“Esta novela es un paseo por el infierno”, dice Florencia Canale. Habla de El Diablo, su nuevo libro, y sus ojos se apasionan. Con una investigación profunda y exhaustiva detrás y probada solvencia para la ficción, la escritora y periodista argentina esta vez repone la figura del hombre de confianza del general San Martín, que también colaboró con Bolívar y O’Higgins en procesos libertadores de América: Bernardo de Monteagudo.
Nacido en Tucumán el 20 de agosto de 1789, Monteagudo fue un pionero revolucionario. Hijo de una mulata y, dicen, de un cura, llegó a codearse con los poderosos del Río de la Plata. A pesar de su cuestionado origen, considerado ilegítimo para algunos roles, se abrió paso y forjó su carrera con honores escuchando que le decían “negro trepador”, “mulato” e “intruso”. Nada lo detuvo. “Su origen lo transformó en una personalidad avasallante”, dice Canale en diálogo con Infobae Leamos y agrega que esta historia la tiene cautivada desde Pasión y traición, su primera novela y gran éxito editorial.
Participó de la Revolución de Chuquisaca un año antes que sucediera la Revolución de Mayo y formó parte de la Sociedad Patriótica y la Logia Lautaro. También fue conocido como el “monstruo de la crueldad”, por la violencia y radicalización para instaurar los procesos revolucionarios. También fue ejecutor de la política de San Martín en Lima, desempeñándose como Primer Ministro de Guerra y Marina y luego Ministro de Gobierno y Relaciones Exteriores en Perú. ¿Sus políticas? Muy progresistas como la reivindicación del derecho de los pueblos originarios, la abolición de la esclavitud y la nacionalidad americanista. Sin embargo, parece ser un héroe escurridizo.
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El carácter abrasador de Monteagudo se derramó también en las artes del amor. Las mujeres lo amaban con locura, quedaban prendadas. Así lo detalla la autora de Pecadora y La libertina en su nueva novela, El Diablo, y sorprende cuando describe cómo una de ellas fue Remedios de Escalada, la esposa de su mayor confidente, San Martín: “Remedios claudicó al cortejo disciplinado de su amigo, al avance sin cuartel, a la búsqueda frenética de la fisura”.
Y sigue: “Desnuda, la tendió sobre su cama y se dispuso a quitarse la ropa. ‘Quiero que me mires y grabes cada mota de mi cuerpo en tu cabeza, para que cuando estés allí, en Mendoza, en tu nueva casa, sola y sin mí, me recuerdes y revivas”. Un fuego imposible de eludir.
Tanto era lo que generaba en las mujeres que, cuenta Canale, hasta el médico, escritor y político argentino José María Ramos Mejía escribió el libro La neurosis de los hombres célebres de la Historia argentina, en 1878, en el que le dedica un capítulo al prócer bajo el título “El histerismo de Monteagudo”. De allí surge que tenía priapismo -es decir, erecciones prolongadas- y que era víctima de su sensualidad.
“Quién sabe por qué razón, /me anda buscando ese nombre; /me gustaría saber / cómo habrá sido aquel hombre” escribió Borges en la Milonga de Jacinto Chiclana. Sobre quién fue ese hombre “en el abismo constante” y en la segunda línea de la Historia oficial escribe Canale.
―¿Remedios de Escalada le fue infiel a San Martín con Bernardo de Monteagudo?
―Sí.
―¿Monteagudo fue el amor de su vida?
―Yo diría que fue la pasión. Me parece que el gran amor de Remedios fue San Martín. Pero él estaba poco en la casa, como era habitual en aquellos tiempos y para un hombre tan comprometido con su proyecto independentista. Y en Monteagudo encontró un fuego que desconocía. No sólo se vieron en Buenos Aires, también en Mendoza. San Martín también tuvo amoríos con otras señoras, era bastante más cuidadoso, escondía, era más introvertido, más misterioso, más silencioso.
―¿Cómo llegaste al dato de la infidelidad?
―Soy descendiente de Remedios y mientras estaba escribiendo Pasión y traición, mi padre me llama para decirme que una tía abuela muy mayor, Teresa, le había dicho esto. El tema ya circulaba en la familia y pasó de boca en boca, de generación en generación. Le pregunté muy inquieta y ella casi que se ofendió porque yo pusiera en duda lo que ella decía. Por el lado de Monteagudo no hubiera sido raro porque tuvo romances con todas o casi todas las mujeres de su tiempo. Inmediatamente hablé con Diego Arguindegui, el historiador con quien trabajé hasta mi anteúltima novela antes de fallecer, y él me contestó que es muy posible que haya sucedido.
