Al principio era el cepo. Era la época en que en la Argentina no se podían comprar dólares —bueno, nada ha cambiado— y un escritor —profesión siempre amezanada— había encontrado la manera de saltar la barrera abriendo una cuenta en Uruguay, donde le depositaran las regalías. Al principio era el cepo, pero antes de ese principio había otro: Lucas Pereyra, tal el nombre del escritor, estaba perdido en su propio laberinto y en una crisis que lo afectaba a nivel personal, laboral, familiar.
Para él, entonces, el viaje a Montevideo significaba más que la necesidad de recuperar los ahorros. Encerraba la promesa de movimiento: allá lo esperaba una mujer. Era la transgresión que buscaba para aflojar la tensión de un matrimonio sin sorpresas. Lucas y Magalí Guerra —quince años menor que él— se habían conocido en el verano en un festival de poesía en la playa y desde aquel momento él no podía dejar de pensar en ella.
La uruguaya, de Pedro Mairal, salió en 2016 y, como todas las novelas de Mairal, fue un éxito casi inmediato. Mairal le toma el pulso a la intimidad de las relaciones con una cuota de humor que no banaliza pero también con una cuota de profundidad que no asfixia. La hisotria tiene una trama que se vuelve policial, pero que no deja de ser un gran interrogante sobre la condición del hombre moderno.
Ahora, siete años después de haberse publicado, la novela fue adaptada para la pantalla. Orsai, la iniciativa que llevan adelante Hernán Casciari y Chiri Basilis, que es una revista y un proyecto editorial y una productora audiovisual, compró los derechos y la filmó con dirección de Ana García Blaya (Las buenas intenciones, 2019), protagónicos de Sebastián Arzeno y Fiorella Bottaioli, y guión de Chiri Basilis, Josefina Licitra y el propio Mairal.
Pero antes que una adaptación parece una respuesta: si la novela había sido escrita por un hombre y ponía especial énfasis en el protagonista masculino, la película, sin perder ese foco, propone una mirada femenina. No sólo porque la dirige una mujer sino porque el personaje de Guerra toma más dimensión.
Hay, además, otro debate interesante que se plantea en torno a La uruguaya y tiene que ver con los modos de financiamiento. Para conseguir filmarla, Orsai recurrió a una campaña de crowdfunding, lo que provocó que casi 2.000 personas aportaran dinero —con montos que empezaban desde los 100 dólares— y se convirtieran así en socios productores de la película.
Hoy, con el estreno y el contrato firmado con Disney, cada aportante recuperó el capital inicial y recibirá un extra. Este procedimiento no fue un caso excepcional para Orsai. Mientras estrenan La uruguaya están en la post-producción de la miniserie Canelones, en la que actúan Verónica Llinás y Darío Barassi. Esta vez, 5.400 socios aportaron más de un millón de dólares. Y hay otros tantos proyectos más.
Si bien La uruguaya ya circuló por festivales —hace pocos días estuvo en el Festival Internacional de Cine de la UBA— este jueves 17 de agosto se estrena comercialmente en los cines de Argentina y Uruguay. Hernán Casciari y Pedro Mairal hablaron con Infobae Leamos de las expectativas que les despierta la película.
—No les voy a preguntar si se puede financiar un proyecto cultural en la Argentina, porque evidentemente sí se puede. Pero, en todo caso, ¿de qué forma se puede financiar?
Hernán Casciari: En cualquier parte se puede financiar un proyecto cultural; el consejo es que nunca se lo piense regionalmente. Si pensás que hay que financiarlo en Argentina, te metés en un problema del que no podés salir. Nosotros no tenemos un proyecto cultural argentino: tenemos un proyecto cultural. Se prenden en Montevideo, en España, en México, en Argentina obviamente, pero no es argentino. La primera manera de salir de la caja es no argentinizar los problemas. Si eliminás eso, liberás una porción del cerebro que iba a estar todo el tiempo ocupado en eso. Lo mismo nos pasó con la revista, que eliminamos la publicidad. ¿Por qué? Porque la publicidad consume el 50% del cerebro: dónde conseguirla, lograr que te paguen, que si no te pagan no tenés la plata de los sueldos. Eso hace que nunca hables del contenido, de lo creativo. Si de entrada eliminás esos problemas y utilizás la energía para suplirlo con otra cosa, yo creo que anda mejor.
—Alrededor de Orsai hay una gran comunidad de personas. ¿La clave es primero armar una comunidad y luego el producto?
Hernán Casciari: No sé si es la clave, porque a mí no me gusta guruizar el asunto. Yo tengo en la comunidad todo mi capital, pero no pretendo que el mundo sea así. A mí me funciona. Es muchísimo más divertido arriar a una comunidad hacia ciertos lugares que almorzar con un financista. Es más lindo. Pasan cosas más luminosas.
