“Lo que yo intenté hacer en esta novela es un homenaje a la palabra”: Laura Restrepo sobre la reedición de Hot sur, una de sus obras más ambiciosas

La ganadora del Premio Alfaguara de Novela 2004 conversó con Infobae Leamos sobre la salida de esta nueva edición y reflexionó sobre algunos de los temas que en su momento se planteó abordar

"Hot sur", una de las novelas más ambiciosas de Laura Restrepo, se reedita después de 12 años. (Diario.es).

En su momento, esta novela fue considerada como la obra más ambiciosa de Laura Restrepo. Publicada por primera vez hace más de una década, Hot sur apareció en el panorama literario como una novela sobre la realidad del sueño americano, con la etiqueta de un thriller trepidante, y poco a poco fue llamando la atención de los lectores.

La historia inicia con dos hermanos que buscan unirse a un grupo católico extremista, los Penitente Brothers de la Sangre de Cristo, pero sus caminos divergen debido a diferentes motivaciones. Mientras el hermano mayor se siente aliviado por no unirse, el menor busca desesperadamente un grupo que le ayude a desarrollar su fervor religioso.

Después, conocemos a Bolivia, una madre colombiana que emigra ilegalmente a Estados Unidos en busca de una vida mejor, dejando a sus dos hijas, María Paz y Violeta, en diferentes ciudades al cuidado de familias ajenas. La separación durante años transforma su sueño en una pesadilla. María Paz crece y, tras casarse con un policía, es acusada injustamente de su asesinato y encarcelada en la prisión de Mannintox en los Catskills, cerca de Nueva York.

En los bosques cercanos a la prisión, los Rose, Ian y su hijo Cleve, también tienen sus propias historias que se entrelazan con el destino de Mari Paz. Cleve, especialmente, siente una extraña fascinación por la prisión y termina dando clases de escritura creativa allí, lo que lo involucra aún más en la historia de Mari Paz.

Portada del libro en su nueva edición. (Penguin Random House).

Mucho se ha dicho sobre este libro desde su salida, y ahora que se ha reeditado, de la mano del grupo editorial Penguin Random House, a través de su sello Alfaguara, sigue generando preguntas. Calificado como thriller, drama romántico, diario, reportaje y saga familiar, Hot sur es un poco de todo eso, pero es también, y especialmente, un homenaje a lo escrito, a la palabra que se registra entre las páginas. Sin duda alguna, es una de las grandes novelas de Laura Restrepo, la escritora colombiana de la que un día José Saramago dijo que frente a su trabajo había que quitarse el sombrero.

La ganadora del Premio Alfaguara de Novela 2004 es una de las grandes escritoras de la literatura latinoamericana. Sus obras han sido leídas en distintos países, no solo de habla hispana, y es de las autoras más influyentes de las letras colombianas en todo el mundo. Con Hot sur consiguió uno de los picos más altos de su carrera literaria, y sobre esta novela vieja que se viste con piel nueva, conversó con Infobae Leamos, luego de su participación en las ferias del libro de Bucaramanga y Cúcuta.

— La novela está estructurada a partir de diferentes voces narrativas, y es algo que suele hacer en varios de sus libros. Estéticamente hablando, ¿qué posibilidades comunicativas le permite esta multiplicidad de perspectivas?

— Una óptica múltiple, una realidad que se desdobla según quien la lea y quien la viva. Como escritora, el desafío siempre está en tener un personaje que logre convencer con su voz. Los personajes son leyenda, es decir, están dispuestos para ser leídos. Son solo palabras, no se muestran, no se hacen tangibles. Todo eso que sentimos que es tan vívido de su parte, es lo que el escritor ha condensado en las palabras. De manera que la voz que tengan es fundamental. Finalmente, eso es con lo que se queda el lector. Tiendo a pensar que las novelas que más me gustan son las que operan como megáfono de las voces de sus personajes. Una vez que das con la voz de un personaje, al escribir, ya tienes garantizado el 80% de la obra.

— La idea del sueño americano como se concebía hace décadas hoy es completamente diferente. La novela, cuando fue publicada por primera vez, retrataba una realidad específica del migrante que ya se ha visto intervenida.

— Han pasado 12 años desde la publicación de la primera edición de Hot sur. Cuando salió, creo que no estaba tan claro lo del fin del sueño americano. Eran épocas de Fukuyama, de democracia liberal y del capitalismo como una fuerza imperante casi que por siempre y para siempre. Las grandes crisis que estamos viviendo ahora no se sentían entonces. El planeta es completamente diferente, las grandes migraciones plantean formas distintas de vida, la inminencia de la guerra nuclear nos hace considerar todo de otra manera. Entonces, me parece que la lectura hoy es más propicia. Creo que puede entenderse mejor.

El libro tiene un epígrafe que dice “un imperio cae cuando ya ha caído”. Me interesaba abordar el proceso cuando apenas estaba en gestación, las primeras manifestaciones de la decadencia antes de que esta fuera un hecho consumado. Y hoy los Estados Unidos con sus múltiples invasiones, que no destruyen el sitio al que van, pero tampoco logran ningún triunfo; su crisis de valores como cultura, el fin de los restos republicanos, hacen que hoy se proyecte sobre el mundo un imperio de devastación y de despojo, y hoy entiendo que haber enfocado la novela desde el punto de vista de la cárcel sirvió de mucho, porque me permitió asomarme a esas esquinas críticas de la humanidad en donde se precipitan las crisis y las dificultades mucho antes que en otros sitios, y que terminan dotando de cierta lucidez.

