“Cuando salimos del campo para volver al pueblo los vimos y él me decía camina, María, camina adelante mío y no mires nada más. Pero yo tenía paura. No quería caminar porque tenía que pasar arriba de los muertos”. La que escribe es la argentina Graciela Batticuore pero la voz, que la autora rescata y traduce con maestría, es la de su madre, su mamma, en una novela que reconstruye una historia de mujeres signadas por la inmigración y la Segunda Guerra Mundial.
En Música materna, Batticuore continúa, después de Marea y La caracola, una fascinante exploración sobre el ámbito familiar, sobre abuelas y tías, padres y hermanos, viajes de ida y vuelta o solo de ida, en ese recorrido interminable conocido como destierro.
“¿Vos te creés que era como ahora Italia? Antes era todo distinto, la gente se conocía, la costumbre era otra pero riqueza no había, por eso los hombres se iban a buscar la suerte a otra parte (...) La vida antes no era fácil. Cada tanto volvían al pueblo los hombres que se habían ido a la América, hacían los hijos y se iban otra vez. ¿De qué se quejan ahora?”, escribe Batticuore en una impecable condensación del registro oral de su madre.
Editada por Alfaguara, Música materna sigue a una mujer italiana nacida en un pequeño pueblo que, después de la Segunda Guerra Mundial, se ve obligada a abandonarlo todo para sobrevivir. Así, viaja con su hija adolescente a la Argentina, una tierra para ellas desconocida que les permitirá reinventarse, como a tantos otros inmigrantes europeos que poblaron América Latina. Con delicadeza, nostalgia y tenacidad, una de esas mujeres recuerda aquel pasado que se va haciendo cada vez más lejano, para dar lugar a esa aventura tan conocida para nosotros que es la inmigración italiana.
Música materna (fragmento)
Piedras
Era chica yo dentro de aquel campo. ¿Vos te creés que era como ahora Italia? Antes era todo distinto, la gente se conocía, la costumbre era otra pero riqueza no había, por eso los hombres se iban a buscar la suerte a otra parte. Las mujeres se quedaban criando a los hijos, trabajaban la tierra, salían para ir a la misa y era así la vida, nada más. Escuela había poca antes de la guerra, por eso mi madre no sabía leer ni escribir, sólo mi papá sabía, porque él era un año más chico que ella pero entendía lo necesario.
¿Te creés que era como acá? Mandaban la carta cuando se iban a la América los hombres, eso sólo sabían hacer. Y las mujeres se tenían que arreglar como podían. A mamma se la escribía una señora porque ella no tenía colegio. Yo iba atrás de mi madre a buscar a esa mujer que nos leía y era así como vos ahora ella, no trabajaba en el campo, porque había estudiado. Tenía tres hijos varones y vivía cerca de la casa nuestra. ¿Te creés que estábamos lejos? No, en mi pueblo todos vivíamos cerca. Yo ahí, vos allá, otro acá, así era.
La señora le hacía la carta a tu nona y a toda la gente que había, no sólo a mi mamá, a todo el mundo. En otras partes también estaba quien hacía ese trabajo, era gente que había aprendido a leer y a escribir y te cobraba, ¿vos te pensás que era gratis? Primero le encargabas lo que tenías que mandar a decir a tal persona y ella se lo anotaba en un papel. Vos le decías como te hablo yo ahora: ¿me podés poner esto en la carta, tal cosa? Y la mujer lo escribía así nomás en la hoja, después lo repasaba cuando estaba tranquila, le mandaba los saludos a tal persona, le contaba si se encontraban bien los chicos. Pero tardaba tres o cuatro días siempre, no la componía en el momento, porque iban tantos a pedir que no hacía a tiempo. Cuando estaba lista la carta te avisaba para que vayas de nuevo, te leía para ver si te gustaba, te decía todo lo que es.
Algunas veces llamaba de noche a mamma. Como vivía justo enfrente de nosotras, casa con casa, la mujer salía arriba del balcón y gritaba: ¡Felicia, vení a buscar la carta que ya está! Porque recién la terminaba se ve, entonces íbamos las dos juntas porque siempre la acompañaba yo. Se llamaba zia Modestina esta señora. Y cuando la habíamos escuchado toda, le preguntaba a mamma si quería mandar a decir algo más al marido. ¿Querés poner otra cosa, Felicia? No, así está bien, contestaba mi madre. Entonces la mujer cerraba la carta y se la daba para llevar al correo.
Yo cuando íbamos a verla me sentaba al lado de ella para entenderla mejor, pero resulta que en mi pueblo no te enseñaba sólo tu madre, ¿sabés? La mujer tenía tres hijos varones y los mandaba afuera, porque si no hacían mucho ruido y molestaban. ¡Iatevene, va!, les decía a los chicos. Y cuando salían de la pieza, ella recién nos leía la carta, entonces me miraba a los ojos y me hablaba propio a mí. María, saluta a tuo papà, decía. Dì saluti, María, dì saluti. Y yo repetía: ¡saluti a mio padre! Y ella escribía. Así me enseñaba a respetar al padre. Después esperábamos que él nos conteste. Y cada tres meses venía la carta de América antes de la guerra.
