El año en que Salman Rushdie recibió la fatwa del ayatolá Jomeini que pedía su muerte, yo estaba encarcelada en mi casa. Me sacaron del colegio como castigo por alertar a los servicios de protección de menores de los abusos que estaba sufriendo a manos del hombre con el que se casó mi madre. Ella era su segunda esposa, en simultáneo con la primera. Una década más tarde, yo era madre soltera y acababa de huir de un matrimonio forzado con un terrorista. Una década más y estaba casada de nuevo con un hombre maravilloso, con otra hija y viviendo una vida libre tras renunciar al Islam.
A diferencia de Rushdie, que tuvo su epifanía a una edad mucho más temprana, yo tenía veintitantos años cuando empecé a cuestionarme la religión en la que había nacido.
Y de repente, este hombre al que me habían enseñado a odiar se convirtió en un héroe personal. Leí sus libros con voracidad. Asistí a charlas en directo y conseguí ejemplares autografiados de sus novelas. Crecí escuchando su nombre como sinónimo de Diablo. “¡Puedes ver la marca del diablo en su cara! Mira qué aspecto tan malvado tiene”, exclamaba mi madre. Las imágenes de su libro Los versos satánicos e incluso su efigie ardiendo en las calles mientras turbas furiosas gritaban “Allahu Akbar” (Dios es grande) estaban marcadas en mi mente. Cuando leí Los versos satánicos, me decepcionó un poco. Pensé que debería haber habido mucha más blasfemia para justificar semejante reacción.
Los versos satánicos, me decepcionó un poco. Pensé que debería haber habido mucha más blasfemia para justificar semejante reacción.
Las personas que renuncian al Islam suelen vivir discretamente en la sombra.
No tenemos el lujo de vernos representados en revistas, películas o bibliotecas. Salman Rushdie era el único ejemplo público que teníamos.Y fue más una advertencia que otra cosa. Un cuento con moraleja. Si reniegas de la religión y hablas de ella, ése será tu destino.
Rushdie vivió escondido durante un tiempo, luego con seguridad armada, y finalmente optó por no dejar que la amenaza de los yihadistas sedientos de sangre controlara su vida.
Una década más tarde, cuando Rushdie se disponía a pronunciar una conferencia en Nueva York sobre la libertad de expresión, fue atacado por un violento musulmán. Recibió varias puñaladas. Luchó por su vida y sobrevivió. Pero el ataque se cobró uno de sus ojos.
Una vez más, ex musulmanes como él recibieron el mensaje de que no importa cuánto tiempo pase, ni en qué parte del mundo te encuentres, ni lo seguro que te sientas, los vigilantes adoctrinados acechan en las esquinas y en la primera fila de las salas de conferencias.
En ese tiempo, yo también había escrito un libro.También había recibido múltiples amenazas de muerte, aunque ninguna fatwas del Ayatolá. El horror y la rabia resonaron en toda la comunidad de musulmanes reformistas y ex musulmanes. Fue otro recordatorio de que no estábamos a salvo. Este mundo no era seguro para nadie que se atreviera a no estar de acuerdo con el Islam conservador o extremista.
Lo más conmovedor de ver mi vida entrelazarse con la suya a lo largo de todas estas décadas y a través de los océanos es que, a pesar de todo el miedo, a pesar de todas las amenazas, a pesar de toda la violencia, Rushdie nunca vaciló... Se mantuvo firme en su compromiso con la libertad de expresión. Una de sus citas se repite en mi cabeza: ”Si alguien intenta hacerte callar, canta más alto”.
Prometo seguir su ejemplo y seguir cantando alto mientras haya aliento en mis pulmones. Y si cada uno de nosotros canta alto, entonces nuestro coro no podrá ser ignorado. Gracias, Sr. Rushdie, por ser una inspiración y un héroe para tantos que hoy sólo pueden susurrar. Pero con su valiente ejemplo, ellos también empezarán a cantar alto junto con nosotros.
* Yasmine Mohammed es la fundadora y presidenta de la organización sin fines de lucro Free Hearts Free Minds (Corazones Libres, Mentes Libres), que se dedica a atender a personas que renuncian al Islam en todo el mundo. También es autora de Sin velo. Cómo el progresismo legitima al Islam radical, que se tradujo a quince idiomas. Además, conduce un podcast llamado Forgotten Feminists (Feministas olvidadas) en el que invita a otras mujeres que han superado situaciones de extremismo religioso a compartir sus historias.
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