Alejandro Zambra: “La literatura debe recuperar su asociación con la diversión y los tiempos compartidos”

El reconocido escritor chileno publicó “Literatura infantil”, en el que se convierte en una especie de corresponsal de la primera infancia de su hijo, y también “Un cuento de Navidad”, en el que recorre su tiempo en el periodismo gráfico. “Literatura infantil”, dice, será su libro propio favorito a partir de ahora.

Alejandro Zambra es autor de "Poeta chileno". Foto: Gentileza Mabel Maldonado./Télam/CF

Ya consagrado en la biblioteca latinoamericana contemporánea con Poeta chileno, Formas de volver a casa y Bonsái, entre otros, Alejandro Zambra volvió al estante de novedades con Literatura infantil. En este libro, el escritor chileno hace una crónica de la primera infancia de su hijo, en la que se descubre como padre, se emociona al ser testigo del aprendizaje ajeno y reflexiona sobre su propio lugar de hijo en el vínculo con su papá.

Con un estilo que busca la simplicidad máxima sin resignar la complejidad, una escritura entregada a las multiplicidades que se van presentando, la certeza de que el juego es la herramienta para ponerse en movimiento y la intención de que la literatura sea algo que acerca y que no aleja, Alejandro Zambra decide ser corresponsal de los primeros meses de vida de Silvestre y reivindicar lo que entendemos como “literatura”. El autor afirma que la expresión “literatura infantil” es redundante, condescendiente, que toda la literatura es, en el fondo, infantil.

En diálogo con Infobae Leamos, reconoce que el libro está asociado a una búsqueda que es más grande, que va más allá de la paternidad y los temas que plantea. “Este texto ha sido la construcción de un espacio, puede construir discusiones”, afirma orgulloso. Pide una revisión completa sobre la sobrepedagogización de la literatura. “¿Cómo volver a vincularla con la música? ¿Cómo volver a vincularla con el humor? ¿Cómo quitarle contenidismo? ¿Cómo separarla de la mera expresión de ideas con las que podemos estar de acuerdo? ¿Cómo lidiar con la idea del mensaje que parece omnipresente? ¿Cómo re-emparentarla con aquello con lo que es familiar?”, se pregunta.

Además de Literatura infantil, hay más novedades del autor chileno, esta vez de la mano de la editorial Gris Tormenta. Un cuento de Navidad es una oda al vínculo entre escritor y editor, una oda a la parte viva de la literatura, una oda al proceso de escritura en sí mismo. En este relato de ficción basado en hechos reales, Zambra escribe una anécdota puntual de su tiempo trabajando en un diario y su editor de aquel entonces -Andrés Braithwait- lo edita: se celebra el estado intermedio de edición y esta amistad de tantos años.

-El narrador de este diario que es Literatura infantil afirma que escribe en estado de apego. ¿En qué otros estados solés escribir? ¿En qué estado estás ahora?

-Pensaba un libro sobre crianza que tradujimos con mi esposa Jazmina (Barrera) durante el embarazo (Pequeñas labores, de Rivka Galchen) que se pregunta qué tipo de droga es un bebé. Después pensando en esas primeras semanas, sentí esa dimensión de influencia de esta droga bebé. Los hombres de mi edad, los que nos convertimos en padres tardíamente, tuvimos muchas oportunidades de pensar la paternidad: no sólo si íbamos o no ser padres, sino de experimentarla larvariamente, vicariamente, en forma de padrastrías, a través de la paternidad de otros amigos. No es que no hayamos pensado ni anticipado lo que iba a suceder pero el aquí y ahora es el de la llegada del niño y es un estado nuevo.

-¿Y el apego?

-No creo haber salido del estado de apego. Había visto cómo muchos hombres se sentían inútiles en esas primeras semanas. Yo un poco en broma y un poco en serio, pensaba: voy a ser el primero en decepcionar a mi hijo, y quería que desde un comienzo él entienda que de estos dos seres humanos que aparentemente lo quieren tanto y que lo andan trayendo en brazos, hay uno que no es capaz de alimentarlo. Quería hacer que inmediatamente capte esa diferencia y la acepte y vea que puede haber otras gracias. Por ejemplo, siempre he sido muy bueno para el sueño intermitente. En ese tiempo que resulta tan cansador en el que duermen por 40 minutos y despiertan, en el que no hay día ni noche, dije “esta es la mía”. Y ahí apareció este estado de semi-vigilia permanente que era compatible con la creación, compatible también con la semi-vigilia del surrealismo.

-En el libro postulaste: “Quien escribe intenta ver las cosas por primera vez (…) también la paternidad es una especie de convalecencia que nos permite aprenderlo todo de nuevo”. ¿Qué aprendiste escribiendo Literatura infantil? ¿Te encontraste con alguna faceta como escritor que desconocías?

