Cómo se escribe un poema o, mejor dicho, cómo se compone un poema mientras se camina hacia el trabajo, podría ser el título de esta nota. Y así, todas las mañanas laborables durante cuarenta años el abogado y poeta Wallace Stevens compuso y corrigió en su mente gran parte de su obra poética. Iba por un sendero fijado por él mismo que lo llevaba desde su casa en el 118 de Westerly Terrace, frente al antiguo jardín de rosas Elizabeth Park, a la sede de la aseguradora Hartford Accident and Indemnity Company, en el centro de la ciudad de Hartford, Connecticut.
Así, los poemas a veces eran más cortos en verano -se caminaba más cómodo y más rápido en esa estación- y más extensos en invierno. Y aunque “la poesía no sea un asunto personal”, según uno de sus aforismos, y no haya en general cuestiones personales ni un “yo” concentrado en sus poemas, su producción estuvo sistemáticamente atada a sus tiempos y sus observaciones, a la vida luminosa entre las palabras y las cosas materiales, siempre buscando un aspecto reflexivo y conceptual.
Wallace Stevens nació en 1879 en Reading, Pennsylvania, Estados Unidos, y murió en 1955 en la ciudad adonde se mudó en 1916, la “capital mundial de los seguros”, Hartford. Allí hizo su vida establecida de ejecutivo de seguros y padre de familia mientras de manera persistente escribió su poesía sin llevar adelante una vida literaria intensa.
Recién comienza a publicar siendo ya adulto, a los 35 años, en una revista literaria y da a la luz su primer libro, Harmonium, en 1923 ya con 44. Poeta maduro por su edad y por el tenor de sus poemas a la hora de darse a conocer, Stevens pareciera haber guardado para sí, cual un misterio, la intimidad del proceso a través del cual armó su propio estilo.
Sin embargo, ya en sus lecturas de juventud, durante sus estudios en Harvard, manifiesta una búsqueda personal original respecto de la poesía norteamericana de ese momento. Desde allí abre un surco- que luego seguirán Lowel, Bishop y otros-, en lo que se va llamar corriente modernista. Es una línea diferente a la experimental de Williams Carlos Williams y Ezra Pound.
Clásicos como Lucrecio, Goethe, Shakespeare, junto con los románticos ingleses, en particular Wordsworth , más los simbolistas franceses, Baudelaire, Verlaine, Mallarme, conviven en su biblioteca. Por detrás, el gran Whitman en su sensibilidad integrada hacia lo que nos rodea de lo humano y de la naturaleza. A ello se suma una lectura cuidada de Ralph W. Emerson, en particular su afirmación de que el “poeta pone nombre a las cosas” y que es quien permite de manera armoniosa el encuentro embelesado entre las palabras, el mundo real y lo divino.
Esta perspectiva es la que profundiza Wallace Stevens, en particular a partir de los años 40, década en la que se afianza y crece significativamente su producción. Reivindica el lugar de la imaginación, a diferencia de los románticos, la percibe vital y resplandeciente. Afirma en un conocido ensayo sobre el tema: “La imaginación es el único genio. Es valiente y apasionada y su máximo logro es la abstracción”.
Su poesía se manifiesta entonces mucho más formal que la otra corriente modernista norteamericana vinculada con las vanguardias. Porque hay equilibrio en sus ritmos heredados de la tradición inglesa, pero al mismo tiempo hay más audacia en su subjetividad “despersonalizada, basada sobre todo en la atención y la contemplación, un ejercicio espiritual que convierte al poema en una especie de oración laica”, señala el traductor y crítico español Andreu Jaume.
Por esto sus poemas llevan sobre sí una visión esperanzada, plena de vida. Existe la finitud, por supuesto, pero ella no es un fin, tampoco una preocupación porque lo importante es la revelación, el momento de satisfacción en el vivir: “‘Aun feliz’, dice ella, ‘no dejo de sentir/ la urgencia de una dicha duradera’./ Madre de la belleza es la muerte; por tanto,/ de ella sola vendrán a cumplirse los sueños/ y deseos de nosotros.” (“Domingo en la mañana”, traducción de Hernán Bravo Varela, en Hablar de Poesía N° 45).
