“Separo los párpados e intento estirarme pero soy incapaz: un cuerpo pesado sobre el mío me lo impide. Me siento desorientado en esos primeros instantes tras despertar, hasta que reconozco el rostro del chico que duerme de manera plácida en mi cama. O sobre mi abdomen desnudo (...) Diablos. El roquero. ¿Cómo me he metido en esta situación?”.
Así empieza El chico de la última fila, la nueva novela romántica y juvenil de Susanna Herrero. En la segunda parte de su exitosa serie Cabana, la bestseller española toma a Hugo, uno de los hermanos de la primera entrega, y lo vuelve protagonista.
Cuando los amigos de Hugo logran convencerlo para ir a un concierto de rock, conoce a Dylan Carbonell, el cantante estrella del momento. Pero la primera impresión que tuvieron el uno del otro no fue la mejor. Por eso, Hugo se lleva una gran sorpresa al despertar junto a Dylan la mañana siguiente, aunque está convencido que sólo fue una aventura de una noche y que jamás van a volver a verse.
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Al poco tiempo, Dylan aparece sin avisar en la puerta de su casa y le pide quedarse con él durante el verano. Los dos son muy distintos, no se conocen para nada y la convivencia sería un desastre, pero por algún motivo que él mismo desconoce, termina aceptandolo en su casa. ¿Quién es Dylan? ¿Por qué es tan misterioso con su vida y por qué se niega a llamar a Hugo por su nombre?
Editado por V&R, El chico de la última fila bien podría ser una versión un poco más adulta de Heartstopper protagonizada por Harry Styles o alguno de los cantantes estrella del momento. Una novela imperdible para los fanáticos de la literatura juvenil que, para su fortuna, parece que tiene tanto futuro como la historia de amor de Nick y Charlie.
“El chico de la última fila” (fragmento)
Separo los párpados, abriendo los ojos por completo, e intento estirarme, o revolverme de alguna manera, pero soy incapaz: un cuerpo pesado sobre el mío me lo impide. Me siento desorientado en esos primeros instantes tras despertar, hasta que reconozco el rostro del chico que duerme de manera plácida en mi cama. O sobre mi abdomen desnudo.
Contemplo el cabello castaño, salpicado de pequeños rizos que me hacen cosquillas en el vientre, a la vez que me acuerdo de sus ojos claros pintados de color negro. Y de todo lo demás. Diablos. El roquero. ¿Cómo me he metido en esta situación?
Dieciséis horas antes
La música, por encima de los cien decibelios, se escuchaba en cada rincón de aquel recinto al aire libre a las afueras de Madrid, y también en mi pecho. Como si el grupo de rock and roll se hubiera colado en mi sistema, me retumbaba en la caja torácica y en el estómago la resonancia de las guitarras eléctricas, el bajo, el piano, la batería y la voz barítona tan característica del vocalista, el roquero español más famoso del momento, el que colmaba tanto las páginas de las revistas más prestigiosas del universo musical como de las más terrenales de la farándula: Dylan Carbonell.
No era uno de mis cantantes favoritos; qué digo favoritos, ni siquiera era uno de los que escuchaba de manera habitual, pero había que vivir muy profundo bajo tierra para que a uno no le sonaran sus canciones. Unas canciones que hablaban, cómo no, del amor romántico. Aunque no estaba seguro de a quién iban dirigidas. Sus letras me confundían y me fascinaban al mismo tiempo. Y los cambios bruscos, inesperados, en la melodía dentro de una misma canción…, increíbles. No se podía negar que este grupo tenía un sonido particular. Diferente.
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A pesar de encontrarnos en pista, mis ojos eran incapaces de vislumbrar al roquero en vivo y en directo, solo fragmentos de él, recortes; la masa de gente delante de nosotros y sus brincos, al ritmo de armonías tan atronadoras como pegadizas, me lo impedía, por lo que, de vez en cuando, lo observaba a través de las pantallas gigantes. Pantalones de cuero negro pegados a sus piernas delgadas y camiseta del mismo color de manga corta, con una especie de pájaro deforme dibujado en el frontal. No sé, me resultaba todo tan típico que hasta me daba pereza fijarme más.
Sentí la vibración de mi teléfono móvil en el bolsillo derecho del pantalón y lo tomé; tampoco es que aquel fuera el concierto de mi vida. Había ido porque mis antiguos compañeros de apartamento, de cuando viví en Madrid para asistir a la universidad, y con los que quedaba de vez en cuando, me habían insistido hacía como nueve meses. Vi en la pantalla del teléfono que era Marcos quien me hablaba a través del grupo de WhatsApp que compartimos los cinco hermanos.
Marc: ¿Cómo va ese concierto, Hugo? ¿Ya ha terminado?
Hugo: Aún no. Apenas acaba de empezar.
Marc: Hombre, no bromees, que son las doce de la noche. ¿No nos habrás engañado y estás en otra parte? (Si me dices que sí, me haces un favorazo, Hug. ¡Qué diablos!, incluso podemos ir a medias, pero que quede entre nosotros. Shhh…).
Arrugué la frente y tuve que mirar la hora en mi reloj para comprobarlo. Demonios. Era cierto. Eran las doce. Se me había pasado la noche volando entre tantos saltos y gritos. Supongo que el hecho de que hubiésemos llegado al concierto justo a tiempo también ayudaba.
