“Cuando me enteré de lo que había pasado con mi familia en el Holocausto no menstrué durante meses”: Ágnes Gurubi y una investigación estremecedora

La escritora húngara Ágnes Gurubi se dedicó al periodismo por más de dos décadas pero su propio recorrido familiar se volvió protagonista de su primer libro, “Las chicas Bergman”. Lo hizo para entender qué pasaba con las mujeres que la precedieron.

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Ágnes Gurubi
Ágnes Gurubi

Las chicas Bergman, primer libro de Ágnes Gurubi, reconstruye su pasado familiar, pero no es una autobiografía. La Segunda Guerra Mundial atraviesa la trama, se presentó hace poco en el Museo del Holocausto y, sin embargo, va más allá de la investigación periodística, la documentación histórica o la reflexión sobre el horror de la Humanidad.

“Es, más bien, una novela de ficción que incluye historias personales. Habla de una mujer que busca claves en su propia vida y eso la lleva a indagar en las mujeres que la anteceden. En el proceso de escritura, las personas reales empezaron a desvanecerse para dar paso a los personajes, que tienen sus características, formas, modos”, dice la autora húngara.

Ágnes Gurubi nació en Budapest en 1977 y desde hace más de una década vive con su marido y dos hijas en Verőce, un pueblito en las orillas del río Danubio. Trabajó como periodista durante 20 años y desde que salió Las chicas Bergman en 2020, que en su país va por la quinta edición, se dedica solo a escribir, algo que nunca había planeado o soñado hacer, cuenta. El año pasado salió en Hungría su segunda novela, El otro Dios. Y ahora, mientras la editorial local Blatt & Rios publica su debut en la literatura, con traducción de Susana Lajtavary, la autora dice que “el próximo objetivo” es que este libro tenga también su versión en inglés.

Agnes es rubia, delgada, usa un rodete al que se le van soltando los mechones de pelo, tiene un vestido rojo, pero sobrio, que desdice el frío porteño. Aunque es la entrevistada, observa, escanea todo lo que sucede alrededor. “Qué lindo gorro” o “cómo es el medio en el que saldrá la nota” son sus comentarios y cosas que quiere saber hasta que finalmente dice: “Creo que tu parte es más fácil. Estar preguntando, en lugar de respondiendo”. Y se pone en el lugar incómodo lo más cómoda posible.

El primer libro de Gurubi
El primer libro de Gurubi fue editado por Blatt & Ríos.

Anna, la protagonista de Las chicas Bergman, se le parece bastante. Pero también no. Ambas, de todos modos, emprendieron un viaje hacia su pasado familiar para sanar su presente. Las dos tensaron el hilo invisible que une a un linaje de mujeres con los corazones “endurecidos”, “helados”, que empieza en Hungría en el siglo XIX y llega hasta hoy en Budapest. También en Orlando, Estados Unidos, y en Buenos Aires, Argentina. La autora y la narradora, ambas, salieron a buscar las esquirlas de la bomba que fue la Segunda Guerra Mundial. Y encontraron retazos de pasado personal, historias familiares ocultas, que se hicieron constitutivas.

Para Anna, sirve en su intento de intentar recuperar su vida y cambiar el curso hacia la sanación personal. En el caso de Agnes, fue porque sintió que ya no podía posponerlo más, que tenía que escribir la historia, avisa. La narradora, en el proceso, va entendiendo de qué modo el sufrimiento de las mujeres de su pasado familiar estaba presente en sí misma, y en sus hijas. La autora, a lo largo de su aventura, plantó una huella ficticia dentro de una obra tan terapéutica como literaria. La hibridez de los géneros en su caso se instala en la indefinición, sin buscar que nada ni nadie la rotule y por ahí es donde todas esas mujeres, las ficticias y las reales, encuentran la posibilidad de redención.