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―¿San Martín estaba al tanto de esto?
―No. Creo que San Martín se entera después, por algo la manda a Remedios de vuelta a Buenos Aires. Si bien ella estaba enferma y él tenía que seguir con su campaña y demás, todos sabían que el retiro de Remedios de Mendoza no era otro motivo que “problemas domésticos”. También San Martín se había enterado de otras ligazones que Remedios había tenido con unos soldados. Me despierta cierta ternura, compasión y alegría que Remedios, que muere tan joven, haya vivido la pasión y la adrenalina, y no solo una vida de tristeza y soledad.
―En tus últimas novelas, como La vengadora, La libertina, Pecadora y Bastarda, repusiste las historias poco conocidas de mujeres fuertes de la Historia, ¿por qué escribir sobre Bernardo de Monteagudo?
―No quiero que sea dado que las mujeres escribimos de mujeres y para las mujeres. Hay un desprecio y una mirada sobre la “literatura menor”. A Monteagudo lo tengo entre ceja y ceja desde Pasión y traición. Me parece una personalidad deslumbrante y que no ha sido contado del todo y a mí me gusta revelar historias. Él me perturbó enormemente, un personaje que tiene sus luces y sus sombras.
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―¿Qué tiene, entonces, Monteagudo?
―Era un hombre de avanzada, original, con contradicciones, opaco, y a mí la oscuridad me vuelve loca. La cosa prístina me aburre soberanamente. Monteagudo era un hombre de origen humilde, de madre mulata, y que encuentra la posibilidad de la movilidad social, algo imposible a principios del siglo XIX. La elite lo despreciaba, estudió en Chuquisaca, un sitio donde solamente los muchachos ricos lo hacían. Se recibe con honores, fue el editor de La Gazeta de Buenos Aires, un abogado extraordinario a los 18 años y además, un gran casanova.
―Según se lee en El Diablo a Monteagudo le decían “negro trepador”, “intruso”, “líder de revueltas malvenidas”, “mulato”, “mestizo” como insultos y denigraciones ¿Cómo impactó su origen y estos comentarios en su carácter y trayectoria política?
―Le decían eso y tanto más. No creo que eso lo haya amedrentado y les contestó yendo para adelante como una topadora y me parece que, precisamente, su origen lo transformó en una personalidad avasallante. Hizo caso omiso al acoso constante del que fue víctima y tal vez eso lo empujó con adrenalina y furia. En las cartas en que se burlaban sobre su origen, él contestaba con orgullo y lo constituía en un ser.
―Esta novela se cruza con tu libro anterior, Bastarda. Monteagudo y Manuela Sáenz son figuras importantes para la Historia de Perú, pero Monteagudo es una figura controversial.
―En Perú lo aman y lo odian. Monteagudo era un hombre parado en la última piedra, en el último pedregullo del precipicio, un tipo muy jugado, a la Manuela Sáenz, porque se jugaba por completo. Cuando San Martín parte y lo deja Monteagudo a cargo del gobierno de Perú, se calza los guantes y dice “ahora van a ver”. Porque él realmente era un hombre sin filtro, que desconocía por completo la prudencia.
―¿Por qué?
―Se dedicó a mandar al cadalso a los enemigos, los españoles, los hijos de españoles, a confiscar bienes. Su enemigo era el español, entonces todo lo que a él le significara la hispanidad merecía la muerte sin miramiento. Así también muere: sin miramiento.
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―¿Cómo se entiende un libertario del siglo XIX en relación con la actualidad? ¿Qué libertad era la que promovía?
―Estamos hablando de una libertad que vienen de las ideas de Rousseau, que vienen a América tras la Revolución Francesa pero en algún momento también defendió a Fernando VII, pero eran tiempos muy convulsionados. En la idea de libertad de Monteagudo y de tantísimos otros era fundamental romper con España. El enemigo era España y la propuesta era independizarse, tener gobierno propio. Por eso integra la Logia Lautaro y, en principio se une a la facción de Carlos de Alvear, pero después lo apoya San Martín. Eran killers, profesionales de la rosca.
―Monteagudo fue editor de la La Gazeta de Buenos Aires, fundó los periódicos independentistas Mártir o Libre y El Grito del Sud, ¿cuál fue el rol de los medios de comunicación en la revolución? ¿Qué sucede hoy?
