Olvido García Valdés nació en 1950 en Santianes de Pravia, un humilde pueblo de casi 700 habitantes en el Principado de Asturias, al norte de España. Hija de campesinos, su lengua materna fue el “bable”, dialecto asturiano. Allí pasó sus primeros años de vida entre árboles, insectos, pájaros, valles y montes. Tuvo una infancia donde “los niños en aquel tiempo escuchaban, no hablaban (oír, ver y callar); de aquella escucha, de aquel aprendizaje en el interpretar y desentrañar”, rememora.
El día a día del campo desde la madrugada entre el monte húmedo, tierra oscura, vacas: “Eucaliptus y pinos rodean/ el pueblo de tu infancia/ (tan distintos, los pinos, /de los que conociste más tarde/ ¿cuántas clases de pinos? / ¿cuántas clases de infancia?” (”confía en la gracia”, 2020).
Así, su poesía fusiona, desde esa niñez del norte rural, la naturaleza de los distintos tonos del verde, de lo animal conviviendo con lo humano, en el uso de los sentidos y el pensamiento existencial, sin intermediarios: “La oscuridad del cuervo y la oscuridad/ del campo, el monte/ cerca. Ella siega/con el arranque de la amargura. / Sus graznidos ahora/ no traen agua/ acompañan, llenan el aire“ (”caza nocturna”, 1997).
García Valdés fue cofundadora y miembro del comité editorial de la revista El signo del gorrión (1996-2002), cercana a los poetas José Ángel Valente y Antonio Gamoneda; junto con José Miguel Ullán, Miguel Casado, Carlos Ortega, Esperanza Ortega, entre otros. Perfilan, entonces, una poética del “pensamiento”, en oposición a la de la “experiencia”. Es una subjetividad lírica que reflexiona, se detiene y se emociona para escribir desde una sensibilidad, por fuera de los hechos, pero conectándose tanto con el mundo de lo vivo como con el mundo material de todas las cosas.
Estos son poetas de la pos dictadura franquista que se abren a la influencia de la poesía europea y norteamericana con sus traducciones- Paul Celan, Bernard Nöel, Edmond Jabes, Emily Dickinson, E. E. Cummings, Williams Carlos Williams, entre otros- y a la latinoamericana, algo inhabitual en la historia y de la poesía española de mediados de los ´80.
A su vez, Olvido García Valdés profundiza aún más esa perspectiva. Es una intensa lectora de poetas latinoamericanos: César Vallejo, Gabriela Mistral, Lezama Lima, Olga Orozco, Octavio Paz, Blanca Varela, Hector Viel Temperley, Mirta Rosenberg, Marosa Di Giorgio, Arnaldo Calveyra, Ida Vitale, Liliana García Carril, etc. Estas lecturas, sin duda, produjeron una escritura más libre en sus formas, un más allá en la tradición retórica española.
Se trata en consecuencia de una versificación donde “el ritmo no es de la medida, sino de la respiración y los latidos, de la aspereza y el titubeo, de la levedad y la fatiga. De cada poema. El ritmo viene en el poema, con viento en contra y corrientes a favor”, afirma. Esto la distingue del resto de sus contemporáneos, la vuelve una poeta muy singular y, al mismo tiempo, universal. Por ello, su visión del mundo material se sale de lo idílico hacia cierta búsqueda y comprensión de lo trascendente y su malestar, de lo que ella llama “desdicha”. Allí conviven, dice, “la capacidad de ver la hermosura del mundo, con los ojos bien abiertos también a lo áspero y terrible de la vida”.
En 2008, la editorial Galaxia Gutenberg publicó su poesía reunida en Esa polilla que delante de mi revolotea, aunque La caída de Ícaro es su última publicación, editada a fin del año pasado por la Universidad de Salamanca. La misma celebra el XXXI Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana entregado a García Valdés y que se suma a otros ganados por ella como el Premio Nacional de España (2007), el Premio de las Letras de Asturias (2017) o el Premio Iberoamericano de Poesía Pablo Neruda de Chile (2017).
