“El arte da respuesta al enigma de la existencia: nos dice por qué existimos al imbuir nuestras vidas de un sentido de adecuación. En la belleza en su máxima expresión, la vida se justifica a sí misma”. Nuestras obras de arte favoritas, dice el filósofo inglés Roger Scruton, nos guían hacia la verdad de la condición humana; un corazón desolado se consuela porque su pérdida deja de ser algo accidental para pasar a formar parte de una experiencia humana común, en un contexto en el cual “a la obra de arte le está prohibido moralizar, porque la moralización destruye su auténtico valor moral, que reside en la capacidad para abrir los ojos de los demás y… dirigir nuestras simpatías hacia la vida tal como es en realidad”.
Roger Scruton (1944-2020) se especializó en estética y en filosofía política. Fue editor de The Salisbury Review, una célebre revista política conservadora; fue un autor prolífico y profesor en las universidades de Oxford y Cambridge.
La belleza (Ed. Elba), es un libro de filosofía; Scruton repasa allí los principales esfuerzos por definirla desde Platón hasta los posmodernos, y discute con todos ellos. Lo hace con rigor e inteligencia; es bello escuchar el rumor de su pensamiento ordenado y claro, pero rebosante de pasión. Algunas de sus ideas resultan controvertidas; en la era de la cancelación, disfrutar de lo bien argumentado es un acto de resistencia.
La belleza no es un libro de crítica de arte; la intención del autor es demostrar por qué el juicio estético es necesario para hacer cualquier cosa bien. Lo que Scruton llama “la belleza mínima” está presente en todos los aspectos de nuestras vidas: en el diseño, en la arquitectura, en la moda, en los jardines. Aunque no accedamos al arte, estamos rodeados de un vocabulario visual “que resulta del interés permanente de todos los seres racionales en sus esfuerzos por implantar un orden en su entorno y estar en armonía en un mundo compartido”.
La capacidad de formular juicios estéticos es un universal humano. “La experiencia de la belleza… es una prerrogativa de los seres racionales”, y un interés universal. No obstante, los juicios de belleza sólo pueden ser personales; el punto de vista del sujeto es una característica esencial de nuestra condición.
Para Scruton, la idea de lo bello se emparenta con lo que parece ser otro universal humano: lo sagrado. El deseo sexual también sería parte del inventario. “El interés sexual, el sentido de la belleza y la reverencia por lo sagrado son estados mentales cercanos, que se refuerzan mutuamente y surgen de la misma raíz”. Esto explicaría el modo dramático en que se vive la infidelidad: los celos, la humillación y la consternación son semejantes a la sensación de profanación; en tanto los amantes demandan exclusividad, la demanda no es contractual sino existencial.
Este principio de universalidad no pretende ignorar las diferencias significativas que existen en las distintas experiencias humanas, ya que el gusto surge de un contexto específico, ni de negar la potencia de la diversidad cultural. Tampoco intenta establecer normas objetivas de belleza que amenacen las reglas que subyacen en su misma naturaleza, las de la originalidad y el desafío a la ortodoxia: “la belleza de una obra de arte tal vez resida en el hecho de transgredir”. Se trata en cambio de que “la simetría y el orden, la proporción, la conclusión, la convención, la armonía y también la novedad y la emoción, parecen estar todas ellas sólidamente afianzadas en la mente humana”.
¿Cómo se lleva esta idea con el arte contemporáneo? Previsiblemente, muy mal. Duchamp era un chistoso y Warhol un cursi y estúpido copión del gesto duchampiano. En la definición de la obra de arte como “objeto de interés estético que ofrezca elementos de reflexión y de elevación espiritual y los haga acreedores de un público fiel que vuelva a ellas en busca de consuelo e inspiración” no hay cabida para el arte conceptual, ni comprensión del impacto que supuso la aparición de la fotografía y el cine para las artes visuales: “el arte más reciente adopta una pose transgresora y retrata la fealdad de las cosas con una fealdad de cosecha propia”.
Scruton habla de cuatro tipos de belleza: la belleza humana, objeto de deseo; la belleza natural, que contemplamos; la belleza cotidiana o mínima, y la belleza artística. ¿Qué ocurre cuando la primera roza la última? El arte erótico. Aquí el autor cierra filas con la tradición feminista, al distinguirlo de la pornografía con argumentos sólidos.
Describe a la Venus de Urbino de Tiziano, como a un desnudo reclinado que muestra el cuerpo “como una mujer a la que desear”, que sin embargo atrae nuestras miradas hacia su cara. La expresión del rostro dota a la mujer de individualidad, “toma posesión del cuerpo en nombre de la libertad”. El deseo es una emoción interpersonal que supone la unión de dos individuos mediante sus cuerpos, pero no sólo en cuanto que cuerpos.
Los desnudos de Boucher, en cambio, tienen la cara repetida; un conjunto de rasgos que tienen siempre el mismo significado y no tienen nada en concreto que expresar. Es pornografía que, “como la esclavitud, representa una negación del sujeto humano, una forma de negar la exigencia moral de que los seres libres traten a los demás como fines en sí mismos”.
La degradación también provoca el kitsch, que Scruton considera más una enfermedad de la fe que un fenómeno artístico: “…no consiste en un exceso de sentimiento, sino en un déficit de este. El mundo del kitsch es un mundo sin corazón, en el que la emoción se desvía de su objetivo adecuado hacia estereotipos almibarados, lo que nos permite rendir un homenaje superficial al amor y al dolor sin tomarnos la molestia de sentirlos”. En esta bolsa entran los enanos de jardín, las vírgenes de Murillo, Millet y los Ganeshas de producción industrial.
En contraste, las obras de arte no son sagradas, pero “forman parte del esfuerzo humano por idealizar y santificar los objetos de la experiencia, y presentar las imágenes y los objetos de nuestra humanidad como un referente para nuestras vidas, y no simplemente como la vida misma”.
En ese salto metafórico reside el poder de la obra de arte, sea música, literatura o artes visuales. La belleza se encuentra entreverada en lo que somos y en el modo en que entendemos el mundo, nos constituye y nos define. “Seguir considerando a la belleza como nada más que una preferencia subjetiva o una fuente de placer transitorio significa no entender lo hondo que calan la razón y los valores en nuestras vidas”.
Quién fue Roger Scruton
♦ Nació en Buslingthorpe en 1944 y murió en Brinkworth en 2020. Fue un destacado filósofo y escritor británico.
♦ Se especializó en estética y en filosofía política. Durante casi dos décadas dirigió The Salisbury Review, una revista política conservadora.
♦Fue autor de ensayos, novelas y óperas.
♦ Entre sus libros se cuentan Deseo Sexual, Cómo ser un conservador y La belleza.
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