En septiembre de 1973, hace 50 años, Augusto Pinochet irrumpió en La Moneda, la casa de gobierno de Chile, a sangre y fuego, bombas y muerte. El 11 de septiembre de 1973, la cruel dictadura pinochetista instaló el terror en el país hermano y se llevó puesto el gobierno de Salvador Allende y todas sus premisas de construcción de un futuro feliz. También de una manera simbólica o concreta (aún se discute) se llevó puesta la vida de uno de sus más grandes poetas: Pablo Neruda.
A cincuenta años de aquel terrible momento, vale la pena internarse por el bosque húmedo y barroco de sus versos, por su loca y agitada vida también, que invitan a pensar la perspectiva vitalista y audaz de una época: el ajetreado siglo XX, el siglo demarcado por la revolución y la caída del Muro, atrozmente salpicado por las guerras mundiales; un tiempo de amor y pólvora, persecuciones, utopía y tristeza.
Ricardo Eliécer Neftalí Reyes Basoalto (éste era el nombre real de Pablo Neruda) vivió entre 1904 y 1973, y vibró en sintonía con el siglo de alta intensidad: fue poeta, Premio Nobel, funcionario de gobierno, senador por el Partido Comunista, exiliado político también, amante siempre (tres matrimonios y algunos amoríos dan cuenta de este ejercicio pleno del amor terrenal) y murió pocos días después del golpe militar pinochetista.
Su muerte conmovió al mundo –hubo discusiones de peritos, alrededor de la exhumación de sus restos y quienes aún hoy sostienen que fue envenenado por una conspiración cuyo último eslabón era Augusto Pinochet.
La poesía de Neruda se define claramente en sus versos porque, como si se tratara de música, la crítica literaria encuentra su límite al tratar de describir la vitalidad, cadencia, originalidad de su Ars poética. A Neruda se lo lee y se lo siente. No hay otro camino para entrar al espacio infinito de su obra.
Un fragmento:
Walking around
Sucede que me canso de ser hombre.
Sucede que entro en las sastrerías y en los cines
marchito, impenetrable, como un cisne de fieltro
navegando en un agua de origen y ceniza.
El olor de las peluquerías me hace llorar a gritos
Solo quiero un descanso de piedras o de lana
de Residencia en la tierra (1935)
Puedo escribir los versos más tristes esta noche
La poesía se renueva y el mundo es una piedra caliente recién inventada. Un niño solitario, el amor, el sexo también, el profundo bosque chileno, el agua helada que viene de las nieves, una cebolla, el caldillo de congrio, el cartero en su bicicleta, Lenín, Valparaíso, tu boca: estas y más son las piezas que renuevan el juego de la poesía que propone Neruda, reactivan el idioma y lo potencian, señalan urgencias, convocan a la acción, aceleran el corazón y la historia.
La poesía es ahora y entra todo, con la cadencia nueva de una música americana, genuina, desgarrada por la historia, cargada de lucha y de futuro.
Dijo Julio Cortázar: “Neruda nos devolvía a lo nuestro, nos arrancaba de la vaga teoría de las amadas y las musas europeas para echarnos en los brazos a una mujer inmediata y tangible, para enseñarnos que un amor de poeta latinoamericano podía darse y escribirse hic et nunc, con las simples palabras del día, con los olores de nuestras calles, con la simplicidad del que descubre la belleza sin el asentimiento de los grandes heliotropos y la divina proporción”.
Otro fragmento:
Oda al hígado
Modesto,
organizado
amigo,
trabajador
profundo,
déjame darte el ala
de mi canto,
el golpe
de aire,
el salto
de mi oda:
ella nace
de tu invisible
máquina,
ella vuela
desde tu infatigable
y encerrado molino,
entraña
delicada
y poderosa,
siempre
viva y oscura. Mientras
el corazón suena y atrae
la partitura de la mandolina,
allí adentro
tú filtras
y repartes,
separas
y divides,
multiplicas
y engrasas,
subes
y recoges
los hilos y los gramos
de la vida, los últimos
licores,
las íntimas esencias.
De Odas elementales (1956).
