Según los politólogos, la década del 90 se caracterizó en Argentina por la consolidación de la democracia que había inaugurado Raúl Alfonsín en 1983; según los economistas, su rasgo principal consistió en la estabilidad económica y la vigencia de la Ley de Convertibilidad, que estableció desde 1991 una paridad fija del peso argentino al dólar estadounidense, es decir, que la unidad de moneda argentina equivalía a un dólar americano.
Para el sindicalismo, coincidió con un avance de la flexibilización laboral; para los educadores, comenzó una era de desprestigio de la educación pública y de “Carpa Blanca” frente al Congreso. Los analistas internacionales subrayan la creación del Mercosur, el restablecimiento de relaciones con el Reino Unido luego de la Guerra de Malvinas, pero sobre todo, un período de alineamiento con los Estados Unidos que se consagraba definitivamente como potencia hegemónica tras la caída de la Unión Soviética.
Mientras la Argentina enviaba tropas a la primera Guerra del Golfo, rompiendo así con una tradición de neutralidad que había atravesado dos guerras mundiales, el pasaporte de nuestro país no requería visado para ingresar a los Estados Unidos y los sueldos locales –para quienes pudieron conservar sus empleos– equivalían a los del Primer Mundo. En la televisión, Susana Giménez marcaba cada tarde el disco de su teléfono para llamar a sus televidentes a participar de El Juego del Millón, en que se podía ganar nada menos que esa cifra de pesos-dólares.
En esta década, el guionista y director de cine y TV Nicolás Diodovich (Buenos Aires, 1984), fanático del programa, vivió su infancia y adolescencia. “En la tele –escribe en Tiempo compartido, su primera novela–, el ánimo parecía mimetizarse con el de mi casa. Los actores se quejaban de que no tenían trabajo por culpa de las novelas extranjeras, en los noticieros solo hablaban de la desocupación récord y de las elecciones del año siguiente, y al mediodía lo único para ver era un programa que trataba los temas de actualidad y en el que a veces, en los mejores días, alguno de los invitados se agarraba a trompadas con otro”.
La novela ofrece también un testimonio de la última generación de nativos analógicos, quienes vieron por primera vez un teléfono inalámbrico con antena rebatible ya iniciada la escuela primaria y, años después, un “Movicom” o celular. El protagonista fue testigo del pasaje del walkman al discman, de la popularización del microondas y después, de las computadoras personales y los módems telefónicos. Empujada por la burbuja de la convertibilidad, la clase media porteña se dedicaba a comprar ropa y electrodomésticos en Miami.
Tiempo compartido relata en primera persona las vivencias de un niño y su familia durante esos años, intercaladas con sus consumos compulsivos de programas de televisión y golosinas, además de las películas de las estanterías de Blockbuster, la música de moda en el legendario Tower Records de Cabildo y Juramento y el surgimiento de los shoppings, sobre todo El Solar de la Abadía.
El relato comienza en los alrededores del Parque Saavedra, pero pronto se traslada a Belgrano para estar más cerca de los locales de Cabildo y de los colegios privados, pero también de una clase media próspera que podía asignar un cuarto a cada hijo o hija, además de un televisor a cada habitación de la casa.
Del nombre del narrador no se sabe nada, aunque hay alusiones a cierta confusión que provoca el apellido: “Con ese apellido y sin estar bautizado, en este colegio no puede estar, señora”, le dicen a su madre en la escuela de curas a la que concurre. Quizá como refugio psicológico ante los conflictos, el protagonista de la historia se convierte en un espectador full time de telenovelas, comedias, noticieros y concursos televisivos.
Esa misma actitud de espectador alerta la traslada a su propia casa, que hace las veces de escenografía de un drama en algunos momentos; en otros, de una comedia familiar. Es entonces cuando inventa “el juego del secreto”, que consistía en actuar para sí mismo “escenas en las que descubría una verdad trascendental, como esas que cambian el destino de los personajes en una telenovela”.
Para observar la escena, nuestro protagonista se escondía detrás de alguna puerta o pared mientras su madre, por ejemplo, “hablaba por teléfono con alguna amiga y actuaba caras de sorpresa o emoción, dependiendo del tópico de la charla. No importaba si estuviera comentando alguna noticia de actualidad o si estuviera hablando mal de mi papá, yo actuaba para mí mismo el estar descubriendo un hecho revelador, como los que se descubrían al final de cada capítulo de Celeste, la telenovela protagonizada por Andrea del Boca”.