Yo a él no lo conocía. ¿Cómo lo iba a conocer si vino para acá cuando yo nací? Después lo conocí cuando tuve catorce años y viajamos a la Argentina con mamma. Que no tenía padre me imaginaba yo, es muy feo. También tu papá lloraba cuando se acordaba que la gente no había tenido padre ninguno allá, así decía él. Por eso la vida antes no era fácil. Cada tanto volvían al pueblo los hombres que se habían ido a la América, hacían los hijos y se iban otra vez. ¿De qué se quejan ahora?
Dicen que los matrimonios se separan porque así se usa acá. ¡Ah, sí, sí! ¿Y antes no vivían separados marido y mujer? Pasaban los años lejos uno de otro, crecían los hijos sin padre… ¡Managgia Cristo! Y dicen que ahora están separados… ¿Y antes no vivían separados? Si los hombres se iban todos y pasaban una vida entera solos, lejos de la familia. ¡Iam a la ‘merica, va!… así se decía. Mientras que las mujeres se quedaban en el pueblo criando los hijos.
Pero si yo te digo cómo fue la vida de mi madre, que en paz descanse ahora mismo adonde está… más de cuatro o cinco años no estuvo ella con el marido. Se casó de veinte y él de diecinueve, enseguida nació mi hermano y lo llamaron al viejo para hacer el servicio militar. Había cumplido recién los años mi padre y estuvo doce meses justo con la mujer, enseguida se tuvo que ir y ella se quedó con el nene en la casa. Pero no estaba sola, porque era hija única y nunca se fue de al lado de la madre, siempre juntas lo pasaron las dos, hasta que mi abuela se murió.
Cuando volvió mi papá se quedó gruesa otra vez de mi hermana, que tenía ocho años más que yo. Mi hermano Mingo me llevaba doce. Entonces lo llamaron de nuevo para hacer el servicio militar a mi padre. Y tuvo que ir obligatorio pero pensó que no quería vivir más así, que mejor se iba de Italia, porque ya se decía que podía venir la guerra. El problema es que plata no había, porque la familia suya era pobre y no se la podían dar, así que tenía que ir a trabajar bajo patrón para comer.
Mi mamá, en cambio, vivía muy bien antes de casarse, porque ella era hija única y en su casa no faltaba nada. Por eso mi papá le tuvo que pedir a mi abuelo si le quería dar para el pasaje, así se venía a la Argentina a probar la suerte. Y no sólo él, todos los muchachos del pueblo se iban, todos los que podían, así que mi abuelo le dio a mi papá lo que necesitaba y él aprovechó para venir cuando viajaban unos cuantos conocidos. Ya tenía dos hijos con mi madre, a Mingo y a mi hermana, entonces vino a Buenos Aires y trabajó acá varios años pero cuando pasaron seis y medio se volvió. Fue ahí cuando yo nací, pero al poco tiempo se quiso venir otra vez a la Argentina.
Nací yo y nació también otro chico que cuando tenía siete años murió. El mismo día nacimos los dos, en la misma hora. Carmene se chiamaba. Y cuando vinimos a la Argentina mi madre y yo, el padre viajó con nosotras y se fue a vivir a Ballester. Cuando me casé con Emilio íbamos siempre a visitarlo a ese hombre. Él tuvo una nena después de que se murió el chico, ese que había nacido el mismo día que yo. Se llamaba Carmene y vinimos al mundo los dos juntos.
Resulta que fue a buscar a la partera mi abuela y ya estaba la mujer con el otro chico naciendo, entonces le dijo a la nona ahora voy, Felicia, esperame. Y mientras que esperaban a la partera yo nací y mi abuela me agarró dentro del manzine… nosotros le decimos así, el manzinielle, pero acá se dice el delantal. Mi abuela me puso ahí adentro porque ella sabía lo que había que hacer en el parto. ¡Ah, mamá, antes era así! No había comodidad, no había nada.
Quién es Graciela Batticuore
♦ Nació en Argentina en 1966.
♦ Es escritora, editora, profesora de Literatura Argentina en la UBA e investigadora del Conicet.
♦ Publicó las novelas Marea (que tiene traducción al portugués) y La caracola, que fue finalista del Premio Nacional de Novela Sara Gallardo en 2022.
♦ También es autora de libros de poesía como Cuaderno de espera, Sol de enero, La noche y El fin de la noche, y de ensayos como El taller de la escritora, La mujer romántica y Mariquita Sánchez.
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