“Muchas veces me he preguntado cuándo escribí mi primer poema, cuándo nació en mí la poesía. Trataré de recordarlo. Muy atrás en mi infancia y habiendo apenas aprendido a escribir, sentí una vez una intensa emoción y tracé unas cuentas palabras semirrimadas, pero extrañas a mí, diferentes del lenguaje diario. Las puse en limpio en un papel, preso de una ansiedad profunda, de un sentimiento hasta entonces desconocido, especie de angustia y de tristeza. Era un poema dedicado a mi madre, es decir, a la que conocí por tal, a la angelical madrastra cuya suave sombra protegió toda mi infancia. Completamente incapaz de juzgar mi primera producción, se la llevé a mis padres”.
La escena está tomada de Confieso que he vivido, libro de memorias total que fue publicado en 1974, una joya narrativa súper poética en la que Neruda cuenta con detalle toda su vida. El relato continúa con la respuesta del padre: “¿De dónde lo copiaste? Y siguió conversando en voz baja con mi madre de sus importantes y remotos asuntos. Me parece recordar que así nació mi primer poema y que así recibí la primera muestra distraída de la crítica literaria”.
El poeta tenía menos de diez años y la ferocidad de la crítica literaria no lo abandonaría desde entonces. Porque fue a partir de su primera publicación – el libro Crepusculario (1923) – que la celebración de su poesía comenzó a crecer tanto como sus detractores. Pero a Neftalí Reyes no le importa: se cambia el nombre, escribe, deambula por bares y tertulias de poetas chilenos, hacia sus veinte años viaja por el mundo como cónsul de su país y comienzan las aventuras de la vida o la vida, la gran aventura del poeta.
A Crepusculario le siguen Veinte poemas de amor y una canción desesperada (1924), Tentativa del hombre infinito (1926), Residencia en la Tierra ( 1932), España en el corazón. Himno a las glorias del pueblo en la guerra (1937) y Nuevo canto de amor a Stalingrado (1943).
“Si me preguntan qué es mi poesía debo decir: no sé; pero si le preguntan a mi poesía, ella dirá quién soy yo”, dijo Pablo Neruda en 1943. En 1964, en otra conferencia, el poeta que sería galardonado con el Premio Nobel en 1971, expresó su proyecto poético, lo que se llama Ars poética, que fue una “voluntad cíclica de poesía: la de englobar al hombre, la naturaleza, las pasiones y los acontecimientos mismos que allí se desarrollaban en una misma unidad”. Todo dicho. Todo está por comenzar.
Mujeres de fuego, mujeres de nieve
Desde los Veinte poemas de amor y una canción desesperada (1924), pasando por Los versos del capitán (1951 o 1963, aparición anónima o su edición con firma respectivamente), sin dejar de lado el libro Cien sonetos de amor (1959), el amor romántico, carnal, erótico y pasional son tema y materia de sus poemas. Las palabras encienden, incendian el deseo.
Según la crítica especializada en articular vida y obra del autor chileno, el primer libro de amor del poeta, (Veinte poemas de amor… de 1924 ) está basado en experiencias amorosas reales del joven Neruda pero no se dirige a una sola amante sino que “ha mezclado en sus versos características físicas de varias mujeres reales de su primera juventud para crear una imagen de la amada irreal que no corresponde a ninguna de ellas en concreto, sino que representa una idea puramente poética de su objeto amoroso” (Dossier de crítica poética, Santiago, 1974). Como sea que fuera su origen, un hecho es innegable: Veinte poemas de amor es el libro más vendido de la historia de la poesía amorosa.
En Los versos del capitán, se puede leer:
En ti la tierra
Pequeña / rosa,/ rosa pequeña,/ a veces / diminuta y desnuda,/ parece / que en una mano mía cabes/ que asi voy a cerrarte y llevarte a mi boca,/ pero de pronto, / mis pies tocan tus pies y mi boca tus labios, / has crecido, / suben tus hombros como dos colinas,/ tus pechos se pasean por mi pecho,/ mi brazo alcanza apenas a rodear la delgada / línea de luna nueva que tiene tu cintura:/ en el amor como agua de mar te has desatado:/ mido apenas los ojos más extensos del cielo / y me inclino a tu boca para besar la tierra.
