Una de cada seis parejas tiene dificultades para concebir y el tema es tabú: dos libros para entender un padecimiento silenciado

La sociedad aún no aborda con honestidad la conversación sobre problemas de reproducción y técnicas de fertilización asistida. “In Vitro” y “Fantasticland” meten el dedo en esa llaga que afecta a millones de personas en el mundo.

La reproducción asistida puede llevar meses, años y mucho dolor en silencio.

En un principio, fue el óvulo. El comienzo del relato de la maternidad en tiempos modernos “no es el bebé, es el óvulo” dice la escritora mexicana Isabel Zapata en su libro In Vitro (Almadía), un relato íntimo, crónica en primera persona de la búsqueda de su primer hijo. Al igual que en Fantasticland (Random House), la flamante novela autobiográfica de la narradora (hasta ahora de no ficción) Ana Wajszczuk, la idea ocupa un espacio enorme en esta literatura que problematiza un tema ancestral que se transforma en función de los dilemas contemporáneos, y que antes se pasaba por alto: la búsqueda de la maternidad y la dificultad de hacer efectiva la llegada de la vida, desde su primer latido en nuestro interior. Esa intensidad que solemos descubrir recién cuando nos toca atravesarla. Y que atraviesan una de cada seis parejas en el mundo según las estadísticas.

En ambos relatos resuenan la angustia y la desesperación y el deseo de ese hijo -que peligra en su posibilidad de llegada- de aquel Yerma de Federico García Lorca (de 1934), con los aditivos del tiempo en que vivimos. Así como los planteos de dos mujeres que se preguntan sobre cómo encajan y dialogan sus feminismos con la fuerza arrasadora del deseo y los límites morales y éticos a las técnicas de la reproducción asistida.

“Es mejor no usar la palabra vida al pensar en este proceso: decir que los embriones viven en el hielo o que pasan sus primeros días de vida en una pajuela transformaría radicalmente el mundo que he construido. Las palabras no son el mapa para andar el territorio, son el territorio”, sostiene Zapata. Y más tarde cita a la escritora española Nuria Labari en La mejor madre del mundo: “La maternidad es ‘un cuchillo sin empuñadura. Imposible agarrarlo sin clavártelo’”.

Sus vidas se ven envueltas por esperas en las clínicas, análisis médicos, ecografías transvaginales, inyecciones de hormonas, especulaciones acerca de la cantidad y calidad de los óvulos, extracciones de gametos, transferencias de embriones cuyas fotos pegan en las heladeras, estudios de sangre. Esperas que desesperan.

“A algunas parejas ya las tengo vistas de las tantas esperas donde me hicieron ecografías y me dieron resultados de análisis de sangre. Me parece gente horrenda, vieja, sin gracia, y no quiero ni siquiera hacer contacto visual con ellos, no quiero entrar en su radar ni quedar pegada a ninguna vibración común. ¿Qué clase de capricho me hace aguantar algo así? Nosotros no somos con ellos, piensa Ana, la protagonista de Fantasticland.

En la literatura, la búsqueda de la maternidad venía signada por consignas románticas como “todo vale la pena”, “tú puedes”, “nunca rendirse” e incluso Voy a ser madre a pesar de todo (el libro de la periodista Marisa Brel, allá por 2010, uno de los pioneros), hasta que las narradoras contemporáneas -Violeta Gorodischer, Silvia Nanclares, Guadalupe Nettel, Esther Vivas, Tamara Tenenbaum, entre otras- empezamos a hacernos preguntas acerca de la potencia de ese deseo, tan mamífero, tan trascendente, y cómo encajaba en nuestras vidas modernas bajo las consignas (de las olas de las pensadoras feministas a las que crecimos leyendo) de que la maternidad ya no es lo que nos completa, nuestro único y necesario destino, nuestra razón de ser.

En mi caso, con El deseo más grande del mundo (2015), relato del que soy protagonista, había decidido hacerme aquellas preguntas en voz alta y contar también las historias de otras once mujeres muy distintas, a quienes también la infertilidad las había revolcado como un tsunami. Todas ellas, como yo, llenas de contradicciones.

Fue un tiempo después de la reglamentación de la Ley Nacional de Reproducción Asistida (la 26.862, a fines de 2013) en Argentina, una norma de cobertura y regulación, de avanzada en el contexto iberoamericano. Con su impulso, el tema empezaba a salir del closet. Año a año, pasito a paso, la infertilidad o la búsqueda de la maternidad con dificultades -empujada por la fuerza de la conformación de nuevos modelos de familias, sólo posible a partir de estas técnicas- fue visibilizándose cada vez más.