La historia de esta familia resulta entonces más que un asunto privado. Impacta de algún modo a lo humano en general. Comienza con Róza Hirsch, tatarabuela del linaje, que llegó a Hungría desde Transilvania, y pasa por todas las mujeres que descienden de ella hasta llegar a las seis chicas Bergman. Entre esas hermanas, que lograron sobrevivir al Holocausto, está Bella, abuela de la narradora, que no quiere saber nada con el pasado y ni siquiera se considera judía.

Todo lo contrario a Ilona, que a sus 90 años y en Buenos Aires, le cuenta su historia, la propia y la familiar. Ahí está fundida al personaje Ida Berger de Blatt, tía abuela de la autora, que mientras come tostadas con dulce de leche le cuenta en húngaro a su joven parienta cómo escapó de los campos de concentración nazis, a los 16 años. La edición en castellano de la novela está dedicada a su memoria, ya que falleció en abril de 2022. También en un hilo familiar, fuera de lo ficticio, está el vínculo entre la autora y el editor local.

Las mujeres son protagonistas de
Las mujeres son protagonistas de la novela de Bergman.

Mariano Blatt, que conoció a Agnes cuando vino en 2019 a entrevistar a Ida y volvió a verla en Europa un par de años después, comenta entre risas: “Leí la novela cuando recién salió, en húngaro, con Google Translator, y solo con eso me alcanzó para darme cuenta de que era buena, que había algo interesante ahí”. Para llegar a la Argentina aquella primera vez, Agnes armó un pedido de financiación en GoFundMe y no tenía idea de que había un primo porteño con una editorial que terminaría traduciendo y publicando su primer libro.

La autora comenzó su aventura hacia la literatura con un accidente de auto. Iba con su hija de 15 años cuando el coche voló por los aires y se estrelló en una zanja. “Sobrevivimos, pero de forma milagrosa. Y entonces comencé a pensar que tenía que cambiar algo en nuestras vidas. Entonces noté que en mi familia hubo siempre cierto patrón que seguíamos las mujeres, de dureza, que se fue transmitiendo de generación en generación. Me resultaba cruel y me di cuenta que yo también era así. Mi objetivo pasó a ser cambiar algo en mí. Pero si no sabía qué había en el pasado, no iba a poder hacer nada en el presente. Y estaba segura que había algo en la historia callada de mi abuela que siempre me emocionó. Y así empezó todo”, dice en conversación con Infobae Leamos.

—¿Ya con la intención de escribir una novela?

—Cuando comencé, primero pregunté a mi madre, y ahí supe que en Estados Unidos estaba una de las hermanas de mi abuela, que era la que me podía contar las cosas de las que no se hablaba en mi familia más directa. Así que viajé a su casa y ahí me enteré cómo mataron a mi tatarabuela, algo de lo que no sabía nada, y decidí que tenía que saber más. En el transcurso de mi indagación, que comenzó desde un lugar muy personal, todo se fue convirtiendo en un registro de investigación periodística. Fui reportera por más de 20 años y eso me acostumbró a esconderme detrás del micrófono. Pero cuando comencé a escribir me di cuenta que había llegado el momento de pararme bajo el reflector. Tuve que aceptar cosas que mi abuela no podía hacer, o que nadie de la familia podía hacer. Y fue necesario hacerme cargo de esta historia.

—¿Fue difícil?

—Sí, pero me alegra haberlo hecho. De hecho, la vida me dio la razón, porque hay historias que no pueden ser contadas sin que se atreviese algo personal. Y aunque hice una suerte de investigación periodística personal, en el proceso de la escritura fui descubriendo que era una obra literaria, una novela. Es personal, se parecen muchas cosas pero no es autoficción. Tampoco es una obra terapéutica ni una novela transgeneracional. Es sólo una novela.

El horror instalado por el
El horror instalado por el nazismo que encabezó Hitler es el escenario de "Las chicas Bergman". (Photo by The Print Collector/Print Collector/Getty Images)

—¿Cómo decidiste viajar a conocer en persona a tus tías abuelas?

