El desencanto por la vida quedó registrado en los más sentidos poemas de Antonio Pereira Nobre, un hombre que, aunque nació en el seno de una familia de buenos ingresos, no logró encontrar los recursos para sanar su corazón e incluso, su cuerpo, que marcó su final cuando cruzaba la tercera década de su vida.
Este poeta portugués marcó la cultura de su país y es considerado uno de los máximos representantes del romanticismo tardío, un movimiento que intentó conciliar y superar al romanticismo y el realismo a partir del refugio en la intimidad y la exploración del mundo interior.
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En Oporto, el tercer municipio con más población de Portugal, nació Antonio Pereira Nobre el 16 de agosto del año 1867; sin embargo, pasó gran parte de su infancia en un pequeño pueblo de pescadores llamado Leça da Palmeira, “la tierra más bonita de Portugal”, donde su padre tenía una casa, y en Foz do Douro, hoy un barrio de Oporto localizado en la desembocadura del río Duero. Estos primeros escenarios se quedarían para siempre en su memoria y de ello daría cuenta su poesía, la cual con frecuencia le cantaba a las olas y los secretos que le susurraban al oído.
Nobre tuvo una educación privilegiada durante su juventud, estudiando en algunos de los mejores colegios de Oporto; posteriormente ingresó a la Universidad de Coimbra a estudiar Derecho, pero en 1890 la abandonó y se fue a París, donde, pese a las dificultades económicas, se graduó en la que se conocía como la Escuela Libre de Ciencias Políticas (”Sciences PO), hoy el Instituto de Estudios Políticos de París.
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Sobre la madurez literaria
En Coimbra empezó a madurar como escritor, gracias, entre otras cosas, a la compañía de su amigo Alberto de Oliveira, con quien daría vida a la revista Bohémia Nova. En París encontró inspiración en la soledad para elaborar la que es considerada su obra cumbre Só o Solo, un conmovedor testimonio de un alma desterrada que impactó en los círculos literarios y haría eco en la lírica del siglo XIX en Portugal.
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El delicado cuerpo del poeta
En 1895 Nobre decidió regresar a su tierra natal con la ilusión de ser designado cónsul en Pretoria. Sin embargo, las exigencias de esta nueva posición no las habría podido enfrentar a causa de su cuerpo delicado que ya había manifestado la enfermedad de la tuberculosis.
A partir de ese momento, Nobre estuvo agobiado física y emocionalmente por la enfermedad. Renunció a sus actividades entregándose al dolor de lo inevitable, la resignación, y fue precisamente esta fragilidad la que creó un contrapunto desgarrador a la riqueza que había alumbrado su talento.
Nobre pasó los últimos años de su vida en búsqueda de una cura, una cura que nunca pudo hallar a pesar de que contaba con todo en cuanto a vida material. Pasó sus días entre sanatorios en distintos lugares del mundo, como Suiza, Nueva York, Londres, entre otros lugares. Aun así, en búsqueda de la sanación a su enfermedad, lo que sí encontró fue inspiración para una gran producción poética en la que el paraíso perdido de la niñez y la inminente visita de la muerte construyeron su eje de escritura, así como también la soledad, el paso del tiempo y la sensación de pérdida.
Finalmente, el 18 de marzo de 1900 tendría lugar lo inevitable cuando en casa de su hermano y a los 32 años de edad, cerró sus ojos para siempre Antonio Pereira Nobre, el poeta portugués que escribió desde su intimidad y para ella.
Algunas de sus obras: Despedidas, Primeros versos y publicadas póstumamente, Cartas inéditas de Antonio Nobre, Cartas e billhetes postais a Justino Montalvao, Correspondencia, Aliceres, seguido de Livro de Apontamentos, entre otros.
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