Los algoritmos, los rankings generados con inteligencia artificial, los posteos de los booktubers y las plataformas de recomendación como Goodreads imprimen una nueva lógica en el mercado editorial, pero también en las rutinas de los lectores, en la construcción del gusto personal y en la opacidad de las recomendaciones que circulan, cada vez más permeadas por las operaciones de cancelación y hostigamiento que se han transformado en una marca epocal.
Goodreads -una plataforma creada en 2006 que mezcla el contenido de revista de crítica literaria, con el criterio de recomendación de Trip Advisor y la socialización de Facebook- funciona como una suerte de bitácora en la que los usuarios construyen una biblioteca digital con sus lecturas, puntúan los libros de 0 a 10, publican críticas y se acercan a otros con lecturas comunes. Y aunque en un principio aparecía como un continente blanco en el que, a diferencia de lo que ocurría en redes sociales, no había ironía ni agresividad entre los usuarios-lectores, también eso se contagió del espíritu de la época, cargado de cancelación.
Elizabeth Gilbert, la autora de Comer, rezar, amar, contó en junio que su próxima novela, The snow forest (El bosque nevado), estaría ambientada en Rusia durante el período de la Unión Soviética, y que contaría la relación de una niña con la naturaleza. La mención a Rusia y la coincidencia del lanzamiento con el segundo aniversario de la invasión de Ucrania generaron un caldo de cultivo de comentarios negativos en las redes sociales que pronto se trasladaron a Goodreads. Incluso antes de llegar a las librerías y de contar con lectores más allá de los editores de Gilbert, The snow forest acumuló 534 valoraciones negativas (una estrella sobre cinco), una crítica regular de dos estrellas y ninguna por encima de esa calificación.
La campaña en la plataforma hizo que Penguin decidiera postergar la edición de la novela hasta que termine la guerra en Ucrania. Es decir que la obra de Gilbert pasó de ser uno de los lanzamientos del año a no tener fecha cierta de publicación. Claro que la plataforma también supo encantar a muchos autores porque una recomendación contundente allí puede multiplicar rápidamente las lecturas de una obra.
En octubre de 2020, la edición en inglés de Cadáver exquisito de la escritora argentina Agustina Bazterrica, Tender is the flesh, que relata una distopía de una pandemia que ha dejado sin carne animal al mundo, compitió por un premio en Goodreads, junto a otros catorce autores de terror entre los que estaba el mismísimo Stephen King. Y aunque finalmente no ganó, la novela de Bazterrica consiguió nuevos lectores en distintos puntos del mapa.
Agustina González Carman es licenciada en Ciencias de la Comunicación y autora de la novela Ventanas rotas, publicada por 17 grises editora, y de Amores que matan, una compilación de crónicas literarias sobre Felicitas Guerrero y Camila O´Gorman. Y es, además, una usuaria muy activa de la plataforma.
“Uso Goodreads hace muchos años, más como bitácora de lectura que como una red social literaria. Me sirve para anoticiarme de las publicaciones nuevas que editan escritores que me gustan o para espiar qué están leyendo amigos y conocidos. Leo literatura de todas las épocas y géneros (si es que eso existe). No me caso con las novedades pero tampoco soy reticente a la escritura de mis contemporáneos. He leído novelas bien valoradas en Goodreads que me han parecido malas, así que con el tiempo comencé a prestar menos atención a las estrategias de marketing editorial y más a la intuición estomacal”, cuenta Carman y advierte que no ser “lectora solemne” le permite abandonar libros aburridos y también decepcionarse con un libro muy recomendado en redes sociales.
La escritora cree que el arte de recomendar es en sí complejo, algo que va más allá de la plataforma. Con los años, aprendió a sospechar de las recomendaciones generalistas, especialmente de obras literarias: “Algunos terminan leyendo algo porque está de moda en redes sociales, porque le gustó a tal persona conocida, o para tener tema de conversación con los amigos, y eso limita la capacidad crítica. Por otra parte, recomendé libros que me parecen alucinantes a personas que supuse que los iban a valorar y me fue mal. A veces pareciera que los algoritmos funcionan mejor”.
Para la escritora, la plataforma simplemente expresa la tendencia del mercado editorial a desplegar estrategias de comercialización que exceden la calidad literaria del libro o la reputación del escritor. “Es un eslabón más dentro de la cadena de posicionamiento de un libro que, además, debe cumplir con otros factores que demanda la época. Pareciera que sin el apoyo de influencers de literatura, tapas en línea con el Pantone del año, ratings en Goodreads o Tik Tok o contratapas con expresiones radicales, los libros quedarían juntando polvo en las librerías”, arriesga sobre el efecto de todos los factores que hoy concurren en la salida de un título.
