“Arrancarse de lo conocido /Beber lo que viene/Tener alma de proa”, escribió Ricardo Güiraldes en 1914, después de regresar de un recorrido por Europa y Asia. Los viajes son la excusa de las historias más insólitas e increíbles. ¿O no es increíble acaso que dos jóvenes aristócratas se conocieran en un remoto almuerzo en San Miguel para luego terminar encarnando una de las parejas más influyentes en el panorama artístico argentino? Un viaje pequeño, desde calle Corrientes hasta San Miguel. Un viaje enorme, desde Buenos Aires hasta la India. O desde Bangalore hasta Bella Vista.
Los viajes unen geografías: San Antonio de Areco, Bangalore, Buenos Aires, Tamil Nadu, Epuyén. Los tiempos se diluyen y se fusionan en los viajes de Ricardo y Adelina, que contienen, a su vez, el viaje de Fabio Cáceres y Don Segundo, los viajes de José Rivarola, el autor de Los recuerdos vivos, los viajes de Ramachandra Gowda el niño que Adelina del Carril trajo de la India a la Argentina, por una estadía de dos años, pero al que no hizo regresar con su familia. Para él, ella fue “Mamita”. En su novela, José Rivarola, acompañado por la voz de Rama, indaga sobre cómo estos viajes, físicos e internos, involucran sus destinos a pesar de haber iniciado mucho antes de que ellos escucharan el nombre de Mamita.
José Rivarola conoció Don Segundo Sombra, como todos, en la escuela. Esa primera lectura de la novela lo llevó a un mundo de imaginación infantil, donde él, como Fabio Cáceres, era un niño nómada en busca de experiencias y de conocimiento. En 1971, ya convertido en viajero (no en turista), se reencuentra con la novela en Caracas. En esta época fuertemente marcada por la mirada hacia Oriente y su filosofía de vida, José ve claramente el mensaje que Ricardo Güiraldes ha plasmado en su obra cumbre cuando aún era un incomprendido: interpreta que el libro trataba sobre un gurú y su discípulo. La relectura con una nueva clave abre para José puertas antes veladas. La afección inmediata por Güiraldes lo lleva a descubrir que en 1910 había estado en la India como parte de su itinerario viajero. El germen de esta novela comienza como un artículo que el joven José abandona, ignorante de las disposiciones de esa maquinaria secreta que el destino depara para cada uno.
En el 2000 conoce a Ramachandra Gowda en la India. José recuerda al indio alto, de barba cerrada, vestido con un khurta hasta las rodillas, que al momento de hablar sonaba como argentino. Le dicen que había sido llevado a Argentina por su “Mamita”, y pronto el misterio es develado: “Mamita” era Adelina del Carril, esposa de Ricardo Güiraldes. La casualidad, el destino, la sincronicidad, como quiera llamárselo, ponen a Ricardo Güiraldes nuevamente en la vida de José Rivarola. La unificación de la vida del autor con la de Ricardo, el alma aventurera, genera una inmediata conexión entre él y toda esta historia. Es así que luego de comentar sus mutuas aficiones, “Rama” propone contarle su historia y ceder los papeles que le dan vida a esta novela.
El papel de Adelina
El resorte fundamental en todos los hechos narrados es la figura de Adelina del Carril. Nacida el tres de agosto de 1889, fue la penúltima hija de Víctor del Carril y Julia Iraeta del Carril, que tuvieron trece hijos. La familia era considerada excepcional en los círculos sociales argentinos. Eran visitados por políticos, conferencistas y artistas de gran talla. Las seis hijas mujeres de los Del Carril no se apegaban a las convenciones para las mujeres de la época. Todas ellas eran encantadoras y tenían múltiples talentos artísticos, pero las menos paradigmáticas fueron Adelina y Delia del Carril.
Adelina y Ricardo comenzaron a frecuentarse luego de un almuerzo en San Miguel, cuando ella tenía dieciséis años y él, diecinueve. En 1907 ella acude a su primer baile en la casa natal del escritor, ubicada en Corrientes 537; él la espera en la puerta e ingresan juntos del brazo. Luego, el viaje que inicia Ricardo junto a Adán Diehl desde 1910 hasta 1912, los separa temporariamente, pero al regreso de París, se reencuentran. La unión termina de sellarse el 20 de octubre de 1913 cuando finalmente se casan. Desde entonces sus vidas se fusionaron en una: Adelina alimentó el proceso creativo de Güiraldes; con mirada crítica y atinada se encargó de pasar y corregir cada manuscrito que le entregaba y lo acompañó en el fracaso que siguió a sus primeras obras, El cencerro de cristal y Cuentos de muerte y de sangre, en 1915.
Ricardo se había vuelto un aficionado a las corrientes esotéricas y espirituales que apenas se popularizaban en esos años. Poco a poco, toma cada vez más contacto con la teosofía, con el yoga, con la meditación, con ejercicios de respiración y con las medicinas naturales, que ayudaban a paliar los síntomas cada vez más evidentes del cáncer linfático. Un año después de la publicación de Don Segundo Sombra, el matrimonio inicia un viaje hacia la India que no logra concretarse puesto que el 8 de octubre de 1927 Ricardo fallece en Francia. Afectada gravemente por la pérdida, Adelina se mudó a la India porque creía que allí encontraría el alma de su Santo Ricardo. Todos los que la conocieron en Oriente, cayeron rendidos ante el encanto femenino de sus ojos verdes. Incluido el pequeño Rama, que aparecerá en Bangalore, ofreciéndole por siempre su mano infantil en los jardines continuos al ashram de Ramakrishna, como Fabio y Don Segundo estrecharon las suyas en la despedida definitiva. Sin ellos saberlo, todo se une y la maquinaria misteriosa continúa su curso.
A partir de aquí, los recuerdos de Rama son fluidos y en ocasiones verborrágicos. Recuerda incluso lo que no ha vivido y lo narra con tal detalle que pareciera ser un personaje que ha estado presente en todas las facetas del matrimonio. La fuerza emanada por Adelina es el combustible de la pasión puesta en todas estas vivencias. Las palabras surgen de las entrañas de Rama para ser plasmadas por José, impulsado por la misma fuerza.
Por todo esto, no es casual que José elija narrar esta biografía de una forma tan poco ortodoxa. No encontraremos en esta novela un tiempo único y lineal, sino un entretejido temporal que ahonda en la vida de los personajes y sus respectivas épocas. José refleja su figura en la del Ricardo niño observando por primera vez la pampa amplia e infinita; José niño observa el mar frente a sus ojos, también amplio e infinito: en ambos crece la necesidad de expandirse, viajar y conocer. Sin pensarlo, se inicia un camino de investigación y trabajo arduo, que da como fruto esta novela atrapante que indaga la figura a veces olvidada de Adelina del Carril.
Y no es difícil entender la facilidad con la que todos los que fueron acercados a la vida de “Mamita”, cayeron ante su atrapante personalidad. Una vez abierto el libro, el lector terminará inmiscuido en toda la maquinaria misteriosa que articula la historia de Ricardo y Adelina.