Un embarazo no deseado, una curandera y un aborto en medio del campo: así empieza “Malnacidos”

En su primera novela, la escritora, dramaturga y directora teatral argentina Natalia Villamil cuenta una historia en la que un embarazo no deseado acentuará la precariedad de una familia que vive debajo de la línea de pobreza en una remota población rural.

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En "Malnacidos", Natalia Villamil escribe una novela sobre la maternidad y sus avatares en el medio del campo.  (Magdalena Viggiani)
En "Malnacidos", Natalia Villamil escribe una novela sobre la maternidad y sus avatares en el medio del campo. (Magdalena Viggiani)

Malnacidos, la primera novela de la escritora, dramaturga y directora teatral argentina Natalia Villamil, narra la historia de una familia que vive campo adentro a partir de un embarazo no deseado, que llega para acentuar la precariedad de estos personajes que viven en “la más llana pobreza”.

La historia se complica cuando Marta, la joven protagonista, decide ir con la curandera de la zona para realizarse un aborto: “Parecía un hilo con un nudo, ahí parada en el baño frente a la pileta, desnuda. Mis pezones morados, las venas violáceas me recorrían las tetas sin llegar a ningún lugar. Y ya para abajo, en línea curva la barriga se me asomaba y el ombligo explotaba al mundo. Yo le había prometido a la Virgen que cuando el ombligo explotara le iba a pegar un tiro al escarabajo”.

Con un entrenado oído para el registro oral, Villamil hace que los distintos personajes vayan construyendo entre todos una mirada sobre la maternidad y sus avatares en medio de un claustrofóbico encierro rural que solo se acentúa ante la vastedad y la falta de límites del campo abierto.

“En el poderoso debut narrativo de Natalia Villamil, de una crudeza tanto rural como universal y de un lirismo propio del paisaje que refleja (...) la tristeza de la letra ‘m’ como protagonista, en lugar de vivirse como la posibilidad de un cohete a la luna se va a sentir como un ancla a ese mar seco, a esa tierra amarga, a ese paraje bíblico en el que Natalia dibuja, pinta, muestra un caligrama, un bolero, un locro western único”, escribe en la contratapa Leonardo Oyola, autor de libros como Kryptonita, Chamamé y Bolonqui.

Malnacidos, de Natalia Villamil, se presentará el sábado 23 de septiembre a las 18 en Hasta Tricle (Maza 177, CABA). La presentación, con entrada libre y gratuita, estará a cargo de Leonardo Oyola, Natalia Rodríguez Simón y Juan Guinot.

Así empieza “Malnacidos”

"Malnacidos", de Natalia Villamil, editado por Hasta Trilce.
"Malnacidos", de Natalia Villamil, editado por Hasta Trilce.

Escarabajo

Dice mamá que yo siempre me manejé con la fuerza de la cintura para abajo.

La mente es tu problema, Marta.

Lo repite todo el día, me pasa por al lado y lo repite.

La mente, el problema de la Marta.

El campo adentro, el problema de la Mari.

Y la locura, el problema del Antonio.

A veces la escucho bien temprano, arrodillada en la punta de la cama. El cuello encorvado para adelante, de espaldas a la puerta de la habitación. Lo que murmura es como un rezo.

Y son esas tres cosas.

Frente a ella duerme papá, despatarrado boca para arriba como Cristo en la cruz. La cabeza hacia un costado con la jeta un poco abierta. Tirado, hediendo sudor y vino, como un león que obligaron a dormir.

Ella le reza a sus pies en nuestros nombres. Y desea que la muerte lo alcance justo esa mañana. Que no pase de ese día. Que lo deje seco ahí en la cama.

Ahogado en su propio respiro. Que el aire le entre y se le quede dando vueltas en la garganta. Seco. Entonces yo cerraría la habitación para siempre, le pondría una vela apagada para que le chupe el alma, y seguiría viviendo como si nada: el tiempo entre el comedor, la cocina, y la pieza mía y de la Mari.

Mamá sonreiría.

Mamá reiría…

Mamá riendo.

Mamá reí.

Mamá ríe.

Yo siempre sueño con la sonrisa de ella.

Pero como soy tan poco mente, enseguida dejo mi sueño y miro los caballos andar, y lo único que le pido a este campo es que cuide bien a mi escarabajo. Así lo llamaba yo en nuestra soledad.

–Pareciera que no se quiere lo que se tiene hasta que se lo pierde –me dijo Mari mientras me empujaba de un hombro–. Vas a andar pidiendo eso, pasmada.

Y yo, que soy ojos, la miro como negándole la razón, esa que ella tiene siempre en sus manos. Porque ella no es de hablar: es de hacer, de manotear. Ella tiene todo en sus dedos. Manotea una tijera y tusa el caballo. Manotea un cuchillo y corta la carne. Manotea un repasador y hace milagros. La Mari manotea. Y yo veo.

Solo veo con este cuerpo de señora grande, tirado para adelante. Los brazos sueltos y la cintura un tronco que se quiebra.

–Esta soy yo. No pidan más –le dije una vez a Mari, mientras me obligaba a arrear las vacas al tambo.