Y aunque aún sigue siendo un tabú (“Hablar sobre los procedimientos a los que someto a mi cuerpo me avergüenza. Hay cosas que no se dicen, o que se dicen en voz baja”, confiesa Zapata), la publicación de todos estos libros, así como la circulación de los discursos honestos del padecimiento en relación a este tema, muestran que el velo se va cayendo para darle lugar a la complejidad y la diversidad de pensamientos, y al reconocimiento de una tribu.

En Fantasticland, Ana está enojada con la situación de tener que atravesar el camino hacia un hijo a través de la medicina: con la industria, con los profesionales que no la miran, o la destratan, con el “cautiverio” de las salas de espera, con las influencer de fertilidad, con otras colegas que hablan del tema en los medios desde un discurso que romantiza la situación. Y añora esa “tierra fantástica” de la pre-maternidad.

Ambos libros hablan sobre la violencia reproductiva. En In vitro Zapata cuenta sobre cómo un médico la ha hecho pasar durante años por distintos estudios, medicamentos e intervenciones, dando por supuesto que el problema es suyo, sin haber hecho estudiar a su pareja, varón (finalmente infértil).

Sobre cómo la responsabiliza y minimiza lo que le pasa, la infantiliza: “El doctor V asegura que mi problema es que estoy nerviosa, necesito ´poner a descansar mi cabeza loca´ (…) En el fondo lo único que tengo que hacer es relajarme (…) de un sablazo descalifica mi experiencia y me borra al mismo tiempo del consultorio y de mi propio cuerpo agotado”. “Usted nunca ha parido/ no conoce/ el filo de los machetes/ no ha sentido/ las culebras de río/ nunca ha bailado/ en un charco de sangre querida/ doctor/ no meta la mano tan adentro/ que ahí tengo los machetes (…)”, le contesta Zapata citando al maravilloso poema de la venezolana María Auxiliadora Álvarez.

Ambas autoras nombran de manera descarnada la culpa que sienten por no poder concebir, como si su cuerpo estuviera fallado, a pesar de que entienden racionalmente que no es su responsabilidad y que esto va en contra de todos los mandatos progresistas que liberan a la mujer del mandato de la maternidad. Y mientras reconocen el poder del discurso médico sobre ellas (“El embriólogo es nuestro pequeño dios humano” dice Zapata), sobre su cuerpo, sobre sus células, huyen al menos transitoriamente hacia experiencias de medicina alternativa, que no las hacen sentirse un objeto, una pieza más de una cadena de montaje.

El pensamiento sobre un hijo ya es transformador. Promueve la dualidad de un narcisismo que estalla y que, al mismo tiempo, es más fuerte que nunca. Esa puja, haya llegado o no la descendencia, ya empezó. Las narradoras se preguntan: ¿hay que dar todo, darse toda, por un hijo? Las dos hacen hincapié en esta transformación radical.

Hoy el padecimiento que trae la infertilidad es algo socialmente subestimado. Aunque haya sido reconocido como una enfermedad por la Organización Mundial de la Salud, el hecho de que no implique en principio un riesgo de vida y de que se piense como algo fácilmente solucionable mediante la reproducción asistida, le baja el precio en todos los sentidos: en términos de políticas públicas, de comprensión y empatía social.

Sin embargo, los psicólogos que han estudiado el tema dicen que el dolor que se siente a lo largo de meses y años de tratamientos médicos frustrados es equiparable al de la pérdida de un ser querido. La desazón es enorme, cala lugares tan profundos, tan íntimos, tan sensibles como lo son nuestra idea de la trascendencia, del sentido y de la felicidad en la vida. “No somos, estrictamente hablando, mortales/ arrojamos seres amados hacia el futuro”, cita Wajszczuk a Sharon Olds, premio Pullitzer de poesía. Así penan estas mujeres. La búsqueda nos toma la vida: “Cuando llega el recibo, en vez de pago de agua leo parto de agua. In vitro es un ejercicio de alucinación”, dice In Vitro.

Ana Wajszczuk cuenta su experiencia con técnicas de reproducción asistida y el maltrato del sistema médico en "Fantasticland". (Alejandra López)

La voz de ese hijo que no ha llegado pero que ya empieza a susurrar acompaña a las protagonistas de In Vitro y Fantasticland en ese limbo, en ese destiempo que es también una alucinación. “Depositamos en tu fantasma las esperanzas y creencias que tenemos sobre ti antes de que existas y sin saber siquiera si vas a existir. Sé que es tramposo escribir usándote como destinatario (…) Tu no tienes voz todavía, pero a veces puedo escucharla”, dice Zapata. Para Wajszczuk, es una historia de fantasmas.

¿Qué es lo que perdemos de la vida si ese hijo no llega? “No sólo perdemos un hijo, perdemos la vida futura que nos imaginábamos como familia”, afirma Elina Brotherus (citada por Zapata), una fotógrafa que llevó el registro de sus intentos a través de tratamientos de fertilidad durante cuatro años en su obra Anunciación.

