En su última novela, El año en que nació el demonio, el escritor peruano Santiago Roncagliolo presenta una Lima del pasado, marcada por el crimen, la corrupción, el fanatismo y las ambiciones desmedidas. A través de los ojos de Alonso Morales, un novato alguacil del Santo Oficio en 1623, Roncagliolo teje una trama que explora la lucha entre el bien y el mal en una ciudad sumida en la discriminación y las traiciones.
La novela aparece después de Y líbranos del mal. Durante los cinco años que separan ambas novelas, el peruano se sumergió en otros proyectos, pero jamás dejó de lado lo que llevaba largo tiempo dando vueltas en su cabeza. El año en que nació el demonio le tomó una década de investigación y evolucionó a medida que profundizaba en su contenido.
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Roncagliolo explora el papel del Santo Oficio, la institución encargada de reprimir la herejía durante el virreinato. ¿Quiénes han asumido el papel de la Inquisición en el siglo XXI? Esa es la pregunta de fondo que presenta la novela. El autor señala que ahora todos somos inquisidores en las redes sociales, donde se suprimen vehementemente las opiniones que no concuerdan con las nuestras. En un debate público cada vez más tribal, la diversidad de pensamientos se ve amenazada por la polarización.
Roncagliolo, ganador del Premio Alfaguara y conocido por obras como Abril rojo y La noche de los alfileres, nos transporta al Virreinato del Perú en 1623, un período en el cual el demonio se manifiesta en cada noche oscura y siniestra y la ciudad de Lima se enfrenta a la llegada de un engendro de dos cabezas y ocho extremidades. La trama de la novela se entrelaza con la figura de Rosa, una mujer capaz de hablar con Dios y el Diablo, cuya existencia se convierte en el objetivo del Santo Oficio.
Con buen tino, el autor explora la fascinación y la nostalgia de ciertos limeños por la ciudad virreinal, destacando cómo la polarización actual lleva a tomar partido por identidades históricas simplificadas.
— La novela aborda temas de crimen, corrupción, malos augurios y superstición en el contexto del virreinato. ¿Por qué decidió utilizar estos elementos para construir una trama que tiende al relato histórico, pero no necesariamente es una novela histórica?
— Estos eran los elementos de aquel momento. En esa época, cuando un virrey llegaba, lo hacía con su séquito de 120 personas y las ubicaba en todos los puestos públicos. En gran medida, esta práctica continúa en la actualidad, y es lo que hoy llamamos corrupción. Básicamente, traías a toda tu familia y les otorgabas el poder. Lo que actualmente denominamos superstición, en ese entonces era simplemente la cultura predominante. La razón aún no se había establecido. Las decisiones eran dirigidas por Dios o el demonio. El debate consistía en determinar cuál de los dos era responsable, si era un castigo de uno u otro, si ocurría porque somos malos o porque somos buenos. Todo esto creaba un universo que oscilaba entre el realismo mágico y el gótico más sombrío, y por sí mismo era lo suficientemente fascinante como para construir una novela con esos elementos. Además, era el origen de muchas cuestiones que siguen aconteciendo. América Latina sigue siendo una sociedad en la que el poder está en manos de personas blancas; aún se culpa a las mujeres cuando son violadas, cuestionándoles si bebieron o cómo estaban vestidas. Esta tendencia consiste en echarles la culpa a ellas, de manera similar a cómo se culpaba a las brujas por los problemas de una sociedad. La inquisición actual opera a través de las redes sociales y en estos espacios juzgamos, cancelamos y condenamos a cualquier persona que exprese opiniones incorrectas. Por lo tanto, este universo, además de ser muy exótico y fascinante, también era una metáfora del mundo actual.
— Santa Rosa de Lima es presentada como una figura misteriosa capaz de hablar con Dios y con el Diablo. ¿De qué manera se enfrentó al reto de abordar su historia y su relación con el Santo Oficio?
— Todo lo que aparece Santa Rosa, sus milagros y los hechos de su vida provienen de su biografía. Con todo esto en la novela, me hacía constantemente la pregunta de qué era lo que representaba una figura como la suya. ¿Es una santa o es una bruja? ¿Cuál es la diferencia entre hablar con Dios y hablar con el demonio? ¿Qué difiere un hechizo de un milagro? ¿Es una psicótica que se autoflagela porque tiene visiones de Dios, o es una mujer ambiciosa que encontró la manera de obtener fama y poder? Para mí ha sido, y sigue siendo, un personaje realmente ambiguo y nunca sabré a ciencia cierta qué es lo que respecta a ella. Lo que pensemos sobre ella habla más de nosotros que de su figura misma.
En la novela, yo intento mantener esa ambigüedad. El personaje de Alonso no llega a hacer un juicio sobre ella, como yo tampoco lo he hecho, y cada lector habrá de decidir qué es lo que piensa de esta mujer, basados, desde luego, en lo que ella fue. Aquí hay mucho de ficción también, pero su vida y su muerte son las que fueron realmente.
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— En la novela, menciona que las mujeres eran consideradas brujas y se les atribuían poderes sobrenaturales. ¿De qué manera exploró esa dicotomía en la sociedad de la época? ¿Cuál sería su visión respecto a la sociedad de hoy?
