“Mi hijo es hermoso. No ha conocido mujer. La honra más limpia que una sábana puesta al sol”, dice la madre del novio. “Qué te digo de la mía. Hace las migas a las tres, cuando el lucero. No habla nunca; suave como la lana, borda toda clase de bordados y puede cortar una maroma con los dientes”, responde el padre de la candidata. Esto es Bodas de sangre de Federico García Lorca, claro.
Estamos en los años 30 en una Andalucía profunda, rural, llena de rituales y costumbres ancestrales que hay que mantener porque así debe ser.
En la obra, estrenada en 1933, Lorca muestra la opresión para denunciarla, pero a la vez deja traslucir un mundo sin ataduras: la novia cuando al final, antes de la tragedia, huya con su amante, se imaginará a sí misma “de feria en feria, con las sábanas de boda al aire como banderas”.
El texto original de la obra ahora se puede descargar gratuitamente de Bajalibros y ser leído en cualquier computadora, teléfono, tablet o e-reader. Se lo encuentra clickeando acá.
Esa madre en ningún momento deja de sentenciar. Viuda, con una historia de muerte en la familia– su marido y primer hijo fueron asesinados– no olvida el pasado. “Me gustaría que fueras una mujer –le dice al hijo–. No te irías al arroyo ahora y bordaríamos las dos cenefas y perritos de lana”. Minutos antes del enlace, le da consejos sobre cómo tratar a la chica: “Hazle una caricia que le produzca un poco de daño, un abrazo fuerte, un mordisco y luego un beso suave. Que ella no pueda disgustarse, pero que sienta que tú eres el macho, el amo, el que mandas. Así aprendí de tu padre. Y como no lo tienes, tengo que ser yo la que te enseñe estas fortalezas”.
Los intereses económicos, los casamientos acordados y para toda la vida eran parte distintiva de esa cultura que Lorca lleva a escena: “Mi hijo tiene y puede” dice la madre. “Mi hija también”, responde el padre. “¿Tú sabes lo que es casarse, criatura?”, le pregunta la madre a la novia. Y casi sin esperar respuesta, (se) responde: “Un hombre, unos hijos y una pared de dos varas de ancho para todo lo demás”.
Lorca y los malos augurios
Pero a la mujer le surgen dudas sobre el pasado de la novia, quien estuvo tres años comprometida con otro joven: Leonardo Félix –único personaje con nombre propio en la obra–. El tal Leonardo es pariente de los asesinos de su marido e hijo. La muerte que viaja de generación en generación es también pieza clave en el relato: “¿Qué sangre va a tener? La de toda su familia. Mana de su bisabuelo, que empezó matando, y sigue en toda la mala ralea, manejadores de cuchillos y gente de falsa sonrisa”, dirá en un momento.
En Bodas de sangre, Lorca enmarca la tragedia con poesía, canciones e imágenes oníricas. Al introducir la actual vida familiar de Leonardo –casado y con un bebé– aparece una canción de cuna que predice las tragedias que ocurrirán: “Las patas heridas, las crines heladas, dentro de los ojos un puñal de plata. Bajaban al río. La sangre corría más fuerte que el agua”.
Enseguida queda claro que Leonardo no está feliz con su matrimonio y se enfurece al enterarse del futuro casamiento de su ex novia. Se acerca a la muchacha, empecinado por volver a tener contacto con ella. Y así ese mundo de costumbres ancestrales, de pureza y respeto, comienza a tambalear.
A pesar de no haberse olvidado de su viejo amor, la chica parece decidida a cumplir con su palabra y casarse con quien no ama. “Un hombre con su caballo sabe mucho y puede mucho para poder estrujar a una muchacha metida en un desierto. Pero yo tengo orgullo. Por eso me caso. Y me encerraré con mi marido, a quien tengo que querer por encima de todo. No te acerques”, le dice a Leonardo.
Bodas en peligro
Sin embargo, al regresar de la boda, la novia no aparece por ningún lado. “¡Han huido! ¡Han huido! Ella y Leonardo. En el caballo. Van abrazados, como una exhalación”, dirá un testigo. Ese viejo amor que se creía sepultado renació y finalmente no importó nada más.
“Dos bandos. Aquí hay ya dos bandos –dice la madre–. Salid todos de aquí. Limpiarse el polvo de los zapatos. Vamos a ayudar a mi hijo. Porque tiene gente; que son sus primos del mar y todos los que llegan de tierra adentro. ¡Fuera de aquí! Por todos los caminos. Ha llegado otra vez la hora de la sangre. Dos bandos. Tú con el tuyo y yo con el mío. ¡Atrás! ¡Atrás!”
El novio persigue a los amantes: la honra se lavará, aunque sea con cuchillo. Precisamente, como en casi toda obra lorquiana, aparece el puñal, la navaja, que en Bodas de sangre atraen y presagian la muerte. También surge la Luna, corporizada en un joven. Se trata de otro elemento clave que simboliza la violencia y el correr de sangre. En un pequeño monólogo, la Luna grita: “¡No! ¡No podrán escaparse! Yo haré lucir al caballo una fiebre de diamante”.
Historia real
Para darle forma a esa dramática historia, Lorca se inspiró en un hecho de sangre ocurrido en 1928 en Níjar (Almería): “Misterioso crimen en un cortijo de Níjar. Momentos antes de verificarse la boda, la novia se fuga con su primo para burlar al novio. Les sale al encuentro un enmascarado y mata a tiros al raptor”. Así decía la noticia que el poeta transformó en poesía teatral.
Al comienzo del acto final, la persecución ya está desencadenada. “Se estaban engañando uno a otro y al fin la sangre pudo más. Hay que seguir el camino de la sangre. Pero sangre que ve la luz se la bebe la tierra”, dice un leñador.
Surge entonces una mendiga, que simboliza la muerte, y se convierte en interlocutora del novio despechado que clama venganza: “Estoy seguro de encontrármelos aquí. ¿Ves este brazo? Pues no es mi brazo. Es el brazo de mi hermano y el de mi padre y el de toda mi familia que está muerta. Y tiene tanto poderío, que puede arrancar este árbol de raíz si quiere. Y vamos pronto, que siento los dientes de todos los míos clavados aquí de una manera que se me hace imposible respirar tranquilo”. Finalmente, el muchacho cobrará venganza, pero a un precio demasiado alto. El ejercicio de la libertad tiene un costo alto, advierte la obra. Sin embargo, también parece invitar al lector/espectador a pensar otras maneras –no trágicas– de resolver los conflictos.
El 8 de marzo de 1933, seis meses después de la última lectura, la compañía de Josefina Díaz de Artiaga estrenó Bodas de sangre en el Teatro Beatriz de Madrid. La dirigieron Eduardo Marquina y el propio Lorca. Constituyó el primer éxito de Federico como dramaturgo. Y daría lugar a otros textos fundamentales de su dramaturgia como Yerma y La casa de Bernarda Alba en los que, con bella poesía, volvería a poner en tela de juicio las costumbres y los rígidos mandatos culturales de su época, y de cualquier otra.
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