En alguna ocasión, en medio de las contadas entrevistas que pudieron registrarse para la posteridad, Julio Caro Baroja mencionó que uno de los primeros recuerdos visuales que tenía es aquel en el que se divisa a su padre vestido de uniforme en la huelga de correos del año 1917.
“La impresión de verle a mi padre de soldado, militarizado, para servir en correos y explicándole a mi madre las circunstancias en las que estaba, y yo, alarmado como ella también, y sin comprender lo que ocurría”.
Una segunda memoria se remonta al año 1918, cuando finaliza la Primera Guerra Mundial, que permitió la apertura de la frontera para que la gente regresara a sus países. La imagen con la que se quedaría para siempre, siendo apenas un niño, sería la de los húngaros instalados en España viendo a familias enteras pasar con animales a cargo.
Estas imágenes con las que Caro Borja creció fueron no solo escenarios sociales e históricos cruciales, sino que, además, serían los cimientos de una vida dedicada a la investigación que lo llevó a realizar estudios en Historia, dejando una importante producción, identificada por no ceñirse a las tendencias, olvidar la moda y escribir libremente, lo que le permitió ser merecedor de reconocimientos como el Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales, el Príncipe de Viana, el Premio de las Letras Españolas y el Internacional Menéndez Pelayo
Esta es su vida.
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El ambiente que vio nacer a Julio Caro Baroja el 13 de noviembre del año 1914 le permitió que a una corta edad pudiera conocer varias de las realidades políticas del momento, así como también tener un campo de visión diverso, gracias a que su abuela materna, su padre y su madre alentaron su interés por la historia y la etnografía; de no haber sido así, destacó alguna vez, habría podido ser novelista, poeta o pintor.
Mientras cursaba el bachillerato sintió curiosidad por las ciencias naturales, las humanidades y la música. Para ese momento ya era un gran lector y lo que más impactaba era su capacidad para recordar lo que leía. Sin embargo, los quebrantos de salud también serían una constante en su vida.
“Siempre he tenido poca salud. Tal vez eso me ha preservado de las faltas de salud que produce el exceso de salud. Los enfermos crónicos siempre parece que aguantan la vida con más tranquilidad que los que tienen sobra de vitalidad”.
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Se doctoró en Historia Antigua y frecuentó tertulias donde conoció a importantes intelectuales. Su relación con el mundo académico fue, sin embargo, particular; nunca formó parte estable de movimientos, tendencias o hilos de investigación en común con modas de la época, pero sí de grupos de trabajo, como el de Dialectología y Tradiciones Populares, cuando empezó a ejercer como profesor.
Tras la Guerra Civil en España, ocurrida entre los años 1936 y 1939, y la terminación de sus estudios, empezó a trabajar como corrector y traductor al español con Walter Starkie, quien entonces ejercía como director del Instituto Británico. Este nuevo trabajo, sumado a su admiración política por Inglaterra, serían suficientes para que se extendiera el rumor de que trabajaba al servicio de la “inteligencia” británica.
Como su tío, Pío Baroja, escritor de la generación del 98, Caro alterna sus trabajos con su participación en tertulias. Además, trabajó en el Museo Antropológico de Madrid y en el Museo del Pueblo Español, entre otros. Esta amplia lista de intereses se reflejó también en su participación en diversos campos de la literatura, la cultura, la sociología y el folklore, a lo que se sumó su idea de que todos los saberes estaban relacionados. Saber cómo pensaban y vivían los seres humanos era uno de sus más fervientes intereses, a la vez que subyacía un deseo de conocerse a sí mismo, pues siempre se involucraba con lo que escribía.
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De allí que haya trabajado en textos como Estudios saharianos y Ritos y mitos equívocos, El carnaval y Teatro popular y magia, Los moriscos del reino de Granada y Ensayos sobre la cultura popular española, entre otros, que dieron cuenta de su crítica independiente y la sólida erudición que reflejaba su pasión. Este rasgo también sería clave para que su obra se caracterizara por una clara independencia de las escuelas y tendencias.
Con su faceta creativa, sensible y curiosa crecieron obras literarias, como cuentos y relatos, así como memorias, dibujos, en los que lo artístico estaba ligado con lo testimonial, y vivo, por supuesto, lo histórico y lo etnográfico.
Algunas de sus obras: Una visión de Marruecos a mediados del siglo XVI, Estudios magrebíes, Vasconiana, Ensayos sobre la literatura de cordel, Aguafuertes del norte, Algunos mitos españoles, Vecindad, familia, técnica, De la vida rural vasca, Ensayos sobre la cultura popular española, Estudios Vascos, Inquisición, brujería y criptojudaísmo, Teatro popular y magia, entre otros.
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