Alberto Vergara: “En América Latina el electorado quiere castigar al establishment, hay una bronca inamovible”

El politólogo peruano observa que en la región las últimas elecciones las perdieron los partidos que tenían el poder, fueran de izquierda o de derecha. Y busca las raíces de este descontento con la política.

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Alberto Vergara y lo que
Alberto Vergara y lo que es común en América latina.

No se trató tan sólo de las consecuencias de la pandemia o de la guerra en Europa. No hubo un momento de quiebre único al que señalar como el inicio de un descontento generalizado en América Latina, sino que existió un proceso largo, complejo. En Repúblicas defraudadas (Crítica), el politólogo peruano Alberto Vergara parte de un dato contundente: de las últimas diecisiete elecciones realizadas en la región, nueve las ganó la izquierda y ocho la derecha, pero lo importante es que en todas perdió quien estaba en el poder.

El desafío del autor consiste en entender un escenario complejo e inestable en el que lo que impera es el descontento hacia lo político. Y que no es particular de tal o cual país, sino que es generalizado y ocurre en casi toda la región.

-¿Por qué escribir este libro ahora?

-La post pandemia es uno de los factores, pero el origen del libro tiene que ver con que en 2019-2020 se sucedieron hechos que llamaron la atención en términos electorales y de estallidos sociales. Y habría que agregar el post boom de commodities. De pronto había una curiosidad en encontrar recurrencias. Me pareció que era el momento de intentar una lectura del conjunto de la región, intentar una evaluación, tener un atisbo del panorama, de ciertas cuestiones que parecen estar atravesando toda América Latina.

-En el libro hay una buena cantidad de referencias a la cultura de América Latina. Por ejemplo, a Charly García y Gustavo Cerati. Pero también a libros, a películas ¿El objetivo es recalcar una unidad regional?

-Sí. Y diría que tiene un objetivo y una causa. La causa es que yo me siento muy latinoamericano. En un famoso ensayo, Carlos Monsiváis decía que en América Latina hay un aire de familia. Y creo que la cultura es el ámbito en el cual somos más latinoamericanos. En cuanto uno sale al extranjero, se descubre latinoamericano por la vía de la cultura. Descubre que todo el mundo reconoce a los personajes del Chavo del 8, que se puede reconocer Lima en las novelas de Vargas Llosa, o la historia de Argentina por cuentos de Borges. Probablemente todos entendemos mejor el Caribe colombiano gracias a Cien años de soledad. Todos somos más latinoamericanos de lo que solemos darnos cuenta.

-¿Y el objetivo?

-Yo quisiera que el latinoamericano que lee el libro, sea del país que sea, piense que no está tan solo. Que las condiciones en cada país varían, pero los problemas le suenan conocidos. Y hay ciertas coordenadas desde las cuales el lector puede entender su país justamente enterándose de lo que ocurre en los otros.

-Analizas muchas aristas: lo económico-productivo, racial, educativo, el planeamiento urbano. ¿La idea central era contar cómo se vive hoy en América Latina o proponer soluciones a los problemas?

-La idea central era tratar de entender. El inicio de este libro es muy inductivo: ver cuáles son las distintas dimensiones que están generando estos problemas comunes. No es un libro que tenga la pretensión de resolver estos problemas, sino que subraya que nuestros distintos cuellos de botella están entrelazados, que los problemas de nuestras sociedades y los malestares que estos segregan no están aislados. Que los problemas en el ámbito democrático están asociados a problemas en nuestra forma de producir, al tipo de capitalismo que prevalece en América Latina, a la manera en que organizamos nuestras ciudades. El malestar latinoamericano no responde a la democracia, o a la desigualdad, o al poco crecimiento económico, sino a un orden de cosas que está compuesto por todo esto y que hay que observar en su conjunto.

Elecciones en Colombia en 2022.
Elecciones en Colombia en 2022.

-Un punto que atraviesa todo el libro es la desigualdad ¿Ese es el problema central, el problema subyacente en América Latina?

-Sí, pero no en un sentido puramente económico, sino en un sentido integral. La libertad no solo es, como quisieran los libertarios, el actuar en el mercado con las menores restricciones posibles. La libertad, en un sentido más amplio, significa que haya una serie de condiciones para que mi esfuerzo, mi talento, mis convicciones puedan fructificar y permitirme intentar construir la vida que quiero para mí mismo. En América Latina hay una desigualdad que hace muy difícil el experimento republicano. Para mucha gente lo heredado, las condiciones que no eligió, determinan mucho más de lo que debería.

-¿Cómo se explica este atascamiento cuando hay sociedades civiles muy activas, con protestas y movilizaciones pero que no repercuten en un cambio a largo plazo?

-Es más fácil y simple destituir lo que nos desagrada que construir lo que deseamos. Muchas veces porque no sabemos lo que deseamos. En mi país, Perú, los consensos más básicos han volado por los aires. Ni siquiera estamos de acuerdo sobre si hay que respetar o no los Derechos Humanos.