En estos textos se pone en valor el peso de la incertidumbre. Muchas personas creen que la solución de la medicina es fácil y rápida, que todo se arregla con dinero. La lectura da cuenta de lo difícil, lo costoso, de que la posibilidad de no conseguir ser madre es algo factible, algo de lo que no se habla (el porcentaje de éxito de los tratamientos de fertilidad ronda el 30 por ciento; y 50 si es con un óvulo donado).

“Puestos a imaginar, ¿Cómo seguiría nuestra vida juntos sin un hijo? ¿Nos seguirían dando alegría y sentido las mismas cosas? ¿O hay otra? ¿Queremos esas otra cosas? ¿Tiene rumbo esa vida? (…) ¿Cómo seguir juntos sin ese hijo? ¿Podemos? ¿No tira abajo toda nuestra historia de amor?”, se pregunta Ana. Zapata dice: “Si es difícil encontrar voces de las mujeres que decidieron no ser madres, hallar las de quienes quisieron serlo pero no pudieron es prácticamente imposible”.

Isabel Zapata es autora "In Vitro".

Es muy interesante el reverso de la idea de los tratamientos como “solución” positiva frente al envejecimiento de la fertilidad. Con la apertura de esta brecha temporal para ser madre, plantea la autora mexicana, pasa el tiempo, pasa el tiempo, y “el péndulo de la decisión sigue colgando, implacable, sobre ti”. Nunca te liberas porque ya no puedes.

Por la postergación de la maternidad y otros factores ambientales sobre los que no hay demasiadas precisiones pero que los especialistas dan por hecho, ha ido creciendo el porcentaje de mujeres que necesitan de la donación de un óvulo (y varones de un espermatozoide) para concebir. Este es uno de los temas más tabúes de las parejas heterosexuales, pues aún en una enorme mayoría de casos se mantiene en secreto (violando así el derecho de los hijos de saber sobre su origen).

Ana Wajszczuk pone el tema sobre la mesa cuando su protagonista se pregunta por la identidad, por las contradicciones que le genera que una desconocida sea quien aporte los genes, es decir una enorme cantidad de información que decidirá parte de lo que su hijo será. Se permite escucharse, darle voz a esas dudas -que muchas veces en el fragor de los tratamientos no emergen, o se acallan- y delinea soluciones creativas que sintonizan mejor con sus ideas y sus sentimientos: consigue que su hermana menor, Cecilia, le done óvulos para su cuarto tratamiento en cinco años. Cuenta sobre la artista mexicana Paola Livas, quien donó once óvulos y fantasea, a través de sus obras, con esos “no-hijos suyos” que quizás tiene. Y, después, en su propia experiencia envuelta en el amor materno que finalmente hace eclosión, desdramatiza el tema. Fantasticland aborda también los primeros años de la crianza.

Me conmueve el enorme valor de verdad de estos textos, relatos descarnados donde quienes escriben, o los personajes que los protagonizan, se guardan poco y no se muestran angelicales. En Fantasticland se exponen cuestiones como la contradicción de amar a un hijo hasta sentirse capaz de dar la vida por él al mismo tiempo que desbordarse de enojo y fantasear con asesinarlo. Las imágenes de ambas narradoras son muy potentes y desnudan los matices más verídicos.

Las preguntas en ambos textos son muy precisas. Todo se dice sutilmente, se punza como sin punzar en el lugar correcto: el de su historia como madres que las lleva a su historia como hijas. Con la belleza de un lenguaje muy coloquial, con conocimiento de causa, las dos se sumergen en un universo lleno de contradicciones.

Zapata recuerda cierto lenguaje secreto femenino, transmitido de generación en generación, a través de bordados y de otros escondrijos, en Oriente. El cuerpo de la mujer en este caso es el significante. Como sostiene Yvonne Knibiehler, figura del feminismo francés: “Para un padre es relativamente fácil enseñarle a su hijo a ser hombre, porque hacerlo sólo pone en juego a sus respectivos egos. Pero entre madre e hija, la transmisión pone en juego la vocación misma de la especie humana. Lo que una madre le enseña a su hija es que en la reproducción de la especie todo su cuerpo está comprometido, profundamente”.

En Fantasticland e In Vitro hay parejas varones que acompañan en sintonía, y en un segundo plano. Sería interesante escuchar un relato masculino sobre este tema, algo que aún la literatura adeuda.

Luciana Mantero es autora del libro El deseo más grande del mundo (que puede conseguirse en Bajalibros clickeando acá), del podcast El deseo más grande - Infobae y escribe quincenalmente una newsletter sobre el tema (para recibirlo vía mail, suscribirse sin cargo en https://www.infobae.com/newsletters/el-deseo-mas-grande/).

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