Una amistad nacida en el infierno: cómo un valiente albañil salvó a Primo Levi de la muerte en Auschwitz

El autor de “Si esto es un hombre” sobrevivió al más grande campo de concentración nazi gracias a la ayuda de un obrero analfabeto que vivía del otro lado del alambrado. “Mira que, si hablas conmigo, te vas a poner en peligro”, le advirtió, pero no importó.

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El historiador italiano Carlo Greppi
El historiador italiano Carlo Greppi reconstruye la historia de Lorenzo Perrone, “El hombre que salvó a Primo Levi” con su amistad y un plato de sopa diario.

Lorenzo Perrone es el nombre de un albañil que trabajaba frente a la valla del campo de concentración de Auschwitz, un hombre casi analfabeto que durante meses llevó a Primo Levi, el autor italiano que narró al mundo aquel horror, un plato de sopa que le permitió sobrevivir, una historia que rescata ahora un libro.

El hombre que salvó a Primo Levi es el título de este libro publicado en español por Debate, obra de Carlo Greppi (1982), historiador de la universidad de Turín (Italia) en el que cuenta la historia de Perrone, un italiano que cuidó de Levi arriesgando su vida y que también pudo comunicarle con su familia.

Levi, el químico de Turín que sobrevivió a Auschwitz y se dedicó a relatar el infierno de los campos de concentración nazis, escribió desde 1947 sobre su salvador e incluso los nombres de sus dos hijos (Lisa Lorenza, nacida en 1948, y Renzo, nacido en 1957) se debieron a aquel hombre.

Se trataba de un humilde albañil, y no de un prisionero de Auschwitz. Era un trabajador civil que vivía fuera de las alambradas de Auschwitz III (Monowitz) y que frecuentó a Levi durante seis meses en los que compensó la desnutrición que sufría el prisionero en aquel campo de concentración con unas sopas aguadas que le llevó periódicamente, todos los días, describe el autor.

Levantando ladrillos conoció Perrone en 1944 al prisionero 174.517, quien, como descubriría más tarde, se llamaba Primo y realizaba como todos los prisioneros todo tipo de agotadoras tareas para construir la Buna-Werke, la fábrica de productos químicos de aquel campo.

“Mira que, si hablas conmigo, te vas a poner en peligro — le advirtió Primo. Me da igual — le respondió Lorenzo”, recuerda Carlo Greppi en su libro, en la que reconstruye la vida de este albañil y trabajador transfronterizo italiano.

Hasta allí había llegado como empleado de la empresa G. Beotti que lo incluyó entre sus empleados de Auschwitz en colaboración con la Interessen-Ge-meinschaft Farbenindustrie AG, sostiene el autor, que indica que es prácticamente seguro que Perrone no tuviera ni idea de adónde se dirigía.

Desde entonces se las arregló para llevar sopa a Primo Levi y a su amigo Alberto Dalla Volta todos los días de los seis meses que estuvieron en el campo de concentración: “Aquel gesto de inesperada compasión que apareció allí, en el vado de la humanidad, había sido como una bocanada de oxígeno en un momento en el que se estaba desvaneciendo la esperanza de reflotar”, explica el autor.

Lorenzo Perrone -agrega- hizo caso omiso de “los terribles peligros a los que se exponía, perfeccionó el arte de apañárselas para ayudar a los demás y empezó a llevarse directamente de la cocina de su campo cuanto sobraba en las grandes marmitas; pero, para conseguirlo, debía ir a la cocina a escondidas, cuando todos dormían, a las tres de la madrugada”.

Gracias a Lorenzo “no me olvidé yo mismo de que era un hombre”, recordaría más tarde Primo Levi, ya que, además de la comida, hizo posible que se comunicara con su familia, a través de cartas postales que envió y que se conservan en el Archivo Primo Levi.

Levi recordaba cómo el aislamiento del mundo y, en general, la comunicación “fallida o difícil” hacía sufrir a los presos. Por eso la contribución de Lorenzo al establecimiento del contacto con “el mundo perdido para siempre” fue tan decisiva como los litros de sopa que les proporcionó: “Sé que eso ha sido uno de los factores que me han permitido sobrevivir”, aseguró.

Perrone, dice el autor, “cuidó de su joven amigo como sólo un padre podría haberlo hecho. La suya fue una amistad extraordinaria que, nacida en el infierno, sobrevivió a la guerra y continuó en Italia hasta la agónica muerte de Lorenzo en 1952, doblegado por el alcohol y la tuberculosis”.

Fuente: EFE

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