El libro reúne una selección hecha por la poeta de su propia obra hasta la fecha, ordenada por un criterio más cercano a su lírica actual. Comienza con Lo solo del animal, sigue por sus primeros poemarios El tercer jardín, Exposición y ella, los pájaros, para cerrar con Confía en la gracia. Elige también subrayar cómo ha ido, con el paso del tiempo, integrando la memoria de la infancia en Santianes, su pueblo, con el mundo de las “desdichas”, el “sufrimiento” de lo humano y sus misterios, más la animalidad al desnudo, representación de toda la vida y toda la muerte.
Leyó Olvido García Valdés en su discurso de recepción del Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana, el 30 de noviembre del 2022: “En mis últimos libros, lo animal ha ido cobrando cada vez mayor presencia. (...) No se trata de un asunto temático. En ningún momento me he planteado escribir sobre animales. La mía no es tampoco una mirada ecológica, aunque eso se refleje, ni de complacencia ingenua en una supuesta pureza natural. No. Simplemente me parece que el animal es el que viene como es. Y hay algo que lo une al poeta, la vulnerabilidad, algo de la intemperie y la precariedad existencial. Es un vínculo fuerte; y en cierto sentido, de un extraño modo, yo diría que el poeta y el animal son mudos“.
Al fin, la poeta asturiana encuentra una manera sensible de unirnos -como animales lectores, poetas- en un universo donde todos estamos hechos de una misma materia: porque lo que primero prevalece es nuestra mera existencia material y luego, recién en lo inmediato, vida y muerte de la palabra poética.
Algunos poemas de “La caída de Ícaro”
Verde. Verde. Agua. Marrón.
Todo mojado, embarrado.
Es invierno. Es perceptible
en el silencio y en brillos
como del aire.
Yo soy muy pequeña.
Un cuerpo caminando.
un cuerpo solo;
lo enfermo en la piel, en la mirada.
El asombro, la dureza absoluta
en los ojos. Lo impenetrable.
La descompensación
entre lo interno y lo externo.
Un cuerpo enfermo que avanza.
Desde un interior de cristales muy amplios
contemplo los árboles.
Hay un viento ligero, un movimiento
silencioso de hojas y ramas.
Como algo desconocido
y en suspenso. Más allá.
Como una luz
sesgada y quieta. Lo verde
que hiere o acaricia. Brisa
verde. Y si yo hubiera muerto
eso sería también así.
***
Veo cada vez más ancianos,
son distintos entre la gente
de la calle, miran como si hablaran
otra lengua. Los veo más
por sensación de amenaza, el mundo
poblándose de signos.
También los jóvenes son otros,
una lengua, oscuros. Solo es compacta
mi edad, como si fueran a quedarse.
***
la voz, la de esta niña
que canta solo ahí,
la del muchacho
que por la noche da gritos y repite
obsesivo hijo de puta, las voces
de los niños que juegan
intransitiva voz, exenta
en el mundo, cuerpos autómatas
que a diario veo y que no veo, chillidos
veloces de vencejos
en el anochecer
con el frío no hay nada que hacer
se queda el pie derecho del muñeco
así, sin más, a la intemperie
los tubos enemigos y enemigo
punteado, ahí, cerrado y
abierto a la par- pon de silencio
el compás a lo que vayas
pensando- como si,
alimento del vierbe, con esos
puntos y el frío, viento
silbando entre casas, como
si fueran vencejos, o muge
en los jardines cerrados
impenetrables los hechos
aprieta el terco hueso los labios
gracias, saludo de despedida
lo solo del animal
***
no puede escribir la percepción
del verde agudo de la cebada por tierras
palentinas un 18 de abril con sol y cielos
lechosos, ¿por qué había de decirse?
¿por qué los fragmentos, hilos sueltos
de conversaciones que escucha se refieren
al pasado, hablan de gentes que quien habla
conoció, mencionan lugares, momentos
-momentos quiere decir instantes
de la vida-, o alguien cuenta: siempre
lo he hecho, mi trabajo fue servir mesas
se trata de un poeta, escribió pocos
libros, no ganó premios, su pelo
es lacio, duro y abundante, gris sobre
los ojos negros, duros y dulces como
canicas, la lírica habla de instantes
trae cosas, hace, deja quizá
fuera sentimientos, trabaja
percepciones, puede y no puede, su materia
es el tiempo que no hay, lo que está y se
mueve como un tren rápido, un avión, dice
cerro, greda, verde, árboles, florecidos, dice
cementerio, madre, padre, la lírica
es lo que no hay, hay la percepción
del verde, la percepción
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