Siempre sentí predilección por los libros raros, indefinibles. Esos a los que cuesta encontrarles su lugar en una biblioteca meticulosamente ordenada por parámetros rígidos como el género o el tema. Esos que se sirven de una forma conocida solo para tensar sus límites hasta la deformación, que, al fin y al cabo, no es otra cosa que su evolución.
Los empleados, de la escritora danesa Olga Ravn, es sin duda uno de esos libros raros: una novela de ciencia ficción en la que no abundan las maquinarias futuristas ni la tecnología de avanzada y en la que los extraterrestres, más que terror, generan nostalgia.
La crítica la describió como una versión de la primera película de Alien pero guionada por Samuel Beckett, aunque tal vez le sentaría mejor una comparación con 2001: Odisea del espacio pero escrita por Ursula K. Le Guin. De todos modos, las comparaciones con grandes nombres del género o algunas de sus películas más representativas son solo para atraer a un posible lector, porque Los empleados es uno de esos -poquísimos- libros que no se parecen a nada y que, sin embargo, logran condensarlo todo o, al menos, ese Todo constitutivo y con mayúscula que compone la vida humana casi por completo: el complejo mundo del trabajo.
La trama, que no se explicita nunca y solo se da a conocer a cuentagotas a través de distintos testimonios, es más o menos así: en el siglo XXII, una nave espacial con tripulantes humanos y humanoides descubre un planeta con unos extraños objetos que, como en todo buen libro de ciencia ficción, los exploradores deciden recolectar para su estudio.
Pero, lejos de la escalada de terror y persecución que podría esperarse en una película de Hollywood, estos aparentemente inanimados ¿aliens? generan una nostalgia irrefrenable en la tripulación. Ante su contacto, los humanos empiezan a anhelar con angustia la vida en la Tierra, mientras que a los humanoides los invade una insoportable sensación de pérdida de algo que nunca tuvieron y que, a diferencia de los primeros, los motiva a ir por más.
“Nosotros, los que vinimos de la Tierra, apenas somos capaces de hablar entre nosotros. Nos pesan los recuerdos (...) De modo que prefiero pasar mi tiempo con los trabajadores de apariencia humana, que todavía creen que tienen una vida por delante digna de ser vivida (...) Para nosotros los objetos son como una postal artificial de la Tierra. Para ellos representan una postal del futuro”, dice uno de los testimonios que componen la novela.
Estos casi 200 testimonios anónimos de los trabajadores humanos y no humanos de la nave espacial son recolectados por un comité creado para investigar las repercusiones del descubrimiento extraterrestre y la relación entre objetos y empleados después de que una persona fuera asesinada por un humanoide.
“Me sorprende que hayan podido recurrir a la violencia y que uno incluso matara. No tendría que haber sido posible. Soy incapaz de explicarlo, pero me maravilla. Pienso que estamos asistiendo a una formidable creación (...) y deberíamos hacernos a un lado”, dice un empleado humano en uno de los testimonios. Pero el homicidio no es lo que les interesa.
El objetivo de este comité, en representación de una empresa que nunca es siquiera esbozada en Los empleados, es juntar información para aumentar el rendimiento y la producción. Al igual que en Alien, 2001 y tantas otras historias de ciencia ficción, la pregunta que se cuela entre sus páginas es: ¿cómo podemos usar esto que no entendemos para el beneficio de unos pocos y a costa de unos cuantos?
Así, lo que por su trama podría parecer una historia de aventuras en el espacio o una novela de extraterrestres invasores, no tarda en revelar sus colores verdaderos. Los empleados es un libro sobre la estrecha relación entre la identidad y el trabajo. ¿Somos lo que hacemos? ¿Aguarda en el futuro algo más que trabajar para vivir y vivir para trabajar? ¿Nos aliviará la inteligencia artificial la pesada carga del trabajo, o simplemente la compartiremos? Dice uno de los testimonios: “Jamás he sido un empleado. Fui creado para trabajar. Tampoco tuve nunca una infancia. Pero he intentado imaginarme una”.
Mientras el comité decide qué hacer con la tripulación de la nave, los empleados aportan uno a uno sus testimonios sobre lo ocurrido. A veces no es claro si quien habla es una persona o un “trabajador de apariencia humana”, pero otras -y eso es lo que más asusta- las diferencias son imperceptibles.
“Parezco un ser humano y siento como un ser humano, y estoy formado por los mismos elementos. ¿Lo único que falta es que en vuestros documentos modifiquéis mi estatus? ¿Es una cuestión de denominación? ¿Me convertiría en humano si vosotros me llamarais así?”, dice uno de los tantos testimonios en los que se pone en jaque la identidad y la “esencia” que nos vuelve personas.
Y agrega otro: “Vivo igual que viven los números y las estrellas, del mismo modo que vive la piel curtida cortada del vientre del animal, o la cuerda de nailon, igual que cada uno de los objetos vive vinculado a los demás. Yo soy como un objeto de esos. Me habéis creado, me habéis dado el lenguaje, y ahora soy capaz de ver vuestros errores y carencias, de ver la insuficiencia de vuestros proyectos”.