—Si no se piensa la financiación a nivel regional, ¿cómo se piensa la historia? ¿Cómo tomaron la historia de La uruguaya y el tema del cepo en el resto del mundo?
Pedro Mairal: Eso me llamó la atención. La historia nació con un pie de cada lado del Río de la Plata. Y cuando se empezó a editar en España, pensé: “Qué van a entender de todo esto”. Y se entiende perfecto porque todo el mundo tiene una frontera. Para los españoles, muchas veces es Portugal: van, compran cosas, se habla distinto pero a la vez parecido, se enamoran de una portuguesa. A veces cruzan al continente africano; desde el sur de España se ve África. En todos lados hay fronteras y esta novela habla de eso: de las fronteras que se inventan, de las fronteras reales. A la gente le ponés una barrera y la pasa por abajo, pasa por arriba. Es una especie de contrabando amoroso que existe siempre.
—La novela escrita de un autor varón fue filmada por una mujer, y hay un cambio en la narrativa. ¿Cómo “traicionaron” la novela para llevarla al cine?
Pedro Mairal: Me vino muy bien la experiencia con Una noche con Sabrina Love, porque sabía que había que romper el libro y volverlo a armar. De entrada, estaba la idea de que la dirigiera una mujer. Cuando apareció el nombre de Ana García Blaya, vimos Las buenas intenciones y dijimos “que la haga ella”, porque esa película tiene la intimidad que había que lograr. La uruguaya es muy íntima. El cuentito del tipo cruzando por el día es la acción, pero lo que hay detrás de eso es el mar de fondo. Esa es la historia. Esa intimidad, contada por Ana, es importante. Vos usás la palabra traicionar y está bien, sí, porque estás cambiando de un idioma a otro, estás pasando de las palabras a la imagen. Eso inevitablemente implica romper todo y volverlo a armar. Eso lo hicieron los guionistas y lo hizo Ana. Pero yo no dije: “Hay que traicionar el libro”. Lo que hice fue soltarlo y confiar en Orsai y en Ana.
—¿Cómo fue el comienzo del proyecto? ¿Qué te convocó de La uruguaya?
Hernán Casciari: Antes de La uruguaya descubrimos un sistema de logística económica y de financiamiento audiovisual muy desafiante y muy complejo. Primero había que encontrar un buen libreto o un buen libro para adaptar, con un costo mínimo —de 600.000 a un millón de dólares—. Yo pensaba que no íbamos a conseguir más de nuestra propia comunidad. Había que armar bonos de cien dólares para que la gente fuera socia productora, para que participara, evaluara y fuera al mismo tiempo focus group y extra. Lo único que sabía es que no quería empezar con algo mío porque no quería dar la impresión de que armaba el tinglado para financiarme: yo quería armar el tinglado como tinglado. Y cuando apareció la novela de Pedro fue como un guante perfecto. Primero a nivel presupuestario. Después, el tema: el cepo cambiario, el dólar, esta especie de enfermedad social que tenemos con la palabra dólar. No podemos vivir sin nombrar esa palabra a cada rato, como en una familia en donde pasó algo feo y sigue pasando a través del tiempo. Lo que más me interesaba del libro es la construcción del varón de cuarenta y pico, y sus problemas. Me encanta lo que le pasa a Lucas Pereyra. Cómo funciona el fluir de la conciencia en la novela.
—¿Cuándo te diste cuenta de que podía ir al cine?
Hernán Casciari: Me pasó que, dos días después de leerla, la seguía teniendo en la cabeza. Y con imágenes. Te pasa eso. La novela es exquisita, es maravillosa. No fue difícil hacer que las cosas funcionen porque Pedro, además de hacer las cosas muy bien, es muy sensato. Y somos amigos. Desde que él soltó la novela, nosotros empezamos a cruzar los dedos para no cagarlo. Para no hacer una bosta.
Pedro Mairal: Podría haber sido bastante incómodo. Pero no. Igual siempre tenemos la capacidad de seguir para adelante, tenemos margen de error.
—Ya tenían la experiencia de, por ejemplo, El gran surubí. Es cierto: era un libro, no una película, pero habían trabajado bastante juntos.
Pedro Mairal: Orsai me ha habilitado muchas cosas. Primero escribí un falso ensayo totalmente desaforado. Después El gran surubí: le escribí a Hernán y dije “perdoná, no me salió la columna, me salió esto en verso”, y Hernán me mandaba fuegos artificiales. Era una novela en sonetos, que él después hizo ilustrar. También hice música, porque en las presentaciones de la revista yo me ponía a tocar.
—En la película también.
