“Al arte lo uso para estar contento”: a tres años de su partida, los poemas de Fernando Callero se leen con una sonrisa

Fue un artista multifacético, creador de versos, cuentos, novelas y canciones. Murió en 2020 pero su obra sigue vigente. A su alrededor se formaron otros poetas de una región con mucho para decir.

Fernando Callero nació en Concordia, Entre Ríos, y vivió en Santo Tomé, Santa Fe, hasta su muerte. Nunca dejó de producir poesía. Foto: Juan Curto (Gentileza de Periódico Pausa)

Los poemas de Fernando Callero (Concordia, 1971 - Santo Tomé, 2020) poseen la cualidad de no dejar indiferente a nadie. La lengua que maneja con destreza inaudita el poeta que vivió en Santa Fe, es inteligente, divertida, amorosa y honesta. Si Barthes definía a la escritura como un juego de seducción entre el autor y el lector -”El texto que usted escribe debe demostrarme que me desea”- la poética de Callero cumple y desborda esa premisa: es una mirada que desea tanto a sus lectores como al mundo en el que se mueve; que está loca de amor por la existencia.

Su forma de escribir, sofisticada y sencilla a la vez, celebra la belleza en todas sus posibilidades; desde el elogio del amante: “La otra vez, dormido/ metí la nariz en un pliegue de tu brazo/ y aparecí en un jardín oscuro/ donde un zorro merodeaba unas calas/ monogramadas con hilo de plata/ una caligrafía muy fina, con letra de zurdo/ que apenas empecé a leer se deshizo” hasta el paisaje plástico del basural costero: “Una banana en pijama/con las patitas comidas/ por donde le va/ saliendo el paño./ Una boga también muerta y panza arriba/ removida todo el día/ por el flujo/del agüita./Pobrecita”.

Su poesía no descuida la temperatura social de un país empobrecido: “Trepan tres desde el bañado, flacos cazadores de fija y honda,/ toda la facha arrebatada, zapatillas coloradas, buzos de tela avión,/ briznas de pasto imantadas a la fibra de los cuellos polar. / –Se comen las garzas. / Saltando en los rieles/ parecen notas en un pentagrama. / –La otra vez, con los perros, / cazamos una banda”; todo lo que Callero toca con la lengua, suena.

En una imperdible entrevista de 2011, que le hizo Gonzalo Acosta para El Heraldo, hablaba de su concepción del arte: “Canto y bailo, me gusta la alegría, no soy un tipo alegre, tengo mis pesadillas intensas, pero al arte lo uso para estar contento. (…) Lo que me obsesiona es cómo destruir una narración dolorosa, cómo destruir una biografía dolorosa, cómo proyectarse, porque hay que vivir mucho tiempo”. A punto de cumplirse otro aniversario de su prematura partida en septiembre de 2020, la poesía de Callero nos sigue sorprendiendo porque tiene el don de dejarse leer siempre como la primera vez.

En "C6 C7" Callero reconstruyó su internación tras un grave accidente que le restringió de manera feroz su motricidad.

Poeta y narrador, músico, editor, docente, tallerista y amigo de todo “el frente litoraleño”, como le gustaba decir, su presencia es referencia obligada cuando de poesía del litoral se trata: “Se fue definiendo, por así decirlo, un frente litoraleño, porque ahí empezaron a salir otros que escribían: Cecilia Moscovich, Analía Giordanino, Gonzalo Castelo. Y como que nos empezamos a copiar entre nosotros, como sucede en los movimientos, se genera un te leo y me leés, hay una identidad. Hoy por hoy, desde que comenzamos en el 2007, leés a cualquiera de nosotros y somos todos parientes, cada uno con su viaje, pero en general compartimos una tendencia”, contaba Callero.

