En el espacio “Cómo lo escribí” de Infobae Leamos, autores y autoras cuentan el detrás de escena de sus libros. Por qué eligieron los temas o historias que terminaron en sus páginas, qué revelaciones aparecieron en el proceso de escritura, qué sensaciones hubo a medida que ese proceso ocurría.
En este caso, el doctor en Psicología y psicoanalista Ariel Wainer es quien publicó América. Anarquía y tragedia en la familia Scarfó (Marea Editorial). Lo central del vínculo entre el autor y su obra es su vínculo con la historia que cuenta: Wainer es nieto de la protagonista de su libro, América Scarfó.
La tragedia que cuenta es la de esa abuela, que a los 15 años se enamoró de un anarquista de 27, Severino di Giovanni -el hombre más buscado por la Policía en sus años-, y que vio cómo lo torturaban y cómo lo fusilaban. No fue suficiente padecimiento para América: también tuvo que ver cómo torturaban y fusilaban a su propio hermano.
América rehizo su vida: tuvo otro amor, tuvo hijos, tuvo nietos, tuvo una editorial y no tuvo ganas de volver sobre esos hechos tan dolorosos que partieron a su familia nuclear en partes irreconciliables. Muchas décadas después, Wainer se ocupó de reconstruir la historia y la convirtió en un libro en el que, de alguna manera, pone fin a todos esos años de silencio.
Cómo escribí “América”
Un hombre cruzó medio mundo para trabajar en una tierra que prometía prosperidad. No lo hizo solo, el barco que lo llevaba estaba repleto de compatriotas. Iban a construir las vías de un ferrocarril que uniría las dos costas del nuevo país.
El trabajo que les asignaron estaba dentro de los cálculos de los recién llegados, el trato que recibieron no. Las penurias de esa masa anónima de inmigrantes estaban destinadas al olvido, pero uno de ellos, que sabía escribir, llevó un diario de viaje. En él identificó al jefe de la cuadrilla y dejó un testimonio detallado de su crueldad.
Ese diario recorrió el camino que había hecho su autor, pero en sentido inverso. Así llegó a su familia. Esa memoria escrita pasó de generación en generación hasta que uno de sus descendientes resolvió el reclamo de justicia que había en esas páginas. Muerto el victimario hacía más de un siglo, los que pagaron fueron sus parientes lejanos.
Esta historia forma parte de la novela El Chino de Henning Mankell. En ella hubo algo que me impulsó a escribir. Me interesó la idea de un texto que pasa a través de las generaciones y durante mucho tiempo me pregunté por qué ese desenlace violento había tenido en mí alguna resonancia.
América nació en 1912 en Buenos Aires. Sus padres eran inmigrantes italianos. En su infancia tuvo un período de fervor religioso compartido con su abuela, que se fue apagando cuando se interesó en la vida que hacía su hermano Paulino. Él la introdujo en el gusto por la literatura y en las ideas anarquistas.
A los quince años se enamoró de un hombre de veintisiete, militante anarquista y famoso por muchas razones. Una de ellas fue su activismo, que incluía bombas en bancos, embajadas y consulados.
Para salir de su casa, en la que no hubieran aceptado la relación con ese hombre, América simuló un casamiento que le permitió emanciparse. Unos meses después, con su compañero, su hermano y otros amigos militantes se instalaron en una quinta en Burzaco. El año que vivieron allí se pareció bastante al sueño que tenían de una vida mejor. Trabajaban en la tierra y en el gallinero, editaban una revista, traducían e imprimían libros.
América llevaba una vida semi clandestina. No participaba de las acciones violentas del grupo, pero trabajaba activamente en la revista Anarchia. Era una joven audaz, inteligente y una feminista pionera.
En septiembre de 1930, un golpe cívico militar derrocó a Yrigoyen. Con la dictadura de Uriburu llegaron las persecuciones, las torturas y la pena de muerte. En el verano del 31, su compañero y su hermano fueron detenidos por la Policía. Un juicio sumario los condenó y fueron fusilados. La muerte estaba en los cálculos, las torturas salvajes a las que fueron sometidos no.
América es América Scarfó. Ella fue mi abuela materna. Su compañero, Severino Di Giovanni, era el hombre más buscado por la policía en esos años. Su fusilamiento paralizó al país. América estuvo detenida durante un mes y fue liberada sin que se le pudieran imputar cargos.
Nunca la escuché hablar de esa historia. Las pocas veces que le pregunté a mi madre, sus respuestas vinieron con un mensaje: “No estoy dispuesta a hablar del tema”. Como fondo de ese silencio, hubo una familia, la de América, que se había desintegrado. En las generaciones siguientes, la de mi madre y la mía, hay marcas que indican que las esquirlas llegaron lejos.
Hay circunstancias en las que un sentimiento de injusticia nos atraviesa de un modo en que nuestro mundo queda reducido a ese sufrimiento. No hay otra cosa en que podamos pensar, no hay nada más que tenga sentido. Si podemos luchar, la pelea abre una posibilidad de salida. Si en la lucha nos encontramos con otros que reclaman por lo mismo que nosotros, ya no estamos solos, nuestra fuerza se multiplica y nuestras esperanzas también.
Investigar y escribir sobre la historia de América me llevó a pensar que su tragedia no fue perder a su compañero y a su hermano. Tampoco la condena social y la de su familia. Su tragedia fue haber visto el estado en que quedaron las dos personas que más quería luego de haber sido torturadas despiadadamente unas horas antes de ser fusiladas y, especialmente, haber cargado con un sentimiento de injusticia impotente que debió llevar en soledad y silencio por más de setenta años.
Con una primera versión del libro terminada, trabajé una vez por mes, durante un año, con la editora Silvia Itkin. Ella me ayudó a encontrar el lugar y la distancia para contar esta historia. Cuando nos pareció que el trabajo estaba hecho, decidí buscar una editorial. Por el perfil de su catálogo, me pareció que podía ser Marea.
A Constanza Brunet, su directora, le interesó el libro. Nos encontramos por primera vez en su oficina. Acordamos las tareas que teníamos por delante y cuando nos estábamos por despedir comentó, como al pasar, que su hija se llama América.
El comentario me tomó por sorpresa. Creo que dije algo así como: “¡Qué raro que hayan elegido ese nombre! ¿Qué fue lo que los inspiró?”. Su respuesta no pudo ser más breve: “América”. Lo dijo inclinando su cabeza hacia un costado. En su segunda vida, mi abuela se casó con Domingo Landolfi. En los años cuarenta ellos crearon la Editorial Americalee, que llegué a conocer.
En Buenos Aires hay muchas editoriales y supongo que una única editora que eligió el nombre de su hija inspirada en mi abuela. El libro encontró su lugar. Creo que América estaría contenta con este encuentro.
El libro se presenta el 28/9 a las 18 en el Museo del Libro y de la Lengua, con Christian Ferrer, María Rosa Lojo, Ariel Wainer y Constanza Brunet.
Quién es Ariel Wainer
♦ Nació en 1966 en Buenos Aires. Es doctor en Psicología y psicoanalista.
♦ Es docente de grado y posgrado en diferentes universidades (UBA, UCES, UAI). Es uno de los miembros fundadores del Grupo Psicoanalítico David Maldavsky y de Giro Salud Mental.
♦ Publicó trabajos en revistas especializadas y el libro Yo soy así. Teoría y clínica de las caracteropatías (2021).
♦ Su madre, Paulina Vanda Landolfi, fue la hija mayor de América Scarfó.