Pedro Mairal: En la película también hay una canción mía. Yo creo que, si hay algo que aprendí a través de Hernán y de Chiri, es que el acto de comunicación es muy amplio. No es que solamente yo te doy una serie de palabras en un papel. Son muchas otras cosas. Que a veces pasan por lo audiovisual. Los géneros están muy cruzados. Orsai significa una apertura enorme, una habilitación, un permiso.
—En un punto, los dos experimentan con las formas clásicas: desde los Pornosonetos de Pedro Mairal hasta el crowdfunding de Orsai.
Hernán Casciari: Si te lo ponés a pensar, funciona cuando todo está transicionado con las nuevas tecnologías. Lo que más me interesa es cómo hacer para encontrarle la vuelta a lo de siempre. Vuelvo a la anécdota de Pedro, que decía que no pudo hacer la columna y le salió un soneto: ¡los fuegos artificiales eran reales! Yo estaba feliz de publicar sonetos en una revista en el siglo XXI. Para mí es maravilloso. Y no solamente soneto, sino una cosa tan linda, tan viva, tan moderna.
—En la proyección que se hizo en el Festival de Cine de la UBA, Ana García Blaya dijo que al principio pensó que el proyecto era un delirio. Pero ¿cuánto hay de delirio? ¿Cómo hicieron para convencerla?
Hernán Casciari: Algo que descubrí es que vos podés tener una idea trasnochada a las cuatro de la mañana y darte cuenta a la mañana que era una estupidez. Pero, si tenés esa misma idea trasnochada con 60.000 personas de una comunidad, se hace. Es la comunidad y su fervor lo que consigue que la idea deje de tener el adjetivo trasnochada. Que sea imposible, pero que finalmente ocurra. Nada de lo que hacemos en Orsai tendría sentido sin una comunidad fervorosa que dice: “Ah, estos están recontra locos, vamos a hacerlo posible”.
Pedro Mairal: Vos sos muy bueno contagiando entusiasmo.
Hernán Casciari: Porque creo en esa locura extra. No es que haga un personaje.
Pedro Mairal: No, no. Tu entusiasmo es real.
Hernán Casciari: Estoy encantado de la vida con lo que está pasando con La uruguaya, con los proyectos que tenemos a futuro y no podemos decir, con la manera en que está asentada la revista, con Orsai Audiovisuales. Estamos haciendo nueve películas, y hace dos años no sabíamos cómo hacer una. Todo eso me hace levantarme a la mañana con muchas ganas.
Pedro Mairal: El músculo de La uruguaya fue completamente colectivo. Eso me impresionó. Son más de 1.900 productores asociados. Yo pensaba que iba a ser la reunión de consorcios más desastrosa del mundo. Y no. Había algo ahí. Uno decía: “Tengo una oficina para filmar la escena de tal lugar, está bueno el ángulo”, y se anotaba. O: “Yo tengo una camioneta que no sé qué”. Era una colectividad trabajando a favor. Es increíble trabajar comunitariamente en algo.
—Pero cómo se hace para regular esa comunidad. Porque si hay 1.900 personas opinando…
Hernán Casciari: Tenemos una experiencia de quince años en donde la comunidad fue creciendo despacito y nosotros fuimos gestionando herramientas para que haya autocontrol sin cercenar absolutamente nada. Siempre decimos que Orsai somos Chiri y yo: hay 65 personas abajo. O sea, hay mucha gente. La comunidad está absolutamente autorregulada. Y cuando alguien viene a un proyecto nuevo de cine, pone cien dólares y dice: “¡Cómo me van a devolver la plata!”, sale mucha gente que ya está desde hace años para decir que acá no hacemos las cosas así, que acá tenés que relajarte, tenés que divertirte y que no vamos a cagar a nadie, no es un Ponzi.
—¿Cómo entra Disney en el proyecto? ¿Cómo es la relación de una comunidad con una corporación?
Hernán Casciari: La comunidad decidió que existiera Disney. Una de las primeras cosas que hicimos fue una encuesta vinculante para saber si la comunidad quería que La uruguaya estuviera en cines. Yo estaba en contra. Yo no quería presentarla en plataformas que tuvieran distribución cinematográfica, sino que quería ir a Netflix, HBO y otras. El 73% de los votos de la encuesta vinculante dijo: “Cine sí”. Y entonces, cuando llegó el momento, Disney fue convocado a la mesa de negociación, fue el que ofreció el mejor dinero y fue el que se lo llevó. Nosotros tenemos que vender las cosas que hacemos, porque la gente que pone 100 dólares tiene que llevarse 120, 125 y, con mucha suerte, 200. Puedo decir que Disney compró La uruguaya sin verla. Eso no pasa siempre. La película se va a estrenar en muchísimas salas, como si fuera una película llena de actores y actrices famosos. Se estrena con esa estructura y es una película chiquita, con protagonistas desconocidos que salieron de un casting elegido por 1.960 personas.