Y seguía: “Por ejemplo, hay palabras claves: la palabra porrón que no estaba en la poesía argentina; instituimos la palabra porrón. Es una sinécdoque, en Santa Fe le decimos porrón a la cerveza, que es el envase, llamamos por el envase al contenido. Trabajamos sobre el contexto santafesino y litoraleño, no es una poesía lírica en sentido alto, es una poesía sencilla y musical.” Algo de este glosario regional con una novedad y frescura combinatoria que deja sin aliento se puede saborear en su poema “Proteína”: “Tomo un mate dulce de parado/ semblanteando el patio. / Mi viejo se deshace atrás de un pucho. / De la churrasquera/ sube un humo nuevo, / carga su promesa/ hasta dios. / El cielo de los hombres/ debe ser una campana/de grasa vieja firme y otra, / menos densa, su perfume”.

En 2008, Callero cofundó, junto a Javier Guipponi y Santiago Pontoni, Ediciones Diatriba, un sello editorial que en principio publicó a poetas jóvenes del litoral, extendiéndose luego a autores de todo el país. Gonzalo Vega, poeta y editor de Corteza Ediciones, vecino de Santo Tomé, Santoto, como le dicen los santafesinos, y alumno de Fernando, nos cuenta sobre ese primer acercamiento a quien luego sería su profe: “A Callero lo conocí en la presentación de Diatriba, también a Francisco Bitar, Analía Giordanino, Daniel Durand, que cayó con los primeros prototipos de los libros de Chapita; una experiencia inolvidable. En 2013, cuando se presentó la 30/30 (antología que reúne a 30 poetas menores de 30 años, publicada por la EMR), participé de una propuesta de Callero que se llamaba La gomería del libro, vos le mandabas un poema y él lo emparchaba, te lo corregía y te daba la devolución en vivo”, reconstruye.

"Una destrucción muy fina", parte de la obra de Callero.

“Durante 2014 ya empecé a hacer taller con él; me acuerdo que no llegaba con la guita y entonces él me dejaba pagar menos. El Fer me abrió la cabeza; él decía que lo que yo escribía le hacía acordar a Francisco Madariaga y ¿sabés lo que hizo? Imprimió como 50 hojas de poemas de Madariaga y me los dio, ‘leete todo esto’; tenía como un programa para enseñar, mucha rima, ritmo, buscar la sonoridad, que haya una música al leer. Callero era un enamorado total de la poesía, podía estar en pantalón corto, en cuero y en patas, pero el loco te daba el taller, hablaba, te leía, por ahí terminaba el taller y te tomabas un porrón hablando al pedo; escuchábamos música, él se ponía a tocar la guitarra, para mí era más que un taller de poesía”, sigue Vega en diálogo con Infobae Leamos.

Es que Callero resulta una figura central para pensar ese fenómeno complejo y diverso que se engloba bajo el nombre de poesía del litoral, no solo por la gravitación y originalidad de su propia producción, sino también por su influencia en la configuración estética del nuevo mapa poético de la región, ya sea en su rol de editor, socializando sus lecturas y preferencias o acompañando en su camino de formación a muchos jóvenes poetas que hoy conocemos. Por su taller pasaron poetas como Daiana Henderson, Gonzalo Vega, Larisa Cumin, Agustina Lescano, Diego Planisich, Ariel Aguirre y Rosina Lozeco entre muchos otros.

Lozeco, alumna y amiga, lo recuerda entre risas: “Fer hacía lo que le pintaba todo el tiempo. Era una persona con una energía vital y unas ganas de hacer cosas que le ganaba a todos los demás. No debe haber nadie que lo haya conocido que te pueda decir: es un vínculo que no me generó nada, o solo me generó cariño; ¡te generaba un montón de cosas! porque el Fer un día te mandaba a la mierda y el otro te invitaba a comer un asado, y yo creo que eso habla de la conexión que había entre lo que hacía y lo que decía. Vos confiabas en que lo que te estaba diciendo era lo que pensaba, porque él no te iba a caretear nada”.

“A todos los que hicimos taller con él nos decía que escribir es un trabajo, que no podíamos esperar que la literatura sea solamente un hobby o un pasatiempo y que cuando es así, quizás no te lo estás tomando tan en serio. También recuerdo muchos momentos de fiesta, de estar disfrutando el momento; tenía una pulsión de vida que poca gente tiene y creo que eso se sostuvo hasta sus últimos días, no creo que haya sido diferente y eso está bien, me quedo con eso del Fer, era muy honesto y eso es lo que uno espera de un tallerista. Esas cosas se extrañan, hoy es distinto el mundo literario y me gustaría escuchar qué es lo que tiene para decir sobre tal, o sobre este libro o sobre aquel festival o sobre los invitados a no sé qué lectura… esas son cosas que hoy me gustaría sentarme a conversar con el Fer”, sigue Lozeco.

