¿Por qué leer a Freud en el siglo XXI?

El médico vienés creó el psicoanálisis en el siglo XIX pero en el XX su método se convirtió en una “psicología de la vida normal” que interpeló a millones. ¿Sigue vigente?

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Freud siglo XXI
Freud siglo XXI

¿Qué nos conecta hoy con el médico vienés que a finales del siglo XIX desarrolló un método de tratamiento de las perturbaciones anímicas al que bautizó como psicoanálisis? En 1885, fascinado con los experimentos del neurólogo francés Jean Martín Charcot, Freud descubrió el arte de producir síntomas bajo hipnosis y se encontró con la histeria, patología de la disociación psíquica, que expresa a través del cuerpo aquello que no puede ser puesto en palabras. Nuevo territorio a conquistar, que condujo a Freud por los caminos de la sexualidad y la infancia a la búsqueda del acontecimiento traumático primero y, luego, a la construcción de la realidad psíquica.

En la segunda década del siglo XX, el psicoanálisis se consolidó institucionalmente. En 1909 Freud cruzó el Atlántico por única vez desembarcando en una universidad norteamericana. El “nuevo mundo” no le agrada, protesta contra la comida que le produce malestares estomacales, asiste por primera vez al cinematógrafo desconfiando de este invento moderno y dicta sus conferencias de presentación del psicoanálisis en alemán frente a un público culto, atento y expectante.

Varios años después, escribirá en su Presentación autobiográfica que, al subir a la cátedra de Worcester para exponer sus ideas, sintió que estaba realizando un increíble sueño diurno. “El psicoanálisis ya no era un producto delirante; se había convertido en un valioso fragmento de la realidad”.

"La interpretación de los sueños". Uno de sus libros principales, en la edición de Leamos.
"La interpretación de los sueños". Uno de sus libros principales, en la edición de Leamos.

A la vuelta de este viaje el psicoanálisis se afirma como movimiento. Se crea la Asociación Psicoanalítica Internacional, se editan las primeras revistas de la especialidad y luego de la Primera Guerra Mundial se organizarán centros de atención psicoanalítica gratuita en Berlín y en Viena. En 1935 ya se han establecido asociaciones psicoanalíticas no sólo en Europa y Estados Unidos, sino también en Japón, Calcuta, Sudáfrica y Jerusalén.

El psicoanálisis, que nació y se desarrolló en ciudades europeas que serían arrasadas por las guerras del siglo XX, sobrevivirá en tierras extranjeras y en idiomas diferentes al alemán de los orígenes. El nazismo provocó la emigración hacia Gran Bretaña y Estados Unidos de gran parte de los psicoanalistas de habla alemana. Después de la Segunda Guerra Mundial, el inglés se convertirá en la lengua de referencia.

Freud, fundador de la Academia Castellana

El Instituto de Psicoanálisis de Londres propuso editar las obras completas de Freud en inglés y le encomendó la inmensa tarea a James Strachey, quien, con la colaboración de su esposa Alix y de Anna Freud comenzó la tarea de publicación en 1953 para llegar al volumen 23 en 1966, un año antes de su muerte. El último volumen, el 24, vería la luz recién en 1974.

Sin embargo, el primer proyecto de traducción de las obras completas a un idioma diferente al alemán surgió de la Biblioteca Nueva de Madrid a partir de una sugerencia del filósofo español José Ortega y Gasset. El responsable de la traducción fue Luis López- Ballesteros y de Torres. La publicación comenzó en 1922 y completó 17 tomos en 1934. La Guerra Civil Española y la dictadura franquista interrumpieron este proyecto que, tal como ha investigado el historiador Hugo Vezzetti, fue retomado en Buenos Aires por la Editorial Americana entre 1943 y 1944. Se publicaron los 17 tomos de la versión de López Ballesteros más dos tomos, con obras inéditas, traducidas por Ludovico Rosenthal. Finalmente, entre 1952 y 1956 la editorial Santiago Rueda publicará una edición integral de las obras completas de Freud.

