Si la ciencia moderna ha establecido un vínculo directo entre el desarrollo de la fuerza muscular y la producción de testosterona, el pensamiento feminista y la práctica de artes marciales han abierto la posibilidad de replantear la noción misma de “fuerza” tal como la entiende el pensamiento Occidental. La filósofa y marcialista italiana Alessandra Chiricosta analiza cómo la idea de “fuerza” –y en especial, la fuerza de combate– se une cultural y socialmente a los principios de “virilidad” y “violencia” y expone una serie de estrategias para revertir esta lógica.
En lo que fue también el primer evento público en el local del Colectivo NUM (#NiUnaMenos), Chiricosta presentó en Buenos Aires Contra el mito de la fuerza viril. Autodefensa en clave feminista junto a la politóloga Verónica Gago y a la socióloga Luci Cavallero. La publicación reproduce una charla entre Gago y Chiricosta y un texto de la filósofa basado en su clase para la diplomatura “Mapa de guerras: el catálogo editorial como producción de conocimiento político / militante”, organizada por Tinta Limón Ediciones en el Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO) en julio de 2022. Gago adelanta que “se viene además un libro más largo”.
La filósofa propone discutir el modo en que, históricamente y “a partir de una idea de supremacía corporal, se han ido naturalizando relaciones de género en torno de la guerra que aún siguen funcionando como paradigma de militarización y en la creación de sistemas de desigualdad y opresión basados en el género”. Su investigación se apoya en estudios previos de colegas feministas, pero quiere llevar la pregunta más allá.
El Manifesto di Rivolta femminile (1970) de la filósofa italiana Carla Lonzi, por ejemplo, permite deducir que un dato social o cultural se asume como fenómeno natural a través de un proceso que logra establecerlo como “ley de la que no se puede escapar”. Es así que se asigna una suerte de destino “biológico” a la dimensión viril de la guerra; “una dimensión de la que solo los hombres pueden formar parte, e incluso más, es la dimensión mediante la que se convierten en hombres”.
Sin embargo, ni la guerra ni la inclinación masculina a la violencia son realidades determinadas por leyes inmutables inscriptas en el ADN humano, “sino el resultado de largos procesos socioculturales… que han configurado relaciones de género marcadas por la asimetría y la violencia”.
Chiricosta desafía esta narrativa de la fuerza viril restituyendo las historias de las mujeres combatientes que han sido invisibilizadas a lo largo de los siglos. Quiere saber por qué las guerreras no han predominado numéricamente, pero también “¿por qué no debería hablarse de ellas, o por qué debería hablarse solo de las mayorías?”.
Y recalca: “En cada cultura había una minoría de mujeres que eran parte activa de las guerras: ahí hay algo para observar y poner en tensión… Esta experiencia que parte de una subjetividad excluida cuenta una historia, ofrece una narración otra, diferente a la dominante. En suma, hace visible otro mythos, distinto al de la historia de la fuerza viril, que no sabía cómo verlas o que, más bien, necesitaba negarlas”.
En el modelo binario que estos planteos intentan superar, algunas lenguas occidentales como el italiano o el español asocian el género femenino al sexo “débil”, asignando un rol supuestamente protector a su contraparte masculina. Esta concepción opone la debilidad a la fuerza y une la fuerza –que considera viril–, a la violencia. Y así facilita una tendencia a la violencia de género, ya que, “desde una concepción de la fuerza, de la fuerza combatiente, lo que se evidencia es la capacidad de aniquilar, de destruir a un enemigo creado o reconocido” –subraya Chiricosta–.
Pero la autora no solo basa sus estudios en la lectura de textos teóricos, sino también en su propia experiencia como luchadora. En este sentido, cuenta que “ver a un hombre muy corpulento, bueno para la lucha, poniéndose los guantes delante de mí en un ring, ciertamente no era una cosa fácil”. Su perspectiva fue cambiando, sin embargo, al percibir cómo ella misma se estaba desempoderando incluso antes de entrar en combate. Pensaba que no podía hacerlo, “que no tenía que querer estar ahí. Esa era la cuestión… Y desde allí supe que era necesario retomar y reabrir el espacio para un discurso feminista sobre la dinámica del conflicto de la fuerza.”
Por esta razón, Chiricosta empezó a investigar y a reflexionar sobre los efectos autoinhibitorios, “sobre cómo las estructuras, las inferiorizaciones sociales y culturales actúan sobre los cuerpos como dispositivos de bloqueo; un bloqueo que internalizamos y que se convierte… en nuestros hábitos… No es natural, más bien se trata de una larguísima construcción cultural de ‘lo natural’ que impacta en nuestros cuerpos”.
Este impacto sobre los cuerpos femeninos y feminizados es lamentablemente muy negativo, provocando enfermedades psicosomáticas “porque también bloqueamos fenómenos que sí son naturales”, por ejemplo cuando el organismo activa respuestas bioquímicas al percibirse en una situación de peligro. “Lo que ocurre es que en muchas culturas, a la mayoría de las mujeres nos enseñaron que estas respuestas bioquímicas deben ser interrumpidas. Así que no es que no se activen los mecanismos de defensa, sino que se nos vuelven en contra, de modo que no solo no somos eficaces, sino que dañamos progresivamente nuestros sistemas”.