“Conozco a muchos que desean la total desaparición de dichos controles y que tengamos un representante en las reuniones en las que se decide cuándo van a implementarse nuevas actualizaciones. Hacemos cosas en nuestra ala que no podéis imaginar”, dice un humanoide en uno de los testimonios. De este modo, el comité comprobará que, así como sucede con los humanos, cuyas opiniones y puntos de vista son imposibles de universalizar, lo mismo pasa con los humanoides, que empiezan a resistirse a ser “actualizados” ante la búsqueda de uniformidad entre sus filas:
“Hay un componente de caos en toda evolución. No comparto la postura, muy extendida entre varios de mis compañeros, de que la única solución eficaz sería suprimir la parte humana de la tripulación. A lo mejor son precisamente los humanos el componente de caos que mantiene vivo el mundo. Aunque sin duda también podríamos arreglárnoslas sin ellos. No sé si tenéis algo más que enseñarnos. Me da la sensación de que sencillamente mantenéis oculto el saber. ¿Qué os imagináis?”
Los empleados transcurre en el siglo XXII pero el marco temporal no es más que un detalle, tal vez con el único fin de construir un puente entre esta novela y el género al que pretende pertenecer mientras ensancha sus límites. No tenemos que adelantarnos un siglo para poder imaginar a una empresa dispuesta a todo con tal de optimizar su producción, así como tampoco son propiedad del futuro los debates sobre las implicancias del trabajo no humano.
El futuro, dicen, llegó hace rato. La industria del cine estadounidense está en huelga ante el auge de los contenidos generados por inteligencia artificial. Autores y autoras de todo el mundo firman peticiones para que no se “alimente” a esta última con versiones piratas de sus obras mientras grandes empresas reemplazan a sus trabajadores con nuevas IA.
En cuestión de unas pocas décadas, la ciencia ficción de ayer se convirtió en la realidad de hoy. ¿Qué futuros, entonces, quedarán por imaginar mañana?
Así empieza “Los empleados”
Los siguientes testimonios fueron recogidos con el propósito de conocer las relaciones establecidas entre empleados y objetos en el interior de las salas. Durante dieciocho meses, la comisión realizó entrevistas a todos los empleados preguntándoles acerca del modo en el que se relacionaban con las salas y con los objetos contenidos en ellas.
Mediante la reproducción exenta de juicio alguno de dichas declaraciones buscábamos conocer el proceso de trabajo en el lugar e investigar las posibles influencias a las que los empleados hubieran podido verse expuestos, así como de qué manera tales influencias, o acaso relaciones, producían cambios permanentes en los empleados, y si podía afirmarse que ello comportaba una disminución o un aumento del rendimiento de los trabajadores, mayor compenetración con el trabajo, adquisición de nuevos conocimientos y cualidades, además de las consecuencias que había supuesto para la producción.
TESTIMONIO 004
Limpiarlos no entraña dificultad. Creo que el grande emite una especie de arrullo, ¿o es una sensación mía? ¿A lo mejor no coincide con lo que vosotros pensáis? Desconozco si es ese el propósito, pero parece del sexo femenino, ¿no? Las cuerdas son largas, tejidas con fibras azules y plateadas. La mantienen suspendida mediante un arnés que parece de becerro en el que destacan pespuntes blancos. ¿O no es así la piel de los terneros? Nunca he visto uno.
De su abdomen sale un... ¿cómo llamarlo?, sí, ¿un esqueje filamentoso? Se tarda bastante más tiempo en limpiar este que el resto. Yo suelo utilizar un cepillo pequeño. Un día me encontré con que había puesto un huevo. Si se me permite decirlo, en mi opinión no deberíais tenerla constantemente suspendida. El huevo se rompió al caer. Su contenido viscoso descansaba bajo ella, y también el cabo deshilachado del esqueje se veía abajo en el líquido. Finalmente opté por quitarlo de allí.
No lo había contado hasta ahora. A lo mejor ha sido un error. Al día siguiente se oía un arrullo. Más alto, como un zumbido eléctrico. Y al otro permaneció en silencio. Desde entonces no ha vuelto a decir nada. ¿Será tristeza? Empleo ambas manos. Desconozco si los demás han oído algo. Acostumbro a ir cuando todos duermen. Hacer limpieza aquí no entraña ningún problema. Lo he convertido en mi pequeño mundo. Mientras ella descansa le hablo. Quizá el lugar no parezca demasiado grande. Solo hay dos salas. Probablemente digáis que es un mundo pequeño, pero no tanto cuando se trata de limpiarlo.
Quién es Olga Ravn
♦ Nació en Copenhague, Dinamarca, en 1986.
♦ Es poeta, novelista, traductora y crítica literaria.
♦ Dirige junto con Johanne Lykke Holm el grupo de performance feminista y escuela de escritura Hekseskolen.
♦ Es autora de las novelas Celestine y Los empleados.
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