“Y ahora, en la noche de una cárcel, con el pensamiento abismado de asombro, yo me pregunto qué juego tortuoso, solapado o burlón se trae a veces la vida”.
Por años el Hotel Crillón, ubicado en el corazón de Santiago de Chile, fue una de las más importantes sedes de la bohemia y de los círculos intelectuales, que realizaban allí sus principales tertulias entre las décadas de los años 1930 a 1950. Lejos estaban de pensar en esa época sus protagonistas que un salón de té en él sería el escenario de uno de los crímenes más impactantes del siglo XX en Chile.
La obsesión de una mujer y la traición de un hombre fueron la causa de lo que se conoció como el crimen del Hotel Crillón. A este lugar, una tarde del año 1955 llegó la escritora María Carolina Geel para acabar con la vida de su amante, el periodista Roberto Pumarino.
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No hacía mucho que Roberto había enviudado y había quedado a cargo de su pequeño hijo. María Carolina, destacada en una antología de la época llamada Siete escritoras chilenas, estaba profundamente enamorada del periodista y mantenía con él una relación, en secreto, por supuesto, tiempo antes de que falleciera la esposa de Pumarino. Con la muerte de la señora, el camino parecía estar claro; era el momento de vivir su amor, sacándolo del secreto y dándole la libertad que tanto habían soñado.
Sin embargo, las circunstancias fueron otras. Pumarino eligió a otra mujer para contraer matrimonio, lo que impactó profundamente el corazón de Geel, no era lo que habían soñado juntos; no soportó la decisión de su amante y, por ello, sumida en la furia y el rencor, se dirigió al Hotel Crillón un martes de abril para encarar a Pumarino.
Geel ingresó al hotel en busca del hombre, que según decía, “era lo que más amaba en la vida”. Lo encontró sentado en una de las mesas del salón de té. Ya frente a él, lo encaró y, acto seguido, sacó de su bolsillo un revólver e impactó en el pecho de su amante cinco disparos, suficientes para acabar con su vida.
Varios cronistas registraron los relatos de quienes presenciaron el crimen. Según mencionaron, una vez Geel le disparó a Pumarino, se abalanzó sobre su cuerpo y pareció fundirse con él en un abrazo eterno, al que se sumaron besos y declaraciones de amor que exclamaba con voz elevada como si le contase también a los presentes.
Más tarde, ante la llegada de los curiosos, periodistas y autoridades, Geel respondió sin reparos a todo lo que le preguntaron. Mucho se dijo sobre el homicidio, catalogado en ese momento como un “crimen pasional”, aunque hubo quienes lo calificaron de “estrategia publicitaria”.
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La corte de apelaciones condenó a la autora por homicidio a tres años de presidio, que no cumplió por completo. Un año después de la sentencia, la poeta Gabriela Mistral, quien ejercía como cónsul de Chile, intercedió por Geel y envió una carta al presidente de ese momento, Carlos Ibáñez de Ocampo, solicitando el indulto de la condenada.
“Respetuosamente, suplicamos a V.E. indulto cabal para María Carolina Geel que deseamos las mujeres hispanoamericanas. Será ésta, una gracia inolvidable para todas nosotras”, habría mencionado Mistral en la solicitud, según publicó El Mercurio.
A esto se sumó el respaldo de varios intelectuales de la época. La petición de Mistral no pasó desapercibida y el Presidente le concedió el perdón, razón por la que Geel solo estuvo en prisión poco más de un año tiempo suficiente para registrar sus reflexiones y pensamientos en una novela que tituló Cárcel de mujeres, una de sus obras más famosas.
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“Cárcel de mujeres” de María Carolina Geel
Una vez recuperó su libertad, Geel retomó sus actividades como crítica literaria, aunque esta vez desde un lado más conservador, y publicó las obras El pequeño arquitecto y Huida, entre otras.
Diagnosticada con Alzheimer falleció el 1 de enero de 1966 a los 82 años, y nunca más habría de referirse al crimen. De hecho, así lo registró en uno de sus escritos:
“La verdad no será dicha jamás. Ni a ti, ni a mí, ni a ellos”.
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