“La armonía de las células”: un oncólogo explica el descubrimiento que cambió la medicina para siempre

Siddhartha Mukherjee, bestseller y ganador de un Pulitzer, explora la historia de las células, desde su hallazgo en el siglo XVII hasta su rol fundamental en la medicina moderna para tratar enfermedades de todo tipo.

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Siddhartha Mukherjee explica en "La armonía de las células" la importancia de esta "vida dentro de otra vida" para la medicina moderna.
Siddhartha Mukherjee explica en "La armonía de las células" la importancia de esta "vida dentro de otra vida" para la medicina moderna.

Una vida dentro de otra vida. Un ser vivo independiente —una unidad— que forma parte del todo. Un ladrillo viviente contenido en un ser vivo mayor”. Así describe la inabarcable complejidad de las células el oncólogo y divulgador científico indio-estadounidense Siddhartha Mukherjee, bestseller internacional con sus libros El gen y El emperador de todos los males, por el que recibió el Pulitzer.

En su nuevo trabajo, La armonía de las células, Mukherjee propone al lector “una exploración de la medicina y del nuevo ser humano” a partir de la historia de las células, desde su descubrimiento en el siglo XVII gracias al científico inglés Robert Hooke y su poderoso microscopio, hasta los novedosos tratamientos que hoy en día se sirven de su estudio para tratar enfermedades de todo tipo.

“Una fractura de cadera, un paro cardiaco, una inmunodeficiencia, la demencia de Alzheimer, el sida, la neumonía, el cáncer de pulmón, la insuficiencia renal, la artritis, todo ello podía concebirse como el resultado de células, o de sistemas de células, que funcionan de manera anormal. Y también podrían percibirse como posibilidades para aplicar las terapias celulares”, afirma el autor, profesor de Medicina en la Universidad de Columbia y oncólogo en su hospital universitario, además de haber sido investigador en la Universidad de Oxford y haberse doctorado en Medicina en Harvard.

¿Por qué, a cuatro siglos de su descubrimiento, las células siguen siendo el eje central de la medicina? ¿Qué queda todavía por descubrir? ¿Cómo se explica que una célula se transforme repentinamente y se convierta en maligna? ¿Y qué hay de aquellas células regeneradoras que podrían ser la clave para prevenir y solucionar enfermedades de todo tipo? Todo esto y más en La armonía de las células, una apasionante (y hasta poética) investigación de más de 600 páginas editada por Debate.

“La armonía de las células” (fragmento)

«Siempre volveremos a la célula»

En noviembre de 2017 vi morir a mi amigo Sam P porque sus células se habían rebelado contra su cuerpo. Le habían diagnosticado un melanoma maligno en la primavera de 2016. El cáncer le había aparecido por primera vez cerca de la mejilla como un lunar en forma de moneda, de color morado oscuro y rodeado por una aureola. Su madre, Clara, una pintora, fue la primera en advertirlo durante unas vacaciones a finales del verano, en Block Island. Había intentado persuadirlo —y luego le había rogado y amenazado— para que acudiera a un dermatólogo, pero Sam era un activo y ocupado periodista deportivo de un importante periódico, con poco tiempo para preocuparse por una molesta mancha en la mejilla.

Cuando lo vi y exploré en marzo de 2017 —yo no era su oncólogo, pero un amigo me había pedido que examinara su caso—, el tumor había crecido hasta convertirse en una masa oblonga del tamaño de un pulgar, y había signos de una metástasis cutánea. Cuando palpé el tumor, Sam hizo una mueca de dolor.

Una cosa es toparse con un cáncer, y otra muy distinta, ser testigo de su movilidad. El melanoma había empezado a recorrer la cara de Sam hacia la oreja. Si uno se fijaba bien, había trazado su avance como cuando un buque se desplaza en el agua, dejando tras de sí una estela de puntos de color morado. Incluso Sam, el periodista deportivo que se había pasado la vida informando sobre la velocidad, el movimiento y la agilidad, estaba sorprendido por el ritmo con el que avanzaba el melanoma.

¿Cómo, me preguntó insistentemente —cómo, cómo, cómo—, era posible que una célula que había permanecido perfectamente inmóvil en su piel durante décadas hubiera adquirido de repente las habilidades de una célula capaz de correr por su cara mientras se dividía furiosamente?

Pero las células cancerosas no «inventan» ninguna de estas habilidades. No crean algo nuevo, sino que se apropian de ello, o, mejor dicho, las células más aptas para la supervivencia, el crecimiento y la metástasis se seleccionan de forma natural. Los genes y las proteínas que las células utilizan para generar los elementos estructurales necesarios para el crecimiento son apropiaciones de los genes y las proteínas que usa un embrión en desarrollo para alimentar su feroz expansión durante los primeros días de vida.

Siddhartha Mukherjee: “Un paro cardíaco, una inmunodeficiencia, la demencia de Alzheimer, el sida, la neumonía, el cáncer de pulmón, la artritis, todo ello podía concebirse como el resultado de células que funcionan de manera anormal". (Freepik)
Siddhartha Mukherjee: “Un paro cardíaco, una inmunodeficiencia, la demencia de Alzheimer, el sida, la neumonía, el cáncer de pulmón, la artritis, todo ello podía concebirse como el resultado de células que funcionan de manera anormal". (Freepik)

Las vías que sigue la célula cancerosa para desplazarse a través de los vastos espacios corporales se requisan de las vías que permiten el movimiento a las células intrínsecamente móviles del organismo. Los genes que posibilitan la división celular desenfrenada son versiones distorsionadas y mutadas de los genes que posibilitan la división celular en las células normales. El cáncer, en resumen, es la biología celular vista en un espejo patológico. Y, como oncólogo, soy en primer lugar un biólogo celular, pero un biólogo celular que percibe el mundo normal de las células reflejado e invertido en un espejo.