Mientras tanto, muchas familias más acomodadas que la suya se mudaban a casas de dos pisos en los countries y barrios privados, que florecían en los alrededores de la ciudad al privatizarse las rutas y autopistas. Nuestro protagonista no entiende, al principio, de qué se trata, pero presta atención y entonces cuenta: “Escuché a mis primas decirle a mi hermana que el country era como estar en otro país”.
Narrada desde la perspectiva de un niño, la novela no juzga ni analiza el consumismo que transcurre entre Disney, Nueva York y la avenida Cabildo, pero sí aparece acompañado de una alimentación escasamente nutritiva, de la depresión, de la competencia por comprar el auto más caro y de las malas notas en la escuela.
A nivel político, la novela trae a la memoria el desprestigio de lo local en favor de lo extranjero -por ejemplo, cuando el padre afirmaba que “la costa argentina era una mierda”- y de lo público en favor de lo privado, cuando las primas recalcaban, en otra ocasión, que “hoy en día hay que estudiar en la universidad privada”. También se describe un episodio puntual que podría identificarse como un escrache a un militar genocida, pariente cercano de un compañero de estudios, pero el personaje no llega a decodificar el sentido de la manifestación.
En este marco, cada pasaje por Ezeiza señala una etapa distinta en las relaciones entre los integrantes del grupo familiar y en las expectativas de cada uno en un contexto de país que también va mutando durante una década que comienza con la euforia del “uno a uno” y finaliza con su estrepitosa caída.
“Tiempo compartido” (fragmento)
LA MANCHA VORAZ
El peso, que a partir del primero de enero valdrá igual que el dólar,
es una ment... es una moneda destinada a perdurar con ese valor por
muchos años. Me atrevo a decir, por décadas.
Domingo Cavallo, Ministro de Economía argentino, 1991.
Con calor. Con mucho calor.
Con una humedad que nos pegó un bife ni bien aterrizó el avión y que nos remató con otro golpe mientras caminábamos por la pista del aeropuerto. Pasamos más de media hora haciendo una fila para que nos sellaran los pasaportes, apenas moviendo nuestras cabezas al compás de los turbos que colgaban de algunas columnas, intentando atrapar un poco de aire.
Así volvimos a nuestra realidad, destino obligado después de veinte días de vacaciones. Una realidad que ni bien pusimos un pie en Ezeiza, nos empezó a resultar rancia, como desgastada. Del hotel cuatro estrellas de la 5ta. Avenida de Nueva York regresábamos a nuestro cuarto piso por escalera en el retirado, pero encantador, barrio de Saavedra de nuestra ciudad.
Fue ahí. Fue en ese momento, mientras alguien se colaba en una fila para pasar aduanas, que escuché a mi papá decir que eso allá no pasaba, que estabas dos segundos acá y ya había uno tratando de pasar por encima de los demás, que qué país de mierda, que había que irse al carajo. Eso dijo, y un rato después, mientras avanzábamos a paso acelerado y victoriosos porque el agente aduanero no había advertido la filmadora que yo llevaba escondida en mi mochila, mi mamá agregó que en el primer mundo los aeropuertos tenían aire acondicionado.
Hasta ahí nunca había escuchado eso del primer mundo.
Pero entonces, recuerdo, siento, que fue en ese instante que por primera vez entendí eso: que para mis papás nuestra realidad tenía olor a pizzería de barrio, a supermercado chino en verano, o a otro mundo que no era el primero. Fue ahí, mientras intentábamos que la torre de valijas apiladas con todas las compras que habíamos logrado pasar de contrabando no se viniera abajo.
En ese entonces, yo tenía siete años, lo suficiente como para recordar todo lo que vino después.
Quién es Nicolás Diodovich
♦ Nació en Buenos Aires en 1984. Es guionista y director. Se formó junto a Juan José Campanella y Aída Bortnik.
♦ Luego de su paso por la publicidad, llegó al cine y a las series a través de proyectos que lo tuvieron en diferentes roles que incluyen la dirección y el guión.
♦ Escribió series para diferentes plataformas de la mano de reconocidos directores como Armando Bo y la dupla Cohn y Duprat. Terapia Alternativa (Star+) y El presidente (Prime video) son algunas de ellas.
♦ En 2022 Paripé books editó en Argentina y España su primera novela, Tiempo compartido.