En los anales de la literatura colombiana, una figura singular emerge como una chispa fugaz, pero intensa, cuyo brillo desafía el tiempo y la memoria: María de las Estrellas, una joven poetisa cuyo talento y destino se entrelazaron de manera trágica en una historia cargada de misterio y pasión.
Hija de Eduardo Uhart y la Maga Atlanta, irrumpió en la escena literaria en un momento turbulento de Colombia, el año la década de los 60. Su breve existencia estuvo marcada por elementos que rayan en lo mágico y lo esotérico: fue adoptada y vivió envuelta en el mundo del esoterismo y la poesía. Bajo la guía de la singular madre adoptiva, María comenzó un viaje creativo y literario que dejaría una huella indeleble en la literatura nacional.
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Así tan pronto como emergió, pronto su luz se apagó. Soñaba con ser médica en el hospital más grande de Nueva York, pero ni a eso llegó. Su padre hubo de utilizarla para entregar un dinero y la tragedia se anticipó frente a ella, llevándola a una prematura muerte a causa de un accidente automovilístico.
El poeta Jotamario Arbeláez se ha encargado de rememorar su historia en algunas de sus columnas de opinión. Lo hizo en 2020 para El Tiempo y repitió en 2023 con El País Cali. Narra el antiguo nadaísta, que compartió con ella en vida, que las primeras manifestaciones literarias de María de las Estrellas se dieron a los escasos cuatro años. A los siete años ya había escrito varios textos y un cuento digno del elogio, que asombró a aquellos que tuvieron la oportunidad de conocerla.
La casa del ladrón desnudo le mereció el primer premio en el Concurso Internacional de Cuento y Leyenda durante el Congreso Mundial de Brujería en 1975. Sus líneas narran la historia de un ladrón singular y su viaje a través de diversos lugares de la imaginación. En la década de los 90, se reeditaría en un formato de lujo, en español e inglés, con ilustraciones a todo color realizadas por Pedro Uhart y un prólogo escrito por Germán Arciniegas que evoca el momento en que la intrépida niña se presentó en su oficina en 1981, cuando apenas tenía 12 años, para pedirle permiso de asistir a clases sobre Antonio Machado y García Márquez en la Decanatura de Filosofía de la Universidad de los Andes.
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La primera edición del libro fue publicada en 1986 como parte del premio que obtuvo, pero María de las Estrellas no alcanzó a verlo, pues partió de este mundo un año después de haber hablado por vez primera con Arciniegas, en 1982.
A aquella le siguió una segunda edición en el 87, y una tercera edición circuló en librerías de Estados Unidos, Canadá e Inglaterra, durante un buen tiempo, hasta que se perdió. Escribió tres libros que aún permanecen inéditos y desde el más allá no se opuso a que su nombre habitara las nubes en lugar de los estantes junto a los lectores.
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Actualmente, la figura de María de las Estrellas es apenas el susurro de una leyenda. Según Arbeláez, el periodista argentino Martín Graziano trabaja en un informe detallado sobre la vida de la precoz escritora. Sus obras, por lo menos algunas de ellas, han sido recopiladas y traducidas al francés por parte de Boris Monneau, y cada tanto surgen entusiastas de su paso por este mundo que se atreven a recordarla, esmerados por revelar la verdad detrás de su trágico destino.
Su legado perdura como un recordatorio de que incluso las luces más efímeras pueden dejar una marca imborrable en el firmamento literario de una nación. Hasta el día de hoy, no ha habido otra María de las Estrellas y difícil será volver a presenciar una proeza igual.
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