Experimentar esa horrible sensación de llegar al final de un largo espiral y ver que no hay nada. ¿Te pasó? Tal vez sí, tal vez no. Sentir que lo perdiste todo. Darte cuenta que ya no hay nada que perder. Conocer de cerca la fragilidad de la existencia humana. Quebrarte, pero seguir andando. Como sonámbulo. Sentirte una sombra más entre millones de personas.
La insoportable levedad del ser, diría Milan Kundera, o algo así. Todo eso junto y más les sucede a los dos personajes principales de Las horas subterráneas. Una historia intimista que transcurre en un solo día, escrita magistralmente por la autora francesa Delphine de Vigan.
Mathilde tiene 40 años y 3 hijos. Es viuda hace 10 y trabaja en una empresa donde la maltratan. “Algunos días, mientras espera el ruido del tren, el trasero pegado al plástico naranja, se pregunta si en el fondo no sería mejor quedarse allí todo el día, en las entrañas del mundo, dejar pasar las horas inútiles, subir al mediodía a comprar un sándwich, volver a bajar, sentarse en su sitio. Salirse del flujo, del movimiento. Rendirse”.
Thibault tiene 43 y es médico de urgencias a domicilio. Está en pareja con alguien que no lo ama. Soñaba con ser cirujano pero perdió 2 dedos de la mano izquierda. “Esta vez es él quien ha perdido. Ama a una mujer que no lo quiere. ¿Acaso no existe algo más violento que semejante frustración? ¿Acaso no existe pena peor, peor enfermedad? (…) El fracaso amoroso no es ni más ni menos que un cálculo alojado en el riñón (…) una cristalización de sustancias químicas capaces de provocar un dolor insoportable”.
Pero el 20 de mayo todo podría cambiar. O al menos así lo adelantó una vidente: “El 20 de mayo su vida va a cambiar. Mathilde no sabe si todavía está soñando o ya está viviendo ese día. (…) Mira el radio despertador: son las cuatro de la madrugada”.
Dos vidas paralelas que atraviesan una crisis pero no se conocen. Al menos no todavía. La ciudad los fagocita. Sus vidas rutinarias no encuentran cauce. Están al límite. El médico, que soñó con ser cirujano, hoy visita 3 mil pacientes al año, conoce de sus toses, sus adicciones, sus dolores de cabeza y su soledad. Pasa la mayor parte de su vida en un auto buscando donde estacionar para poder ver a los enfermos. En su mayoría, gente sola que necesita más hablar con alguien que atenderse con un doctor.
“Es médico en la ciudad y su vida se reduce a eso. (…) No ha tenidos hijos, no se ha casado y no sabe por qué. (…) Pronto hará 15 años que es médico y no ha pasado nada más. (…) Su vida se reparte entre un sesenta por ciento de rinofaringitis y un cuarenta por ciento de soledad”.
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Mathilde también está harta. Fantasea con matar a su jefe, un tipo despreciable que primero la subió a un pedestal para luego bajarla de un hondazo, entre ninguneadas y pisoteos varios. “Ahora le parece que la empresa es un lugar que tritura. Un espacio totalitario, un lugar de depredación, un lugar de engaño y abuso de poder, un lugar de traición y mediocridad”.
La escritora y guionista Delphine de Vigan aprovecha dos vidas comunes para colorear un retrato brutal del mundo que nos rodea. Describe una a una las situaciones por las que todos, o casi, hemos pasado, al igual que Mathilde y Thibault. Las condiciones laborales, la mala calidad de vida en las grandes urbes, la rutina que agobia, la fragilidad del ser humano.
En Las horas subterráneas, París cobra vida y es un personaje más. Vigan la personifica, a tal punto que se transforma en partícipe necesaria de los tormentos que padecen la analista de marketing y el médico. “Ahora saben bien lo brutal que es la ciudad y el alto precio que obliga a pagar a aquellos que pretenden sobrevivir en ella”.
Una mujer, un hombre. Dos recorridos que un día toman conciencia de que así no se puede seguir más. ¿Hasta cuándo podemos aguantar una vida que no queremos? ¿Cuál es el momento para tomar la decisión y empezar de nuevo? Según la vidente, el 20 de mayo. Algo va a pasar ese día. El resto se los dejo a ustedes, queridos lectores. Vale la pena. Se los aseguro.
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