Pero no todo fue tan amoroso en la vida real de Neruda que, muchos años después de su muerte, en tiempos de feminismo y cancelaciones varias, ha sido sometido a una revisión de su biografía amatoria para echar luz (o una fría sombra, según el caso) sobre sus acciones y, en consecuencia, su figura de poeta, su obra también.
Lo cierto es que se lo ha acusado de violador y de padre abandónico y hay irrevocables pruebas para sostener tales acusaciones. La polémica reapareció en Chile hace unos cinco años, cuando la Comisión de Cultura del Congreso chileno propuso rebautizar el aeropuerto de Santiago con el nombre del poeta.
La cuestión trajo a luz un fragmento de sus memorias, Confieso que he vivido, en el que el autor revela haber sido protagonista de una violación. Efectivamente, en el capítulo “La soledad luminosa”, en el apartado titulado “Singapur”, Neruda cuenta que conoció en su estadía en Ceilán a “la mujer más hermosa del mundo”, “una especie de estatua ambulante” encargada de los quehaceres de la casa donde se hospedaba el cónsul poeta.
Después de varias jornadas de observación y algunas especulaciones, Neruda entra en acción: “Una mañana, decidido a todo, la tomé fuertemente de la muñeca y la miré a la cara. No había idioma alguno en que pudiera hablarle. Se dejó conducir por mí sin una sonrisa y pronto estuvo desnuda sobre mi cama. (...) El encuentro fue el de un hombre con una estatua. Permaneció todo el tiempo con sus ojos abiertos, impasible. Hacía bien en despreciarme. No se repitió la experiencia”.
Los tiempos han cambiado (para bien de todas y todos) y esta revelación de masculinidad del siglo XX es hoy condenada desde la perspectiva de género, que resignifica como violación lo que en su momento podría haberse rotulado como “un arrebato de pasión irresistible”. Lo que resta pensar ahora es si la biografía y la lectura de esa biografía es válida (y suficiente) para ejercer la cancelación (tan contemporánea también) de la obra de un escritor.
Lo cierto es que el aeropuerto de Santiago no se llama Neruda, ni tampoco se llama Aeropuerto Profesora Lucila Godoy Alcayaga, más conocida como Gabriela Mistral, la sin discusiones más querida poeta chilena, que era una de las mociones que aparecían entonces en esa disputa.
Pero la historia negra del colorido poeta no termina aquí. La chica estatua de Ceilán quedó en el recuerdo (o en el olvido) de Don Pablo, al igual que la hija que años después tendría con su primera esposa, la holandesa María Antonia Hagenaar, también conocida como Maryka, una trabajadora bancaria de origen indonesio, que fue la primera esposa y madre de la única descendiente de Neruda.
Maryka trabajaba en un banco cuando conoció en Batavia (después llamada Yakarta) al diplomático chileno Ricardo Reyes, con el que se casó el 6 de diciembre de 1930 (ella tenía 30 años y Neruda 26). En 1932, dejaron Batavia y viajaron a Chile, después a Buenos Aires, a Barcelona y a Madrid, ciudades donde Neruda ejerció como cónsul. En Madrid, en 1934, nació la única hija de ambos, Malva Marina Trinidad Reyes Hagenaar, enferma de hidrocefalia.
Neruda omite mencionar a la niña en toda su obra, pero se ha encontrado alguna carta donde la nombra como “ese monstruo de tres kilos”. Un año después del nacimiento de su hija, Neruda conoció a la pintora argentina Delia del Carril, que se convirtió desde entonces en su pareja y por veinte años. Chau Maryka, chau hija, hasta nunca, quizá dijo o pensó Neruda, quién sabe.
Después de que el poeta se divorciara a distancia de Maryka, Delia y Neruda se fueron a México, donde quisieron hacer efectivo su matrimonio. Delia tenía 50 años y Neruda, 30, pero esta unión no fue reconocida por la justicia chilena debido a que el divorcio de Maryka fue declarado ilegal. ¿Nuestro poeta era bígamo?
Con papeles o sin papeles, Delia tomó la decisión de abandonar su carrera artística para convertirse en secretaria y editora de Neruda y, luego de una breve estadía en México, se instalaron en Santiago de Chile, en la Casa Michoacán de la comuna de La Reina, que se convirtió en lugar de reunión de intelectuales y artistas de aquel entonces.