— La novela aborda temas como el fanatismo religioso, los prejuicios raciales y culturales, entre otros, pero hay algo en especial que parece llamar la atención sobre las acciones de los personajes, y tiene que ver con este asunto de la feminidad en cuanto invasora, en el sentido de que estamos hablando de migración, de mujeres que llegan a contextos completamente disimiles y hostiles, y deben descubrirse no solo como extranjeras sino también como mujeres. ¿Qué le interesaba abordar en este sentido con la caracterización de los actantes?

— En ese tiempo, cuando estaba escribiendo la novela, era profesora en la Universidad de Cornell, en Estados Unidos. Desde muy pequeña me eduqué en ese país y con el correr del tiempo comencé a tener la curiosidad de saber cómo era que vivían los miles de colombianos que estaban allí y terminaban metidos en la cárcel. Al escribir, me interesaba la idea de hablar de personajes que tienen que reinventarse desde el principio. Y aquí, la madre de las dos protagonistas, por ejemplo, las deja con distintas familias con la promesa de que regresará en unos meses y las dos niñas llegan a conocerse realmente en un avión varios años después, de camino al reencuentro con esa madre que también es una desconocida. Como familia se tienen que reinventar, como grupo humano a la luz de la resistencia y de tratar de asimilar una realidad distinta que las hace sentir como si estuvieran recién llegadas a la luna. No se conocen entre sí, están viviendo una etapa difícil de la adolescencia, es decir, también están empezando a reconocerse como mujeres. Llegan a un país que no coincide con lo que soñaban y todo se les pone patas arriba. Me interesaba la construcción de esas personalidades en todo sentido y explorar el agobio de llegar a un contexto difícil, sin dinero, sin saber el idioma, habitando las zonas más marginales, y luego la experiencia de la cárcel que es verdaderamente limítrofe para cualquier ser humano, porque te exige ubicarte y recrearte en relación con el contexto, que finalmente es la única vía de salvación que llega a tener una persona en el encierro. Esto me permitía proponerle al lector que pudiera construir por su propia cuenta el devenir de estos personajes a medida que van surgiendo las diferentes situaciones. Me gustaba pensar que la María Paz que aparece en las últimas páginas, en la mente del lector, ya era una mujer distinta a la de las primeras.

— ¿Por qué dedicarle la novela a un condenado a prisión?

— Javier es una persona a la que en ese momento yo no conocía realmente, no de frente, pero con la que mantuve una correspondencia muy curiosa durante un tiempo. Sus cartas, con una bellísima caligrafía, daban cuenta de un hombre con una gran inteligencia que tenía todas las ideas a flor de piel. No puede ser distinto cuando habitas en una jaula y lo único que haces todo el día es pensar. Él lo hacía sobre sí mismo y sobre todo el sistema judicial norteamericano, sus fallas, su corrupción... En medio de todo, aunque no lo parezca y tenga empaque de thriller, lo que yo intenté hacer en esta novela es un homenaje a la palabra y a la escritura misma. Todo empieza con las cartas de Javier, y adentro van las cartas que María Paz le escribe a un personaje, el diario de otro personaje, los comentarios de distintas personas a esos escritos. No quería que fuera la narración de una realidad vista de frente, sino matizada a través de la escritura. No sé qué tanto lo ha visto el lector, pero si lo pensamos bien, todo lo que se cuenta ya ha sido contado y María Paz lo enuncia claramente, que quiere contar para que se sepa, ella quiere que su historia se cuente para que exista, porque solo lo que se cuenta y lo que se escribe es lo que realmente existe en el mundo.

— Al ser una ofrenda a la palabra, el lenguaje en la novela es sumamente rico. En estas líneas hay anglicismos, neologismos, expresiones latinas y una cantidad de términos que le hacen un guiño a la diversidad de las lenguas. ¿De qué manera dispuso de esa estructura para dotar de mayor profundidad, no solo a los personajes, sino también a la historia?

— Me interesa el lenguaje de la misma manera que la música, cuando de literatura hablamos. Para lograr esa estructura de la novela, entrevisté a varias mujeres, unas estaban presas, otras no, latinas ellas, y también hombres. Lo que yo trato siempre es de oír la música que ahí detrás de esas voces, y aquí me interesaba descifrar los sonidos de ese spanglish, de ese español salpicado de anglicismos y neologismos; fijarme en la jerga carcelaria, y mezclarlo todo con cierto lenguaje muy femenino que solo surge cuando hablamos entre nosotras. No sé hasta qué punto los hombres son conscientes de que hay dos lenguajes: el que usamos con ustedes, y el que usamos entre mujeres. Los términos cambian, la velocidad, los niveles de intimidad. Me gustaba, por ejemplo, que el discurso entre las presas fuera muy corporal, muy defensivo, reflejo del sometimiento y del tormento de la cárcel, que no solo es mental sino también físico. Mi interés era saber cómo se generaba un lenguaje nuevo a raíz de una determinada circunstancia.

— ¿Qué se siente volver a estas páginas después de 12 años?

— Por lo general, evito releerme, porque la tendencia es corregir una y otra vez, pero para esta nueva edición tuve que hacerlo. Si bien la novela es la misma en cuanto a su contenido, sí hubo mucho que cambió en otros aspectos más formales. A mí me sorprendió lo cómica que me pareció en relación con lo que pensaba de ella cuando la escribí. Es una tragedia lo que viven las mujeres, pero hay mucho de comedia también. Por otro lado, aprecio mucho el poder llegar a nuevos lectores, porque la primera edición le llegó solo a algunos. Para un escritor, algo excepcional es poder conectar con nuevos públicos. Los libros, muchas veces, mueren con la generación que los acogió, y esto permite que vivan un poco más. Es algo muy gratificante.

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