Estuve en Barcelona y, cosas de la causalidad, viajé leyendo un libro que tenía mucho que ver con esa ciudad y con uno de los momentos trágicos y heroicos de su historia: la Guerra Civil. Un libro raro, tengo que decir.
Se trata de las cartas de un soldado pero que no son las cartas del soldado sino los poemas que su nieta armó a partir de ellas muchos años después. Tomó las cartas, las reorganizó como versos. Así, sabremos de su partida, de su preocupación por la comida, de cómo sufría que sus hijos fueran creciendo —y hasta naciendo— lejos de su mirada y de su abrazo. Iremos con él al frente e iremos prisioneros cuando caiga. Algo así: ”Lo que puede haber pasado es que volví a ser padre y aún no lo sepa”.
El libro —no podía ser de otra manera— se llama La guerra civil. Y lo publicó la editorial Tren Instantáneo. La historia es así: el abuelo de la poeta Natalia Fortuny fue llamado a combatir en el frente republicano en agosto de 1937. Tenía un hijo chiquito, el segundo en camino y muchas ganas de estar al día con su amada Lola. Es lo que se ve en la primera carta/poema, destino:”Estimada familia, mi señora/ en nuestro primer destino/ Azaila, Teruel/ si me dieran un deseo/ lo suplico/ papel para escribir/ a vos, sellos postales/ y una letra más pequeña”.
La primera parte del libro, más de la mitad, estuvo escrita en catalán y deja ver esas cosas que va marcando la distancia: el niño “no va a reconocerme”, sufre Josep María, “avísame si comienza a decir algo/ o hace cosas nuevas”, pide, y “me dirás si lo mandaste a pelar”.
Mientras tanto, va contando algo de sus movimientos en la guerra —siempre parece estar en lugares muy tranquilos, donde no pasa nada—, agradece los paquetes que le mandan de casa —”no envíes más huevos”— y, claro, llega el día en que se mueve algo: “han empezado las operaciones/ no sé si podré escribir/ cuanto quisiera”.
Se habla de la contienda, de la comida, de si hay carne o pan en el lugar donde está él o dónde está la familia (a veces tiene más comida el soldado que la familia), de los detalles en la crianza de los chicos. Y del permiso, del dichoso permiso que se va postergando.
En sus palabras (y las de su nieta Natalia, que también tradujo): ”si pudiera pondría dos panes/ adentro de una carta”.”Decís que el nene está hermoso/ tan grande, se hace entender/ como un hombre”. ”Ayer a la mañana lavé ropa/ no fue pesado como creía/ lavé toda una muda: calzones camiseta, camisa/ un par de medias y pañuelos. / disfrutarían las mujeres viendo cómo fregamos/ la dejamos blanca no tanto como ustedes/ pero no tenemos lavandina/ y no podemos hacer más”.
Las cosas no van bien para los republicanos. Josep María reporta: “Los permisos siguen paralizados”.Y pronto: “me enteré de las desgracias/ ocurridas en Barcelona, se ve/ que tienen ganas de provocar males”. Y eso que pasa en el campo de batalla repercute enseguida en la comunicación: “debido a las circunstancias / no tenemos correspondencia / y no sabemos nada de nadie”.
“Me da una pena grande que me sobre pan / y ustedes no tengan para los pequeños/ vendrá el día que en las cartas/ no se pongan calamidades como estas”
Todavía pasará algo más: está por nacer el segundo hijo. Josep María confiaba en llegar para el parto pero a esta altura sabe que no, que Lola va a parir sin él. Es uno de los poemas que más me gustan, el coraje: ”si coincide, Lola, que das a luz/ en estos días, solo deseo/ que no pierdas el coraje/ que el nene continúe espabilado/ como siempre, tremendo/ que le prosperen ganas de hablar/ así cuando vaya/ lo diga todo bien claro”.
El niño nace, es niña, se llamará Roser. Él tarda en saberlo, especula: “si hemos agrandado la familia, confío / todo habrá ido bien”. Y más adelante: “Supe que tuvimos una nena/ No sabía los detalles”. Y la angustia: “¿la criás bien, Lola/ ¿Tenés leche suficiente?”.
La guerra ya es ineludible: ”me da una pena grande que me sobre pan / y ustedes no tengan para los pequeños/ vendrá el día que en las cartas/ no se pongan calamidades como estas”.
”En junio de 1938 —me cuenta Natalia Fortuny— cae prisionero del ejército franquista, estando primero cinco meses en un campo de concentración del franquismo, luego prisionero”. A mediados de 1939 lo liberan y vuelve a Barcelona. Diez años más tarde, solo, emprende la aventura americana. Llega con dos primos a la Argentina, trabajan —es tipógrafo— alquilan una casa en Banfield. Un par de años más tarde llega la familia y algo después nace su cuarto hijo, el papá de Natalia.
¿Y las cartas? Esas cartas que eran a la vez prueba de vida y proyecto de futuro, a la vez registro del miedo y confianza en que habría un mañana, quedaron en la casa paterna en un pueblo de Tarragona llamado La Secuita. Sus hermanas las guardaron bien y a mediados de los años 60 una de las hijas de Josep María viajó y se las llevó a Josep, que las ordenó en cuatro carpetas.
¿Cómo entra Natalia en la historia? “Mi abuelo (mi yayo, en rigor) vivió casi hasta los 80 años. Yo vivía con mi familia en Corrientes y cuando veníamos a visitarlo mi hermana y yo le pedíamos que nos leyera... y él las leía traduciendo, y se emocionaba y lloraba”.
La vida fue pasando hasta que, hace unos diez años, murió el papá de Natalia y, como suele ocurrir, ella se acercó de otra manera a esos recuerdos. “Un poco influida por artistas visuales contemporáneos que arman sus obras a partir de archivos fotográficos quise hacer un libro de poesía documental. No agregar nada a esta escritura sino editarla, recortarla”.
Entre la tía y Natalia tradujeron la parte que había que traducir. Que no son todas las cartas porque, claro, cuando Josep María cayó prisionero los franquistas no le permitieron usar más su lengua: el castellano era la lengua única y obligatoria. Así, Josep se transformó en “José” y “Roser” en “Rosario”. Esto, lo sabemos, durará décadas; el idioma catalán volverá tras el regreso de la democracia y lo hará con fuerza.
Pero corrimos mucho. En el libro, Josep dice, simplemente: “estoy prisionero en la España nacional/ desde el 11 de junio/ hace más de siete meses/ comprenderán mi ansiedad por noticias/ escribí a mi tío en Argentina/ ojalá les haya podido avisar/ que vivo”.
Vendrá el día —esto lo digo yo— que en las cartas no se pongan calamidades como estas.
Me gusta la poesía que cuenta una historia y este libro de Natalia Fortuny es una belleza. Noté un detalle: en estos poemas el abuelo habla de “vos”, no de “tú”. ¿Cómo, antes de llegar a la Argentina? Es que no es cortar y pegar como una máquina, está la nieta en el medio. Y para Natalia ¿cómo hablar de algo tan íntimo de otra manera que esa en la que crecimos y que tenemos en el corazón?
”Quizás también sea un indicio de que la lectura de esas cartas las hacemos desde el presente”, me dice la autora, que también es una investigadora de la fotografía y coordina el grupo FoCo, de Estudios de Fotografía Contemporánea, Arte y Política del Instituto Gino Germani.
La guerra civil se encuentra en muchas librerías físicas y online.
* Esta es una versión del newsletter “Leer por leer” que se entrega cada jueves. Si querés recibirlo en tu mail, registrate en este enlace.
Seguir leyendo