-Eso es algo que dice Baudelaire que siempre me fascinó: que la experiencia artística está vinculada a la infancia, a la recuperación voluntaria de la infancia. Y pone esta imagen del convaleciente que me resulta muy persuasiva. Podríamos decir que escribir es cultivar o construir una segunda intensidad, pero en realidad no es una intensidad menos significativa, no quiere ser una experiencia de segundo grado, quiere ser plena y probablemente fracasa, pero deja la huella de esa búsqueda.

"Un cuento de Navidad" es un relato breve que acaba de editarse. Una oda al vínculo entre escritores y editores.

-¿Qué efectos tiene escribir?

-Creo que escribir calma, que es algo que suena muy mal, cerca de la autoayuda. Pero creo que calma, que cumple una función terapéutica y entonces hay un deseo de volver a sentir el vínculo entre el cuerpo y la cabeza. Y no siempre conseguimos eso. A veces nos remueve más, nos perturba más, nos discute más, no siempre estamos de acuerdo con esa polifonía que encontramos, a veces queremos ser una sola cosa. Pero convivimos bien con todas las personas que somos. ¿Qué cosas descubrí? Creo que las estoy descubriendo. Se me fue revelando un campo, un circuito en el que hay discusiones que no hemos socializado. Siento que hay conversaciones que hemos obtenido pero que no hemos difundido suficientemente.

-¿Cómo cuáles?

-Por ejemplo, seguimos pensando que hay un conocimiento sobre la paternidad que va de padre e hijo. Las mujeres crecían con el mandato de la maternidad. Ser mujer era en el fondo ser madre, eran educadas para eso. Nosotros éramos educados para ser hombres y se nos enseñaba de una forma difusa en la que no estaba claro en qué consistía. Pero parecía que ser hombre no tenía nada que ver con ser padre. Parecía que ser padre no era algo que requiriera ningún aprendizaje.

-¿Y cómo ves eso?

-Uno podría decir que ahí algo falla y desde luego que así es. Pero la verdad es que también sí hay un aprendizaje que tiene que ver con los hermanos mayores, con los amigos, hay un conocimiento ahí que los hombres de mi edad tuvimos el privilegio de recibir. Un conocimiento quizá también vinculado a los fracasos de proyectos amorosos, a los replanteamientos de la vida. Es muy interesante igual intentar proyectar esas discusiones. Desde la literatura me parece que ahí hay un territorio muy propicio porque en la literatura las cosas se pueden discutir sin resolverlas artificialmente.

-Hablabas de estas experiencias vicarias que te enseñaron de la paternidad y mencionabas la “padrastría”, un concepto muy presente en Poeta chileno. En Literatura infantil volvés a esa palabra y destacás que no existe en la RAE. ¿Qué otros conceptos deberían tener su palabra y no la tienen?

-¡Te lo pregunto yo a ti! (risas). Siento que una cosa que va más allá de padres, madres, padrastros, madrastras, hermanos mayores, es poder presenciar el aprendizaje ajeno. Aquello que no recuerdas haber aprendido. Quizá esto que acabo de decir suena como esas palabras que solo existen en japonés o en alemán, pero es muy impresionante que podamos presenciar en otros aquello que no podemos recordar no haber sabido. Presenciar la adquisición del habla de otro ser humano es un privilegio muy grande.

-Entonces...

-Todo esto me conduce a la confirmación de la necesidad: hay muchas cosas que a mí me gustaría que hiciéramos de nuevo, pero de las que me competen, habría que reformular por completo la enseñanza de la literatura. Es deslumbrante acompañar el proceso de adquisición del habla porque se ve un período irrepetible en que los niños aprenden más de lo que van a aprender el resto de su vida. En el momento que un niño aprenda a contar un chiste en sus primeros cinco años de vida, ya lo ha aprendido todo, ya no necesita aprender teoría literaria.

-En el libro expresás el deseo de que la literatura sea una prolongación natural de la música, otra forma de música, ¿te referías a la manera en que aprendemos a vincularnos con la música?

-Pensaba mucho en la música como forma de educación: es una forma bastante perfecta, nunca hay que explicar la música, tiene un aquí y ahora indiscutible, está asociada a la repetición del placer y a la profundización. Se analiza sin requerir la palabra análisis, no te das cuenta y la analizas. Es tácito. Está asociada a la diversión, a los tiempos compartidos y libres, a la sobremesa. Todo ese espacio a mí me parece que la literatura debería recuperarlo. También Borges decía eso, no se si lo decía en serio, pero manifiesta esta especie de esperanza de que la palabra “poeta” vuelva a reunir a la persona que canta y a la persona que cuenta.

-¿Y ahora mismo cómo encontrás a la literatura?

