Luis Mateo Díez es hasta ahora el único autor en lengua castellana que ha obtenido en dos oportunidades el Premio Nacional de Narrativa y el Premio de la Crítica, gracias a sus novelas La fuente de la edad y La ruina del cielo.
Ha escrito otras obras, algunas de las cuales han sido llevadas a la pantalla grande, relatos y novelas que dan cuenta de su creatividad; sin embargo, existe una historia que, reconoce, no ha podido escribir.
Así lo dejó saber cuando en el 20 de mayo del año 2001 tomó posesión como miembro de la Real Academia Española con el sillón ‘l’ (ele) minúscula en su discurso al que tituló La mano del sueño (algunas consideraciones sobre el arte narrativo, la imaginación y la memoria).
Luego de dejarse ir en agradecimientos y mencionar el poema Ajeno, de Claudio Rodríguez, que, según mencionó, es el que más ha leído en su vida, se dispuso a contar un recuerdo y un sueño, que juntos darían forma a la trama, “... el sustrato de la única historia que a lo largo de mi modesta vida de escritor, de narrador, no he logrado escribir, por mucho que lo haya intentado infinitas veces”.
El recuerdo del vagabundo
El primero, menciona, se trata de un recuerdo de la infancia, sentado en el peldaño de la fuente en el centro de la plaza de su pueblo. Allí, mientras come una rebanada de pan con mantequilla se acerca a él un vagabundo que bebe y se ubica a su lado. Todos en el pueblo lo conocían como Cribas y solían perderle el rastro con frecuencia tras ir de estación en estación.
Cribas, según cuenta, jamás pidió ayuda, pero siempre la recibía. Sin embargo, en esa ocasión fue diferente, pues, tras observarlo comiendo cómodamente su pan, mencionó:
“En este pueblo no hay más vivos que muertos, del mismo modo que no hay más críos que crías, ni más gatos que perros. Siempre os creísteis más de lo que sois y sois muy poco. Cualquier forastero lo sabe…”
Díez mencionó que no solo le estropeó la merienda, sino que, además, lo dejó inquieto desde entonces. Nunca lo contó y sus amigos tampoco le habrían creído tal escena. Para él, la imagen del forastero estaba cubierta de un manto de misterio casi imposible de quitar.
“Lo que más me impresionaba de sus palabras era la referencia a lo que cualquier forastero sabía, eso incrementaba la inquietud de la extraña evaluación de muertos y vivos, niños y niñas, gatos y perros”.
Sobre el sueño
La segunda parte parte de un sueño que también tuvo lugar en la infancia y, por lo tanto, sufriría algunas alteraciones con el paso del tiempo: “Dicen que los recuerdos se inscriben en la piedra y los sueños en el agua, las lápidas de la memoria equivalen a los líquidos del durmiente”.
Un hombre se sienta a los pies de su cama mientras duerme; despierta parcialmente, es decir, se ubica en esa especie de doble conciencia entre el sueño y la realidad, y observa que el hombre le acaricia la frente y menciona su nombre. Una vez termina su contacto se levanta y en un momento dado está solo de nuevo.
Al observar la ventana de la habitación descubre una luz blanca y al asomarse, con miedo y prevención, ve cómo el hombre camina en medio de aquel destello sin identificar si viene o se va. Sin embargo, al paso de unos segundos lo siente de nuevo a su lado, observando en la misma dirección. Despierta. Su mano está agarrada a la de él.
De acuerdo con lo que aseguró en el mismo discurso, la imposibilidad de convertir estos dos elementos en una historia radicaba en que tenía percepciones misteriosas sobre el sentido de la historia, además de que sus aproximaciones para que cada una llegara a su destino resultaban “inocuas”.
Con excepción de esta historia que aún ronda su cabeza, Díez ha sido autor de una gran cantidad de obras entre las que se encuentran: La fuente de la edad, Brasas de agosto, Memorial de hierbas, Apócrifo del clavel y la espina, Albanito, amigo mío y otros relatos, El expediente del náufrago.