A finales de la primavera de 2016, a Sam le recetaron un medicamento para transformar sus propios linfocitos T en un ejército para luchar contra el ejército rebelde que estaba creciendo en su cuerpo. Podemos explicarlo así: durante años, quizá décadas, el melanoma de Sam y sus linfocitos T habían coexistido, ignorándose mutuamente. Su malignidad era invisible para su sistema inmunológico. Millones de linfocitos T habían pasado por delante del melanoma todos los días y se habían limitado a seguir su camino, como transeúntes que vuelven la cara ante una catástrofe celular.

Se esperaba que el fármaco recetado a Sam revelase la invisibilidad del tumor e hiciera que sus linfocitos T reconocieran el melanoma como un invasor «extranjero» y lo rechazasen, del mismo modo que los linfocitos T rechazan las células infectadas por microbios. Los transeúntes pasivos se convertirían en agentes activos. Estábamos modificando las células de su organismo para hacer visible lo que antes era invisible.

El descubrimiento de esta medicina «reveladora» fue la culminación de ciertos avances cruciales en biología celular que se remontan a la década de 1950: la comprensión de los mecanismos utilizados por los linfocitos T para diferenciar lo propio de lo ajeno; la identificación de las proteínas que estas células inmunitarias utilizan para detectar a los invasores extraños; el descubrimiento de las vías por las que nuestras células normales evitan ser atacadas por este sistema de detección; el modo en que las células cancerosas se apropian de este mecanismo para hacerse invisibles, y la invención de una molécula que despojaría a las células malignas de su manto de invisibilidad.

Casi inmediatamente después de que Sam comenzara su tratamiento, se desató una guerra civil en su cuerpo. Sus linfocitos T, sensibilizados ahora ante la presencia del cáncer, se lanzaron al ataque de las células malignas, y su venganza provocó nuevos ciclos de venganza. El forúnculo rojizo de su mejilla se volvió caliente una mañana porque las células inmunitarias se habían infiltrado en el tumor y habían desencadenado un ciclo de inflamación; después las células malignas recogieron su campamento y se retiraron, dejando los restos humeantes de sus fogatas.

El autor describe a las células como “una vida dentro de otra vida. Un ser vivo independiente —una unidad— que forma parte del todo. Un ladrillo viviente contenido en un ser vivo mayor”. (Adobe Stock)
El autor describe a las células como “una vida dentro de otra vida. Un ser vivo independiente —una unidad— que forma parte del todo. Un ladrillo viviente contenido en un ser vivo mayor”. (Adobe Stock)

Cuando volví a verlo unas semanas más tarde, la masa oblonga y la estela de puntos habían desaparecido. En su lugar solo quedaba el residuo moribundo de un tumor, arrugado como una gran pasa. Estaba en remisión. Tomamos un café juntos para celebrarlo. La remisión no solo había cambiado a Sam físicamente; le había recargado el ánimo. Por primera vez en semanas, vi que los surcos de preocupación de su rostro se relajaban. Se rio. Pero luego las cosas se complicaron: abril de 2017 fue un mes cruel. Los linfocitos T que atacaron el tumor se volvieron en contra de su propio hígado, provocándole una hepatitis autoinmune, una inflamación hepática que a duras penas podía controlarse con fármacos inmunosupresores.

En noviembre descubrimos que el cáncer —en remisión unas pocas semanas antes— se había extendido a la piel, los músculos y los pulmones, escondiéndose en otros órganos y encontrando nuevos nichos para sobrevivir al ataque de las células inmunitarias.

Sam mantuvo una férrea dignidad a lo largo de estas victorias y reveses. A veces su humor mordaz parecía ser su propia forma de contraataque: desecaría el cáncer hasta morir. Un día que lo visité en su mesa en la sala de redacción, le pregunté si quería ir a un lugar privado —al aseo de hombres, por ejemplo— para que me mostrara los nuevos tumores que le habían salido Se rio con ligereza «Cuando lleguemos al baño, se habrán ido a otro sitio. Será mejor que los veas mientras estén aún aquí».

Los médicos redujeron la ofensiva inmunitaria para controlar la hepatitis autoinmune, pero entonces el cáncer volvió a desarrollarse. Al iniciar de nuevo la inmunoterapia para atacar el cáncer, la hepatitis fulminante reapareció Era como observar una especie de deporte de lucha con fieras: si conteníamos a las células inmunitarias, las fieras se desbocaban para atacar y matar. Si las liberábamos, atacaban indiscriminadamente tanto al cáncer como al hígado.

Sam murió una mañana de primavera, unos seis meses después de que le palpara el tumor por primera vez. Al final, el melanoma ganó.

Quién es Siddhartha Mukherjee

♦ Nació en Nueva Delhi, India, en 1970.

♦ Es médico, oncólogo y divulgador científico.

♦ Publicó los libros El emperador de todos los males, El gen, Las leyes de medicina y La armonía de las células.

♦ Recibió la Beca Rhodes, el Wilson Literary Science Writing Award (2011), el Premio Pulitzer a no ficción general (2011) y el Padma Shri in Medicine (2014).

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