señoras…
LORCA: …y señores: Existe en la fiesta de los toros una suerte llamada «toreo del alimón», en que dos toreros hurtan su cuerpo al toro cogidos de la misma capa.
NERUDA: Federico y yo, amarrados por un alambre eléctrico, vamos a parear y a responder esta recepción muy decisiva.
LORCA: Es costumbre en estas reuniones que los poetas muestren su palabra viva, plata o madera, y saluden con su voz propia a sus compañeros y amigos.
NERUDA: Pero nosotros vamos a establecer entre vosotros un muerto, un comensal viudo, oscuro en las tinieblas de una muerte más grande que otras muertes, viudo de la vida, de quien fuera en su hora marido deslumbrante, nos vamos a esconder bajo su sombra ardiendo, vamos a repetir su nombre hasta que su poder salte del olvido.
LORCA: Nosotros vamos, después de enviar nuestro abrazo con ternura de pingüino al delicado poeta Amado Villar, vamos a lanzar un gran nombre sobre el mantel, en la seguridad de que se han de romper las copas, han de saltar los tenedores, buscando el ojo que ellos ansían, y un golpe de mar ha de manchar los manteles. Nosotros vamos a nombrar al poeta de América y de España: Rubén…
NERUDA: Darío. Porque, señoras…
LORCA: y señores…
NERUDA: ¿Dónde está, en Buenos Aires, la plaza de Rubén Darío?
LORCA: ¿Dónde está la estatua de Rubén Darío?
NERUDA: Él amaba los parques. ¿Dónde está el parque Rubén Darío?
LORCA: ¿Dónde está la tienda de rosas de Rubén Darío?
NERUDA: ¿Dónde está el manzano y las manzanas de Rubén Darío?
LORCA: ¿Dónde está la mano cortada de Rubén Darío?
NERUDA: ¿Dónde está el aceite, la resina, el cisne de Rubén Darío?
LORCA: Rubén Darío duerme en su «Nicaragua natal» bajo su espantoso león de marmolina, como esos leones que los ricos ponen en los portales de sus casas.
NERUDA: Un león de botica al fundador de leones, un león sin estrellas a quien dedicaba estrellas.
LORCA: Dio el rumor de la selva con un adjetivo, y como fray Luis de Granada, jefe de idiomas, hizo signos estelares con el limón, y la pata de ciervo, y los moluscos llenos de terror e infinito: nos puso al mar con fragatas y sombras en las niñas de nuestros ojos y construyó un enorme paseo de gin sobre la tarde más gris que ha tenido el cielo, y saludó de tú a tú el ábrego oscuro, todo pecho, como un poeta romántico, y puso la mano sobre el capitel corintio con una duda irónica y triste de todas las épocas.
NERUDA: Merece su nombre rojo recordarlo en sus direcciones esenciales con sus terribles dolores del corazón, su incertidumbre incandescente, su descenso a los espirales del infierno, su subida a los castillos de la fama, sus atributos de poeta grande, desde entonces y para siempre e imprescindible.
LORCA: Como poeta español enseñó en España a los viejos maestros y a los niños, con un sentido de universalidad y de generosidad que hace falta en los poetas actuales. Enseñó a Valle Inclán y a Juan Ramón Jiménez, y a los hermanos Machado, y su voz fue agua y salitre, en el surco del venerable idioma. Desde Rodrigo Caro a los Argensolas o don Juan Arguijo no había tenido el español fiestas de palabras, choques de consonantes, luces y forma como en Rubén Darío. Desde el paisaje de Velázquez y la hoguera de Goya y desde la melancolía de Quevedo al culto color manzana de las payesas mallorquinas, Darío paseó la tierra de España como su propia tierra.
NERUDA: Lo trajo a Chile, una marea, el mar caliente del Norte, y lo dejó allí el mar, abandonado en costa dura y dentada, y el océano lo golpeaba con espumas y campanas, y el viento negro de Valparaíso lo llenaba de sal sonora. Hagamos esta noche su estatua con el aire atravesada por el humo y la voz y por las circunstancias, y por la vida, como esta su poética magnífica, atravesada por sueños y sonidos.
LORCA: Pero sobre esta estatua de aire yo quiero poner su sangre como un ramo de coral agitado por la marea, sus nervios idénticos a la fotografía de un grupo de rayos, su cabeza de minotauro, donde la nieve gongorina es pintada por un vuelo de colibríes, sus ojos vagos y ausentes de millonario de lágrimas, y también sus defectos. Las estanterías comidas ya por los jaramagos, donde suenan vacíos de flauta, las botellas de coñac de su dramática embriaguez, y su mal gusto encantador, y sus ripios descarados que llenan de humanidad la muchedumbre de sus versos. Fuera de normas, formas y espuelas queda en pie la fecunda sustancia de su gran poesía.
NERUDA: Federico García Lorca, español, y yo, chileno, declinamos la responsabilidad de esta noche de camaradas, hacia esa gran sombra que cantó más altamente que nosotros, y saludó con voz inusitada a la tierra argentina que posamos.
LORCA: Pablo Neruda, chileno, y yo, español, coincidimos en el idioma y en el gran poeta nicaragüense, argentino, chileno y español, Rubén Darío.
NERUDA y LORCA: Por cuyo homenaje y gloria levantamos nuestro vaso.
Pablo Neruda
Federico García Lorca