Todo funcionaba bastante amorosamente en la casa hasta que en 1949, Neruda tiene que exiliarse de Chile debido a la persecución del gobierno de Gabriel González Videla, y se establece en Madrid donde conoce a su futura (tercera) esposa, Matilde Urrutia.
El asunto en esa época es poco claro porque cuando Neruda regresó en 1952 a Santiago, volvió a instalarse en Michoacán con Delia y allí, en 1954, celebró su cumpleaños número 50. Pero, al año siguiente, en 1955, Neruda volvió con Matilde, que fue la compañera del último tramo de su vida en la casa de Isla Negra.
Recapitulando: ¿Mujeriego? ¿Padre abandónico? ¿Violador? ¿Bígamo? Y más preguntas: ¿Acaso vamos a juzgar o cancelar la obra de un poeta o de cualquier artista por sus revuelos amorosos, sus injusticias y excesos, incluso sus abusos y crímenes? La historia de la literatura y el arte está protagonizada por personas que no siempre cumplen los requisitos de la moral, de las leyes, de la buena convivencia. Y el arte, de paso, está lejos de ser políticamente correcto (menos mal y ¡gracias!).
Imperfectos, criticables, horrorosos por momentos, grandiosos también, maravillosos e iluminados suelen ser nuestros poetas. Que siguen instalando preguntas y nuevas perspectivas desde sus producciones textuales entrecruzadas con el relato de sus azarosas vidas.
A los tiros
Más allá de simpatías y acercamientos de años de juventud a las izquierdas internacionalistas, fueron los atronadores bombazos de la Guerra Civil Española los que definitivamente sacudieron a Neruda, lo lanzaron a la arena política y a militar fuertemente del lado de la República, y en la defensa y cuidado de perseguidos políticos del régimen franquista. En 1936, al iniciarse la Guerra Civil en España, cuando trabajaba como cónsul chileno en Barcelona, ayuda al exilio de cientos de españoles (a través de un salvoconducto a Chile) y traza en su poesía la urgencia de la acción política:
Su poema “Explico algunas cosas” dice:
Y una mañana todo estaba ardiendo
y una mañana las hogueras
salían de la tierra
devorando seres,
y desde entonces fuego,
pólvora desde entonces,
y desde entonces sangre.
Bandidos con aviones y con moros,
bandidos con sortijas y duquesas,
bandidos con frailes negros bendiciendo
venían por el cielo a matar niños,
y por las calles la sangre de los niños
corría simplemente, como sangre de niños.
De España en el corazón, 1937.
En 1945, ya de regreso en su país, Neruda ingresa al Partido Comunista de Chile (PCCh), y es elegido senador de la República. Tres años después, el entonces presidente de la nación, Gabriel González Videla, promulga la Ley de Defensa Permanente de la Democracia, que declara ilegal al PCCh, razón por la que el poeta vuelve a España, exiliado hasta 1952, cuando nuevamente le es posible retornar a Chile.
Y entonces, y antes, y después, otras batallas. Las de los poetas. Porque se dice – desde el prejuicio, sin duda – que los chilenos son gente ruda de paisajes hostiles y que la fiereza del clima y de la tierra deviene en personalidades de ánimo severo. De una manera o de otra, sin certeza de las causas, el mundillo de los poetas chilenos está hecho de discusiones, agravios, diatribas cruzadas, camarillas que dan de comer a las fieras de la crítica. Lo cierto es que Pablo Neruda, Vicente Huidobro y Pablo de Rokha, padres fundadores de la familia literaria trasandina, como toda familia, se sostiene entre peleas y acusaciones cruzadas.
En Confieso que he vivido, Neruda no se priva de calumniar a sus colegas: “Me es difícil hablar mal de Huidobro, que me honró durante toda su vida con una espectacular guerra de tinta. Él se confirió a sí mismo el título de ‘Dios de la Poesía’ y no encontraba justo que yo, mucho más joven que él, formara parte de su Olimpo. Nunca supe bien de qué se trataba en ese Olimpo. La gente de Huidobro creacionaba, surrealizaba, devoraba el último papel de París. Yo era infinitamente inferior, irreductiblemente provinciano, territorial, semisilvestre”.