Carman cree que el consumo permanente del formato digital va haciendo con nuestros cerebros también moldee el tipo de experiencia lectora del presente: “No es tan automático cambiar la compensación y la liberación de endorfinas que nos da el scrolleo por la lectura activa de Los hermanos Karamazov. Entonces, a veces existe la sensación de que la degradación de la calidad literaria es inversamente proporcional a las estrategias mercantiles pero hoy todos los libros, incluso los buenos, necesitan el posicionamiento editorial y mercantil para aparecer en el radar de los lectores. Incluso pareciera que para que un libro funcione se necesita que el escritor tenga un personaje visible que posicionar. El foco está puesto en el paratexto”.
¿Y qué ocurre cuando la obra leída, recomendada y compartida es la propia? “Alguna vez entré a mirar, vi reseñas amorosas de amigos y entendí que no era un parámetro. Pero si hubiera tenido un aparato editorial empujando la novela, probablemente le hubiera prestado más atención”, asume la autora sobre su experiencia con la novela Ventanas rotas.
¿Pero cómo impactan las plataformas en la diversidad de los consumos culturales?
Daniela Szpilbarg es socióloga e investigó durante años la industria editorial desde fines de los 90 a la actualidad, la trayectoria de editores locales y los vínculos entre el campo editorial local e internacional. En 2019 publicó Cartografía argentina de la edición mundializada. Modos de hacer y pensar el libro en el siglo XXI, editado por Tren en movimiento. Szpilbarg advierte que la llamada “plataformización de la literatura” o “los consumos literarios” son tópicos que se están empezando a desarrollar cada vez más.
“Las plataformas introducen la cuestión del algoritmo definiendo opciones de personalización en los consumos. En ese sentido, la posibilidad de acceder a consumos diversos se reduce en el sentido de que las opciones ofrecidas son similares a las ya consumidas. Sumado a esto, los algoritmos que intervienen no tienen parámetros que conozcamos”, explica.
Cierta democratización introducida por sistemas de escritura automática como el ChatGPT hizo que, en los últimos meses, se multiplicaran con dinámica viral los rankings del estilo “Las diez mejores películas de terror de la década”, “Las mejores novelas para leer en verano” o “Las tres comedias románticas que no podés dejar de ver el fin de semana”. Lógica algorítmica, las convocatorias a “maratonear” y las puntuaciones opacas y cuestionables invitan a repensar si acaso se puede “rankear” el gusto.
“El ‘gusto’ es un concepto que obedece a muchos factores sociales. Goodreads y los listados que ofrece -tanto listas temáticas como listas supuestamente ya consumidas por lectores/as- posibilita una reducción de las posibilidades, que probablemente obedece a cuestiones de mercado y de hegemonía de ciertas editoriales que intervienen de forma publicitaria en estas plataformas”, analiza la ensayista. Y advierte que al momento del análisis es importante considerar “qué actores intervienen en esta plataforma -dueños, accionistas, editoriales, grandes grupos- para comprender que hay una exposición de listados de libros que interpelan a los lectores en una cantidad limitada de opciones”.
Guido Herzovich, investigador del Conicet, coeditor de la revista de literatura El Ansia y autor del recientemente publicado Kant en el kiosco (Ediciones Ampersand), explica por qué cree que “el monstruo entró por la ventana” en el mundo editorial. “Muchos esperaban que el libro electrónico reemplazara al libro impreso, pero eso no pasó: la digitalización del libro y la literatura ocurrió de otro modo, sobre todo a partir de las plataformas y los filtros algorítmicos que organizan cada vez más el universo de los libros (electrónicos e impresos) y el modo en que los lectores nos conectamos con ellos y formamos comunidades”, plantea.
Advierte, además, que los signos de esas transformaciones son muchos y pueden parecer contradictorios: “Tanto la aparición de los booktubers o booktokers -los influencers del libro- como la proliferación de editoriales independientes y pequeñas librerías, y tanto el debilitamiento de las revistas literarias como la difusión de los grupos de lectura dependen en parte de estos enormes cambios actuales”.
Herzovich explica que cuando los algoritmos o la inteligencia artificial “rankean” cosas, no importa tanto el orden como el conjunto de cosas que proponen, porque esa selección se hace de manera cada vez más específica para la persona que pregunta. “Los algoritmos usan ‘datos’ de cada usuario y de sus contactos (además de los intereses de las empresas que publicitan) para ofrecer a cada uno lo que suponen que nos interesa, y así replican pero también inventan comunidades más o menos frágiles y fantasmáticas”, analiza.
Pero no todo es novedad. Para el investigador del Conicet, en verdad no hay nada nuevo en que pensemos ciertos libros o autores como pertenecientes a grupos o géneros diferentes, o destinados a un público o a otro: las colecciones, los lugares de venta o las revistas culturales tienen también esa función (entre otras). “Los algoritmos construyen y reúnen series de libros y comunidades de lectores de otro modo, y de un modo más dinámico que nunca, por su propio funcionamiento y porque se reformulan todo el tiempo”, sostiene.
Fuente: Télam
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