En su novela Aira o muerte, Daniel Mecca utiliza elementos de sátira política y social para tejer una trama que explora la narrativa política de izquierda, desde consignas revolucionarias hasta momentos históricos como el Cordobazo y la efervescencia militante en Argentina en los sesenta y setenta, empleando el humor y la ironía para abordar estos temas y poniendo en la escena la figura de César Aira, autor de libros como La liebre y Cómo me hice monja.
La historia publicada por La Conjura gira en torno a este prolífico escritor argentino, quien en la novela de Mecca necesita de una estructura partidaria para planear su toma del poder, específicamente la conquista del Premio Nobel de Literatura. El texto, además, incorpora elementos de intertextualidad con la obra del autor nacido en Pringles y busca dialogar con las novelas en las que aparece la liebre como una figura alucinada.
El humor y la ironía en torno al uso de estas zonas de la historia no buscan en absoluto ser descalificantes del gesto político, sino todo lo contrario. Según Mecca intenta reivindicar la palabra militancia y de recuperar épocas y modos históricos, “simplemente abordándolos con gracia, porque el humor, se sabe, es una cosa muy seria y, de hecho, está muy presente en el registro cotidiano del militante”.
Esto no quiere decir que con Aira o muerte busque hacer propaganda política. A Mecca no le interesa la literatura como propaganda y cree que la libertad temática en el arte debe ser total siempre. Esos motivos políticos le permiten sostener, como en un edificio narrativo, el delirio de la trama, ya que el personaje César Aira necesita de una disciplinada estructura partidaria para la conquista del negado premio Nobel de Literatura.
Mecca es un periodista, poeta, docente y gestor cultural nacido en Buenos Aires, en 1986. Ha desempeñado su labor en los medios de prensa más destacados del país. Además, es el creador del festival BorgesPalooza y del Centro de Atención al Lector. Ha escrito varios libros de poesía, incluyendo Ahorcados en la felicidad (2009), Lírico (2014), Haikus periodísticos (2016), Música de incendios (2021) y Troya, aparta de mí este cáliz (2022). y también ofrece clínicas de poesía.
Además de su carrera literaria y periodística, también imparte clases semanales sobre literatura homérica, centrándose principalmente en La Ilíada y La Odisea. Su dedicación no se limita únicamente a la enseñanza y la escritura, ya que también entrena diariamente para nadar en aguas abiertas, corrige obras de otros autores, lee ampliamente y organiza festivales y campañas de libros para editoriales. Durante las noches, dedica su tiempo a escribir poesía para nuevas ediciones.
-¿Por qué elegiste a César Aira como figura central de tu novela?
-Porque su figura y su literatura van en dirección contraria a la importancia del autor y apelan a lo más hondo de la literatura, ese capital cada vez más perdido: el oficio de la imaginación, el oficio de inventar historias, el contrapunto del yo en la literatura (que, dicho sea de paso, es un imposible ya que todo “yo” es ficción por la mera arbitrariedad y artificialidad del lenguaje). “La poesía no es personal”, sentenciaba Wallace Stevens. Un capo.
-¿En qué sentido?
Se lo hago decir a un personaje de la novela: uno de los procedimientos que más me interesa de la literatura de Aira es la literalidad como efecto de expropiar solemnidad. Aira hace el ejercicio de llevar la metáfora a lo literal, pero no para recuperar el estado primario de lo literal, sino para la construcción de una nueva literalidad, parodiada, delirante, relatada. La proliferación de delirios como forma de futuro.
-Sin embargo no parece una apología de la literatura de Aira.
-No, no lo es, simplemente porque Aira no necesita exégetas ni groupies que lo aplaudan, sino que su personaje -hiperbolizar el ridículo señalamiento de que publica mucho o que no da entrevistas, por ejemplo- me permite organizar mi propia imaginación con el uso de los dobles.
-¿Hay un cruce en esa idea entre Borges y Aira?
-Sí, me gusta pensar la novela como un encuentro entre lo aireano y lo borgeano, dos escritores mucho más íntimos de lo que se cree. ¿Unidos en el espanto de no haber recibido -hasta ahora, claro- el Nobel de Literatura? No, en absoluto: los premios no definen la importancia de una literatura (por suerte). La condición de que uno sea un novelista insaciable y el otro no tenga novelas tampoco es motivo de distancia. Creo que un punto del contacto en ellos está en el gesto fragmentario, breve, conceptual y provocador de pensar y estar en la literatura. También en la creación de mundos probables e improbables. Ambos, en estos sentidos, son escritores duchampianos. Por último, sus obras no dejan de escribirse mañana. No hay en ellos textos definitivos. La idea de texto definitivo, como bien dice Borges en su genial ensayo Las versiones homéricas, pertenece a la religión o al cansancio.
-¿Cómo conviven tu trabajo de escritor con el generador del universo Borges en la virtualidad y en BorgesPalooza?
-Conviven bajo el oficio del monotributismo. Suelo decir que le extraigo tanta plusvalía a Borges que avergonzaría al propio Marx (a Karl y a Groucho). Más allá del chiste, la literatura de Borges lleva muchas veces la marca de un acto de fe. Se parece mucho a lo que el propio escritor decía de los libros clásicos: a Borges se lo lee con previo fervor y misteriosa lealtad. Mi manera de pensar a Borges busca desestabilizar esa misteriosa lealtad, no porque vaya a arrogarse una respuesta, sino porque busca sumar más misterios. Es en ese contexto que surgen iniciativas como los cursos mensuales sobre sus cuentos, el #BorgesTour, el #BorgesPalooza o el Borges para Centennials que llevo a charlas en escuelas secundarias.
-¿Cómo trabajás la construcción de la figura de escritor? ¿Eso se trabaja?
-Precisamente, Aira o muerte busca apelar al humor, a quitarse importancia como autor, a entender que la literatura o escribir una novela o un poema es un trabajo más como cualquier otro. Ni más. Ni menos. Que la literatura no es necesariamente el campo de los que deliberadamente doblan su sensibilidad, de los que rifan sufrimiento, para ser profundos y escribir obras “profundas”. Es decir, que se visten de escritores (en definitiva no está bien ni mal, qué sabré yo, tampoco hay que ser jueces de la literatura del otro). Solo creo que reírse de uno mismo es una commodity en esta vida. Y que tenemos que tomarnos menos en serio.
-Pero en la publicación de esta novela parece estar muy presente la idea de lo comercial.
-Aira o muerte -como cualquier otro libro mío- está acompañado del planteamiento de su efecto publicitario. Ningún libro es un objeto áureo, intocable, sagrado, sino que le valen todas las leyes del marketing. Si lo sabrá Borges que -según su propia leyenda de la Autobiografía- metía Fervor de Buenos Aires en los sobretodos de los periodistas. Ese efecto publicitario incluye por supuesto al autor, su moda, su forma de intervenir, sus performance, sus looks, sus provocaciones. Pero crear una narración, un perfil, no quiere decir -como señalaba ayer- ser “ese” personaje, sino precisamente entender que es parte del juego de la ficción, es tratar de comprender las leyes del juego. Como decía Pessoa: el poeta es un fingidor, finge tan completamente, que hasta finge que es dolor, el dolor que en verdad siente. Pienso en David Bowie también: el glam puesto en función de una idea, del movimiento, de la búsqueda, de matar a sus personajes para volverse otro y a su vez el mismo. La nostalgia en el arte -en la literatura, en la vida en general- es el anhelo de lo pretérito y esboza, por tanto, el enamoramiento de uno mismo en un pasado quieto. Yo busco lo contrario: el anhelo de la imaginación que vendrá.
Fuente: Télam S.E.