Por supuesto, “si fuese cierto que no somos realmente capaces –prosigue la pensadora–, entonces entendería el bloqueo, por el miedo a lastimarse”. Pero Chiricosta quiere comprender los motivos profundos por los cuales las mujeres no avanzan: “Si yo no hago algo porque mi cuerpo es ‘demasiado débil para’ –le dice a Gago–, no puedo temer dañar a otro, sé que no lo haré. Ahí hay una prohibición cultural que no me lo permite porque no estoy legitimada para hacerlo” –dice, subrayando ese poder del miedo como dispositivo de control, tan profundo que actúa incluso antes de activarse una situación de violencia.
En estas condiciones sociales y culturales, las técnicas de defensa corporal generan efectos limitados frente a la violencia de género. Es necesario “abordar primero a nuestro ‘enemigo introyectado’, es decir, al conjunto de creencias y hábitos que se han hecho carne en nuestros cuerpos, en nuestros comportamientos” –señala Chiricosta–. La autora propone una práctica de autoconciencia combativa a través de talleres que tienden a “transformar las dinámicas que originan y sostienen la violencia de género también a nivel cultural, social y político, contrarrestando de forma práctica y teórica la naturalización de la inferiorización de las subjetividades femeninas y feminizadas”.
El término “autoconciencia” se refiere aquí a la práctica inaugurada en Italia por Lonzi y desarrollada en muchos colectivos feministas, una práctica filosófica y combativa que parte de la superación del binarismo cuerpo/mente y se desarrolla “como un proceso de descolonización de cuerpos-territorios inferiorizados”. Pero también se remonta a la obra de Angela Putino, otra filósofa italiana que había comprendido “la importancia de redefinir un horizonte combatiente desde el punto de vista feminista”, trabajando a la vez con la mente, el cuerpo y en relación con otras mujeres.
Putino desarrolló en los años ‘90 una serie de talleres bajo el nombre de Esercizi spirituali per giovani guerriere, que derivaron también en una producción textual. “Allí se sostiene la necesidad de reescribir un nuevo mythos, en el que podamos reconocernos, sabiendo de cuántos tipos de fuerza podemos ser capaces” –comenta Chiricosta, que también propone desarrollar el aspecto lúdico y estratégico de las artes marciales en un proceso que habilita el conocimiento a través del propio cuerpo, desarrollando el amor de sí y una forma de diversión que desarticulan la lógica patriarcal–.
Chiricosta ha investigado las artes marciales creadas por mujeres y también cómo las sufragistas del siglo XIX y XX practicaban el jiu jitsu japonés, en grupos clandestinos entrenados por Edith Garrud, quien a su vez transformó la tradición pedagógica de las artes marciales. Con su metro y medio de estatura, Garrud había comprendido la necesidad de introducir modificaciones técnicas y pedagógicas, revirtiendo la lógica de maestro-discípulo para lograr despertar las fuerzas y convertir el núcleo de la práctica en una elaboración colectiva.
“El arte guerrero de la mujer es el del corte; cortar una narrativa presente para abrir un espacio y entrar en otro territorio” –declara Chiricosta–. La autora describe este territorio en los términos de la escuela de los Wu Xing, una de las más difundidas en Asia Oriental y Sudoriental, la teoría de los cinco elementos: el agua, la madera, el fuego, la tierra, el metal y de nuevo el agua, interactuando entre sí en un movimiento circular.
Se trata de “una organización que parte de la teoría del Yin y el Yang, que no son dos entidades, sino dos fuerzas… como el polo positivo y negativo de una batería, de manera que si uno no está, el otro colapsa”. Por ejemplo, cuando habla de la madera, no se refiere a un trozo de madera, sino a “la fuerza de la selva, del bosque, pienso en la fuerza de un árbol y por lo tanto me pregunto cómo lucha un árbol”.
Chiricosta prosigue: “Es una fuerza que crece empujando hacia abajo para encontrar la cima, así que ya me hace superar la imagen de que aquello que está arriba es mejor. Es decir, lo alto y lo bajo están juntos. Entonces aprendiendo cómo se mueven las raíces del árbol rompiendo la tierra, empiezo a comprender otra variante de la fuerza”.
En constante movimiento, los elementos se vinculan a través de ciclos de generación y de destrucción o control. Por un lado, en las relaciones de generación, así como la madre nutre al niño, el principio agua alimenta la madera; la madera alimenta el fuego; el fuego alimenta la tierra; la tierra alimenta el metal y el metal alimenta el agua. Por el otro, en el ciclo de control, la abuela controla a la nieta; el agua controla al fuego, la madera controla a la tierra; el fuego, al metal; la tierra, al agua y el metal, a la madera.
