“La literatura de Venturini arde. Sus textos conmocionan, provocan un verdadero shock estético. El lector desprevenido, abre cualquiera de sus libros y se topa con (…) un fuego constante”, dice Jorge Consiglio en el prólogo de Cuentos secretos, el último libro publicado en vida de Aurora Venturini.
A lo largo de su existencia, escribió más de 40 obras. Pero fue recién a los 86 años que salió del anonimato con el premio Nueva Novela de Página /12. Ahora sí que entiendo eso de que no se termina hasta que se termina. Porque, no conforme con ese premio, siguió escribiendo hasta el último aliento. Imaginen publicar a los 94 años. No sé ustedes, pero ya les digo que no me esperen. No llego.
Son 290 páginas de historias que descolocan. Venturini no escribe “normal”. Tiene un idioma propio donde lo grotesco y extravagante marida con el sentido del humor, que lo tiene y mucho. Abundan los extremos, los nombres raros y el ingenio sorprende. Sobre todo, si tenemos en cuenta la edad de la autora al escribir estos cuentos. Por momentos la lectura se hace intrincada, sí. Pero al rato se desanuda como si nada. Y fluye.
El libro de cuentos de Venturini se organiza alrededor de cuatro títulos: “Espécimen”, “Náuseas”, “Los tigres de Borges” y “Ulises”. Cada uno incluye infinidad de relatos largos, cortos y más o menos. Algunos más felices que otros y todos ellos conmovedores y originales.
Destaca “El guardapelo” (dentro del capítulo “Espécimen”), donde nos encontramos con la protagonista, Margherita Portinari, quien “vestía con elegancia forzada prendas exhumadas de roídos baúles”, y era una señora medio trucha que se la daba de alguien que no era y que se había robado un guardapelo de una difunta notable de la familia.
Le sigue “El patio”, contado desde el punto de vista de una niña, donde el tema central es la infancia, la inocencia y el abismo con los adultos. “Mi amigo Bebe saltaba el cerco de cinacina y cicuta. (…) Solíamos beber sidra en la botellita enfriada en la heladera de hielo de mi casa; comíamos tortitas de azúcar y visitábamos el campo buscando un nene en los repollos. Dijimos que si lo encontrábamos debíamos casarnos, porque no había nada más triste que un huérfano. Creíamos que habíamos nacido de un repollo, aunque entre ambos nos negáramos a declarar que algo más sabíamos del asunto, pero no deseábamos salir de la infancia”.
“¡Goool!”, que también está dentro del primer capítulo, reflexiona sobre la vocación docente y la tarea comprometida y sacrificada de una “maestrita, joven y hermosa, que estaba al principio de su carrera y destinaron a un lugar lejano de la casa, de las amigas y del pretendiente. (…) Siempre trabajó lejos de su casa (…) su atención fija en el sacerdocio impedía fluctuaciones”. Hasta que llegó la jubilación. Y bueno. No lo voy a espoilear.
“Náuseas”, el segundo título de cuatro, empieza con el cuento “El rincón”, una historia desopilante sobre un tal Nacho Macho Vélez, un joven obrero, casado con Chila, quien trató de acuchillarlo varias veces por celos. “Generalmente la trifulca devenía meses después de haber parido (…), dado que durante la dulce espera Chila se mantenía pacífica y sonriente. Aguardaba hasta poco antes del alumbramiento, luz de luna y amasijamiento sobre el petizo, a fin de no abollar sus frutos”.
Y en el anteúltimo apartado de cuentos, la autora dedica uno a Jorge Luis Borges. “La cárcel de Borges será su ceguera, castigo de los dioses, por insistir inclusión entre ellos. Después de todo, entiendo que los dioses temieron ser superados por el humano superior, le quemaron los ojos. Fue injusta acción cobarde. Debieron permitir al genio ascender a ese Olimpo del cual se habla”, escribió en “Los tigres de Borges”, a modo de homenaje por aquel reconocimiento que recibió, a sus jóvenes 27 años y de manos del mismo Borges, por su libro de poemas El solitario.
Cuentos secretos es una lectura que se atreve a iluminar varios de los asuntos que todos tenemos pendientes y lo hace de un modo inaudito. Muchos de los relatos están inspirados en las propias vivencias de la escritora argentina, donde la localidad de La Plata es protagonista y muchos otros pertenecen al maravilloso mundo de su vasta y prodigiosa imaginación. Una obra para atesorar que, más tarde que temprano, se transformó en un clásico de la literatura argentina.
¡Ah!, me olvidaba: la imagen de la cubierta del libro, de Sebastian Freiré, ¡me encantó!