― La Gaceta era el aparato intelectual o de propaganda. Los periodistas, en ese momento, eran intelectuales orgánicos, no existía la profesión. Y Monteagudo accede a escribir en La Gaceta, que ya había fundado Mariano Moreno, que muere en altamar. Cuando Rivadavia se hace cargo lo pone para generar disputas. Monteagudo sigue los lineamientos y algunos ideales de Moreno porque era un incendiario, un revolucionario. Es fascinante toda esa operatoria de los medios en ese entonces. Es él quien encuentra en la figura femenina un bastión revolucionario fundamental. Les escribe a las mujeres, por primera vez se dirige a las mujeres en una de sus columnas, en La Gaceta, “a las americanas del Sur”.
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―¿Cuál es la vigencia de la figura de Monteagudo?
―Toda. Lo notable es que a algunos hombres aún hoy les inquieta su figura.
―¿Por qué?
―Porque era alguien amenazante, con mucha virilidad, un hombre jugado con bagaje intelectual. Monteagudo fue víctima de un acoso constante de algunos hombres importantes de esa época y no se dejó amedrentar, fue para adelante, peleando por sus ideas, por su postura, por lo que él creía que debía ser. Quería estar donde estaba la acción, no quedarse en la teoría. Y también era víctima de su sexualidad y de su sensualidad. Le bajaban el precio, como un desvalor que juega en contra de la revolución.
―En otra entrevista me dijiste que Simón Bolívar era un donjuán, ¿cómo definirías a Monteagudo?
―Un casanova. Un hombre que adoraba a las mujeres. Era un hombre tan coqueto que se perfumaba y se vestía con lo mejor, muy a la europea como Manuel Belgrano, que también se perfumaba y era elegante y cuidadoso de su presencia.
―¿Cuándo se convierte en “el diablo” Florencia Canale?
―Me interpelan mucho las sombras, el fango. En las cuatro paredes de mi casa me transformo en demoníaca. Soy voraz.
Así empieza “El Diablo” (Fragmento)
—¡A confiscar todo lo que se pueda! Caballeros, ¡aquí no queda nada! —ordenó, iracundo, don Joaquín Belgrano.
A ninguno de los allí presentes se le ocurrió vacilar. Soplaban vientos de furia en Buenos Aires. Las contrariedades entre las dos facciones de la Logia Lautaro se habían con- vertido en una guerra sin cuartel. Habían dejado de discutir estrategias, prefirieron ejecutar un golpe.
El 3 de abril de 1815, el general Ignacio Álvarez Thomas se había sublevado en la posta de Fontezuelas. Envalentonado, el Jefe del Ejército había enviado un comunicado al Cabildo y al Director Supremo, anunciando que, si este no dimitía, se vería obligado a reunirse con las fuerzas que respondían al oriental José Gervasio Artigas para avanzar sobre Buenos Aires, y así liberarla del tirano Carlos María de Alvear.
La ciudad —controlada desde la distancia por su otrora dilecto camarada, José de San Martín— se había plegado a la revuelta y al joven Director de 25 años no le había quedado otra alternativa que renunciar. Y con él, cayó también la Asamblea que se había instalado en 1813. Uno de los más fervorosos propulsores de aquella junta había sido Bernardo de Monteagudo. La facción de Alvear fue perseguida y encarcelada.
Los comisionados entraron a la casa de Monteagudo liderados por el Alcalde de primer voto del Cabildo y próspero comerciante, don Joaquín Belgrano. Debían deshacerse de todo, que el reo bien guardado se encontraba.
—Pero estas habitaciones difieren completamente de lo que nos anunciaron —murmuró uno de los oficiales. Habían recibido la orden de que debían hacerse de la cuantiosa fortuna que escondía el tribuno de Chuquisaca en su casa.
—¡Dejen de perder el tiempo y comiencen con la pesquisa! —gritó Belgrano y se secó el sudor de la frente.
Monteagudo vivía modestamente. Nada más lejos de lo que decían sus enemigos políticos: que aquel arribista era de temer, que la codicia lo pintaba por entero, que lo único que quería era acomodarse, tránsfuga, negro, impostor y ladrón.
Quién es Florencia Canale
♦ Nació en Mar del Plata, Argentina, y estudió Letras en la Universidad de Buenos Aires.
♦ Es periodista y trabajó en diversos medios como Noticias, Living, Gente, Siete Días, Veintitrés e Infobae, entre otros.
♦ Pasión y traición, su primera novela, es un bestseller que lleva publicadas más de diez ediciones. También es autora de Amores prohibidos, Salvaje. Urquiza y sus mujeres, Lujuria y poder, La hora del destierro, Sangre y deseo, La vengadora, La libertina, Pecadora y Bastarda.
♦ Se ha convertido en una referente ineludible dentro del género de la novela histórica no solo en la Argentina, sino también en el resto de Iberoamérica.
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