-La sobre-pedagogización de la literatura creo que requiere una revisión completa, no solo un ajuste. ¿Cómo volver a vincularla con la música? ¿Cómo volver a vincularla con el humor? ¿Cómo quitarle contenidismo? ¿Cómo separarla de la mera expresión de ideas con las que podemos estar de acuerdo? ¿Cómo lidiar con la idea del mensaje que parece omnipresente? ¿Cómo re-emparentarla con aquello con lo que es familiar?

-¿De dónde vienen todas estas preguntas?

-Pienso en estas cosas porque veo a mi hijo y veo mi propia educación, que en el fondo es la educación de quienes entramos a la literatura por la ventana, no por la puerta, no encontramos la literatura en el living de nuestra casa, no estaba en la biblioteca, sino que en la biblioteca había un televisor. Por motivos azarosos llegamos a la literatura. Creo que la gente que se fascinó con la literatura de mi generación no era necesariamente la gente que venía de familia donde la literatura era importante.

-¿Creés que la literatura ahora es más masiva, que hay más gente que entra por la puerta que por la ventana?

-No sé. Tengo la misma distorsión de las redes sociales porque en mi mundo hay mucha gente que lee. Podría yo suponer que la gente lee mucho porque de pronto me invitan a un lugar y hablo con personas que leen... pero más bien tengo la sensación de que la literatura es muy marginal y me interesa mucho ese espacio fuera de la zona segura. Es muy próximo y me interesa ese espacio porque es mi espacio, porque de ahí vengo yo. Me interesa lo que sucede cuando cuando das cinco pasitos fuera de ese territorio y de nuevo tienes que explicar: ¿Eres escritor? ¿Vives de eso? ¿Qué tipo de libros escribes? ¿Alguno que yo haya leído?

-¿Y respecto de los lectores?

-Tengo la sensación de que es poca la gente que lee y que tiene una relación muy pasional con la literatura sin que tenga alguna vinculación laboral; o sea que hay mucha gente que lee porque está en el espacio cultural de algún modo, porque escriben, porque reseñan libros o practican el periodismo cultural, porque parece que si te gusta mucho leer, la manera inteligente es tratar de construir una vinculación laboral que te permita seguir leyendo. Si no es muy fácil perder ese espacio porque al final del día está claro que quien lee está en un lugar anacrónico. Es una figura anacrónica alguien que está leyendo y hay un poderío ahí.

-En el relato “Francés para principiantes” te imaginás a Silvestre leyendo tus libros y los definís como “historias casi siempre tristes y tal vez innecesarias”. Pero el arte es eso: algo innecesario que te puede cambiar la vida. ¿Cuál es tu visión detrás de lo “innecesario”?

-Las cosas en las que te fijas... ahí está el nudo: cosas innecesarias que fueron profundamente necesarias y que lo siguen siendo, ¿no? Porque por eso existen. Es una imagen que tengo desde casi siempre, desde mucho antes de que naciera mi hijo. Esa obsesión está vinculada a esa pregunta que nunca contestaré pero que siempre aparece en mi cabeza: cómo funcionan los libros, qué clase de comunicación se establece a través de los libros entre personas que en este caso comparten una porción de la vida.

-¿Y cómo es cuando se comparte con un hijo?

-Cuando nace un niño, hay una sensación de re-comienzo del mundo entero, un re-comienzo falso de la vida propia. Pensaba en esta dimensión especulativa que es muy habitual en la experiencia, el “qué hubiera sido sí”. A mí me fascinan esas disquisiciones, me parecen incluso más interesante que las grandes diferencias. Entonces, cuando nace un niño hay una parte de esa especulación que termina básicamente porque esa serie de casualidades que dan forma a un destino eran necesarias para que tu hijo sea tal cual es. El pasado se fija de algún modo, se vuelve necesario, o sea un poco borgianamente: es el laberinto que cobra sentido en el momento inmediatamente anterior a la muerte en el Poema conjetural de Borges. Todo cobra sentido, en el nacimiento pasa algo similar. Me parece muy hermoso y abrumador al mismo tiempo. Nada es innecesario, eso es lo que quiero decir.

-Este libro puede ser leído para analizar sociológicamente cómo fue esa primera infancia de niños criados en pandemia, ¿creés que a futuro pueda ser usado como evidencia de lo que fueron “aquellos meses de 2020″? ¿Pensás cómo va a ser leída tu obra en el futuro?

-No, no pienso nunca eso porque pensar que estás escribiendo para el futuro sería una manera de no escribir nada. Generalmente cuando escribo es cuando ya desconecto con cualquier idea de lectura futura, aunque a veces pienso en lectores muy concretos y me gusta imaginarlos.

-¿En quiénes pensás?