— Las sociedades originarias de esa época, como lo fueron casi todas, tenían una obsesión con la fertilidad. Eran sociedades agrarias. Su obsesión era que la tierra produjera para ellos poder comer. En términos de ubicación social, las mujeres estaban en un buen lugar, porque ellas eran las fértiles. En quechua, la tierra es una mujer, la pacha mama. Cuando llega el catolicismo, una religión obsesionada con que las mujeres no se reproduzcan, o que se reproduzcan únicamente dentro de los límites que contempla el matrimonio, se empieza a considerar que todos los credos anteriores tienen su razón de ser en lo satánico, en el culto al demonio, porque claro, lo que no profesaba Dios, lo profesaba el Diablo. Me interesaba, entonces, ese choque que encarnaban los modelos de mujer de dos sociedades en contacto y en conflicto constante como ocurrió en este escenario. Hoy en día, esos modelos siguen en conflicto en buena parte de América Latina, esa manera de entender. El catolicismo patriarcal sigue siendo dominante y, de alguna manera, parece que en pleno 2023 siguiéramos dando pasos hacia el siglo XVII. Vamos en reversa todo el tiempo y de eso trata la novela. Así es como podríamos terminar si la cosa sigue como va.
— La novela está estructurada como una carta enviada a la Santa Inquisición y usted mismo lo ha dicho. ¿Por qué escogió este formato?
— Quería que tomará importancia la primera persona. Era la única manera de que los lectores entraran en la cabeza del protagonista. Me interesaba que todo estuviese dispuesto como si realmente fuera el siglo XVII y no que alguien del siglo XXI supusiera que está de nuevo en esta época. Para eso había que construir un lenguaje apropiado. En el proceso de escritura me acordé de una crónica de Felipe Guaman Poma de Ayala, un cronista peruano, indígena él, que escribió una larga carta dirigida a los reyes contando todas las injusticias que su pueblo estaba viviendo. Esa carta era tan amplia que hoy es un libro y supone una de las grandes crónicas fundacionales del Perú. Esto me pareció un buen modelo, y para el caso de un Inquisidor, pues sería una carta dirigida al Santo Oficio de España, sus superiores, lo cual era muy natural porque después de la muerte de Santa Rosa existe la necesidad de decidir si se le puede canonizar, si se le puede tildar de santa a una bruja. Lo cierto es que en ese momento hacen falta santos de los nuevos territorios. Hubo un proceso, hubo investigación, y la novela como yo la he escrito tiene esa intención, ser esa carta que podría haber formado parte de todo eso.
— El año en que nació el demonio tiene una estructura muchísimo más visual que otras de sus novelas, y creo que en algo incide su oficio como guionista. ¿Esta manera en que está escrita la novela fue preconcebida o se dio conforme avanzaba en el relato y descubría lo que quería lograr?
— Siempre intento que lo que escribo sea muy visual. Me encanta la capacidad que tiene lo audiovisual de hacernos ver el mundo. Cuando estoy escribiendo trato de generar ese mismo efecto. A diferencia de otros autores que se esmeran en construir una voz y que se note, a mí me interesa que al lector se le olvide que hay una. Lo que me interesa es que entre en la historia y habite en ella. Para eso utilizo muchos recursos de lo audiovisual, pero en esta novela el reto era a otro nivel porque, además, había que conseguir que ese siglo XVII no fuera tan distinto a este tiempo. Los detalles necesarios para completar este mundo son demasiados, y esos detalles son muy visuales: ataques de piratas, rebeliones de esclavos, una ciudad amurallada, un virrey decadente, gente que se flagela... Todo era muy fascinante visualmente y por eso siento que así lo percibe el lector.
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— En la novela se aborda la cultura de la admiración por el dolor y el sufrimiento, algo que era normal en el siglo XVII. ¿Cómo cree que esa mentalidad se refleja en nuestros días?
— Ya no nos flagelamos como antes, pero no cabe duda de que mantenemos la idea de la culpa casi en toda su esencia. Seguimos pensando que se trata de algo con lo que se carga, con lo que se nos puede manipular. Las sociedades democráticas buscan soluciones a los problemas, mientras que las sociedades tribales buscan culpables, chivos expiatorios. Conforme una sociedad se va volviendo más histérica, más populista y menos demócrata, deja de haber diálogo y todo empieza a ser señalamiento. Todo eso se mantiene. Vuelvo e insisto, basta echar un vistazo a las redes sociales para ver cómo funcionamos.
— En comparación con otros de sus libros, este es de los más voluminosos. ¿Cuánto tiempo le tomó su escritura?
— Uno descubre lo que está escribiendo cuando ya lo está haciendo. En ese sentido, hubo muchas formas. La primera debe tener unos 10 años. No era todavía una novela. Empecé armando toda la base histórica para lograr lo que yo creía que iba a ser una novela contemporánea, que al final de contemporáneo no hay nada.
— Después de sumergirse en esta época oscura, ¿qué lo llevó a decidir que su próxima novela será de un tono más personal y emocional?
— No son decisiones que tomo a propósito. Se me presentan y ellas me toman a mí. Perdí a mi padre hace un par de años y eso desató muchos recuerdos sobre nuestra vida. No quiero decir que vaya a escribir algo autobiográfico, pero ha sido inevitable no pensar en todo eso. Él fue un político de una generación de los años 70 que quiso cambiarlo todo y fracasó en casi todo, y eso marcó también a los que vinimos después. Las novelas surgen de cosas que nos atormentan día y noche. Escribir es la forma que encontramos para quitárnoslas de encima.
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