Sztajnszrajber, célebre entre sus lectores por llevar la filosofía fuera de la academia y acercarla a espacios no convencionales, difundiéndola en la radio, la televisión y escenarios en vivo, presenta en su más reciente título, El amor es imposible, ocho tesis que abren un espacio de reflexión sobre el amor.
A través de interesantes presupuestos, desmantela las estructuras establecidas en torno a la pareja, la familia, la idea de la media naranja o el primer amor, que durante mucho tiempo han sido consideradas como verdades incuestionables.
El filósofo argentino afirma que el amor es un fenómeno inefable, y como tal, no puede ser comprendido plenamente ni definido. En lugar de ofrecer respuestas concretas, propone una deconstrucción del amor, un proceso de desarme de las certezas que intentan definirlo.
El amor es imposible no pretende proporcionar un mapa detallado sobre cómo establecer vínculos amorosos, sino que más bien invita a la reflexión y la descomposición de las verdades instituidas que rodean la idea del amor. Desde el matrimonio y la monogamia hasta la concepción del otro como complemento o posesión, Sztajnszrajber ilumina la experiencia amorosa mediante su análisis de la memoria, la educación, la familia, la subjetividad, la repetición y otros factores que influyen en nuestras vidas.
Al interior de estas páginas, el filósofo desafía a los lectores a cuestionar su propio mundo de posibilidades y a explorar lo que se encuentra más allá de esas fronteras. “Lo imposible no es la negación de lo posible, lo imposible es aquello que se abre una vez que lo posible muestra su frontera”, señaló el autor en una entrevista con Télam.
A través de sus ocho tesis, Sztajnszrajber nos conduce a examinar críticamente nuestras creencias y convicciones sobre el amor. Al respecto, durante su estancia en Bogotá, previo a un evento en la Universidad Santo Tomás, el autor conversó con Infobae Leamos.
— En el libro menciona que esta idea del amor romántico es la que más ha impregnado nuestra sociedad. ¿De qué manera podríamos derrumbar o minimizar su impacto en nuestra cotidianidad?
— Me parece que todas aquellas experiencias que tenemos arraigadas, las tenemos como instaladas en el cuerpo, porque nuestra subjetividad no es algo que existe de modo a priori, sino que se va construyendo en nuestra vida social al interior de los dispositivos culturales. Nacemos y ya estamos al interior de toda una modalidad de lo amoroso que impregna nuestra forma de amar. Me parece interesante empezar a desnaturalizarla, no a negarla, sino a comprenderla como un efecto, como una construcción, como algo que no se da de manera natural, de manera esencial. Creo que eso ya es un gran paso, darnos cuenta de que el ideal romántico del amor que ha triunfado en nuestra cultura es una modalidad más de vivir y pensar lo amoroso. Entender por qué, sin embargo, siendo una versión más de lo amoroso, se ha impuesto con tanta eficacia. Ese trabajo de lucidación nos permite ponerla en perspectiva, ver sus relaciones con otros contextos: sociales, productivos, económicos. En general, cuando pensamos el amor, lo solemos aislar como si fuese un acontecimiento cerrado sobre sí mismo, y es muy propio de nuestro sentido común que, durante ese aislamiento conceptual, visualiza el modo en que todo está enhebrado con todo, que le da otra perspectiva a los distintos temas y, en este caso, al amor.
El ideal romántico del amor es una construcción y es necesario ver cómo se originó, qué objetivos persigue, por qué tiene tanto éxito. Una vez se empieza a desarmarla, a deconstruirla, no la abandonas por completo. No creo que hay que escaparle al romanticismo. Todo lo contrario, creo en todo lo bello que trae una concepción romántica del amor. A lo que hay que huirle es a pensar que solo hay una única versión de lo romántico, que es la que de algún modo uno reproduce permanentemente en lo cotidiano. Reconciliarnos con lo romántico es poder descentrarlo, destotalizarlo. Ese movimiento de distancia permite que empiecen a aparecer otras preguntas y después, si uno quiere, reingresar al amor en términos tradicionales, tiene toda la libertad. La gran diferencia es esa, la posibilidad de vincularse de un modo no esencialista, a creer que las cosas, por un mandato, solo pueden ser de un único modo.
— ¿Cómo el amor puede ser concebido de manera más auténtica y menos idealizada, partiendo de esa idea de la otra mitad?
— El problema de la idea del amor, en cuanto a la concepción de la otra mitad, es que anula al otro, deja de ser el amor un encuentro con el otro para pasar a ser un encuentro con lo que uno necesita que el otro sea. Porque esa metáfora de la otra mitad supone que uno necesita completarse a sí mismo con otro, pero ese completarse fuerza a que cualquier otro tenga que incluirse, readaptarse, encarnar lo que uno necesita que el otro sea. Me resulta mucho más desafiante pensar al amor como encuentro con el otro donde el otro nunca me cierra; es otro porque nunca cierra su otredad, es algo que me convoca permanentemente a intentar conciliar, comprender, a ir en busca. Es muy distinto pensar al amor como un ejercicio de búsqueda que como un ejercicio de encuentro. El encuentro con el otro es la fórmula de lo imposible en el mejor sentido del término, porque ese encuentro es imposible, porque el otro es otro, y creo que lo más interesante del amor es poder lidiar con lo que no tiene que ver con uno; el otro y su diferencia me sacan de mí mismo. En cambio, en el ideal de amor a partir de la concepción de la búsqueda de la otra mitad, lo que hago es arrebatarle al otro su otredad para ratificarme en mí mismo. Creo que en el fondo, la idea de la media naranja no hace más que potenciar lo que nosotros tenemos de nosotros, y me parece que el amor es exactamente lo contrario, un acto de escape, de salida, es lo que nos permite trascender una de las devociones muy propias de nosotros mismos, que es el arraigue que tenemos en nosotros. Hay dos modelos, un amor en el cual el otro no es más que un medio para la propia expansión o un amor que al revés lo que hace es colapsar la idea que yo tengo de mí mismo.
