“A quienes haya podido ofender, solo quiero decirles que he reinventado los coches eléctricos y estoy enviando a personas a Marte en una nave espacial. ¿Creían que también iba a ser un tipo tranquilo y normal?”, dijo Elon Musk en su participación en Saturday Night Live en 2021.
El empresario, inversor y magnate sudafricano, que también posee nacionalidad canadiense y estadounidense, es una de las figuras más disruptivas y controversiales de la actualidad. Es la mente detrás de Tesla -empresa con la que pretende cambiar para siempre el mercado automotor con sus vehículos eléctricos-, de SpaceX -compañía que fabrica cohetes y que busca reducir el costo de viajar al espacio para facilitar la colonización de Marte-, y de Starlink -cuyo fin es construir una “constelación de satélites de internet” para brindar un servicio mundial y de bajo costo-.
Pero también, dato no menor, Musk es el hombre más rico del mundo, algo que, incluso sin las excentricidades que lo caracterizan, lo pone en el centro del debate público. ¿Cómo llegó hasta ahí? ¿Es su fortuna fruto de su trabajo o está vinculada a la minería y el comercio de esmeraldas llevado a cabo por su padre en Sudáfrica, que Musk siempre trató de ocultar? ¿Cuál es su rol en la actual guerra de Rusia contra Ucrania? ¿Por qué ansía tanto colonizar Marte?
En Elon Musk, biografía a cargo de Walter Isaacson -que ya se ocupó de las vidas de Steve Jobs y Albert Einstein-, el periodista estadounidense cuenta muchos de los secretos del polémico magnate después de seguirlo “como una mosca” por dos años para contar con minucia su vida. Los abusos recibidos en su infancia, sus cambios de personalidad, su “modo diablo”, sus once hijos -varios de ellos mantenidos en secreto-, su adquisición de Twitter y sus incursiones en viajes espaciales e inteligencia artificial. Todo esto, y mucho (¡mucho!) más en esta exhaustiva biografía de casi 700 páginas.
“Elon Musk” (fragmentos)
El patio del recreo
Como el niño criado en Sudáfrica que era, Elon Musk conoció el dolor y aprendió a sobrevivir a él.
A los doce años, lo llevaron en autobús a un campamento de supervivencia en la naturaleza, conocido como veldskool. «Era El señor de las moscas en versión paramilitar», recuerda. A cada niño se le daba una pequeña ración de comida y de agua, y se le permitía —de hecho, se le alentaba— a pelear por ella. «El matonismo se consideraba una virtud», cuenta su hermano menor, Kimbal. Los niños mayores aprendían con rapidez a dar puñetazos en la cara a los pequeños y a quitarles sus cosas. Elon, que era bajito y torpe emocionalmente, recibió dos palizas. Acabó perdiendo casi cinco kilos.
Hacia el final de la primera semana, dividieron a los chicos en dos grupos y les dieron instrucciones de atacarse mutuamente. «Aquello era demencial y alucinante», recuerda Musk. Cada pocos años moría uno de los niños. Los monitores solían contar esas historias a modo de advertencia: «No seas tan estúpido como ese tonto de los cojones que murió el año pasado —decían—. No seas el débil gilipollas».
Planeta rojo
El fin de semana del día del Trabajo de 2001, poco después de haberse recuperado de la malaria, Musk fue a visitar a su amigo fiestero de Penn, Adeo Ressi, a los Hamptons. Durante el regreso en coche a Manhattan por la Long Island Expressway, hablaron del siguiente proyecto de Musk. «Siempre he deseado hacer algo en el espacio —confesó a Ressi—, pero creo que no hay nada que pueda hacer un solo individuo». Por supuesto, la fabricación de un cohete era demasiado cara para un particular.
¿De veras lo era? ¿Cuáles eran exactamente los requisitos físicos básicos? Se imaginaba que todo cuanto se necesitaba era metal y combustible, que en realidad no costaban tanto. «Para cuando llegamos al túnel de Midtown —cuenta Ressi—, habíamos decidido que el proyecto era viable».
Cuando llegó a su hotel aquella noche, Musk se conectó al sitio web de la NASA para leer acerca de los planes para ir a Marte. «Suponía que tenía que ser pronto, porque fuimos a la Luna en 1969, así que debíamos de estar a punto de ir a Marte». Al no encontrar el calendario, siguió rebuscando en la página web, hasta percatarse de que la NASA no tenía ningún plan para ir a Marte. Estaba estupefacto.
Buscando más información en Google, se topó con un anuncio de una cena en Silicon Valley ofrecida por una organización llamada Mars Society. Eso suena genial, le dijo a Justine, y compró un par de entradas de quinientos dólares. De hecho, acabó enviando un cheque de cinco mil dólares, lo cual llamó la atención de Robert Zubrin, el presidente de la organización. Zubrin sentó a Elon y a Justine en su mesa, junto con el cineasta James Cameron, que había dirigido el thriller espacial Aliens, así como Terminator y Titanic. Justine se sentó al lado de este. «Fue muy emocionante para mí porque yo era una gran admiradora suya, pero él habló principalmente con Elon acerca de Marte y por qué los humanos estarían condenados si no colonizaban otros planetas».
Musk tenía ahora una nueva misión, que era más elevada que lanzar un banco en internet o unas páginas amarillas digitales. Fue a la biblioteca pública de Palo Alto para leer acerca de la ingeniería de cohetes y empezó a llamar a los expertos, pidiéndoles prestados sus viejos manuales de motores.
Ucrania, 2022: Starlink al rescate
Una hora antes de que Rusia invadiera Ucrania, el 24 de febrero de 2022, Moscú lanzó un ataque masivo de malware para desactivar los rúters de Viasat, la compañía estadounidense de satélites que gestionaba las comunicaciones e internet del país. El sistema de mando del ejército ucraniano quedó mutilado, lo que hizo casi imposible organizar la defensa. Altos funcionarios ucranianos pidieron ayuda urgentemente a Musk, y el viceprimer ministro, Myjailo Fédorov, utilizó Twitter para instarle a proporcionar conectividad al país. «Le pedimos que proporcione estaciones Starlink a Ucrania», suplicó.
Musk accedió. Dos días después, llegaron a Ucrania quinientas terminales. «Tenemos al ejército de Estados Unidos indagando cómo ayudarnos con el transporte, Washington ha ofrecido vuelos humanitarios y alguna compensación —le escribió Gwynne Shotwell por correo electrónico a Musk—. ¡Los tíos se están moviendo de verdad!».
«Genial —respondió Musk—. Me parece bien». Se reunió por Zoom con el presidente Volodímir Zelenski, discutieron la logística de un despliegue más amplio y prometió visitar Ucrania cuando acabara la guerra.
Lauren Dreyer, directora de operaciones comerciales para Starlink, empezó a enviarle actualizaciones dos veces al día. «Hoy Rusia ha desconectado una gran cantidad de infraestructura de comunicaciones ucraniana, y una serie de kits de Starlink ya están permitiendo que las Fuerzas Armadas de Ucrania sigan operando centros de mando en el teatro de operaciones —le escribió el 1 de marzo—. Estos kits pueden ser un asunto de vida o muerte, pues el oponente se está centrando intensamente en la infraestructura de comunicaciones. Nos están pidiendo más».
Al día siguiente, SpaceX envió dos mil terminales más a través de Polonia. Pero Dreyer dijo que en algunas zonas no había electricidad, por lo que muchos de ellos no funcionaban. «Ofrezcamos enviarles kits solares y de baterías —respondió Musk—. También algunas Tesla Powerwalls o Megapacks». Pronto, las baterías y los paneles solares estaban de camino.