“¿Quién no ha experimentado la alegría de tener un amor, el dolor de perderlo o la dureza de recomenzar? Esta es tu historia, la mía, la de todos”, escribe el psicólogo e influencer brasilero Marcos Lacerda en su nuevo libro, Amar, desamar y amar de nuevo.
Con una experiencia de 30 años a la cabeza de su clínica privada y casi 2 millones de seguidores en su canal de YouTube, Lacerda invita a reconocer las emociones y a pensar en nuevos modelos de relaciones afectivas en un mundo de cambios cada vez más rápidos y vertiginosos.
“Ya que el amor parece una montaña rusa de sensaciones que nos anima, nos asusta y nos hace humanos, en este libro emprenderás un viaje para entender por qué este sentimiento nunca se da ni permanece tan fácilmente como te gustaría”, escribe.
Y agrega: “Deja de compararte con los estereotipos de cuentos de hadas, abre tu corazón y descubre que el secreto siempre ha estado en ti, en descifrar tu lugar en el mundo y en ser fiel a lo que buscas. Hay tantos modelos de relaciones como personas en el mundo. Aquí aprenderás cómo encontrar el perfecto para ti”.
Editado por V&R, Amar, desamar y amar de nuevo hace un análisis del “amor en tiempos de Tinder”, en los que las personas se volvieron desechables y meros bienes de consumo, con el fin de compartir prácticos consejos para no sucumbir ante las trampas de la vida moderna propulsadas por la tecnología, las aplicaciones de citas y más.
Así empieza “Amar, desamar y amar de nuevo”
Había una vez una pareja que se conoció a través de una de esas aplicaciones de citas. Cuando se vieron por primera vez, el joven, que hacía tiempo quería una relación que pudiera llamar propia, pensó: ¡Ella tiene todo para ser mi novia!
Entonces, bailaron toda la noche, se divirtieron y se rieron con tanta felicidad que pensaron lo mismo: ¿Será posible que ya nos hayamos conocido en otra vida? Todo así, de repente, intenso, rápido, pero tan rápido que, en un abrir y cerrar de ojos, ya eran boca, piernas y piel mezclándose entre las sábanas.
La conversación continuó a través de mensajes en el celular durante algunos días, pero… nunca más se vieron. Y así, el joven y la muchacha siguieron su vida, yendo y viniendo de una aplicación de citas a otra y en encuentros que no terminaban en nada. Y cada nueva frustración era como si una nueva cicatriz marcara el corazón de cada uno, como pequeños infartos, hasta que casi dejaron de creer en la posibilidad de una relación duradera y feliz. Estaban tan anestesiados por la forma efímera de las cosas que ni siquiera lograban imaginarse con alguien, más allá de algunos encuentros. Y se quedaron pensando que esa “suerte de un amor tranquilo”, como dice la letra de Cazuza, tal vez existiera para algunos pocos, pero no para ellos. The End.
Espero que tú, querido lector (o lectora), no experimentes ese sentimiento. Que tu corazón todavía esté latiendo fuerte y que esté vivo, con pocas cicatrices o ninguna. Sin embargo, honestamente, dudo que sea así, porque esas decepciones parecen una epidemia.
No, no soy pesimista cuando se trata del tema de las relaciones. Por el contrario, cuando decidí escribir este libro, fue para demostrar que no es necesario tener suerte para tener un buen amor. En las próximas páginas, vamos a abordar cómo comprender y transformar tus relaciones o la forma en la que las vives en tu día a día. Te prometo que descubrirás dentro de ti habilidades para cambiar el rumbo de tus relaciones y para ser más feliz.
Será necesario nadar contra la corriente, sin ser anticuado para lograrlo. Estamos muy lejos de ese modelo de amor del siglo XIX. Sería una tontería decir que las formas de relacionarse afectiva y sexualmente no han cambiado, sobre todo, después de la velocidad de internet, la hiperconexión y las posibilidades que esto trajo.
La moda ahora es “amar al que sigue”. El que sigue en la fila, el que sigue en la aplicación, el que sigue en la próxima fiesta. Entonces, que venga el que sigue para ser “amado”. Amado no. Consumido, ¿verdad? Porque hoy todo el mundo quiere ser libre, quiere vivir experiencias, quiere estar “al tanto”, quiere tener su espacio. Comportamientos ligados a la visión de juventud y a la falta de compromiso, que (admitámoslo) está cada vez más desvalorizado en nuestra sociedad. Y esto termina siendo otra complicación más para las relaciones, porque ser eternamente joven (o hacer de todo para aparentar serlo) se ha vuelto una forma de esclavitud para muchas personas. Incluso parece que algunos cambiaron la flecha de cupido por la jeringa con bótox, y siguen olvidándose de que, como decía Mario Quintana: “Cuando ves, ¡pasaron 60 años! Ahora es demasiado tarde”.
Ah. Todo tiempo pasado fue mejor, pensarán los nostálgicos. No, todo tiempo pasado no fue mejor. Antes solo era diferente. Pero diferente quiere decir simplemente que no era igual, ¿será?
Ahora sí, tu cabeza está confundida. Primero, digo que las cosas cambiaron, sobre todo después de internet y de la transformación que generó. Entonces, ¿cómo puedo, de repente, cuestionar la diferencia? Calma.
Te lo explico. Sucede que, cuando no existían los smartphones ni las aplicaciones de mensajes instantáneos ni las de citas, existía el teléfono fijo. Entonces, las personas reventaban la factura telefónica comunicándose con un amigo, una especie de sala de conversación por teléfono que contactaba a las personas interesadas en hacer nuevas amistades. Lo que se buscaba era una relación, sexo o alguien con quien besarse. Y, yendo más atrás en el tiempo, estaba la plaza del barrio, donde los niños jugaban y los adolescentes ligaban. Para quien vivía lejos, la “aplicación” era una carta, de esas de papel, con sobre y estampilla. ¿Te acuerdas?