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Ignoré la última parte del mensaje de Marc (es algo que hago a menudo por salud mental) y levanté la vista hacia el escenario de nuevo. Vi que el grupo al completo estaba a punto de desaparecer, y que la gente a mi alrededor, incluidos mis amigos, comenzaba a gritar, en demanda del sobradamente conocido bis. Me empujaron por enésima vez y sentí que “algo” (cerveza, casi seguro. Mmm, sí, olía a cerveza) caía de nuevo sobre mis pantalones. Maldición. Chasqueé la lengua y escondí detrás de la oreja el mechón de pelo que se me había soltado.
Riv: Hablando de estar, ¿tú dónde estás, Marcos? ¿Mañana no trabajas?
Marc: Diablos, papá se ha infiltrado en el grupo y no me he enterado.
Adri: Podríamos preguntarte a ti lo mismo, River. Cada día te acuestas más tarde.
Riv: Adrián, no estoy de humor. Levántate del sofá y tráeme algo de comer. Tengo hambre.
Adri: Levántate tú, no te cuesta. Estás más cerca que yo de la cocina.
Adri: Y respecto a ti, Marc, más quisieras que Hugo estuviera en otra parte, pero me parece a mí que no y que has perdido tus cien. Cincuenta para mí y cincuenta para Pris.
Adri: Y tú otros cien, River. No finjas que la cosa no va contigo.
Adri: Por cierto, no aceptamos cheques. Solo dinerito fresco.
River: Sin comentarios…
Marc: Ídem…
Adri: Sabemos dónde viven.
River: Sin comentarios…
Marc: Ídem…
¿Mis hermanos habían apostado a ver si aguantaba o no el concierto entero? ¿Cómo podían ser tan cabrones?
–¡Hugo! –Una de mis compañeras, Eli, me agarró por el brazo, sacudiéndome. Sonreía como loca de emoción, y me obligó a retirar la mirada de mi móvil. No tuve opción de replicar a mi familia–. Que ya salen otra vez. Deja el móvil.
Enfoqué la mirada de nuevo en el frente y distinguí entre las cabezas del tumulto al cantante; junto con el resto del grupo, ya se encontraba en el escenario. Claro. Siempre vuelven.
Regresé a mis hermanos a la vez que la música y la voz grave y brillante de Dylan Carbonell comenzaban a adueñarse del lugar una vez más. Me pregunté cómo sonaría aquella voz en una conversación normal. ¿Sería la misma? Se decía que su falsete era único, y el más fascinante de nuestro siglo. Era cierto que tenía algo.
Marc: Adri, River, ¿están juntos?
Adri: Sí, tirados en el sofá. Él en el extremo más próximo a la cocina. Desde que ha vuelto a vivir aquí, me voy a la cama a cualquier hora. Es incansable con el condenado Netflix. ¿Y tú dónde andas, Marcos? Ya deberías estar en casa. Mañana trabajas.
Marc: Y ahora el otro padre. Hoy no duermo en casa. No pregunten.
Adri: Okey.
Riv: Okey.
Riv: Y no tienes que quedarte conmigo, Adri.
Adri: ¿Quién va a velar por ti, entonces?
Riv: Soy mayor que tú.
Adri: Pero estás sensible. Y mi deber es cuidar de ti. Llevas el asunto del divorcio peor de lo que esperábamos.
Riv: Pues ayúdame y tráeme algo de comer.
Riv: Auch, ¿acabas de darme una patada? ¿Y dónde está Pris?
Adri: En la cama, con su marido. Durmiendo.
Marc: Durmiendo, dice…
Adri: La gente normal, un domingo a las doce de la noche, está durmiendo.
Marc: Ya… Pues he hablado con Alex hace cinco minutos y no estaban durmiendo. Si Pris nos ignora, es por otra razón.
Adri: O que justo se acaba de quedar dormida.
Marc: Ya salió el defensor de la niña.
Riv: Chicos, Hugo nos está ignorando.
Sonreí al llegar a esa parte.
Adri: Está en un concierto, diablos. Déjenlo en paz.
Marc: ¿Y a este qué le pasa esta noche que está tan protector con sus hermanos?
Adri: Tus hermanos.
Riv: Vamos, Adri, tráeme algo de comer. Yo también soy tu hermano. El favorito, ya que estamos.
Marc: Esa es Pris.
Riv: Me refiero de los chicos.
Marc: Ese soy yo.
Ahí desconecté del todo, y no porque mis hermanos estuvieran a punto de decaer (que lo hacían, eso seguro); tampoco porque Eli volviera a sacudirme con su entusiasmo, sino porque entonces sí parecía que el concierto finalizaba de verdad. No conocía la canción que interpretaban en el escenario, pero sonaba a despedida. Cuando el vocalista dejó de cantar y las luces del recinto se encendieron, obtuve la confirmación: se había acabado.
Quién es Susanna Herrero
♦ Nació en Bilbao, España, en 1980.
♦ Es licenciada en Derecho Económico pero, con el tiempo, se dio cuenta de que su pasión era escribir.
♦ En 2017, se lanzó como escritora y publicó su primer libro, Los saltos de Sara, que pronto se convirtió en una saga.
♦ En 2020, ganó el Premio Jaén de Narrativa Juvenil.
♦ Con la serie Cabana conquistó miles de lectores alrededor del mundo y vendió más de 70 mil ejemplares en Amazon.
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