-Y no solo en Perú.

-Desde luego. Jair Bolsonaro tenía expresiones de admiración por la dictadura brasileña. José Antonio Kast, por Pinochet. Y buena parte de la izquierda sigue defendiendo gobiernos como los de Nicolás Maduro.

José Antonio Kast, líder del
José Antonio Kast, líder del Partido Republicano chileno, en 2022. (AP Foto/Esteban Félix)

-En los últimos 20 años ha habido gobiernos de izquierda y de derecha en América Latina y, sin embargo, parece que todos fallan, que prima el descontento y la polarización ¿Por qué nadie hace pie?

-Sin importar si el gobernante es de izquierda o de derecha, se requiere de un Estado funcional y capaz para poder gobernar. Y en la mayoría de sitios de América Latina, el Estado no cumple con sus deberes básicos. Por otro lado, hay dos fenómenos contradictorios que llevan a un resultado semejante: polarización y fragmentación. Hay países en donde la cosa no avanza porque no conciben al otro como un actor legítimo y esa polarización impide la posibilidad de encontrar consensos de mediano y largo plazo.

.¿Y la fragmentación?

-Curiosamente, lleva a un resultado semejante. No puedes poner de acuerdo a Congresos constituidos por tantas bancadas, como la Cámara de Diputados chilena, que tiene 22 bancadas. La gestión de esa fragmentación poco representativa se vuelve muy difícil. También me da la impresión de que tenemos sociedades cada vez más impacientes, que reciben sin parar noticias, muchas veces malas, frustrantes, alimentadas por los algoritmos. Todo el día el teléfono te informa de las cosas que más detestas que están ocurriendo en tu país y en el mundo. En Chile dicen que ningún presidente perdió popularidad tan rápido como Boric. En Ecuador dicen lo mismo de Lasso. En Perú, de Castillo. Y entonces te das cuenta de que en realidad hay sociedades impacientes, que son más difíciles de gobernar, de seducir, de convencer. En los últimos años en la región, el electorado tiene una vocación punitiva, de castigar al establishment mucho más que realmente proponer algo. Creo que eso revela un cansancio de la gente. Debajo de la volatilidad electoral hay una bronca inamovible.

-Hablas en el libro de “capitalismo incompetente” ¿A qué te refieres con eso?

-En América Latina, el capitalismo tiene dos características que caben en la etiqueta “incompetente”: que no compite todo lo que debería en una economía de mercado y que es incompetente para dar buen trabajo a las mayorías. Hay sectores formales pequeños que son capaces de dar buen empleo, y un océano de informalidad que solo puede brindar trabajo precario y mal pagado. Nuestra desigualdad surge de una forma de producir y no solo de unas falencias para redistribuir. La idea de que si cobramos más impuestos podríamos paliar esto se limita si la estructura productiva sigue generando sociedades con diferencias tan grandes, si las pequeñas empresas aportan casi nada al producto de los países, pero dan la mayor parte del empleo. Esta economía política facilita la reproducción de lo informal. Ahí hay una ecuación difícil, porque más que ciudadanos, construye sobrevivientes. Y genera una movilidad social truncada.

Manifestantes participan en una marcha
Manifestantes participan en una marcha contra la gestión de la presidenta Dina Boluarte, en Perú, en marzo de 2023. (REUTERS/Alessandro Cinque)

-Y a eso se le suma que las grandes empresas no invierten lo necesario en investigación y desarrollo, no aumentan su producción, no generan más empleo calificado.

-Claro. Los números te dicen que incluso las empresas transnacionales, cuando llegan a América Latina invierten mucho menos en investigación, en patentes. Entienden que el capitalismo aquí funciona desde otras coordenadas.

-Y tienen menos competencia.

-Sí. Puedes agarrar un pedazo del mercado, apropiártelo y básicamente secuestrarlo para tener a personas cautivas. Por ejemplo, en sectores de alimentos o de medicinas. Al tener una parte del mercado secuestrada en la práctica, puedes llegar al sueño del capitalista no productivo, que es el sobreprecio por tener el mercado cerrado.

-Dices que “dinámicas políticas como las polarizaciones y las situaciones de crisis pueden empujar a que los pueblos abandonen la defensa de la democracia” ¿La democracia está en riesgo en América Latina? Excluyendo a Venezuela, Cuba o Nicaragua.

-Por fuera de esos, en América Latina hay dos grupos de países: unos en los cuales la democracia se está deteriorando rápidamente y otros en los que está estancada en algún punto de mediocridad. Pero no hay países en los que uno vea que la democracia se está profundizando. Eso no quiere decir que en todos los países va a haber mañana una dictadura. La tolerancia a los golpes de Estado o a que el Ejecutivo disuelva el Legislativo puede haber aumentado, pero sobrevive un consenso de que la democracia es mejor que los autoritarismos.