El panorama se completa con el tercero en discordia: Pablo de Rokha. Así se refiere a él Pablo Neruda en sus memorias, en el apartado “Enemigos literarios”.
“Tantos años mantuvo su beligerancia hacia cuanto yo hacía que al no tenerla extraño su carencia. Cuarenta años de persecución literaria es algo fenomenal. Con cierta fruición me pongo a resucitar esta solitaria batalla que fue la de un hombre contra su propia sombra, ya que yo nunca tomé parte en ella.
Veinticinco revistas fueron publicadas por un director invariable (que era él siempre), destinadas a destruirme literalmente, a atribuirme toda clase de crímenes, traiciones, agotamiento poético, vicios públicos y secretos, plagio, sensacionales aberraciones del sexo. También aparecían panfletos que eran distribuidos con asiduidad, y reportajes no desprovistos de humor, y finalmente un volumen entero titulado Neruda y yo, libro obeso, enrollado de insultos e imprecaciones”.
En Neruda y yo, De Rokha dice (acerca de Neruda): “Lo conozco desde 1922, y lo deduzco, más que lo comprendo, como se percibe el azogue, resbalándose, como el paso del tiempo en las tinieblas, porque la personalidad de Pablo Neruda, actor e histrión, persona de careta con angustia, y de coturno, parece que estuviese forjada con la goma lluviosa de las carroñas, y está, por eso, hinchado.
(...)
Neruda ni es un vertebrado, ni es un renacuajo, es un molusco con la técnica del boomerang, y su expresión, el caracol, lo torna redondo y hacia adentro, (elefantiásico albatros de espanto, que invadió y profanó los nidos ajenos), por debajo, subterráneo, mojado, royendo y mordiendo vestiglos, entre los humos de la tierra preñada de gusanos y libertad, como un muerto con poncho llovido, y siempre echado, agazapado, abajo, acumulado, inflado, pujando en todo lo hondo del Mapu, al acecho en lo húmedo y plúmbeo de los cielos cóncavos del Sur, porque él no es marino, vertical, oceánico, sino dramáticamente logrado para el pantano”.
¿Algo más?
Mientras tanto, en nuestro singular siglo XXI, otro escritor trasandino, Alejandro Zambra, en Poeta chileno (2020) se divierte también con esas rencillas e involucra a otros personajes: Nicanor Parra, Jorge Teillier, Gonzalo Rojas, Enrique Lihn y otros más actuales y menos conocidos de este lado de la cordillera que siguen polemizando sobre la nada para discutir lo que no está para ser discutido. Envidias, celos, competencias que confirma el mito: hacer poesía y pleitear en Chile son dos caras (inseparables) de la misma moneda. Para ellos, la diatriba parece tan vital como el agua, el aire y las palabras.
Y entonces vale la pena cerrar esta panorámica con una mirada sobre el idioma, sobre las palabras, otra vez del imperdible Confieso que he vivido: “No se puede vivir toda una vida con un idioma, moviéndolo longitudinalmente, explorándolo, hurgándole el pelo y la barriga, sin que esta intimidad forme parte del organismo. Así me sucedió con la lengua española. La lengua hablada tiene otras dimensiones; la lengua escrita adquiere una longitud imprevista. El uso del idioma como vestido o como la piel en el cuerpo; con sus mangas, sus parches, sus transpiraciones y sus manchas de sangre o de sudor, revela al escritor”.
A cincuenta años de su muerte, Neruda vive, vibra y late en este tiempo otro, en este mundo tan igual y tan distinto. Y vale la pena vibrar con él, degustar palabras, involucrarse en su paisaje.
Quién fue Pablo Neruda
♦ Nació en Parral, Chile, en 1904, y murió en Santiago, en 1973. Aún se investiga si fue una muerte natural o un asesinato.
♦ Fue uno de los grandes poetas de su país y la región, y también político. Se desempeñó como integrante del Partido Comunista de su país.
♦ Entre sus libros se cuentan Veinte poemas de amor y una canción desesperada, Crepusculario y Odas elementales.