El último libro de Callero fue editado por Caleta Olivia.

El último diagnóstico de Callero fue leucemia, pero, en 2014, había sufrido un grave accidente que cambió su vida para siempre: “Yo nunca vi la luz y volví. Tuve un accidente yendo por una calle oscura donde una constructora instaló una pileta de desagüe sin señalizar. Yo iba a verte con mi bici y de pronto el ground del mundo terminó”, escribe en C6 C7 (Nudista, 2018), el diario de internación donde narra con una prosa deslumbrante el episodio que lo dejó sin movilidad en sus extremidades por una lesión en la médula espinal.

Cacería rápida, de 2016, también reúne poemas acerca de la experiencia en la institución de rehabilitación, textos agridulces que no resignan ni por un segundo la celebración de los cuerpos, el deseo y la vida, como vemos en esta joyita que es el poema “Gimnasio”: “Parecen hijos de un dios esos muchachos/ cuando llegan al gimnasio oliendo a Kevin Ice/ y antes de ponerse a entrenar/ hacen chillar las ruedas de sus sillas”.

Porque, citando la bellísima contratapa de Moscovich en el último libro de Callero, Un delicado temblor se coló como un ladrón en la naturaleza (Caleta Olivia, 2022): “En medio del dolor y el deterioro físico, la incapacidad, la pérdida, Fernando siguió ostentando su lengua salvaje, primigenia, su sintaxis loca, sus poemas musicales, su corazón de niño”. Emociona este último proyecto, breve e intenso como la vida de un artista luminoso que siempre nos deja con ganas de más; de leer más, de escribir más, de vivir más; como dice en “Es natural”: “Aprovechar/ la vida aprovechar/ el presente es pasión/ y todo lo demás// está de más.”

“Perfeito”, un poema de Fernando Callero

Mi viejo decía perfeito, no perfecto,

y a mí me agarraba un sopor nervioso

y me quería morir. O que se muera.

Después de todo era preferible ser muerto

o huérfano

antes que tener un padre que diga “perfeito”.

Encima lo decía a cada rato

porque el término había ingresado

a la jerga comercial de la época.

Si lo acompañaba a vender bombachas

a Basavilbaso, prefería quedarme en el auto

escuchando casets, leyendo un Emecé sin tapas

de Niko Kazanzakis

antes que pasar calor en los negocios

escuchando a mi viejo cada dos por tres

decir “perfeito”.

Me sonaba brasilero y algo porno,

además de la descalificación que le acarreaba

ese error de dicción

a un hablante correcto de su lengua.

Él no había terminado el sexto grado.

A mí me apretaba el cuello una corbata

de bachiller

y a los 12 era un neurótico de la gramática

y de las oraciones.

Entiendo que mi viejo también soportaba

andar con Fray Mamerto Esquiú de acompañante,

pero así son las cosas. Mi historia.

Un viaje en break con el mate estrellándose

contra los vidrios del Renó.

Mamá que saca cuentas, papá en su paraíso

de lycra y notas de pedido.

Los hermanitos atrás

rogando que los dejen juntar de ese campito

un cachorro con sarna.

¿Cuánto suman las facturas, Susana?

257.000 pesos.

Perfeito.

(de Una destrucción muy fina, Determinado Rumor, 2012)

Quién fue Fernando Callero

♦ Nació en Concordia, Entre Ríos, en 1971. Desde 1995 vivió en Santo Tomé, Santa Fe. Murió en 2020.

♦ Fue poeta, licenciado en Letras y co-fundador del sello Ediciones Diatriba.

♦ Coordinó talleres de poesía y entre sus libros se cuentan Al rayo del sol, Romance de Mario y Rosa, Cacería rápida y Una destrucción muy fina, entre otros.

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