Sigmund Freud llega a París de camino a Londres, donde se exiliará tras la llegada de los nazis a Viena. Con él su hija Anna (izq), Marie Bonaparte, y el príncipe Pedro de Grecia (der.) (Pictorial Parade/Getty Images)
Sigmund Freud llega a París de camino a Londres, donde se exiliará tras la llegada de los nazis a Viena. Con él su hija Anna (izq), Marie Bonaparte, y el príncipe Pedro de Grecia (der.) (Pictorial Parade/Getty Images)

Aunque la historia es conocida, vale la pena recordar la emotiva carta que enviara Freud a su traductor español en la que recuerda su interés adolescente por aprender castellano con el fin de poder leer “el inmortal” Don Quijote en su lengua original. Quedan rastros de esta empresa en la correspondencia de Freud con su amigo de juventud Eduard Silberstein, con quien fundaron una Academia Castellana –de sólo dos miembros- para aprender, practicar y escribir en castellano.

La influencia de Cervantes se observa también en los apodos elegidos para este intercambio epistolar, los protagonistas del Coloquio de los Perros, Cipión y Berganza, los dos perros que dialogan por las noches en las afueras de un hospital de Valladolid, sorprendidos por el descubrimiento de sus habilidades lingüísticas. Más tarde, en el verano de 1883, el joven Freud le contará a su “adorada princesa” Martha Bernays, el disfrute con las aventuras del ingenioso hidalgo de la Mancha, “hacia mucho que no me reía tanto”, que lo distraen de la concentración requerida por el tema que lo apasionaba en aquellos años, la anatomía del cerebro.

¿Pero por qué leerlo?

Volvamos entonces a la pregunta inicial: ¿por qué leer a Freud en el siglo XXI? ¿Qué vigencia mantienen hoy ideas y prácticas que surgieron a fines del siglo XIX, en un mundo completamente distinto al nuestro, para dar respuesta a un conjunto de patologías –la neurastenia y la neurosis de angustia, la histeria y la neurosis obsesiva- cuyo secreto yacía escondido en el dominio de la sexualidad? ¿Qué elementos en común podemos encontrar entre el mundo de Freud y el nuestro? ¿Qué es lo que sigue resonando en la pasión contemporánea –y en particular argentina- por el psicoanálisis?

La invención freudiana que comenzó como método terapéutico y de investigación, se transformó, en palabras de su creador, en una ciencia de lo psíquico inconsciente. A medida que se establecía en los consultorios, el psicoanálisis avanzó sobre otros territorios, operando como un modelo para interpretar el malestar de la cultura. Se consolidó como movimiento internacional en el mundo occidental a través de un sistema de habilitación profesional privado, oneroso y largo, organizado de manera jerárquica en base a la experiencia y la relación de filiación con el padre fundador.

Al mismo tiempo, el psicoanálisis permeó la cultura popular a través de los medios de comunicación de masas, la literatura y el cine, construyendo un público que, tarde o temprano, demandaría su espacio en el diván. Tal como escribió, en 1939, el poeta inglés, W.H. Auden, Sigmund Freud “es más que una persona es todo un clima de opinión bajo el cual conducimos nuestras vidas”.

Sigmund Freud.
Sigmund Freud.

En este sentido, si el psicoanálisis se expandió como lo hizo en la cultura occidental fue por su capacidad para dar respuestas a los conflictos de la subjetividad de la primera mitad del siglo XX y de la inmediata posguerra. En el contexto de la Segunda Revolución Industrial y el crecimiento de la sociedad de consumo, el dispositivo psicoanalítico estableció un tiempo y un lugar para desplegar las tensiones entre la vida privada y la vida pública, el peso de las tradiciones y el ansia de futuro, los lazos familiares y la afirmación de la identidad, el amor ideal y los placeres del sexo.

