Recuerdo que en mis (ya muy lejanas) infancia, adolescencia y primera juventud, el sorteo de Navidad de la Lotería Nacional tenía una enorme repercusión. Se transmitía por radio, quienes “cantaban” los premios eran insospechables boy scouts y la gente escuchaba la transmisión con su billetito en la mano: eran, por entonces, “vigésimos”, por lo cual si se ganaba teniendo solo uno se cobraba ese porcentaje del premio mayor, el “Gordo”, una suma muy significativa para la época.
Cuando se obtenía solamente “terminación” o ningún premio, las buenas personas se consolaban al ver al día siguiente en los diarios que el premio había “caído” en personas de pocos recursos (se decía “humildes”, aunque todavía no era políticamente incorrecto decir “pobres”).
Con los concursos literarios, especialmente con aquellos no sospechosos, ahora me sucede algo parecido: me alegra cuando se premia a un autor/a joven, inédito o poco conocido. Y eso es lo que ha venido sucediendo con el premio establecido por la Fundación El Libro.
No hay muchos concursos para el género cuento. Existe el premio Ribera del Duero, patrocinado por esa denominación de origen de vinos españoles y otorgado por la muy meritoria editorial Páginas de Espuma (dedicada casi exclusivamente al género). También está el de Radio Francia Internacional, Juan Rulfo, y, desde hace tiempo, en la Argentina, el de la Fundación El Libro, la entidad que organiza cada año la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires y algunas en el interior del país. El galardón se creó en 2016, en conmemoración del trigésimo aniversario de la muerte de Borges.
Este certamen está dirigido a escritores vivos de cualquier nacionalidad entre los 18 y los 50 años y se otorga a un libro de cuentos inédito en su totalidad, escrito en castellano y que no se haya presentado a otro concurso. Este último requisito recuerda el tema de un precioso cuento de Roberto Bolaño, el escritor chileno, incluido en su primer libro, Llamadas telefónicas.
En ese relato, “Sensini”, un escritor aconseja a otro presentar el mismo cuento en diversos concursos municipales organizados por ciudades españolas, con la posibilidad de recaudar consecutivamente modestas retribuciones económicas si los gana u obtiene una mención.
El de la Fundación se otorgó por primera vez a la producción 2016/2017, por un jurado en el que participaron Antonio Skármeta (venido expresamente desde Chile), Abelardo Castillo, cuya casa fue escenario de los enconados debates, y quien firma esta líneas, entre otros. Lo obtuvo por unanimidad Salir a la nieve del tucumano Máximo Chehin.
El más reciente, dotado con $1.200.000, además de la edición del libro, lo obtuvo una escritora española, Elena Alonso Frayle, con Geografía e historia. El jurado estuvo integrado por María Rosa Lojo, Sergio Olguín y el gran escritor, periodista y editor canario Juan Cruz.
Hoy voy a referirme al libro premiado en 2017/18, Juglares del Bordo, del mexicano Daniel Salinas Basave. Jurados: Ana María Shúa, Mempo Giardinelli, el puertorriqueño Eduardo Lalo, Carlos Gamerro y Jorge Lafforgue.
El autor nació en Monterrey, pero tempranamente se radicó en Tijuana, ciudad fronteriza con los Estados Unidos, lo que la convirtió en un centro de circulación de personas y mercancías, no siempre legal: un tranvía vincula a la ciudad con San Diego en California, muy cercanas ambas. Ejerció el periodismo y todavía lo ejerce, fue enviado como corresponsal a la Zona Cero en Nueva York luego del atentado a las Torres Gemelas y en 2008 fue becario de la Sociedad Interamericana de Prensa para asistir a un seminario sobre Periodismo de Alto Riesgo en Campo de Mayo.
En el fallo del jurado se lee que lo premiaron “por su originalidad temática, trabajo con la lengua, coherencia interna y la sensibilidad con que se acerca a un mundo sórdido”. Y eso de la lengua es una advertencia: está escrito en “mexicano básico”, por lo cual la consulta del glosario incluido al final del volumen se hace muy útil, aunque no resulta imprescindible para la lectura.
El Bordo es un diario de Tijuana que está acercándose a los días finales de la prensa sobre papel (tiene una edición digital) y a su alrededor se tejen estas historias entrelazadas, que resultan apasionantes cuando uno se deja invadir por la peculiaridad de la ciudad donde transcurren. “El Bordo” es también, según el glosario, “una zona del lecho cementado del río Tijuana, ubicado frente al muro fronterizo, habitado por cientos de inmigrantes deportados de los Estados Unidos”. Todo tiende a señalar que se trata de una región límite y no solo en sentido geográfico.
Los cuentos se encadenan como capítulos de una novela, aunque son autoconclusivos, como el género lo requiere, y están escritos con una prosa de ritmo alucinante. Está plagada, eso sí, de términos locales, muchos de los cuales no aparecen en el glosario, pero es aconsejable no interrumpir la lectura para googlear. El sentido de las frases permite intuir su significado. Y si no, no importa.
Los protagonistas pueden ser periodistas del diario. En el primer cuento, una joven y audaz fotógrafa que llega a la escena del crimen antes de que la policía la cerque y obtiene con su cámara fotografías exclusivas para publicar y otras, más gore, con su celular para difundir en su blog. En el segundo, un periodista, por pereza, anticipa como noticias hechos que aún no sucedieron, pero que finalmente acontecen. Esto le crea una fama de clarividente que lo llevará a predecir su propio asesinato.
Pero el relato también puede versar sobre un especulador inmobiliario seducido por un embaucador, que termina asediado por acreedores y amenazado por los narcos. Y en el último texto del volumen, un voceador (canillita) de 74 años vive el final de los diarios en papel para Tijuana –una tragedia, para él– como un símbolo de lo que viene pasando en el mundo en un texto cargado de emoción.
La sangre, la “caspa del diablo”, el narcotráfico, la corrupción de funcionarios y periodistas a sueldo son la materia constitutiva de estos espléndidos cuentos, en los que la respiración agitada de la escritura promueve la lectura sin interrupciones.
El sello mexicano Nitro Press reeditó en su país este libro, además de otra novela negra de Salinas Basave. Fondo de Cultura Económica le publicó El samurái de la Gráflex, una excelente novela basada en la figura real de un japonés fotógrafo que vivió en México una complicada existencia dependiente de los acontecimientos políticos nacionales e internacionales. Y en la próxima Feria Internacional del Libro de Guadalajara se presentará la más reciente novela del autor: Pedrag. El último tigre de Belgrado, que publicará también el Fondo.
La literatura mexicana, tras las huellas de Rulfo, Carlos Fuentes, Juan José Arreola, Laura Esquivel, Ángeles Mastretta, Arturo Azuela y muchos otros, que ahora olvido, tiene nuevos valores para exhibir orgullosamente.