Y estaba esa ansiedad de esperar que pasara el cartero, trayendo (o no) la respuesta de la persona amada. Sucede que, muchas veces, la maldita carta simplemente no llegaba. Y entonces escribías otra vez y, si no llegaba una respuesta de nuevo, era el equivalente actual al botón de “bloquear contacto”. Ya estabas excluido de la vida de la otra persona y punto.
Para quien vivía en la misma ciudad, las amistades llevaban y traían mensajes o notas apasionadas. Los solitarios llamaban a los programas románticos de las estaciones de radio y dejaban sus “perfiles” que el locutor, con voz impostada, leía acompañado de música melosa: “Mujer, 25 años, de la zona norte, 1.75 m, 70 kg, soltera, busca pareja o amistad con hombres de la región. Le gusta el cine y cenar fuera”. Más música empalagosa y continuaba: “Joven de 19 años, delgado, 1.80 m, 78 kg, pelo castaño, de la zona oeste, busca pretendientes para una relación seria. Le gusta surfear en su tiempo libre y es muy román tico”. Así eran las cosas.
Todo ello sin contar con los programas de citas en la televisión, que estuvieron en su apogeo en los años ochenta y noventa. A muchas personas les parecían muy cursis, ¡pero la gente se divertía!
No tienes que oler las páginas del libro, porque el olor a naftalina y moho es fuerte. Pero ¿adónde quiero llegar con esta charla tan de otra época? Quiero que te des cuenta de algo muy simple: las formas y las herramientas para buscar y vivir relaciones cambiaron, pero lo que nunca cambió fue la carencia y la búsqueda humana de afecto y compañía. Sea a través de aplicaciones, de cartas, de la literatura romántica o de las telenovelas (así como en la vida real), siempre hubo desencuentros, amores no correspondidos, la sensación de que “nadie me presta atención”, de que “nací para estar solo” y “voy a quedarme para vestir santos” o ser el “solterón del barrio”.
Esos eran los términos utilizados antiguamente, cuando las mujeres o los hombres superaban la edad casadera. Es decir, los humanos desde siempre nos hemos sentido vacíos, siempre hemos buscado amores y hemos sufrido con esa búsqueda o a causa de ella. Si no fuera verdad que las frustraciones y ansiedades de hoy son las mismas que las del pasado, los melodramas televisivos ya habrían dejado de existir y nadie sabría quién fue Shakespeare. Sí, 400 años después, la historia de Romeo y Julieta todavía sigue en la cabeza de todo el mundo.
Y no es casualidad que, con o sin tecnología, las grandes historias de amor siempre tuvieron el poder de movilizar al mundo entero, pongamos de ejemplo a la princesa Diana y todas las bodas reales que vinieron antes o que vendrán después de la suya. Entonces, de entrada, vamos a acabar con la idea de que hubo un tiempo en el que vivíamos buenas relaciones de pareja y que estas dejaron de existir debido a la sociedad consumista y tecnológica, en la cual el sexo es fácil y las personas se volvieron desechables.
Pensar así equivale a crear una especie de mito que (mientras esconde una humanidad extremadamente angustiada y cada vez más deprimida) muestra algo de nuestra frágil esencia. Tom Jobim, el reconocido intérprete y compositor de bossa nova, tradujo este sentimiento al cantar que “es imposible ser feliz solo”. Y no, no hay que enojarse con lo que el poeta escribió, ni tomarlo como un insulto personal y comenzar a gritar: “¡Qué absurdo! ¡Pues yo vivo solo y soy muy feliz!”. Está bien, te creo. Algunas personas pueden ser felices sin tener una relación amorosa. Pero amplía un poco tu percepción sobre lo que Tom Jobim estaba diciendo y seamos honestos: buscamos cualquier cosa que haga pasar el dolor que nos consume.
Ese dolor que solo nosotros, los seres humanos, sabemos cómo es. Que habla de la soledad, de la sensación de estar incompleto y de un tipo de desamparo existencial que la pareja nunca va a ser capaz de suplir (algo que tampoco le toca hacer), pero que, sin duda, en compañía de alguien que amamos y que nos ama, logramos soportar mejor.
Entonces, lector o lectora, si me permites, voy a reescribir la frase del poeta y diré que es imposible salvarse solo de ese abismo afectivo que sobrevive en uno y que atraviesa generaciones, a pesar del paso de los siglos. Por eso, aunque las relaciones no sean color de rosa, no sean pasión desenfrenada a cada minuto, a pesar de que tengan momentos de desacuerdos y de malentendidos, el ser humano sueña con alguien especial que le caliente el alma cuando el viento helado de la soledad lo ensombrece.
En esa búsqueda de respuestas o salidas, muchas personas recurren a las lecturas sobre relaciones, porque buscan respuestas o fórmulas para mejorarlas. Si ese fuera tu caso, te tengo una noticia mala y una buena:
-La mala noticia: las fórmulas no funcionan (¡quizás ya sabes esto!).
+La buena noticia: puedes aprender a crear tus propias fórmulas para lograr ser feliz en la relación sana que tanto quieres.
Quién es Marcos Lacerda
♦ Nació en João Pessoa, Brasil, en 1968.
♦ Es psicólogo e influencer
♦ Tiene una maestría en Psicología Social y desde 1993 atiende en su clínica privada.
♦ Dirige el canal de YouTube Nós da Questão, que tiene más de 1.8 millones de seguidores.