Pedro Mairal: Van a ser famosos muy pronto, Fiorella [Bottaioli] y Sebastián [Arzeno].
—En cuanto al guión, ¿cómo se trabajó, cómo discutieron la reescritura de la novela?
Pedro Mairal: Fueron muchas idas y venidas, porque la novela parece cinematográfica pero no lo es. Fue difícil armar el punto a donde llegaron. Por ejemplo, al principio la voz en off era masculina y no funcionaba. La voz en off es de alguien que recuerda y está reelaborando una experiencia y quedaba canchero, se las sabía todas. Hay cosas que funcionan en la literatura y no funcionan en el cine. Entonces apareció la voz femenina y se acomodó todo. Yo creo que tuvieron que ver Josefina y Chiri. Y tuvo que ver Ana también.
Hernán Casciari: Fue alucinante ese engranaje.
Pedro Mairal: En el cine tenés que ver cómo funcionan las cosas y cómo, cuando empezás a plantar las imágenes una al lado de la otra, la película habla sola. Por ejemplo, cuando Lucas la ve a Guerra, ya está: el tipo cayó como un chorlito. Eso es el cine. En la literatura tengo que convencerte de que esa mujer es atractiva. Hay miles de reglas distintas. Yo por eso no me dedico al cine. A mí me gusta controlar todo en la paginita.
Hernán Casciari: Es mucho mejor. Esa dictadura es maravillosa. Me quedo ahí de por vida.
—Hay muchas “intromisiones” en la película. Por ejemplo, la presencia del canal uruguayo de YouTube Tiranos Temblad.
Pedro Mairal: Tanto en la película como en la novela, Tiranos Temblad resuelve un poco la intriga. Yo le recomiendo a la gente que vaya al cine a ver la película —porque la fotografía es hermosa— y que se queden a ver las escenas después de los créditos, porque pasan cosas que tienen que ver con Tiranos Temblad. Como en el libro.
Hernán Casciari: Hay un montón de guiños que va entender el público uruguayo. Hay pequeños bolos, como el camarero o el que vende el ukelele o Agustín de Tiranos Temblad con su propia voz. El librero también es alguien conocido. Todos los personajes que van apareciendo alrededor del periplo de Lucas y Guerra son personajes de Uruguay.
—¿La idea de que el actor fuera argentino y la actriz fuera uruguaya estaba desde el comienzo?
Pedro Mairal: Fue una condición desde el principio. Nos parecía una estafa que la uruguaya no fuera uruguaya. Iba a ser mal recibido. Además, hay algo en el tono que es difícil de imitar. Yo hace tres años que estoy viviendo en Montevideo y me doy cuenta que no es muy distinto del tono porteño, pero hay sutilezas.
Hernán Casciari: Se hizo un casting con 635 actrices de entre 25 y 27 años, que era lo que buscábamos. Yo estoy muy contento con que Fiorella sea Magalí Guerra Zavala.
Pedro Mairal: Se convirtió en Guerra. Es increíble.
—¿Qué evitaron hacer en la película? ¿En qué dijeron: “No vamos a caer en esto”?
Hernán Casciari: No tengo una conciencia clara de haber dicho que no a algo, porque todo fue consensuado con los socios productores. Yo no quería que fuera al cine, porque no quería que el afiche estuviera en un shopping al lado de Rápido y Furioso. Pero nunca hubo un no a nada. Todo fue consensuado.
Pedro Mairal: Desde que decidí soltar el libro, yo solté todo eso. En algún momento pensé que no quería que la reedición de la novela tuviera un fotograma de la película en la tapa. Pero cuando vi cómo quedaba me encantó.
Hernán Casciari: Pedro soltó con generosidad. En la peli aparece la hija de Pedro, hay un cameo de él también, está su música y, sobre todo, está la complicidad de habernos dado algo tan importante como una de sus novelas —para mi gusto, una de sus mejores novelas— y que, con la película terminada, podamos estar sentaditos en el mismo sillón sin habernos peleado para siempre. Eso está muy bien.
—¿Qué aprendieron del cine que llevarían a sus novelas?
Pedro Mairal: Algo que me interesa mucho y sería casi como un nuevo género, es escribir un libro y que la secuela sea una película. Esto un poco es así: yo escribí un libro que está enfocado en un hombre, y llega una película que le responde y amplía el libro. Abre puertas que yo apenas sugiero. Pero eso sería algo interesante de hacer. Que literatura y cine dialoguen de esa manera.
Hernán Casciari: Yo recomiendo muchísimo que miren la película y lean la novela en el orden que sea. Porque funciona. Una es repuesta de la otra. Hay un juego de espejos que solamente podría ocurrir con una editorial que se convierte en productora de cine.
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