-En amigos, en mi propio hijo o en alguna clase de lector armado de rostros familiares. Nadie quiere hablar de la pandemia hoy día, pero vamos a seguir hablando de la pandemia porque fue una experiencia demasiado marcadora. Me parecía importante ese énfasis. No sé si yo me propuse representar la pandemia en estos textos, pero sí durante la pandemia escribí mucho. Me impresionaba que en ese tiempo te preguntaban si ibas a escribir sobre la pandemia y a mí me parecía una pregunta extraña. ¿Cómo un escritor no va a escribir sobre la pandemia? Puede no publicar lo que escribe, pero me parecía un momento muy difícil de descifrar, entonces si escribes, ¿por qué no vas a escribir? De pronto había un efecto rebote, palabras que usaba habitualmente de pronto tenían otro sentido.

-Hablamos de tu rol como padre, pero en este libro abordás tu rol como hijo. ¿Tu padre te leyó?

-Sí, claro. Es un padre que ha aceptado ser ficcionalizado. Creo que es la primera vez que hablo de él desde lo biográfico. Siempre mi idea del padre en los libros anteriores es más colectiva, igual que el ‘yo’. En este caso es distinto porque él es Horacio, el abuelo de mi hijo, mi papá. Es una presencia más desnuda. En los últimos dos relatos sus intervenciones son completamente las que se mencionan. Mi relación con mi padre siempre ha sido buena y a la vez llena de vaivenes, nunca hemos tenido esos largos periodos de distanciamiento.

-¿Cómo es el proceso de convertir a una persona que conocés en un personaje?

-Es importante cómo uno elige, cómo recorta. Siento que los vínculos de parentesco son interminables, ni siquiera la muerte los clasifica. No obstante, los pensamos todo el tiempo con este léxico medio hollywoodense: ruptura, reconciliación, reencuentro. Es nuestra manera natural de intentar procesar algo que es continuo. Igual que decidimos cuál es nuestro primer recuerdo, decidimos qué recordar. A veces es decepcionante cómo te ven los demás, me interesa eso. Creo que un relato es siempre injusto y por otra parte el sentido de la justicia no es absoluto, se expresa de otra manera. No es la literatura un lugar donde se administra justicia, es más bien donde se espeja el fondo, el peso de la humanidad. Finalmente todo redunda en un misterio y en cómo nosotros vamos acomodando ese misterio o decidiendo qué versión de ese misterio construimos.

Zambra es una de las voces consagradas de la literatura latinoamericana contemporánea. EFE/Francisco Guasco

-Como argentina que te lee, creo hacerme una imagen de cómo es el chileno promedio. ¿Sentís que representás a tu país?

-No sé... Sobre todo ahora viviendo fuera siento que estoy en ese relato pero como parte de un coro. Un coro que me encanta, que busco ahora más trabajosamente. Una parte de mi ansiedad cotidiana está relacionada con leer los libros de mis compatriotas. Poeta chileno es un libro que para mí es una carta de amor a Chile y quiero pensar que no es una carta de despedida, pero sé que no voy a volver a vivir en Chile al menos por un tiempo, pero los planes están acá.

-Acá es México...

-Sí. Hay muchas cosas de México que he adoptado y creo que también hay una manera de ser chileno estando lejos. Pero han sido años muy intensos, muy importantes en los que yo estaba ausente, entonces sí siento esa ausencia. Siento un deseo muy grande de información que a veces se vuelve más turbulento, otras veces se vuelve más ansioso, y que se vuelca también a la paternidad: me interesa mucho cómo mi hijo piensa este segundo país que tiene. En el fondo la respuesta es que soy una persona que puede escribir una novela sobre Chile y abordar ese espacio desde la memoria y desde la pregunta acerca de cómo inicia esta memoria en el presente.

-¿Qué es lo que más te enorgullece de Literatura infantil?

-Muy buena pregunta y difícil de responder, pero te diría que el libro entero. Tengo una relación de amor con el libro. Lejos, este va a ser siempre mi libro favorito mío por su mera existencia. Está asociado a una búsqueda que es más grande, porque no es que quisiera escribir de paternidad o acerca de los temas específicos que están ahí, pero sí me parece que este libro ha sido la construcción de un espacio para mí, es un libro que puede construir otras discusiones, un libro desde el que me gusta mirar el mundo.

Quién es Alejandro Zambra

♦ Nació en Santiago de Chile en 1975 y actualmente vive en México.

♦ Es escritor. Es ganador del Premio de Crítica a la mejor novela de 2007 por su obra “Bonsái” y finalista de los premios Las Américas y Rómulo Gallegos por Formas de volver a casa.

♦ Entre sus libros se cuentan Facsímil, Poeta chileno y Literatura infantil.

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