Un capítulo aparte es la historia de las traducciones de Stevens en la Argentina. Desde Bioy Casares y Borges en 1944 en la revista Sur, pasando por la paradigmática antología hecha por Alberto Girri en 1967 en la editorial Omeba, hasta recientes y excelentes publicaciones como Del modo de dirigirse a las nubes y otros poemas y la revista Hablar de poesía N° 45.
También podemos incluir aquí las traducciones privadas de seis de sus poemas por parte de Juan José Saer en sus cuadernos personales. Todas estas versiones sostenidas en el tiempo, y que implican siempre una actualización de la poesía de Stevens en castellano, demuestran el interés que despierta su poesía, a la que se acercaron distintas generaciones de escritores y poetas argentinos.
Wallace Stevens se resistió en el final de su vida a reunir su obra. Pospuso, en la medida de lo posible, encerrar en un libro aquello que empezó a hacer en forma tardía: publicar sus poemas. A partir de 1950 llegaron los reconocimientos: Las auroras de otoño recibió el National Book Award, luego el premio Pulitzer.
Recién en 1954, apenas un año antes de morir, aceptó editar su obra reunida para la editorial Knopf: “La poesía es una respuesta a la necesidad diaria de encontrarse con el mundo”, afirma en otro aforismo. Llegar casi hasta el final de su vida en plena actividad poética, sin obra completa en un volumen, fue quizás su modo de encontrarse aquí con nosotros: “¿habré vivido una vida de esqueleto, / como un descreído de la realidad/ un compatriota de todos los huesos del mundo?”, se pregunta en “Cuando sales del cuarto” (traducido por D. Aguirre), uno de sus últimos poemas.
La poesía de Wallace Stevens
Tatuaje
La luz es como una araña.
Camina sobre el agua.
Camina sobre los bordes de la nieve.
Camina bajo tus párpados
y ahí despliega sus redes:
sus dos redes.
Las redes de tus ojos
están sujetas
a tu carne y tus huesos
como a vigas o hierba.
Hay filamentos de tus ojos
en la superficie del agua
y en los bordes de la nieve.
(Trad. de Gervasio Fierro en Del modo de dirigirse a las nubes, Rosario, Serapis, 2013)
El viento cambia
Así es como el viento cambia:
como los pensamientos de un humano viejo,
que todavía piensa ansiosa
y desesperadamente.
El viento cambia así:
como una humana sin ilusiones,
que todavía siente cosas irracionales dentro suyo.
El viento cambia así:
como humanos que se acercan orgullosos,
como humanos que se acercan enojados.
Así es como el viento cambia:
como un humano, pesado y pesado,
al que no le importa.
(Trad. de Gervasio Fierro en Del modo de dirigirse…)
Solitario bajo los robles
En el olvido de las cartas
uno existe entre principios puros
Ni las cartas ni los árboles ni el aire
persisten como hechos. Este es un escape
al principium, a la meditación.
Al final uno sabe en qué pensar
y piensa en eso sin conciencia,
bajo el roble, completamente liberado.
(Trad. Laura Crespi en revista Hablar de Poesía N°45, Buenos Aires, Audisea, 2022).
El hombre atrevido
El sol, ese atrevido hombre,
sale a través de ramas que esperan al acecho,
ese atrevido hombre.
Verdes, lúgubres ojos
en las oscuras formas de la hierba
salen corriendo.
Buenas estrellas,
timones pálidos, puntiagudas espuelas
salen corriendo.
Temores de mi lecho,
temores de la vida, temores de la muerte,
salen corriendo.
Ese atrevido hombre va saliendo
de abajo y anda sin meditación,
ese atrevido hombre.
(Trad. Daniel Aguirre, en Poesía reunida, Barcelona, Lumen, 2018)
Quién es Wallace Stevens
♦ Nació en 1879 y murió en 1955. Fue un poeta estadounidense.
♦ Su obra se inscribe en la corriente vanguardista. Obtuvo el Premio Pulitzer de Literatura.
♦ Entre sus libros se cuentan Las auroras de otoño, Poemas tardíos y Aforismos completos.