La experiencia personal que descubrió el psicoanálisis y que, al mismo tiempo, con sus procedimientos contribuyó a delinear, es compleja y oscura, se compone de diversas instancias internas en permanente oposición y lucha. El psicoanálisis ofreció un nuevo vocabulario y una nueva imagen de la psiquis, un espacio abierto a profundidades desconocidas cuyo núcleo es incognoscible, un territorio sometido a fuerzas en pugna, la libido y la represión y, luego, la vida y la muerte. Un espacio interior inagotable y el desafío de aprehender una identidad personal que se construye en una búsqueda hacia atrás, en el paraíso perdido de la infancia. ¿Hay tiempo hoy para esa tarea? ¿Necesitamos seguir hurgando en el pasado familiar para descubrir las huellas de nuestra subjetividad? ¿Podemos seguir pensando la sexualidad desde la lógica de la represión?

En términos más generales, podemos preguntarnos si el psicoanálisis sigue funcionando como un modelo válido para pensar, entender y abordar las problemáticas subjetivas del siglo XXI. Quizás, como señalaba en 1994 el crítico literario norteamericano Harold Bloom, el psicoanálisis como terapia agoniza, y quizás ya esté muerto. Sin embargo, agrega, “Freud como escritor sobrevivirá a la muerte del psicoanálisis”. Podemos discutir si Freud era un científico o un charlatán, pero resulta más difícil poner en cuestión el encantamiento que siguen provocando sus palabras y el lugar que le corresponde como un autor fundamental en la biblioteca del siglo XX. Sus contemporáneos también lo sabían y, no por casualidad, el único premio que recibió en vida, fue el premio Goethe de Literatura en 1930.

"Mujer saliendo del psicoanalista", de Remedios Varo.
"Mujer saliendo del psicoanalista", de Remedios Varo.

Si seguimos leyendo a Freud es, sobre todo, por la potencia de sus imágenes y la invención de metáforas geniales para describir una psiquis cuya principal misión pareciera ser la de crear ficciones. ¿Qué otra cosa es la realidad psíquica? Un espacio virtual compuesto de fantasías, deseos, recuerdos encubridores y sueños. ¿Por qué si no anclar la empresa psicoanalítica en la interpretación de los sueños? Soñar, esa tarea que nos extraña de nosotros mismos mientras dormimos y se nos escapa apenas despertamos. El secreto de los sueños fue para Freud su descubrimiento más importante y los sueños se ubican en el corazón de la empresa freudiana por diversas razones. Porque le permiten que el psicoanálisis se transforme en algo más que el tratamiento de las neurosis, para convertirse en una psicología de la vida normal. Porque serán los sueños, con su particular excepcionalidad, los que abrirán el camino al inconsciente. Porque La Interpretación de los sueños, el libro que condensa este ritual de pasaje, de las neurosis a la comprensión de la normalidad, del siglo XIX al siglo XX, de los saberes onirocríticos de la antigüedad a la ciencia moderna; entre estrategias de lectura y anécdotas victorianas, despliega un relato de iniciación que nos envuelve con sus artilugios.

Encontramos en los pliegues del texto una autobiografía contada con fragmentos de sueños mientras el autor elabora un modelo, espacial y dinámico, para explicar el funcionamiento del aparato psíquico. La realidad psíquica que se conoce a partir de los restos oníricos, el espacio que Freud se propone cartografiar, se presenta siempre disfrazada y hay que buscar más allá. Exige la exploración de las profundidades de la mente, en los resquicios que se cuelan en la superficie, comprometiéndonos en la identificación de signos –la lectura- y la interpretación o escritura de textos, siempre parciales, que hacen que la tarea se renueve una y otra vez.

En la saga de un Don Quijote burgués, Freud construye un espacio interno para desplegar nuestras aventuras sin exponernos a los peligros que acechan en los caminos de La Mancha. De este modo soñar, la actividad estética más antigua según Borges, se convierte para Freud en la trama que nos define, y la búsqueda de sus sentidos en nuestra humilde tarea poética cotidiana.

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