—Fue muy agotador. Física y mentalmente. Cuando fui a Estados Unidos y me enfrenté a estas historias, no menstrué durante meses. Como si reviviera en mi cuerpo lo que pasó. Ahí me enteré del asesinato de los pacientes del hospital Bíró Dániel, el incendio del edificio y los fusilamientos. No tenía idea de lo que había pasado ahí en la Segunda Guerra. Y tampoco cómo había afectado a mi familia.

—¿Y el viaje para conocer a Ida (tu Ilona ficticia)?

—Cuando estuve acá hace cuatro años fue muy diferente a estar acá ahora. Había venido para hablar con Ida, así que seguí su ritmo, sus rutinas. Su historia me dejó sin aliento. Todavía tengo las grabaciones, porque grabé muchas cosas. Y aquella vez no pude sentir nada de cómo es realmente la ciudad.

—¿Y ahora?

—El ambiente es completamente diferente. Tengo varios conocidos que aman Sudamérica y siempre dicen que esta es una ciudad tan fantástica. Así que ahora estoy lista para verla desde esta nueva perspectiva. Y en solo dos días ya sentí todo, el ambiente, la energía, completamente diferente.

Así empieza “Las chicas Bergman” (fragmento)

En mi historia faltan los hombres. Al igual que en la historia de todas mis ascendientes mujeres. Son invisibles. De la misma manera que lo era yo para mi padre. A mí, mi padre nunca me vio. Para él yo era transparente. Como una membrana. Miraba a través mío como por una ventana impecablemente limpia. Una niña fantasma. Nací el mismo día que su madre. Tal vez ese fue el problema. O que fui niña. Error fatal. Irreparable.

"Las chicas Bergman".
"Las chicas Bergman".

Él tenía veintisiete años cuando nací. En ese momento ya era padre de una niña de dos años. Esperaba a un niño, aunque nunca hubiera podido admitirlo. Un niño para jugar al fútbol, ir a pescar, mirar partidos. Con quien poder ir al bar a tomar cervezas. No lo logró. Fracasó.

A falta de algo mejor, iba solo al bar. A ahogar sus penas. Mi padre tenía muchas penas. Dos veces más que mi abuelo y tres veces más que mi bisabuelo. Todos los días se proponía ahogar sus penas en alcohol. Una y otra vez. Pero, de alguna manera, el montón de penas no se agotaba.

Entre mi madre, mi hermana mayor y yo intentábamos luchar contra todas estas penas. A mí era a la que menos le salía. Sin embargo, me esforzaba. Con todas mis fuerzas, con cada una de mis fibras y mis células, con cada poro de mi piel. Quería que mi padre estuviera orgulloso de mí, e hice todo para llamar su atención. En el jardín de infantes me quedaba afónica de tanto gritar, me trepaba a los árboles, me peleaba a golpes, pateaba, mordía, rompía todos mis pantalones y medias a la altura de las rodillas, gastaba la punta de todos mis zapatos, y a la noche me sentaba a comer a la mesa toda transpirada y sucia. Gritaba, pataleaba.

Pero no pasaba nada. Con el paso del tiempo me hubiera conformado simplemente con su aprobación. Después mis expectativas bajaron todavía más. Me hubiera alegrado el sólo hecho de que percibiera mi existencia. De adolescente mi deseo de reconocimiento se convirtió en una ira desenfrenada. En una ira que barría y arrasaba todo. Este sentimiento era mi propulsor. Era el tejido que sostenía mi cuerpo. La sangre que corría por mis venas era bombeada por la rabia. Y por la vergüenza. En mi tórax, un corazón congelado como el hielo.

Quién es Ágnes Gurubi

♦ Nació en Budapest, Hungría, en 1977.

♦ Es escritora, periodista y editora.

Las chicas Bergman es su primer libro.

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