-Escribes que los países de la región nacieron con Estados indefinidos y comunidades nacionales por forjar ¿Ese origen marca algo en la actualidad?

-Sí, para bien y para mal. Para mal, porque aprendimos este juego ambivalente de cantar a la igualdad ciudadana y practicar la segregación desde las prácticas. Pero, por otro lado, ha tenido la virtud de no desaparecer el vocabulario, las esperanzas de lo republicano, la posibilidad del autogobierno ciudadano, que en muchos momentos ha sido defraudada o directamente combatida. Se construyó un tipo de independencia que defrauda promesas iniciales, pero al mismo tiempo esas promesas nunca se fueron del todo.

-¿Eres optimista? ¿Crees que hay posibilidad de cambio?

-No me considero optimista en este momento, pero tampoco pesimista. Soy un escéptico. Mi sensación es que hay países que están en mejor situación para enfrentar el futuro que otros. Son aquellos en los cuales el consenso democrático es más estable, en los cuales el Estado de Derecho tiene más capacidad efectiva de regular las relaciones sociales. Esas son las bases de la posibilidad del desarrollo. Y el desarrollo supone la constancia en la construcción de instituciones. Está claro que los países no se desarrollan desde la inestabilidad. En el libro digo que todos pueden, pero pocos podrán. Ya me han dicho que es una conclusión triste. Pero bueno, qué vamos a hacer.

Quién es Alberto Vergara

♦ Nació en Lima, Perú, en 1974.

♦ Es profesor en el departamento de Ciencias Sociales y Políticas de la Universidad del Pacífico (Lima) y ha dado clases en la Universidad de Montreal, en Sciences Po (París y Poitiers) y en la Universidad de Harvard.

♦ Ha publicado diez libros, entre ellos Ni amnésicos ni irracionales (2019) y Ciudadanos sin república (2018).

Repúblicas defraudadas (fragmento)

Cuando comenzaba el proceso constituyente chileno en el año 2021, una iniciativa ciudadana puso a disposición de sectores socioeconómicos medios y bajos un número de teléfono para wasapear a los constituyentes e indicarles lo que esperaban de su trabajo. La gran mayoría de los mensajes estaba definida mucho más por el desaliento que por alguna demanda concreta; resultaban, en realidad, un anticipo de reproche: «Que no robe», «Que escuche», «Que no lo vea como un negocio», «Que se ponga en mi lugar». Un año después, esa misma ciudadanía rechazó sin atenuantes el proyecto de Constitución que aquellos constituyentes le ofrecían.

En dicho episodio caben las preocupaciones principales de este libro. Nada de lo ahí expuesto se limita al caso chileno, todo suena a la América Latina de hoy: una región marcada por el desagrado o malestar político. El 80 % de los latinoamericanos considera que en sus países no se gobierna para el pueblo, sino para los poderosos. Una cifra idéntica piensa que la mitad o más de sus políticos son corruptos. El porcentaje de ciudadanos que afirma tener mucha influencia sobre el proceso político de sus países no llega al 10 %.

Adicionalmente, las condiciones materiales empeoraron con el fin del superciclo de los commodities y la pandemia. Se trata de un cóctel político, social y económico incandescente con consecuencias a muchos niveles: se suceden los estallidos, la tolerancia a que el Ejecutivo prescinda del Legislativo se duplicó en la última década y los electores acuden a votar sin más programa que el de sancionar a quien esté en el poder. De las últimas diecisiete elecciones realizadas en la región, nueve las ganó la izquierda y ocho la derecha, pero lo importante es que en todas perdió quien estaba en el poder. En todas. Más que ante el vaivén de olas ideológicas, flotamos en un océano de repudio bastante estable.

¿Qué origina el desagrado que atraviesa la región?

En casi todos los países podríamos responder que lo produce la república defraudada. Aunque nuestras constituciones, himnos y próceres reiteran que somos una fraterna comunidad de semejantes, todos reconocemos que conformamos agrupaciones definidas por nuestras distancias, desconfianzas y temores. Vivimos el desencuentro de nuestras promesas formales y una vida signada por normas y prácticas que las traicionan. Es lo que truena en aquellos mensajes chilenos: reclamos de carácter republicano. Su premisa inconfesa es que lo público existe a duras penas. Es el viejo tema de la corrupción de las repúblicas. No solo la mordida o la coima puntual: más bien, un sistema en el cual se aguijonea la ley hasta convertirla en un colador que premia a unos pocos, vacía de contenido lo común y complota contra el interés general. Una vez que se sabe que la ley de la república es esquivada por quien tiene el poder político o económico, el apellido o la pigmentación privilegiada, las relaciones sociales se cubren con la neblina de la desconfianza y las mayorías se desenganchan del proceso político. En tal situación, no puede realizarse la promesa última de cualquier república: el autogobierno ciudadano.

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