¿Cómo es abortar en medio del campo sin un hospital ni los recursos necesarios?
¿Cómo es abortar en medio del campo sin un hospital ni los recursos necesarios?

Todo empeoró cuando pasaba el tiempo y no volvía esa sensación. Cuando lo perdí, y no lo pude sentir más en mi pecho latiendo, creciendo como un hongo… Ese día en que desapareció, que se lo chupó la tierra mojada. En medio de la nada, en ese momento en que el cielo negro se confunde con el campo. Cuando los árboles se quedan mudos, y ahí todo es un pozo. Es el agujero que deja mi vida partida en dos. Porque qué le importan a la tierra mis sentimientos. Mi secreto. Qué le importa a la tierra mi escarabajo. Que yo no sepa si quererlo o no. Si pensarlo o no. Si contarle a Mari, a ella, que es tan viva. Si añorarlo muy fuerte como se quiere algo propio. Si sentirlo como mi enemigo más negro. Si ocultarlo hasta el final, si pensar en abrazarlo a la luz del día cuando todo haya pasado. Y corretear por la bomba de agua y en el medio del pantano que se forma alrededor chapotear fuerte y juntos. Que ese charquito sea nuestra pileta. Y que el escarabajo mueva fuerte sus patitas, sus manitos y sus ojos saltones…

Lo odié por no saber quererlo. Y a Mari también la odio… Con su vida en campo libre, con tanta ligereza que pareciera que los pies le andan volando las baldosas de la galería. Ella no se mancha. Siempre sabe qué hacer. Tan libre, tan suelta. Pero mi hermana no tiene la culpa. Y además, nunca tuvo un animalito que le picara el alma. Ningún escarabajo que la pusiera en muerte. Ella, la Mari, la preferida. Hubo veces en que no pude más que odiarla, más que desearle que muriera en medio del pasto, y que los caranchos se comieran la osamenta toda desparramada en medio de la nada.

¿Quién puede tener la culpa?

¿Mari?

¿Yo?

¿Mamá?

– ¡Qué habrás hecho, estúpida!

Así me dijo mamá, casi muda. Porque anda arrastrando su cuerpo, pateando las cosas cuando se las cruza en el camino, parece que no oye, que no ve, que no sabe… Que no siente. Pareciera que hace todo a cuerda, que a la mañana alguien le da vueltas a la cuerdita, y ella sale, reza. Barre las piezas. Ordeña una vaca. Cocina un guiso. Pero por esas cosas de la vida, de repente sabe, de repente lo ve y lo cuida todo. Y el viento del verano se vuelve en mi contra. Yo, que pensaba que la engañaba, que le ocultaba, que la quería así como es mi madre, no supe qué decirle…

No dije nada.

Parecía un hilo con un nudo, ahí parada en el baño frente a la pileta, desnuda. Mis pezones morados, las venas violáceas me recorrían las tetas sin llegar a ningún lugar. Y ya para abajo, en línea curva la barriga se me asomaba y el ombligo explotaba al mundo. Yo le había prometido a la Virgen que cuando el ombligo explotara le iba a pegar un tiro al escarabajo.

¡Estás preñada!”. Así me habría dicho mi madre si le contaba… Pude escucharlo, me llegó a los oídos tan fuerte como verdadero. Lo sentí. Yo que no sabía qué hacer con el escarabajo que me ahogaba y que se movía como burbujas que explotan en el agua, salí del baño, cerré la puerta tan fuerte que saltaron los vidrios de la ventana de atrás. Corrí a la pieza de Mari. Agarré una aguja de tejer, la calenté en la cocina. Y solo pensé en clavarla en la tierra húmeda y colorada. Revolver y revolver. Escarbar hasta encontrar el bicho. Revolverlo. Pincharlo. Y que todo terminara de una vez.

Mientras, mamá en la bomba. Con el chillido de la manopla al ir y venir en un alarido fino porque no tenía agua. La bomba estaba seca como yo. Corrí al comedor y mientras regaba de sangre toda mi ropa y también los pisos, me encontré con Antonio, que se golpeaba contra la salamandra y nadie lo escuchaba sonar.

Salí por la Mari. Corrí por mi hermana, esa que a veces odio. La llamé a los gritos. Mientras, escuchaba cómo el viento se iba huracanando fuerte. Creer o reventar, pero dicen que los muertos inocentes vienen con tormenta. Corrí por Mari, y ni tuve que hablarle, porque ella siempre tiene un consuelo envuelto en su repasador, como una maga. Me besó la frente muy suave, como queriéndome, como para que me tranquilizara, y con una mano me tapó la boca. Entonces solo lloré. Y solo deseé que al menos una lágrima tragara este suelo, chupara la tierra, se llevara el escarabajo.

Quién es Natalia Villamil

♦ Es escritora, dramaturga y directora teatral.

♦ Es Licenciada en psicología y docente.

♦ Trabaja en el equipo de Comunicación de la Dirección Nacional de Formación Cultural del Ministerio de Cultura de la Nación.

Malnacidos es su primera novela.

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