“Cada fuerza en sí misma me habla de este doble ciclo y me dice cosas... En primer lugar, que las fuerzas, entre ellas, no son solo conflictivas, sino que también hay un equilibrio entre nutrición y control y, por lo tanto, entre crecimiento y limitación. Ambas cosas deben ir juntas, de lo contrario, el equilibrio se rompe”, escribe la filósofa.
Esto también tiene que ver con un trabajo de autoconciencia porque el ciclo no está exento de problemas: “Si una madre es poco nutritiva o demasiado nutritiva crea problemas en el hijo. Es decir, puede haber una debilidad de la madera porque tenga demasiada o muy poca agua. Así se hacen ciertos diagnósticos habitualmente en la medicina china, se dice que hay un exceso de la fuerza del riñón sobre el hígado”.
Por su alcance estratégico, estas teorías aplican desde siempre en las tácticas de guerra asiática. “Ho Chi Minh, por ejemplo, encuentra en esta teoría la base de sus pensamientos. Tanto es así que en una poesía que escribió se refería a la liberación del imperialismo estadounidense como ‘un grillo que patea un carro’. Todo el mundo piensa que es el grillo el que se hace daño, pero en realidad el carro es el que cae. En el mismo sentido, se refería a la fuerza de Vietnam como una fuerza del am, que sería el equivalente vietnamita del yin, diciendo que es una fuerza acuática: aludía a la virtud de la fuerza del agua y decía: ‘Nosotros somos débiles, pequeños, acuáticos, por eso conseguiremos el dominio sobre los imperios’. Y es cierto, así sucedió. El lugar de las mujeres en esta guerra ha sido determinante” –concluye Chiricosta–.
“Contra el mito de la fuerza viril. Autodefensa en clave feminista” (fragmento)
El primer argumento es sencillo, dicho concretamente: no todas las mujeres son más débiles que todos los hombres. Si hacemos foco sobre lo más básico, fuerza igual a mayor musculatura, hay casos en lo que esto se vuelve evidente: si comparamos a la tenista Serena Williams con Woody Allen, ambos puestos en la misma habitación, no me parece que podamos decir que la corporeidad de Woody Allen sea más fuerte porque es un varón. Ya vemos que hay subjetividades unificadas, racionalizadas, y también hay una diversidad, una historia diferente de cada cuerpo. No se puede hacer livianamente una categoría homogénea de una cosa y la otra.
Lo que me interesa marcar, en concreto, es que existe un fuerte nexo que conecta al género con la fuerza y que es necesario cuestionar y romper este nexo para liberar a la fuerza del género, para liberar a ambos. ¿Por qué? Porque sobre la base de la falsedad de este nexo se puede afirmar que hay muchos géneros y que estos tienen múltiples accesos a la fuerza.
Las artes marciales, por ejemplo, enseñan que si tengo una corporeidad menuda como la mía, no utilizaré técnicas basadas en la masa muscular, sino otras, como los desequilibrios o las proyecciones. Es decir, si sos más baja, tenés ventaja a la hora de derribar a alguien, porque estás por debajo del centro de gravedad de la otra persona. O si sos más flexible, es una ventaja para apalancar a otra persona.
Así, los diferentes cuerpos, con sus características, permiten luchar de distintas formas. En suma, no hay una sola manera: tengo que entender cuál es la mía, partiendo de quién soy, y luego apostar, sin grandes expectativas, pero abriendo el juego.
De este modo, libero al género, pero sobre todo a las fuerzas encarnadas en otros cuerpos, que no son los militarizados, los disciplinados según las jerarquías de las fuerzas viriles. Las fuerzas combatientes son muchas, y no únicamente las de aniquilación o destrucción.
Pongo el ejemplo de las fuerzas centrífugas y centrípetas: si tengo un ataque puedo decidir no atacar, no destruir a la otra persona, sino crear un espacio propio a mi alrededor para liberarlo. Y si la otra persona sigue queriendo impactar en esta protección mía, será responsable de su propio daño, porque la fuerza que me lance, se la devolveré. Este es el principio básico de las palancas y las proyecciones. No hago más que devolver al emisor lo que ha generado. No hay una salida de una misma, no hay voluntad de destrucción y aniquilación, hay voluntad de liberación, de libertad, de autonomía, de autodeterminación. No hay concesiones en eso, pero es una fuerza diferente.
Quién es Alessandra Chiricosta
♦ Nació en Roma en 1974. Es filósofa y especialista en historia de las religiones del Sudeste Asiático. Dicta talleres de autoconciencia de combate feminista
♦ Desde los 15 años practica jiu jitsu, arte marcial que también practicaban las sufragistas a fines del siglo XIX y principios del XX. Hoy es instructora de artes marciales de origen asiático: kung fu-wushu, jiu jitsu, muay thai y tai chi chuan
♦ En 2019 publicó su ensayo Un altro genere di forza (Iaco Belli Editore), aún inédito en castellano
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