La jornada del 28 de octubre de 1986 ha quedado en la memoria de los lectores como el día en que, por un acto de censura cultural, el dictador chileno Augusto Pinochet ordenó la quema de 15.000 ejemplares del libro La aventura de Miguel Littín clandestino en Chile, del escritor colombiano y Premio Nobel de Literatura, Gabriel García Márquez. Como si nada, las páginas en las que tanto empeño había puesto el cataquero se redujeron a cenizas.
La dictadura en Chile se inició el 11 de septiembre de 1973, tras un golpe de estado al gobierno de Salvador Allende. Durante esa época, Pinochet implementó una serie de medidas represivas que incluyeron desde violaciones a los derechos humanos, detenciones arbitrarias, hasta ejecuciones extrajudiciales y censura de discursos e ideologías.
Los artistas en general se convirtieron en blanco de las persecuciones del régimen. Sus obras llegaron a ser consideradas como parte de un ataque colectivo a la ideología del gobierno, y sufrieron la más feroz de las censuras. Uno de los afectados fue Gabriel García Márquez.
El escritor colombiano, que para entonces ya ostentaba el Nobel en su palmarés, era uno de los autores más leídos en lengua española (todavía lo es) había decidido, seis años después de haber obtenido el galardón, adentrarse en la historia del popular cineasta chileno Miguel Littín y su lucha por visibilizar las injusticias del gobierno de Pinochet. El libro, una de las obras icónicas del periodismo narrativo latinoamericano, se centra en las peripecias de Littín para filmar el documental ‘Acta central de Chile’, en 1985.
El documental de Littín recogía testimonios y revelaba valiosa información sobre la situación en el país bajo el mando de Pinochet. El proyecto se llevó a cabo bajo total clandestinidad y mucho tuvo que ver también el exilio al que estaba sometido el cineasta desde el golpe al gobierno de Allende. De alguna manera, Littín consiguió infiltrarse en el país sin ser reconocido, sostuvo un encuentro cara a cara con el propio dictador y lo desafió.
García Márquez se encarga de documental aquel episodio en la que para muchos es una novela, mientras que para otros es un texto de no ficción. Yo digo que se trata de una novela sin ficción que bebe de la mejor tradición latinoamericana de la reportería. Sus palabras generaron incomodidad en el régimen, especialmente después del intento de atentado contra Pinochet en septiembre del 86. No había espacio para mostrar debilidad y mucho menos permitir la burla de su semblante.
Aquel día 28 de octubre, relataba Jorge Cantillo para este mismo medio, un barco de bandera panameña llegaba al puerto de Valparaíso con una carga de libros destinados a Arturo Navarro, el representante de la editorial Oveja Negra en Chile, dirigida en Colombia por José Vicente Kataraín. Para ese momento, Navarro se encontraba fuera del país y su ausencia facilitó la incautación de los libros por parte del gobierno de Pinochet.
Tras dos semanas, cuando el representante de la editorial regresó a Chile, se enteró de lo sucedido por un mensaje en su contestadora. Para entonces, los 15.000 ejemplares de La aventura de Miguel Littín clandestino en Chile ya habían sido quemados.
Al enterarse de la quema de sus libros, Gabriel García Márquez emitió un comunicado en el que expresó su profundo pesar y declaró: “No sé cómo calificar ese acto absurdo que deshonra la cultura chilena y a su Gobierno ante el mundo entero. Pero estoy seguro de que mi libro se vengará solo, y su mensaje se impondrá sin violencia de ninguna especie, como todos los mensajes que cuentan la verdad”.
A pesar de la censura, la obra del autor de Cien años de soledad no fue silenciada en Chile. Las copias de su libro aún circulaban en el mercado negro, y los ciudadanos encontraron formas creativas de resistir la represión. Pero el episodio de la quema de sus libros dejó una cicatriz indeleble, recordando a todos que la libertad de expresión y la cultura siempre han sido y seguirán siendo fundamentales en la lucha por la justicia y la democracia.
Para Navarro, no era la primera vez que se veía afectado por las políticas de censura de Pinochet. Durante los primeros años de la dictadura, cuando trabajaba para la Editorial Nacional Quimantú, tuvo que vérselas con las prácticas en contra de la cultura impuestas por el dictador.
Fueron varias las quemas de libros que ordenó Pinochet mientras estuvo en el poder. La más significativa ocurrió el 23 de septiembre de 1973, cuando miles de libros, entre los que se encontraban títulos del poeta Pablo Neruda, fueron arrojados al fuego para apaciguar el ansia revolucionaria. Esta quema se convirtió en un castigo ejemplar y provocó que muchas personas emularan la acción para evitar la persecución por poseer literatura prohibida.
La represión cultural se convirtió en una estrategia para el gobierno de Pinochet con la cual derrotar a sus detractores. Tuvo que pasar mucho tiempo para que brillara de nuevo la luz. Con el plebiscito de octubre de 1988, los chilenos tuvieron la oportunidad de decidir si Pinochet debía permanecer en el poder por otros ocho años o si se debía convocar a elecciones presidenciales democráticas. La opción del “No”, que abogaba por poner fin a la dictadura, ganó con un 54,7% de los votos, marcando un claro rechazo al régimen de Pinochet.
Durante este período, se llevaron a cabo negociaciones entre representantes del gobierno de Pinochet y líderes de la oposición para establecer las condiciones de la transición. Se acordó una serie de reformas políticas y se promulgó una nueva Constitución en 1980, que permitía la realización de elecciones democráticas.
En diciembre de 1989, Chile celebró sus primeras elecciones presidenciales democráticas en casi dos décadas. Patricio Aylwin, candidato de la Concertación de Partidos por la Democracia, ganó las elecciones y asumió la presidencia el 11 de marzo de 1990. Este evento marcó el fin de la presidencia de Pinochet y el inicio de un gobierno democrático en Chile.