— En estas páginas habla también de cómo el amor se relaciona con la idea de la ausencia. ¿Cómo esta última llega a ser un componente esencial de la experiencia amorosa?
— En el amor tiene que haber una distancia y no un fagocitamiento del otro, es un poco pelearse contra la metáfora de devorarse al otro, que es propio del paradigma fusionalista del amor como fusión. Yo creo que la fusión básicamente implica el ejercicio de una relación de poder muy prominente, donde en nombre de la fusión con el otro se pierde lo más interesante del vínculo amoroso, que es el encuentro de dos singularidades. Entonces, la singularidad, la diferencia del otro, creo yo, es lo que más importa. Cuando alguien se enamora, el otro está siempre en una distancia que nos permite que esa búsqueda por el otro nunca se termine, en cambio en el paradigma de la fusión, ese deseo por el otro culmina en la medida en que con la fusión se termina el espíritu del sujeto que ama. En ese acto el amor se disuelve. No hay nada peor para el deseo amoroso. Es un proceso terminal. Una vez que alcanzo todo lo que creía que el otro me podía brindar, entonces, ya no hay más. Yo busco en el otro algo que creo que tiene y yo no, pero en realidad el otro no tiene nada, todo obedece a una especie de intención que uno crea. En el amor nunca se alcanza el encuentro definitivo con el otro, tiene mucho más de desencuentro, porque es esa disidencia la que hace que yo siga permanentemente abierto a lo que el otro me puede dar. En cambio, si yo termino de encontrarme con el otro, hay algo del amor que se pierde.
— ¿Cómo se relaciona el amor en la búsqueda de la trascendencia?
— Hay un texto de Platón, El Banquete, en el que Sócrates dice que el amor es una forma de alcanzar la inmortalidad. Cuando me enamoro, es como que de alguna manera el otro parecería que viene a completar una falta, uno ama lo que no tiene, dice Platón, y se supone que el otro viene a suturar esa herida abierta, es un gran mito, una gran ilusión, creer que el otro puede ser una plataforma hacia la trascendencia. Está claro que el principal problema de nuestra condición humana tiene que ver con la finitud, es la consciencia de que nos vamos a morir y de que no podemos resolver el único problema que en el fondo nos agobia. El amor ha aparecido históricamente en la cultura como un modo de sublimar esa necesidad de trascendencia; creemos que amando estamos alcanzando la inmortalidad. Platón dice que tanto en la procreación de hijos como en la producción o creación de obras, donde hay un sentimiento erótico muy importante, todo se ve atravesado por un acto de amor que nos trasciende. Creo que, filosóficamente hablando, todo lo que hacemos es el intento inagotable e infructuoso de encontrarle un sentido a lo que no lo tiene, que es nacer para morir, y creemos que con el amor logramos solaparlo, creernos que estamos encaminados. En definitiva, no sabemos si alcanzamos la inmortalidad, pero si vivimos nuestra vida terrenal creyendo que con el amor la alcanzamos, entonces el amor cumple su objetivo.
El trabajo del libro es cuestionar estas formas, apuesta a revelar que hay otras versiones del amor que no son las instituidas, donde el amor, en lugar de generar un sentimiento de tranquilidad, lo que termina es generando perturbación, tiene menos que ver con la paz y más con el conflicto, con esa relación con el otro que no hace más que potenciar la diferencia. Eso no significa pasarla mal ni estar peleándose todo el tiempo, sino entender que lo que hay que buscar es un amor que no se someta, sino que nos revitalice y nos impulse a seguir haciéndonos preguntas. Lo más interesante de hacer preguntas no es encontrar sus respuestas, sino que cuestionen aquellas respuestas que de tan repetitivas se han establecido como indiscutibles. La filosofía se hace preguntas para cuestionar las respuestas hegemónicas, y es al mismo tiempo un acto de amor.
— ¿De qué manera opera el desamor como fuente de crecimiento y filosófico en pos del amor?
— En esta deconstrucción del amor romántico, es clave entender que el amor y el desamor son parte de lo mismo. En el libro digo que el amor es imposible porque todo amor es siempre un desamor, y ahí lo que busco es comprender la afinidad que hay entre el amor y el desamor porque en la estructura misma del amor hay siempre un desamor, como presencia de lo todavía no accesible, siempre me falta algo, y por eso el amor surge en ese recorrido a través de esa falta. Yo creo que hay mucha más filosofía, literatura y arte sobre el desamor que sobre el amor en sí, porque hay algo de esa pérdida, de esa ausencia, de esa separación frente a lo que uno sentía comodidad que nos desacomoda, tal y como hace el amor. Ambos aspectos llevan al mismo lugar. Son dos categorías que están relacionadas entre sí. La una se le debe a la otra.
— ¿Hasta qué punto la pasión limita la buena práctica del amor?
— La pasión es la interesante presencia de algo que escapa a mi dominio y en ese sentido, recordemos que pasión viene de pasivo etimológicamente, es algo que no depende de mí, algo que me toma. La vieja idea del flechazo de cupido no es fruto de una decisión, de un cálculo. En el libro, una de las tesis dice que el amor es imposible porque es incalculable. Me parece entonces que las pasiones son un buen contrapunto a la idea dominante de un amor mercantil, calculado, un amor que, por estar demasiado pendiente de la reproducción de uno mismo, pierde ese encuentro con el otro. La pasión es el otro, una otredad que adviene y arrebata. Yo puedo tener la vida completamente planificada y el flechazo me lleva para otro lado.